Este trabajo forma parte de una serie de entrevistas a colaboradores, columnistas y miembros del staff de Árbol Invertido por el aniversario número 20 de la revista, el 15 de febrero de 2025.
Daniel Díaz Mantilla es narrador, poeta y editor. Nació en La Habana en 1970 y, según me cuenta, empezó a escribir en la segunda mitad de los ochenta, todavía en la adolescencia. Después de graduarse en Lengua Inglesa por la Universidad de La Habana, Daniel trabajó como editor en la revista literaria La Letra del Escriba y ha colaborado con muchos otros medios en formato impreso y digital.
Entre los reconocimientos más destacados de su trayectoria se encuentran el Premio Calendario en 1996, el Premio Abril en 1997, el Premio Temas de Ensayo en 1999 y el Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas en 2007. Ya en 2014 recibió tanto el Premio Alejo Carpentier como el Premio de la Crítica Literaria por su colección de cuentos El salvaje placer de explorar (Editorial Letras Cubanas),
Sus textos han sido incluidos en antologías de la literatura cubana contemporánea, publicadas en Cuba y en varios países de América y Europa. Algunos de sus libros son Las palmeras domésticas y en·trance (Narrativa, Casa Editora Abril, 1996 y 1997), Templos y Turbulencias (Poesía, Ediciones Unión, 2004), Regreso a Utopía (Narrativa, Editorial Letras Cubanas, 2007) y Los senderos despiertos (Poesía, Ediciones Matanzas, 2008).
Conversar con Daniel va mucho más allá de la mención ocasional de este o aquel mérito; es una verificación improbable de las conexiones antropológicas, sociales y políticas que orbitan a nuestro alrededor, la sentencia definitiva que parece confirmar que nada está dicho y todo está aún por hacer. Pero eso, por supuesto, mejor que lo diga él mismo.
"Sin guías ni cómplices"
¿Cómo fueron tus primeros acercamientos al mundo literario-cultural en Cuba? Y, en segunda instancia, porque imagino que haya sido este el orden, ¿cuándo te vinculaste por primera vez al sector intelectual cubano independiente y/o contestatario?
Mis primeros pasos en el mundo de la literatura fueron solitarios. En mi familia no había intelectuales ni artistas. No se hablaba de temas profundos ni se cultivaba el hábito de la lectura. El arte no era parte de sus vidas. Yo me hacía quizás muchas preguntas y empecé a buscar respuestas donde único podía hallarlas: en los libros y en mí mismo. Durante años leí todo lo que cayó en mis manos, empecé a visitar las bibliotecas y a escribir. Leer me ayudó a ampliar el horizonte y adquirir recursos expresivos. Cada nueva palabra era una puerta que se abría. Ninguna, por inusual que fuese, me parecía despreciable, porque a fin de cuentas todas ellas, y las realidades que nombraban, eran ajenas a mi entorno.
Así anduve, sin guías ni cómplices, hasta los últimos años de mi adolescencia. Entonces me atreví a compartir mis escritos con algunos amigos y visité un taller literario. Pero no fue hasta 1988 que conocí a otros jóvenes con la misma inclinación: Ronaldo Menéndez, Ricardo Arrieta, Raúl Aguiar, el Yoss, Sergio Cevedo, Ena Lucía Portela... Ellos habían creado un grupo, El Establo, algunos incluso habían ganado premios y publicado sus primeros cuentos. Pero eran, éramos, totalmente independientes, muy críticos con la realidad que vivía Cuba en aquel tiempo. Y no éramos los únicos.
"Un ordenador era un lujo. Las editoriales redujeron sus planes de publicación al mínimo y muchas revistas literarias cerraron."
A fines de los ochenta e inicios de los noventa, marcados por sucesos de gran trascendencia, como la guerra de Angola, el fin del socialismo en Europa del Este, la desintegración de la URSS y la terrible crisis en que se sumió el país, Cuba vivía el fin de una época y el nacimiento de una sensibilidad distinta. En la plástica, el teatro, la música, el cine y la literatura se estaba imponiendo una actitud profundamente cuestionadora. El Establo fue parte de ese cambio. Los estudiosos de los procesos culturales lo asociaron con la llegada de una nueva generación, “los novísimos”, y hasta cierto punto tenían razón, pero muchos creadores de generaciones anteriores fueron parte de ese proceso, y algunos de los más jóvenes no.
