Vivir en otro país implica renuncias sentimentales como una carga que las personas llevan en silencio. La gran diferencia de su peso reside entre las palabras: emigrante y exiliado. En el caso de Cuba, mirar a la distancia un país indescifrable, cuando la decisión de no volver, no tener permitido el regreso o ser sometido a la expulsión, es una marca simbólica acuñada en la frente de un exiliado. Comprender el desarraigo solo es posible cuando se experimenta alguna de las tres condicionantes que provocaron una salida sin espejo retrovisor.
Cuando terminé de ver El caso Padilla (Pavel Giroud, 2022) recuerdo haber sentido un miedo desproporcionado, sin lugar ni origen definido, nunca experimentado. Muchas veces el horror ataca en silencio y esa tarde hizo escala en mi cuerpo el desasosiego por no saber cómo explicar todo aquello. Ese proceso tan singular de un poeta conducido por un particular infierno donde su única opción fue rociarse con la gasolina de la culpa y correr con un fósforo encendido.
La noche donde Padilla usó la máscara de la culpabilidad para terminar de una vez aquella macabra función, mientras actuaba su papel incendiario casi quemándose a lo bonzo, mencionó una novela que estaba escribiendo, la cual no iba a continuar, pues había comprendido lo herrado de sus acciones y la perfidia contenida en aquel aborto literario cuyo nombre era: En mi jardín pastan los héroes. El llamativo título de esta novela se debe a un verso del poeta salvadoreño Roque Dalton, amigo de Padilla.
Casi un año después de sentir el pálpito del miedo en mi pecho, aquella tarde cuando escuché la voz auto acusatoria del poeta, caminaba por una de las calles de Ourense, en Galicia, y encontré una librería de segunda mano. Entré, y mientras exploraba con la vista, leí un poético nombre y no dudé en tomarlo, era: En mi jardín pastan los héroes. La novela estaba junto a otros títulos de autores de la isla. La curiosidad levantada por esa novela mencionada por Padilla y un breve fragmento mostrado en el documental de Giroud fueron más que suficientes para quedarse de manera fija en mi recuerdo.
Cuando se lee En mi jardín… es difícil imaginar un color para su historia, la brumosa manera de retratar el estado de ánimo de los personajes, salvo leves destellos, encierran el mundo de esta novela en una atmósfera gris.
Julio es un traductor que vive con su esposa arquitecta quien enfocada en el trabajo trata de recuperar la ilusión. Julio es un perenne desencantado, ambos viven en una casa a la cual han comenzado a clausurarle habitaciones, similar al magnífico relato de Julio Cortázar: “Casa Tomada”. El continuo deterioro del estado constructivo del sitio donde habitan los ha obligado a reducir su espacio y movilidad. Es en la estrechez donde reside una de las mayores metáforas a lo largo de la novela, poco a poco Julio siente como inhabitable su propio hogar y una fuerza extraña que lo va expulsando. Es precisamente en los silencios bien aprovechados, teniendo en cuenta quien es el autor de esta novela, donde podemos identificar que no solo es una ficción lo que el lector encuentra, si no una historia personal de abatimiento y expulsión por una fuerza centrífuga invisible en apariencia.
La angustia de Julio se cataliza cuando encuentra una fisura en la pared de su biblioteca, la cual permite mirar hacia afuera el jardín frente a la casa y un poco más allá. A pesar de lo minúsculo de este orificio, Julio se siente vigilado y esa sensación contribuye a su desconfianza. Para acrecentarlo, uno de sus vecinos se pasa el día en el balcón apuntando en una máquina de escribir algo desconocido, que presume Julio sean informes acerca de sus movimientos diarios.
Padilla, a través de un poderoso simbolismo como una casa con una grieta en la pared, pero no en una pared cualquiera, sino justamente en la biblioteca de Julio, donde este trabaja como traductor y constantemente duda y se molesta, deja entrever como el conocimiento de las personas y la manera de este ser ejecutado en la sociedad debe ser rigurosamente tanteado, pues el autómata es el sujeto ideal de quien se encarga de fabricar miedos, algunos reales y otros infundados, como el de Julio al sentirse inseguro en un espacio de su total dominio, hasta el momento de descubrir aquella grieta que significa para él mantener a toda costa las apariencias.
Esta percepción orwelesca de vigilancia tiene una fuerza inusual en la novela. Hallar una grieta en la pared de su casa, donde varios cuartos permanecen cerrados al no poder hacer estancia nunca más en ellos, sumado al constante sonido de una máquina de escribir que tal vez detalle minuciosamente los gestos y rutinas de Julio y su esposa, hacen de la historia un circuito cerrado de fiscalización donde hasta la intimidad parece un lujo.
La novela presenta también la historia de Gregorio, un escritor a quien los recuerdos de su niñez y su pasado en la URSS como funcionario, lo invaden constantemente. Escribir es cada vez más difícil para Gregorio, por la inseguridad que siente al no estar convencido de crear con la calidad que aspira y sin mencionarlo directamente, Padilla describe a otro ser abatido por las circunstancias que atraviesa en una realidad, a su percepción, también asfixiante.
En ciertos momentos el vuelo poético aparece en los párrafos de esta obra y la belleza de construir un escape para respirar del agobio permite disfrutar de la dualidad de Heberto Padilla como narrador y poeta. A lo largo del libro también el surrealismo, por las alucinaciones de sus personajes o escenas de conversaciones con fantasmas, lleva al lector hacia una irrealidad donde sus personajes deciden hacer estancia por varias páginas.
El camino bifurcado de este libro se une cuando Julio, primer personaje, se une al Gregorio escritor, y ambos, alcohol de por medio, conversan y se perciben más cercanos de lo que a primera vista parece. Padilla rompe con el muro de contención de ambos y les brinda un escape breve a los dos para que olviden y sientan por unas pocas horas la libertad negada en una Habana extraña y calurosa.
Pasaron unos diez años para que este libro, cuya primera edición, por la editorial española Argos Vergara, corresponde a septiembre 1981, fuese publicado. Un prólogo del autor detalla las circunstancias de su dilatada fecundación y el método novelesco, aunque totalmente real, como pudo llevarla consigo fuera de Cuba oculta entre varios papeles sin aparente importancia.
Desde la ficción es posible constatar mejor la realidad sobre la cual se apuntala una historia, sin embargo, algo premonitorio ocurre al leer esta obra, tal vez sin pretenderlo en primera instancia. cuando Padilla comenzó a escribir En mi jardín…,o realizado con total intención, más que sus personajes el lector encuentra constantemente a su autor en las situaciones descritas. Padilla no solo oficia como narrador, es un personaje invisible que aparece constantemente mientras se desarrolla la historia. La percepción de un destino difícil configura este libro como una especie de novela-oráculo con la predestinación ya establecida, donde la certeza de algo mejor posterior al inicio de la escritura de esta obra fue inexistente para su autor, al llevar consigo hasta su muerte la marca y el peso de una expulsión.