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Opinión | Unas líneas desde Camagüey (VIII): La riqueza material

Nunca fue más evidente que ahora la existencia de un límite para la riqueza material. Hay un solo planeta repleto de humanos depredadores.

Ilustración Árbol Invertido.
Imagen: Árbol Invertido (generada con IA)

Ningún límite de riqueza ha sido establecido para los hombres, dijo Aristóteles. Pero nunca fue más evidente que ahora la existencia de un límite para la riqueza material. Hay un solo planeta repleto de humanos depredadores. Se ha puesto de moda que podemos irnos a saquear a otros planetas, pero eso solo retarda la solución. ¿Hay límite? ¿No quedamos en que somos libérrimos, que no hay nada que no podamos lograr, o por lo menos intentar? Pero, ¿para qué? ¿Para ser felices, o para ser felices rompiendo algo, quebrando una norma, negándose a cualquier limitación por el mero hecho de que es un límite que consideramos como una limitación? Durante doscientos años se celebra una y otra vez al artista que desbarató las convenciones de su época, que hizo estallar carpenterianamente la catedral de la expresión colectiva. 

Pero Bach no reventó nada. No escupió ninguna forma. No guillotinó a nadie para afirmar su tendencia, más bien tomó temas musicales ajenos y los purificó y elevó. Bach llenó los difíciles límites del arte de entonces con verdad y genio. Hay un error, que estamos a punto de comprobar todos dramáticamente, en creer que el límite es limitación, y que la limitación, de afuera o voluntaria, es prohibición o mediocridad. ¿Podemos convertirnos en máquinas o dejarle el planeta a unos artilugios que jamás competirán, ontológicamente, con un amanecer o con una muchacha desnuda? Pues bien, no está prohibido. ¿Alguien pudiera admirar un amanecer perpetuo? ¿sería bella la muchacha si midiese un kilómetro y siguiera creciendo? 

El ser reclama el límite. Cumplir magistralmente con el límite, incluso si es tan recio como el de una fuga a cuatro voces, puede ser gloria.


Negar la existencia de Dios

Negar la existencia de Dios es un derecho. Pero negación no es prueba. Y ocurre que la existencia de Dios no puede probarse, pero tampoco disprobarse. Esto se ha probado mucho, pero en el mundo del Individuo Individual lo que no le consta al Individuo ni siquiera es sometido a consideración, sino tachado de fantasía o de falacia para confundirte y hacernos daño. Se ha implantado pues un Empirismo Subjetivo Individual, del que se burló Martí en Cuentos de Elefantes de La Edad de Oro. El ciego que abraza la pata del elefante afirma que el elefante es cilíndrico, y el que agarra la trompa jura que… La mayor parte de la humanidad queda así condenada a un no conocimiento que deja además abolido todo el milenario esfuerzo de los humanos por usar cabalmente de la razón y entender el mundo y la existencia. Las redes son el paraíso de esta bendecida idiotez. El arribo de la llamada Inteligencia Artificial puede llevar estos extravíos a un paroxismo de demencia colectiva dizque irreversible… En cuanto a la imposibilidad de disprobar la existencia de Dios, puede argumentarse que se trata de una falacia para admitir la consideración de un bulo. Bien: ¿puedo demostrar que amo a Belinda? No, aunque haga por ella todos los sacrificios imaginables. Si no le gusto a Belinda tal vez dirá que estoy mintiendo, que mis holocaustos son un truco, que sólo quiero poseerla y esclavizarla. —No todo puede probarse, no todo puede estar sometido a la experiencia individual como regla de la verdad. En cuanto a tu experiencia individual, comprenderás que no es la mía. Amo a Belinda justamente porque ha cumplido ya cien años.

