Then I defy you, stars! Grita el enamorado Romeo cuando los acontecimientos no van como él quería. ¿Alguna vez irán como queremos? ¿Deben? ¿Vemos los hechos tal como son, o sólo como los vemos? Romeo había sido desinformado: Julieta estaba dormida, no muerta, aunque todos hubieran podido jurar que había fallecido; y este error conduce a la muerte a los esposos y también al conde Paris. Nadie debiera remitir lo que ocurre a unos pulsares y unos agujeros negros. Rubén Darío soñaba con el siglo XVIII, como tantos en esa época suya que detestaba. Era la bella época según nosotros, un tiempo de gracia donde Debussy escribía sus Estudios para piano, en los que la música establecía un campamento definitivo, una torre realmente elevada sobre el mundo, sin referencias al mundo (que todavía quedaban como sugerencias pintorescas en sus Preludios), para un ensueño suficiente de marfil.
Era la época en que Einstein iniciaba un terremoto en la Física, y en nuestra idea de la materia y el universo, que dura hasta hoy. Los obreros empezaban a triunfar en sus justas reivindicaciones. La revolución eléctrica prometía un enorme incremento de la riqueza social. Un ingenio más pesado que el aire se elevaba en el aire por primera vez. Sí, cierto, Rubén, a pesar de esas buenas noticias había mucho profundamente podrido en ese tiempo de gracia, que condujo de inmediato al horror de la Gran Guerra. ¿Era inevitable? Los países que entonces se enfrentaron en una degollina forman hoy un solo país. Pero esa guerra abrió paso a los totalitarismos y generó otra gran guerra peor. Y en ella estamos.
Desconfiar del bien que tenemos, que existe y crece entre nosotros, es la mayor y más peligrosa argucia del mal.
Comprobemos si hay bien y si vamos o no a tener más bien.
En la primavera de 1914 íbamos bien. Pero los austríacos y los alemanes no se habían enterado de que en ese bien nuevo, la política de tragarse territorios para aumentar la riqueza del país, era un mal atrasado y por lo tanto estúpido. Pagaron caro la indigestión.
En 2014 los rusos decidieron que debían empezar a recuperar, y por la fuerza, su antiguo y ruinoso imperio. Está en marcha una nueva Gran Guerra, en algunos aspectos descafeinada, pero no menos estúpida y criminal.
En 2024 están abiertas las posibilidades de una ampliación gigantesca de la mente humana mediante la llamada Inteligencia Artificial y el cálculo cuántico. Y del aumento en flecha de la riqueza social sostenible mediante la fusión nuclear y las energías verdes. Hay un ingenio más pesado que el aire de la Tierra, pero volando en Marte. Hay países pequeños y felices de democracia ejemplar, que demuestran que es posible convivir en libertad y bienestar compartido. Hay todo un ejército de pensadores responsables, que interpretan la realidad con lealtad a la verdad y sin otro compromiso que esa lealtad. Frente a estas buenísimas noticias, la degradación del medio ambiente, la pobreza por injusticia, la guerra como inveterado procedimiento político, la grosería de las costumbres, y la ideología y la demagogia como mentiras aceptables debieran ser un problema menor, materia para nuevos heroísmos de los mismos hombres y mujeres santos de siempre.
¿Cuál es el mal fundamental en 2024?
El del Génesis.
La Superioridad.
Los bienes civilizatorios que comenzaron con el David de Miguel Ángel nos han convertido en… Goliat.
Aquella estatua era de bastante más estatura que la del humano más alto…
En efecto, en Florencia empezaban a construir en forma sobrehumana.
Lo hemos logrado.
La superioridad del humano sobre el planeta no acabará con el planeta, pero sí con el humano.
(Vamos, si lo del gravitón va en serio, podremos dominar la gravedad, y un imperio desesperado o un loco sin control podrán sacar al planeta de órbita y hacerlo desaparecer en el Sol).
La superioridad del individuo sobre los demás individuos establece la inseguridad perpetua de todos los individuos que no tengan un sistema de seguridad muy sólido y muy caro. Pero todo sistema tiene sus fallos…
La superioridad del individuo da también muerte a la libertad del pensamiento. Fíjense que digo del, y no de. La forma que usa José Martí es del. Puede existir la libertad de pensamiento como derecho, y al mismo tiempo no del pensamiento, que queda anulada por la convicción de cada individuo de que tiene razón y que tiene derecho a no corregir ningún disparate, puesto que es su opinión muy constitucional y muy venerable. Se anuncia la clausura de las humanidades, incluso de las universidades… La libertad del pensamiento implica que el pensamiento no es suyo, no es propiedad privada, ni tampoco es propiedad de un grupo o de una nación o de la humanidad en conjunto. Todos los que creen en ese depravado derecho usarán la Inteligencia Artificial para fines de acuerdo con esa preciosa orientación. Consecuentemente: eliminando no ya las humanidades, sino la Humanidad.