Entonces no había Internet ni teléfonos móviles. Un ordenador era un lujo al que pocos podían acceder. Las editoriales redujeron sus planes de publicación al mínimo y muchas revistas literarias cerraron. Al mismo tiempo, había un gran interés de los editores e investigadores extranjeros por “descubrir” a esos “novísimos”. En Cuba se abrieron algunos espacios gestionados por los propios creadores, pero eran frágiles y efímeros. Por eso, la estrategia común fue insertarse en todos los espacios posibles, incluidos los estatales, y subvertir sus normas.
En general nos movíamos en las instituciones tanto como al margen de ellas, sin cambiar de discurso. Un día podías leer, por ejemplo, en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana ―que era un espacio muy receptivo―, y el próximo en Aglutinador o en el Centro Cultural de España, que fue un gran apoyo para esas ideas y estéticas renovadoras hasta inicios de este siglo. Dos antologías básicas para entender ese proceso se publicaron en los noventa: Los últimos serán los primeros, compilada por Salvador Redonet, y Mapa imaginario, por Rolando Sánchez Mejías; la primera de narradores y la segunda de poetas. En ambas se expresaba claramente ese espíritu crítico y renovador que también animó proyectos tan disímiles como Naranja dulce, Diáspora(s), Arte Calle, el Teatro Buendía o Paideia.
El Establo organizaba sus propias actividades, muy influidas por el concepto de arte total, integrando la literatura con la plástica, el teatro y la música. Las llamábamos “Establadas” y estaban concebidas con un margen amplio para el azar y la interacción con el público. En ellas participaron los trovadores que luego hicieron Habana Oculta. Recuerdo dos de aquellas actividades, una en la Casa de Cultura de Plaza y otra en la Peña de 13 y 8. Los funcionarios no estaban preparados para ese tipo de eventos y pronto caímos en el radar de la Seguridad del Estado. Pero la voluntad de abrirnos un espacio era más fuerte que las presiones y, aunque el grupo se desintegró, seguimos escribiendo.
Por aquel tiempo colaboré con Enrique Álvarez en el guion de su película La Ola, una de las obras “malditas” del cine cubano. Un año después vio la luz mi primer libro, Las palmeras domésticas, que ganó el Premio Calendario en su primera convocatoria, y al año siguiente se publicó en·trance, que obtuvo el Premio Abril. Pero eso no implicó que renunciara a participar en los espacios no estatales o que adecuara mi discurso a las expectativas de las instituciones.
En estas últimas décadas las dinámicas culturales han sido distintas en Cuba. Pero a inicios de los noventa muchos de nosotros logramos insertarnos en los espacios estatales sin dejar de ser independientes y críticos con la realidad del país. Más que contestatarios, que lo fuimos, éramos subversivos. Hubo mucho rechazo al principio. Siempre hubo censura y todo eso que vemos ahora, pero en aquel tiempo, eventualmente, las instituciones cedieron y se creó un entorno de mayor libertad. No digo que fuese suficiente, pero en comparación con los años ochenta fue mucho mejor. En estos últimos años, por el contrario, las instituciones han cerrado filas con el absurdo deseo de imponerle a la cultura las mismas bridas con que la sujetaban en los setenta y ochenta, lo que ha conducido a una gravísima polarización.
"Siempre he abogado por la existencia de espacios estatales y no estatales, y creo que lo mejor sería la colaboración entre ellos."
Tal vez por lo distinta que es la situación ahora imaginaste que mi relación con “el sector intelectual cubano independiente y/o contestatario”, como lo llamas, es posterior a mi vínculo con el mundo literario. En realidad fueron simultáneos o, más bien, no hubo tal separación. Luego, cuando ya publicar en los medios administrados por instituciones estatales y participar en eventos organizados por ellas se hizo habitual, tampoco renuncié a los proyectos no estatales.
