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Opinión | Unas líneas desde Camagüey (IV): La perfección de amar

"Para amar a Dios y al prójimo, hay que pecar de alguna manera, aunque solo sea porque otros pecan. Todo el que aspira a no pecar no es sino sepulcro blanqueado".

Ilustración de un atardecer en Camagüey.
Imagen: Árbol Invertido (generada con IA)

La dignidad es el derecho de todo ser humano a ser amado. A ser amado como es, sin condiciones. El amor comienza por el respeto. Y por lo tanto la Causa del Amor en el mundo tiene que comenzar por la dignidad. El culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre y la mujer —la dignidad plena, no simplemente la dignidad— significaría el comienzo de la Causa del Amor en nuestro pueblo. Quizás en el mundo, porque no conozco ninguna otra declaración programática de este tipo en ninguna nación.

Para descubrir al justo, atiéndase no a lo que hace, sino a lo que no hace: a lo que renuncia para mantener su integridad. Todo el que busca méritos visibles ignora esta dimensión, y es por lo tanto un farsante. Pocas personas son capaces de ver el no hacer del justo. Pocas personas son capaces de ver al justo. Pocas personas son capaces de ver. Unas son ciegas y otras viven una rebelión invencible contra la justicia.

La función de los mejores no es gobernar, sino hacer gobernable el mundo, con la multiplicada fuerza del ejemplo.

No puede haber un gobierno virtuoso con ciudadanos pervertidos. La única garantía de un buen gobierno es la buena conducta generalizada de los ciudadanos. Esa meta es posible, o en todo caso hay que luchar siempre por ella.

No busquemos nunca el amor perfecto, sino la perfección de amar. La perfección de amar comienza por la aceptación del carácter imperfecto de las personas amadas, y del amante mismo: incluso, la perfección de amar es en el hombre, siempre, un acto de imperfección. La perfección de amar imperfectamente, erróneamente, incluso turbulentamente, pero siempre con lo mejor del alma. Solo el Amor que es Dios es perfecto. Y sin esta perspectiva de perfección no vale la pena vivir.

 Poesía visual de Rafael Almanza: La Torre del Ansia, de “El parque AlmAnsiA”.
Poesía visual de Rafael Almanza: La Torre del Ansia, de “El parque AlmAnsiA”.

La aspiración inútil a no pecar no es sino amor a sí mismo. Para amar a Dios y al prójimo, hay que pecar de alguna manera, aunque solo sea porque otros pecan. Todo el que aspira a no pecar no es sino sepulcro blanqueado. La santidad no consiste en no pecar sino en amar hasta el sacrificio de sí mismo.

Hay gente que cree que puede amarse a sí mismo sin amar al prójimo. Lo que aman es su propia miseria, desde luego.

No me interesa tanto tener un pensamiento propio como acercarme a alguna verdad. Lo que pasa es que el acercarse a alguna verdad, o al menos el intento, puede generar un pensamiento propio. De hecho, lo genera de alguna forma, porque la realidad es demasiado vasta y el individuo es demasiado distinto dentro de la igualdad de la especie y de la semejanza con Dios, como para no encontrar un matiz, un ángulo, incluso un escándalo inédito, imprevisto, imprevisible de la verdad. Tal vez la función de cada conciencia en el universo es ver y denunciar ese escándalo: porque como dijo el iluminado poeta: quién vio jamás las cosas que yo amo. Y el imponer a una persona un pensamiento que le es ajeno significa necesariamente un alejamiento de la verdad, en primer término para el que intenta imponerlo.

Una sociedad amorosa no es aquella en la que un amor definitivo ha sido impuesto, sino en la que cada ciudadano es libre de amar o no amar, según su criterio del amor, en el estricto respeto a la libertad del otro. Pero esa libertad de amar tiene que venir de la intención de amar, más allá de la necesidad de libertad.

Llega el aguatero y, como me oye quejarme, me dice: si no tuvieras estas dificultades, no sería la vida. Amén.

Poesía visual de Rafael Almanza: Torre del Deber, de “El parque AlmAnsiA”.
Poesía visual de Rafael Almanza: Torre del Deber, de “El parque AlmAnsiA”.

El obsesionado con no pecar está intentando salvarse a sí mismo, y solo eso le interesa: es un egoísta. Pero nadie puede salvarse a sí mismo y menos a través del egoísmo. Lo que disminuye el pecado no es el afán de no pecar sino la práctica del amor, y el pecado que se cometa en ella será perdonado por el Amor.

No quiero salvarme yo. Quiero salvarme con todos los míos. Quiero que nos salvemos todos.