Contemplamos la superioridad del ultramillonario, un individuo que nunca podrá comprar a todos los individuos porque siempre habrá gente capaz de morir antes que venderse, pero sí a los individuos hábiles y suficientes para hacer valer su superioridad como le dé la gana, tirando por el balcón o desprestigiando a esos infelices indóciles. Elon Musk se proclama ya en forma risueña y distópica Emperador de Marte, y creador personal de una nueva raza humana, o post humana, pero suya. Nadie dice una palabra contra las proclamaciones de este profeta, que debiera seguir haciendo el bien con sus autos eléctricos y autónomos, sus baterías perpetuas, sus robots para el trabajo doméstico, etc. Como que la tecnología promete una avalancha de riqueza en lo inmediato, llegará el día en que absolutamente nadie pueda no ya hacer, ni decir, sino pensar una sola palabra contra un ultramillonario: la inmensa mayoría estará sobornada.
La superioridad de la clase de los ultramillonarios, que difícilmente puedan ponerse todos de acuerdo para algo, excepto para seguir siendo superiores, se trata de un fenómeno supranacional, y superior, cómo pudiera ser de otra manera, a lo más superior: la política. Estadounidenses o chinos, liberales o comunistas, qué más da. Los actuales ultramillonarios, aun teniendo en cuenta la pérdida del valor de la moneda, tienen mucha más riqueza y muchísimo más poder que un Vanderbilt o un Rockefeller. Pero dudo que sean mejores managers. Su superioridad es la de la ciencia y la tecnología de la época, que se apropian con genio, con ingenio y con truco. Y ciertamente se han convertido en superiores. Una persona que tendrá un millón de millones de dólares, ¿cómo va a creer que no es superior frente a un escritor caribeño al que no le interesan esas cifras, sino interpretar la Cantidad Hechizada de José Lezama Lima? ¿Y frente a la señora que él ha dejado que limpie el piso en la mansión, aunque puede hacerlo el robot? Pues sí, dirán muchos, es tan superior que incluso es caritativo. Tan bruta la señora, no debió nacer.
La superioridad decisiva y acaso fatal es la Superioridad del Conocimiento. Las mismas personas más dotadas para inteligir y engendrar conocimiento van siendo superadas por la inmensa masa y la dificultad extrema del conocimiento científico y tecnológico. El arte y la literatura carecen de público, y buena parte de los escritores y artistas ni les interesa ni pueden valorar lo que producen sus críticos refinadísimos. Un matemático que trabaja en el Caos no sabe nada de lo que se hace en Grandes Números. (Hace treinta años uno de ellos me dijo que estaba muy atrasado con el Caos, porque hacía quince días que no entraba a Internet).
Recuerdo aquel físico que hace décadas declaró que esperaba que la Teoría Unificada del Campo pudiera ser formulada durante su vida, y que además pudiera entenderla. La tal teoría sigue en el limbo y se sospecha que nunca existirá. La Inteligencia Artificial amplificará estas incapacidades de los más capaces hasta el paroxismo. Buena parte del éxito del investigador dependerá de cómo manejar la máquina de la sabiduría, por lo menos hasta que la máquina lo declare cesante. En determinado momento muy pocos, o nadie, entenderá lo que la máquina dictamine sobre Caos o Números. Téngase en cuenta que todo un Einstein pedía ayuda a los matemáticos para sostener sus visiones. ¿De qué tratan esos manuscritos del genial matemático contemporáneo Ramanujan? Y si esta es la situación de los ciudadanos de máxima inteligencia natural, consideremos los miles de millones de humanos absoluta o medianamente torpes para las aventuras del conocimiento, que vivirán en un mundo indescifrable e incontrolable, como siervos de la gleba tecnológica y ultramillonaria.
Guillén Batista, el poeta de los sones, retrocedía ante la más simple ecuación. Diríase que habrá una transición suave hacia esta distopía, puesto que llevamos décadas con la moda del pantalón mecánico roto por la rodilla, y todos saben que lo único que vale es reconocerse como seres falsamente humildes, con poco o ningún valor en sí. Don Octavio decía creer sólo en la poesía y el orgasmo, sin pensar en que muy pocos escriben poesía y que se puede llegar a viejo; pero proclamar hoy día que haya algo por encima del placer te conduce al ostracismo o a grupos de escasa o peligrosa socialidad. Quizás se pueda salvar a don Octavio, que en gloria esté, con una llamada a la Inteligencia Artificial para sustituir el orgasmo natural por uno artificial, democrático, para todas las edades. Quedará la poesía para los anormales, o superiores.