Así, a principios de los años 2000, mientras trabajaba como editor en La Letra del Escriba, que es una revista del Instituto Cubano del Libro, trabajé también con Raúl Flores Iriarte en 33 y 1 tercio, un proyecto totalmente autónomo; y cuando Orlando Luis Pardo y Yoany Sánchez hicieron la revista Voces, colaboré con ellos, como lo hice después con Hypermedia Magazine y otros medios, sin que eso implicara un conflicto. Siempre he abogado por la existencia de espacios estatales y no estatales, y creo que lo mejor sería no la mera coexistencia, sino la colaboración entre ellos, como lo intentó alguna vez la revista Encuentro de la Cultura Cubana; aunque eso hoy sea una utopía.
¿Cuál es para ti la diferencia entre ser contestatario y ser subversivo?
Una persona puede ser subversiva sin ser contestataria. Y aunque parezca un contrasentido, puede ser contestataria sin llegar a ser subversiva.
Ser contestatario es una actitud ante determinado poder, es una actitud frontal, beligerante, que reta y hostiga a quienes ejercen ese poder. Esta actitud puede ser momentánea, resultado de una discrepancia especifica, o convertirse en el talante usual de una persona. Ser subversivo, por otra parte, es desarticular los postulados que sostienen a ese poder, mostrar sus contradicciones, deconstruirlo, forzarlo a cambiar. No es una actitud propiamente, sino la naturaleza irremediable de los librepensadores.
Las actitudes son cambiantes, pero la naturaleza interna no cambia fácilmente. Por eso, una persona que ha hecho de la actitud contestataria un hábito, pero que no ha madurado su carácter ni está atento a las dinámicas del poder ―de las cuales ella misma participa, tal vez sin advertirlo―, puede convertirse en un tirano. Es paradójico, pero bastante común, que alguien termine pareciéndose a sus enemigos y reproduzca los mecanismos de opresión contra los que antes luchó. Yo creo que en ocasiones es pertinente asumir una actitud contestataria, sin embargo, enquistarse en esa actitud no suele llevar a buen puerto.
Para un escritor es perjudicial definirse como contestatario. Hacerlo empobrece su vida, reduce su campo visual, pone un filtro ideológico ante sus ojos que limita su capacidad de ver, y puede convertir su obra en propaganda, en un arma. La literatura es mucho más que un megáfono para denunciar abusos o un instrumento para derrocar tiranos. Es un largo camino de transformaciones profundas, no superficiales; un camino que debe conducir a la empatía y la libertad, nunca al odio. Por eso, un buen escritor puede ser subversivo, puede en algún momento contestar al poder, pero no ser contestatario.
El "ruido" de las generaciones
Hace poco conversé con Jorge Luis Arzola, escritor y programador de Árbol Invertido, sobre la importancia (o no) de nombrar a las “generaciones” de escritores cubanos. En tu caso, ¿te sientes parte de alguna? ¿Por qué?
La importancia de las cosas siempre es relativa: ¿para quién o para qué es importante? Definir ―más que nombrar― generaciones sirve a las ciencias sociales para comprender el devenir de los procesos históricos. Es un recurso que emplean sociólogos e historiadores del Arte. En esos campos del saber, si bien puede ser útil un enfoque generacional, también lo es comprender que el estudio de lo actual o lo reciente implica un grado de incertidumbre bastante alto. Porque en el rigor de los análisis suelen filtrarse presupuestos ideológicos, intereses políticos y económicos, prejuicios y expectativas dominantes en el entorno social. La Academia no escapa a tales determinaciones, al contrario: en estos días es cada vez más sensible a las presiones del mercado y de lo “políticamente correcto”. Estos influjos no son aliados de la búsqueda honesta del conocimiento.