El ateo cree que no hay Dios. Pero nunca se queda con esa fe en algo indemostrable —que implica sin remedio afirmar que el universo y la vida humana no tienen ningún sentido, aunque a tantos le resulta indiferente esa contundente proposición—, sino que de inmediato crea otras creencias para apuntalar la vida personal y social fríamente atea. Por lo general el apuntalamiento se vuelve, en compensación, muy cálido. Ya sabemos que la Diosa Razón cortó cabezas. El socialismo real es un manantial de mitologías. El ateo práctico post renacentista crea poco a poco la Religión de la Tierra, en la que todos seremos felices cuando hayamos sometido a la naturaleza y a todos los hombres a un ideal de vida social perfecta, garantizada por la riqueza material. El Hombre, sin ninguna divinidad existente o imaginaria, crea su propio Orden. No es el Ordo Amoris de Max Scheller. Es el orden cerradamente humano de la Libertad del Hombre, en la que el amor puede o no quedar incluido, y que resulta ser la libertad de un grupo de hombres o de uno solo, incluso presidiendo la libertad de un pueblo (ahora que los fascismos están de regreso) en contra de la libertad de los otros. Yo creo en la Libertad del Pueblo de Dios. Pero cuando la procedencia divina es suprimida, y no me refiero a las declaraciones sino a las realidades comprobables, la libertad del pueblo consiste en esclavizar al pueblo a la esclavitud de las cosas. Ahora bien, los liberales y los comunistas no se ponen de acuerdo acerca de cómo sería la Vida Total sobre la Tierra. Los liberales quieren mucha libertad para que cierta parte del pueblo tenga cada vez más cosas. Los comunistas no quieren libertad sino para producir y repartir bien —según el criterio de una pequeñísima parte del pueblo— las cosas. Todas estas perversiones proceden desde luego de la necesaria necesidad humana de producir, de crear riqueza y bienestar material, que se dispara cuando, desde el Renacimiento, renace la capacidad humana para explotar el mundo con el pensamiento, la ciencia y la tecnología. 

La riqueza material es buena: debemos cultivar el Jardín planetario, incluso galáctico. La creación de riqueza material es creación, una parte de la creación humana, que sostiene y apoya a toda humana creación. Oponerse a la creación de riqueza material es oponerse a la creación. Convertir a la creación de riqueza material como la única o al menos la mayor creación humana es una falacia peligrosa. Participar en la creación de riqueza material como si no fuera creación —del genio individual, y del colectivo, véase cómo delira SpaceX cuando despega la Starship, y yo con ellos—, sino como una maniobra del egoísmo, incluso del despotismo, —es usurpación y crimen. Y evidentemente, la creación humana, por muy galáctica que sea, no puede salirse de Lo Creado. Estamos llegando al límite de la riqueza material, pues en un siglo puede ser eliminada totalmente la pobreza en el planeta, y al mismo tiempo el agotamiento de los recursos, la sobrepoblación y la concentración de opulencia en poquísimas manos, nos hará enfrentarnos a una Filosofía de la Riqueza Material como Creación.  La Economía dejaría de ser considerada una máquina autónoma —liberales y comunistas coinciden asombrosamente en esa brujería, siendo actualmente una máquina de perversiones y absurdos que funciona muy mal—, para quedar integrada al verdadero progreso, que es el del humano libre, feliz, exitoso, creador.

Pues sí, dicen que la Economía es una máquina, sometida, como la máquina que es la naturaleza, a leyes digamos que naturales, inviolables. Smith creía en la mano invisible del mercado, que organiza en forma automática los precios y crea una armonía económica impecable. Marx creía mucho más: que la vida económica determina en última instancia todo en la historia humana. Lo primero me suena a fantasmagoría, pues nadie vio nunca esa mano ni nunca hubo armonía alguna, sino lucha despiadada por el dinero. Lo segundo es dictadura, incluso en primera instancia. No hay prueba alguna de que la producción de riqueza material tenga semejante autonomía: sobran las pruebas en contra. No solo de pan vive el hombre, dijo el Nazareno, pero es interesante que incluso los adoradores del Becerro de Oro estén a menudo más interesados en el juego del poder que en el disfrute de la riqueza: ¿alguien puede vivir en diez mansiones a la vez? ¿se acuerdan de cómo es la cocina en la decimoctava mansión? 

¿Puede la creación de riqueza material convertirse en creación autoconsciente, como la del escritor, el artista, el científico, el tecnólogo, pero en la dimensión social, de grupo y colectiva? El trabajo, ¿puede ser juego? Mil veces Occidente se ha planteado este asunto, desde la Ilustración alemana para acá. El joven Marx concibió un comunismo para lograr ese paraíso. Cualquiera puede ser artista, dijo Beuys mientras pelaba unas papas artísticamente, o con humildad. Si algún pensador ilustrado viera las posibilidades de la ciencia y la tecnología contemporánea, quedaría estupefacto de que no solo no se usen para dignificar e incluso superar el trabajo de la creación material en aras de la felicidad humana, sino que ni siquiera se considere otra felicidad que la del aumento de esa y no ninguna otra riqueza material, a cualquier precio, como si fuese ella misma el telos, el objetivo de la felicidad o al menos el bienestar colectivo. Ahora que entramos en la fase de la llamada Inteligencia Artificial y la Energía Infinita, esas posibilidades se me antojan una bofetada. Lejos de apuntar a un paraíso humano, se discute seriamente si hemos llegado al fin de la humanidad y su sustitución darwiniana por unas máquinas que supuestamente van a querer vivir y pensar y hacer un paraíso para ellas mismas, o un infierno, o cualquier otra cosa, pero sin nosotros. Es mucho más probable que unos ultramillonarios trasnacionales absolutamente sin control erijan, con esos recursos, su propio pretendido paraíso, como profetizado en Metrópolis y consagrado en Blade Runner. Si a esto se suma la consigna del mundo multipolar, esto es, la invitación al surgimiento de nuevos imperialismos que conquistarán por las buenas o las malas a las naciones inferiores y débiles, resulta evidente que estamos al borde de un Nuevo Orden, un Mundo Fascista, hipertecnológico, opulento para muchísimos, terror y esclavitud para todos, necesariamente violentísimo, expandido a la órbita, a la Luna y a Marte, una distopía sin necesidad de Netflix, un infierno más que global que, una vez establecido, no tengo idea de cómo se podrá no ya abolir, sino siquiera combatir. 