Judíos y musulmanes creen que Dios, además de Todopoderoso, es misericordioso. Pero esa noción, misericordioso, no lo define como Amor. Aunque el término islámico de Clemente (Al Rahman) antes de Misericordioso (Al Rahim) apunta ya a una esencia amorosa de Dios. Pero no es lo mismo tener misericordia que ser el Amor, es decir, tener la misericordia como el ser propio y absoluto. Nosotros tenemos misericordia, pero ciertamente no somos el amor ni con minúscula. La Revelación cristiana consiste en que Dios nos ha probado que su Poder es Amor, al hacer Él mismo el máximo acto de amor de sufrir y morir por nosotros. No solo morir cruelmente, sino ante todo sufrir con y como nosotros. Con eso prueba también, paradójicamente, su omnipotencia. Un Dios que muere es un absurdo, pero solo para nuestra lógica sin amor, no para la lógica del Amor ni para el Amor que hace todas las lógicas.

Me prefiero maestro antes que escritor. Nadie puede estar seguro de la futura utilidad de su obra, a menos que se trate de un narcisista ridículo. Pero lo que un maestro pone de bueno en el alma de un muchacho, está escrito en los cielos. No puede ser borrado. Es un acto perfecto, suficiente, absoluto. Un resultado que no puede ser destruido. Un prodigio de satisfacción, y un recurso de salvación.

Almanza

Obedecer a la vocación es obedecerse, equivale al ejercicio de ser lo que uno es en Dios.

La muerte es una forma de la justicia. Inferior a la concepción en el seno materno, al nacimiento, al descubrimiento y la práctica del amor, pero necesaria para la justicia perfecta de la contemplación de Dios en la vida eterna.

El cristiano no debe luchar por un reino de Dios sobre la tierra. Eso es blasfemia, y no ocurrirá, ni puede ocurrir, jamás. El Reino de Dios es prerrogativa absoluta de Dios. El deber del cristiano es luchar no por un reino de Dios sino por una república de las personas, que se parezca lo más posible a nuestra idea del Reino, que esté orientada hacia sus valores, que esté profundamente vinculada a él por la práctica del amor al prójimo y por la vida de la obediencia y la oración.

Esto puede pensarse: después que el Padre engendra al Hijo, tiene que engendrar el universo. Pues habiendo engendrado Su Igual, que es él mismo, por amor, solo puede engendrar lo que no es su igual, también por amor. Y porque engendra el universo por amor –o los universos, si se quiere- tiene que atraer hacía sí a ese distinto. Librarlo de su soledad, atraerlo, salvarlo. Dios crea su otredad y la atrae hacia su mismidad, porque su mismidad es una otredad íntima.

Poema visual de Almanza 5

Nadie me debe nada. Yo le debo el ser, que es la potencia de la gloria, al Ser. Y soy deudor de todos, porque mi ser no puede existir sino como un ser repartido por el Ser.

Tomás el Apóstol: el verdadero Incrédulo no es aquel que no cree porque no ha visto, sino aquel que, aun viendo, se niega a creer.

Para creyentes de otras religiones, la idea de que Dios pueda nacer aquí es un absurdo mayúsculo. Dios es increado, y ni hablar de nacer en la cuna creada por Él mismo. ¿Para qué, cómo? Pero, ¿está completa la Creación si en ella no surge el Espíritu? Ha surgido, evidentemente, una variante modesta, pero innegable, del Espíritu: el ser humano. ¿Para qué? No sabemos, pero debe ser para algo. El surgimiento de la Conciencia en el universo es un acontecimiento descomunal, que es imposible que sea inútil. La omnipotencia de Dios pudiera crear un universo en el que no surjan seres inteligentes, pero no es lo que ha hecho en este universo. Aquí ha surgido el Espíritu, no sabemos cómo ni para qué. Pero parece muy incompleto, si nos atenemos a lo mediocres que somos estos seres, en lo individual y en lo colectivo, precisamente desde el punto de vista del Espíritu (y desde el punto de vista material también: cojos, ciegos, enfermos de nacimiento, la lista que tanto disgustaba al loco de Nietszche, que acabó defendiendo a un caballo abusado en la calle). En la Creación ha surgido el Espíritu y está muy incompleto. El Espíritu nace como Hijo del Hombre, lo que establece la legalidad de la existencia humana en dirección al Espíritu. El nacimiento del Hijo de Dios completa necesariamente la Creación, llamándonos colectivamente al Espíritu, y dejándonos, después de su muerte y resurrección, el Espíritu que nos complete. (Sábado Santo, MMXI).

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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