La lógica del mercado es, en esencia, muy distinta a la de las Humanidades. Aquí, nombrar ―más que definir― generaciones sirve al propósito de la seducción. Importa vender y para eso la novedad de una generación que irrumpe, que trae cambios, que promete poner fin al tedio que ha provocado “lo viejo”, puede ser útil. Hay un problema con esta lógica: en sí misma ya es bastante vieja y sus promesas no siempre se cumplen. La renovación sin fin, el ruido y la banalidad que la acompañan, son síntomas de una sed insaciable de lucro, producen vértigo y decepción, obnubilan. Es una lógica discordante con la naturaleza propia de los actos de escribir y leer.
El enfoque generacional puede ser provechoso para la Academia y el mercado. Pero antes que una generación debe haber autores, y antes que autores, obras de calidad. Eso es lo que necesita el lector, y lo que debe interesarle a un escritor. Que se lo incluya en una generación puede ayudarlo a abrirse camino. Sin embargo, todavía hoy lo que se espera de un autor no es que se parezca a los demás, sino que se distinga de ellos. Por eso, como te decía Arzola, una generación no es un movimiento literario.
¿Cuál es, hasta el momento, tu mejor obra, el libro que “salvarías del fuego”, como dijo Vargas Llosa una vez al referirse a Conversación en La Catedral? ¿Por qué?
Si entendemos el fuego como una metáfora del olvido, entonces tendríamos que advertir que hay dos fuegos distintos: el que incinera la memoria de uno mismo, y el que lo borra de la memoria de los demás. Para salvar mis libros del primer fuego, los escribo. Para tratar de que dejen al menos una huella en la memoria de los demás, me esfuerzo por decir en ellos algo que sea valioso para las personas, y decirlo de la mejor manera posible. Eso es lo único que puedo hacer por salvar mis libros de los fuegos del olvido: poner en ellos algo incombustible.
Pero sé que más allá de mi esfuerzo, salvarlos o no es una decisión que corresponde a los lectores y, en última instancia, todo arderá, hasta Aristóteles y Shakespeare. Ante esa certeza, me alivia saber aquello que dijo Ernst Jünger en una novela admirable, Sobre los acantilados de mármol: “No se construye ninguna casa ni se traza ningún plan en el que su futura desaparición no figure como la piedra fundamental, y no es en nuestras obras donde vive lo que nosotros tenemos de imperecedero”.
Pero si entendemos el fuego como una metáfora de la intensidad que reduce a cenizas la materia para difundir su energía hacia todos los confines, entonces, más que salvarlos, pongo mi vida en ellos y los lanzo al fuego para hacerme un poco de luz. También, en este caso, poner en mis libros lo mejor de mí es lo único que puedo hacer; es al lector a quien corresponde hacer suyo o no lo que le ofrezco.
El periodismo independiente, Árbol Invertido y Daniel Díaz Mantilla
Daniel, tú eres escritor, con una trayectoria más que respetable, llena de reconocimientos y publicaciones. ¿Esta formación te ha sido de ayuda a la hora de dedicarte al periodismo?
El periodismo que he hecho, y el que me interesa hacer, es cultural. Desde 2004, cuando empecé en La Letra del Escriba, lo he hecho profesionalmente. Pero no soy periodista, soy escritor y editor, aunque escriba artículos, reseñas y otros textos que puedan clasificarse entre los géneros periodísticos.
Creo, sí, que toda la formación, todo lo que uno pueda aprender sobre la vida y sobre el arte de escribir, ayuda. Pero hay una diferencia entre el periodismo y la literatura, y esa diferencia se ha vuelto mayor y más profunda en los últimos tiempos. No es que sean incompatibles, pero la inmediatez, la superficialidad, ese afán por impresionar que a veces no siente pudor alguno ante el recurso vil del embuste, son frecuentes en el periodismo que se hace hoy; tanto como la torpeza y la falta de gracia en el uso del lenguaje. Esos vicios impregnan no solo el periodismo, sino todos los espacios. La democratización de los medios y la celeridad de la vida traen esas consecuencias, entre otras. Es por eso que no me defino como periodista, aunque haga periodismo.
¿Qué crees del ecosistema de medios independientes cubanos? ¿Te parece que contribuyen a democratizar el entorno periodístico de la isla?
