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Emigraciones | ¡Órale, cubano!

“¿Cuánto daríamos porque en Cuba los cientos de miles de niños que a veces no alcanzan siquiera a un pan para desayunar, pudieran disfrutar uno de los tantísimos yogures que observo impávido en las vitrinas?”

Supermercado en México

En una tienda de la cadena Oxxo el señor de la puerta me saluda con cierta efusividad. He concurrido allí tres o cuatro veces desde mi llegada a Tapachula y, obnubilado con las pletóricas estanterías y la variedad de marcas y precios, pudiera decir que ningún centímetro de los pasillos me es ajeno ya a estas alturas. Vengo de Cuba, de un país hermoso, pero cuya carestía parece haber menguado totalmente las expectativas hacia el mundo real, dónde hasta los más pobres pueden darse “un gusto” de vez en cuando.

La primera luz que ha nublado mis ojos

En Oxxo pudiera aniquilar con un simple billetico de 200 pesos mexicanos varios antojos, mas la cautela de un viaje cuya duración resulta impredecible aún me obliga a admitir, desde mi yo interior más rácano, que por ahora solo debo gastar en lo estrictamente necesario. Aunque de vez en cuando, ebrio entre tantos descubrimientos, cuente mis monedas y lance algunas al mostrador porque, si mañana me agarra la muerte, no querría irme sin probar algunas maravillas habituales de este lado del mar e infrecuentes en aquel, el mío.

Y, caramba, le doy tantas vueltas al tema, que cavilo luego y me obligo a abandonar estos malos pensamientos que me ponen a sufrir por los que no tengo acá a mi lado. Con 200 pesos yo asalto Oxxo al estilo de la Casa de Papel, mientras en Cuba la cara pusilánime de Frank País moriría a carcajadas si alguien osara emplearlo con fines similares.

Es así de paradójica la vida, digo cegado ya entre refrescos, yogures, cervezas, cereales, cafés, bolsas de pan, chocolates y cuanto alimento existe, de los más diversos modelos, sabores y precios. Hacía meses no veía una cebolla blanca, por ejemplo... menos de tales dimensiones y casi quisiera llorar, como si la tuviera entre mis manos y su ardiente frescor llegara a mis ojos. Yo siempre agarro lo más barato y, sin embargo, encuentro todo de una calidad excepcional. Oxxo ha sido la primera luz que ha nublado mis ojos en el “cruel capitalismo”.

¿Cuánto daríamos muchos porque en Cuba los cientos de miles de niños que a veces no alcanzan siquiera a un pan para desayunar, pudieran disfrutar uno de los tantísimos yogures que observo impávido en las vitrinas mientras la gente los ignora porque prefieren otras opciones?

Esa es la dura realidad del mundo. Los contrastes golpean como balas y resulta incomprensible la carestía que acongoja ciertos sitios mientras a escasos kilómetros la abundancia bendice a otros. Por supuesto, este resulta un tema para otro texto.

Solo los aseres

Volviendo a mi historia: “Órale, cubano”, me dice antes de marcharme de Tapachula, la última tarde en la calle Poniente, el señor que cuida la puerta del pequeño mercado. “Ustedes sí son buenos”, me espeta luego, para mi sorpresa, mientras le pongo la mano en el hombro y le pregunto cómo va su día. Es de baja estatura y piel quemada este noble señor: trabaja, según cuenta, de “lunes a domingo” y admira mi tierra, porque por allí pasan muchos, pero solo los “aseres” se detienen a saludarlo.

De manera religiosa le muestro mi bolsa y el comprobante. En turnos pasados, confiesa luego, el faltante era considerable, pero aún así a él lo quieren “echar”. Para gente de otros lares, el mexicano que cuida la puerta en Oxxo apenas existe; es más, muchos probablemente ni siquiera podrían describir las facciones de su rostro. Cuando asiste a su labor de rectificar si lo comprado coincide con lo que cada quien lleva, solo recibe protestas, mofas y malas caras.

Es la cruel costumbre que machaca psicológicamente a este hombre de bien. Ha pensado, según dice, en renunciar a su puesto y buscarse la vida en otra parte; construyendo bajo el sol, manejando un taxi, limpiando calles o pisos, arreglando desperfectos... El peso de la pirámide invertida aún no le resulta liviano. Y sin embargo, él mismo luego se retracta y reconoce que debe tragar en seco y seguir. Todo por su familia.

Una amiga avileña, sin embargo, me recuerda a cada rato que acá, al sur de Chiapas, resulta agradable la forma educada en que la gente nativa te saluda en cada sitio. Y yo, pensándolo bien, me aferro también al simple hecho de que, para los míos, un mexicano que jamás en la vida volveremos a ver al menos se lleva a casa cada día la anécdota de los cubanos que lo consideran de igual a igual, sin egos inflamados ni falsedades. Ese pedacito de Cuba, que muchas veces infravaloramos, es un color más en la bandera que portamos simbólicamente en cada rincón de la geografía.

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Eduardo Grenier

Eduardo Grenier periodista cubano

(Pinar del Río, Cuba, 1997) Periodista, pese a todo y pese a todos. Escribo por un único afán: contar lo que veo y lo que siento sin maquillajes. Soy de Pinar del Río y de Cuba, en ese orden. Amo el fútbol desde que tengo uso de razón.

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