Ahora mismo sufrimos la más novedosas de las superioridades: la étnica, racial y cultural. Hemos vivido décadas con el espejismo de la derrota del hombre del bigotito y de los samuráis espirituales de Mishima, pero qué va, ahora se nos impone el Mundo Ruso, en el que los ucranianos no existen sino que son rusos metidos a travestis occidentales —de la misma manera que los austríacos eran alemanes—, y han de ser liberados, mediante extrema fuerza masculina, de ese oprobio sexual y religioso. ¿Cómo es posible que un país culto y de raíz occidental y cristiana pueda hacer masivamente —pues nunca se trata sólo de la locura del dictador— un salto atrás en la historia tan ridículo y criminal? Esto puede ser contagioso. Hay unos cuantos países en Eurasia, África y América que tienen tamaño, retraso, ambición y vicio suficientes para inventar sus propios mundos de grandeza y lanzarse a la conquista de los que creen débiles, sin miedo alguno de hacer desaparecer el mundo humano. Pues si no va a existir Rusia, ¿para qué el mundo?
Y finalmente, la guinda de este postre: la superioridad de los que creen en Dios.
Como creo ser cristiano, me atrevo a decirles que Cristo fue hombre real, comió, bebió, orinó, cagó, fue tentado por el demonio, se llevó con los pobres, con los equivocados, con los descarados, hasta con las mujeres, y luego permitió que le destrozaran de arriba abajo y lo asesinaran lentamente, mientras un idiota de inteligencia superior le decía que por qué no bajaba a sus ángeles para que lo sacaran del tormento.
Todo el que crea en la Superioridad, lo mismo si es un ultramillonario ateo o un arzobispo, incluso si lo que cree es en la superioridad de su fe y de su iglesia, debe ser rechazado por los cristianos, como un blasfemo y como un farsante.
Muy probablemente este juicio puede ser compartido por los hebreos, los islámicos, los budistas, los hinduistas, los creyentes de Olofi.
Y para los que se dicen demócratas: no hay democracia sin la igualdad de todos.
Sin dignidad plena para todos.
¡Abajo la Superioridad, antes de que nos abaje!
Hay una batalla por la mente del hombre común. Hay un hombre común para nada inocente, aunque pobre de entendimiento. Y muchos de carácter escaso o confuso, o malandros de veras, porque la soberbia dista de ser una exclusividad de los ricos. Otros son nobles, y a menudo responsables y amorosos, y especialmente espirituales. Durante siglos fueron considerados plebeyos, un término que mezclaba a toda esa variedad social y moral, y la condenaba en bloque a la sumisión a los nobles violentísimos. La democracia burguesa presupone anular esa clasificación con la supuesta igualdad de todos los ciudadanos. Pero la igualdad ante la ley no elimina la imposible igualdad social, lo que a su vez conspira contra la idea y las instituciones de la igualdad jurídica y política. Con todo, ya no se puede someter al plebeyo. Hay que contar con su libertad no solo en el orden político sino también en el económico. Los liberales, los socialdemócratas y sobre todo los neofascistas cortejan al hombre común, quieren su voto, necesitan su aprobación, lo quieren de carne de cañón, y para persuadirlo se solidarizan con su peor lado inculto y violento.
¿Qué tal si dejáramos que el hombre común, los ciudadanos menos notables, se expresen con su propio discurso, o se callen, dejando en claro la superioridad de la vida sobre el discurso?
Para frenar el secuestro de los ciudadanos llamados corrientes por parte de la Nueva Nobleza que los considera plebeyos, necesitaríamos una nueva democracia surgida y mantenida desde abajo.
¿Se puede?
Aquí el Sangre Azul se ríe, y se tira en la piscina o sube al jet.
Como si él no manejara las redes.
Aunque no la de los pescadores del Mar Muerto.
El ciudadano de menos habilidades tal vez sonríe, sin la realidad o el sueño o la sospecha de su propia democracia de dignidad plena para todos, incluso bajando la cabeza, como evocando la sentencia de un miembro esclarecido de la antigua baja nobleza española, y alcahuete de un poderoso:
Que el grande y el pequeño
Somos iguales lo que dura el sueño.