Lo primero que habría que hacer es poner el foco sobre dos términos que se usan como etiquetas pero cuyo sentido merece análisis: lo “independiente” y la “democratización”.
Primero, vivimos en un contexto global de interdependencias múltiples. Nada es totalmente ajeno a las influencias y oscilaciones de eso que podríamos llamar sistema-mundo ―aunque los autores que han desarrollado este concepto se concentran casi exclusivamente en los aspectos económicos de ese sistema, hay otras determinaciones que lo hacen funcionar como tal―. Por eso, conviene advertir que siempre se es independiente con respecto a algo, y ese algo, en el caso específico de estos medios, es el control que ejercen el aparato ideológico del PCC y otras instancias del poder en Cuba. Pero esos medios, como todos los demás, dependen de ciertas condiciones.
Con la intención de denigrarlos, la propaganda oficialista en la isla se refiere a ellos como “medios dependientes”, y aduce que su sostenimiento corre a cargo de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos. Nunca ofrecen pruebas fidedignas de tal afirmación, pero insisten en ella y acusan de “mercenarios” a quienes trabajan en esos medios o colaboran con ellos. Lo cierto es que esos medios, como cualquier empresa humana, necesitan recursos y una audiencia para funcionar. En este sentido, no son propiamente independientes. Aunque el término en sí mismo sea atractivo, saber con respecto a qué se define esa relativa independencia es importante.
El asunto de la democratización también exige una mirada atenta. Nada es más contrario a la democracia que un escenario bélico. Y, querámoslo o no, estamos inmersos en un escenario de esa índole. De nuevo, la propaganda oficialista insiste en llamar “guerra cultural” o “guerra de cuarta generación” el trabajo que hacen estos medios. De enemigos tildan a sus colaboradores, y no se limitan a infamarlos, sino que emprenden contra ellos actos hostiles. Es una suerte de profecía autocumplida: dices que te hacen la guerra para así justificar tu propia guerra contra quienes no han hecho más que decir algo que tú no quieres que se diga. En consecuencia, el espacio cultural cubano, que no se reduce al espacio geográfico del país, está lastrado por ese espíritu bélico: la intolerancia a las diferencias, el daño que esa abusiva hostilidad produce, la incapacidad para escuchar o debatir criterios divergentes con una “verdad” que se quiere absoluta, la polarización extrema, saturan ese espacio cultural de pasiones terribles. De modo que esa democratización es hoy apenas un buen deseo.
En las dos primeras décadas de este siglo, antes de la llegada de Díaz-Canel al poder, cuando la mayoría de esos medios surgió y se estableció, el clima era menos hostil. En ese período, los medios ajenos al control del único emisor de información autorizado en Cuba tuvieron un efecto democratizador. Hoy, sin embargo, hablar de una democracia de la información en el contexto cubano ―incluidas sus diásporas―, o en “el entorno periodístico de la isla”, me parece ilusorio. La democracia requiere otro tipo de actitudes. Pero ese ecosistema de medios es necesario, y creo que juega un papel importante en varios sentidos: como divulgador de la realidad cubana ante el mundo, como espacio para la expresión de criterios que los medios administrados por el Estado excluyen, y como contrapeso a la propaganda y la desinformación a que están sometidas las personas en la isla.
"Construir ese espacio en las circunstancias actuales es un reto descomunal, pero nuestro pueblo lo necesita, dentro y fuera de Cuba."
También creo, sin embargo, que hay mucho por hacer, mucho que mejorar en ese ecosistema. En mi opinión, el reto mayor de esos medios es construir un espacio cultural abierto al diálogo, al intercambio de criterios, al debate entre posiciones diversas: un espacio que muestre a las personas una forma distinta de relacionarse, donde ser adversarios políticos no signifique ser enemigos. Construir ese espacio en las circunstancias actuales es un reto descomunal, pero nuestro pueblo lo necesita, dentro y fuera de Cuba, y es, pienso, la mejor forma de luchar contra las tiranías y de garantizarle al país una salida civilizada a esta espiral de dolor en que hoy se encuentra.