¡Millonarios de todos los países, uníos!

¿Seréis tan inútilmente hipócritas para seguir con la farsa de la democracia? 

¿No tenéis pruebas de sobra de que hay gente subhumana, floja, incapaz de crear riqueza material, cuya única posibilidad de salvación, de tener algo, es obedecernos a nosotros, los capaces? 

¿No somos nosotros, los probadamente listos, los que le definimos a esos imbéciles qué es bueno y qué es malo, qué es paraíso y qué es infierno?

¡Viva el Mayimbato Universal! 

¿Pueden las democracias actualmente existentes enfrentarse a este Destino? Son pocas, apenas una docena, y es precisamente en su seno donde este Destino se elabora con descaro. Las democracias francesa y estadounidense partían de la igualdad de todos los humanos, cada humano un voto libre y la mayoría de votos determina el poder, pero eso es lo que no se acepta ya de ninguna manera, puesto que la realidad ha demostrado, según estos fascistas de nuevo y sutil cuño, que un hombre proactivo dotado de capital vale por mil millones de pobres, negros, escritores y homosexuales. Ni siquiera se les ocurre pensar que esas posibilidades de creación de riqueza material que ellos manejan con destreza es el resultado acumulado de generaciones y generaciones de científicos, tecnólogos y empleados, y que sin ellos esa magia del CEO se va a pique de inmediato. En todo caso, a esa gentecita se le deja caer la migaja, que con la cantidad de riqueza que hay ahora, sería siempre una migaja de lujo. Por supuesto, un número notable de millonarios se da perfecta cuenta del riesgo latente en estas tentaciones. Porque que no se trata de un proyecto exclusivo de los ricos, sino de una parte beligerante de esos ricos con otros grupos sociales tan escasos de cultura como acomplejados por su inferioridad social. Es exactamente el mismo material del que se nutrieron Mussolini y Hitler, incluyendo antisociales de catálogo y militares impresentables. Pero ahora hay un peligro mayor: la globalización de esa tralla. Ucrania se desangra porque un fascista ruso es lo mismo que un fascista estadounidense. ¿Por qué peleamos, amor? ¿No pudiéramos repartirnos el mundo como querían Adolfo y Kissinger? Ucrania es de Rusia y Cuba también, o la recuperaremos. Los iraníes esclavizan a las mujeres y matan a los homosexuales, sí, pero, ¿acaso no eres un hombre tú?

Por otro lado, esas democracias se enfrentan a dos peligros mayores: la corrosión desde abajo de los ideales de igualdad, libertad y fraternidad, en todos los ciudadanos, especialmente en la clase media; y la incapacidad de los políticos y sus ideólogos para salir del marco de referencias habitual acerca de la estructura y funciones de la democracia. Cada cual es un individuo y defiende lo suyo, lo que está bien; pero no podrá lograrse nada fuera de la responsabilidad social. Los liberales se han creído el cuento hegeliano del fin de la historia, y se niegan a reconocer que la acumulación de riqueza en un número insignificante de personas tiene que ser reconsiderada, que todo el orden de creación y distribución de la riqueza material tiene que ser sometido a análisis, a discusión colectiva y permanente. O enterramos la democracia que realmente existe, y llamamos a unos hombres con bigotito, para que gobiernen a nombre de Dios. 

La democracia es un sistema abierto. Puede y debe reestructurarse sin negar sus fundamentos. No hace falta ninguna revolución, ningún apocalipsis de pacotilla. Pero el cambio tampoco es inexorable. Téngase en cuenta que esas democracias son pocas. Para los países no democráticos o con gobiernos autoritarios o despóticos, la quiebra de la democracia realmente existente significaría el fin de la esperanza. O tal vez la búsqueda agonal de esa nueva fase de la democracia que los demócratas históricos y profesionales ya no pueden engendrar, ni aceptar, ni imaginar.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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