¿Qué papel consideras que juega Árbol Invertido en este contexto, después de 20 años de experiencia? ¿Cuál es su marca, su mayor aporte?
Quizás lo que distinga a Árbol Invertido sea la confluencia de sus líneas temáticas principales: la cultura artística y literaria cubana, los temas medioambientales y todo lo relativo a la interacción del ser humano con su entorno, y el contexto socio-político cubano. Son campos extensos y complejos, pero muy pertinentes en la actualidad. Desarrollarlos a profundidad, encontrar y potenciar sus zonas de contacto, la yuxtaposición entre ellos, es un desafío que Árbol Invertido puede asumir mejor que otros medios.
Con respecto al campo artístico y literario cubano, hoy existe una grave crisis que está dada, en parte, por la tensión ―y en muchos casos, la ruptura― entre las instituciones culturales y los creadores en la isla; un conflicto que se fue intensificando de manera exponencial desde la aprobación del Decreto 349 y que ha conducido no solo a la emigración de muchos artistas y escritores, sino también a eso que llamamos “insilio”. Ambos casos son experiencias extremas y traen un daño irreparable, además de que la dispersión y el silenciamiento dejan su huella en la cultura: ya Cuba ha vivido antes períodos oscuros y se sabe lo difícil que es curar los traumas que dejan.
"No se trata de una cuestión humanitaria, sino de una inversión en el futuro de nuestro pueblo."
Por eso, si comprendemos la gravedad de esta crisis, es fácil advertir que conviene plantearse acciones para apoyar a esos creadores, tanto los que están dentro intentando hacer su obra contra viento y mareas, como los que se han visto forzados a emigrar y afrontan el durísimo reto de rehacer sus vidas en contextos poco hospitalarios. Eso es algo que los medios no estatales cubanos vienen haciendo con escasos recursos desde hace años, incluido Árbol Invertido. Pero en las circunstancias actuales urge potenciar el apoyo a los creadores, dentro y fuera de la isla, contrarrestar la dispersión y hacer con/por ellos. No se trata de una cuestión humanitaria, sino de una inversión en el futuro de nuestro pueblo. Quien conoce un poco sobre la cultura sabe cuán necesaria nos será en los próximos años para curar las tantas y tan hondas heridas que estos tiempos han abierto.
Otro de los temas que ocupa a Árbol Invertido es la ecología y la relación de nuestra especie con el medioambiente. Es un tema sensible que implica a la ciencia, las tecnologías, la economía, la política y la cultura en su sentido más amplio. A veces se pierde de vista su importancia y solo cuando ocurre un desastre se piensa en eso. Hay quienes no creen que la acción humana tenga un peso significativo en el cambio climático, e incluso quienes niegan la realidad del cambio climático. Conceptos que son clave, como “Antropoceno”, se debaten todavía sin consenso. Informar sobre esos temas, crear conciencia en las personas, sensibilizarlas con la fragilidad de los ecosistemas, con la belleza del mundo natural, y hablar de los proyectos de desarrollo sostenible, es también una inversión a futuro, no solo para Cuba.
"Mucho se ha hecho en estos veinte años y mucho queda por hacer. Los tiempos actuales imponen retos enormes, pero abren nuevos horizontes."
Pero nuestro país, por ser un archipiélago, es vulnerable al aumento del nivel del mar, y por estar en la ruta de los ciclones, es sensible al calentamiento global. La contaminación, la degradación de los ecosistemas, la erosión del suelo, los incendios forestales, la protección de especies endémicas y amenazadas, la necesidad de cambiar la matriz energética del país, la anhelada y hoy remota soberanía alimentaria, son aspectos medulares para Cuba, y Árbol Invertido tiene también esos temas en su agenda.
Es justamente la definición de esas líneas temáticas lo que distingue a Árbol Invertido. Mucho se ha hecho en estos veinte años y mucho queda por hacer. Los tiempos actuales imponen retos enormes, pero abren nuevos horizontes. Así que, tras dos décadas de experiencia, Árbol Invertido está en condiciones de seguir otros veinte años trabajando por hacer realidad esa Cuba que soñamos. Eso espero.
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