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Opinión | La literatura como misterio

"Hay dos tipos de lectores fácilmente discernibles: aquellos que solo buscan respuestas y los que buscan preguntas, sin miedo a cuán crueles o lacerantes puedan ser."

Libro rodeado de luces con velas, faroles y otros libros antiguos.
Imagen: Árbol Invertido (generada con IA)

La literatura no es tan buena para deshacer enigmas, como sí quizás para crearlos, o sencillamente enriquecerlos. El buen poema no es el de excelente métrica y rima, sino el que te deja en el cuerpo la sensación de entender mucho y a la vez no entender casi nada, ese sabor a cosa por desentrañar que siempre se resiste y que espera por algo así como una epifanía, una intervención divina, o un destello de locura.

La mejor novela no es la mejor escrita ni la que cuenta la historia más rocambolesca, sino aquella que trata del enigma en sí: el de todas las cosas: la vida, la muerte, la religión, el pensamiento humano, la razón o sinrazón de la mayoría de nuestras acciones. Nunca entenderemos del todo la lucha de Raskolnikov consigo mismo, la del capitán Ahab contra la ballena blanca, o la de Madame Bovary contra ese entorno viciado de costumbres que la precipitó hacia su desesperado fin.

"Mujer joven en un bote", James Tissot, 1870. Esta obra suele asociarse con la figura de Emma Bovary.
"Mujer joven en un bote", James Tissot, 1870. Esta obra suele asociarse con la figura de Emma Bovary.

En un pasaje de El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad a través de Marlow, el marino, nos dice:

"Observaba la costa. Observar cómo se desliza la costa a un costado del barco es como pensar en un enigma. Ahí está, frente a uno: sonriente, ceñuda, seductora, majestuosa, cruel, insípida o salvaje, y siempre silenciosa como queriendo susurrar, 'Ven y entérate'".[1]

Así actúan los libros sobre nosotros, nos dicen: "Ven, descubre", y lo que descubrimos es que siempre tenemos más dudas que certezas, con lo que chocamos de cara es con que el misterio es cien veces mayor de lo que creíamos. ¿Qué nos da entonces la literatura? Nos da una dimensión mayor de la entereza y la fragilidad humanas, nos pone y nos predispone ante un enigma que se hace más humano en la medida en que comprendemos que su grandeza reside en la carencia de respuestas.

"Hay dos tipos de lectores fácilmente discernibles: aquellos que solo buscan respuestas (...) y los que buscan preguntas."

Por mucho que filosofemos, la vida y la muerte parecen pertenecer a una dimensión a la que no llega nuestro entendimiento, como tampoco accedemos a imaginar la infinitud del tiempo y del espacio; por ello, quizás no hay mejores ni más abordadas temáticas en el amplio espectro que abarca toda la escritura humana. Difícilmente encontraremos una gran obra literaria que no esté llena de paradojas en torno a nuestra condición de mortales, alusiones a nuestra fragilidad ante el paso del tiempo. 

Hay dos tipos de lectores fácilmente discernibles: aquellos que solo buscan respuestas (no importa lo elementales o endebles que estas sean); y los que buscan preguntas (sin miedo a cuán crueles o lacerantes puedan ser). Preguntarse es horadarse; responderse, en la mayoría de los casos, es dejarse arrastrar por los cantos de sirenas. Estos grupos de lectores son como el agua y el aceite; los primeros difícilmente llegarán a comprender a los segundos, mientras que los segundos formularán disímiles teorías creyendo entender a los primeros, pero igual esto podría no suceder del todo. No obstante, es más fácil deducir las razones de un conjunto de humanos, que las de un solo humano en particular.

En una página de Borges leemos que un soneto perfectamente escrito no es más que pura porquería. El artificio, la mera forma, carece de valor. La gracia solo está en el misterio. Un buen poema es como el címbalo que retiñe, y suena más mientras más nos alejamos de él, pues su fuerza es imántica y misteriosa. 

Poeta griego Konstantinos Kavafis.
Poeta griego Konstantinos Kavafis.

Con una sola lectura de La ciudad, ese poema abrasivo de Konstantinos Kavafis, estaremos condenados de por vida. Sabremos cosas que quizás sea mejor no tener en cuenta si lo que queremos es llevar una vida diáfana y tranquila. Lees ese solo texto y tu capacidad de autoengañarte se va al suelo y se desperdiga en millones de pedazos imposibles de juntar. 

¨La teoría del iceberg¨ de Hemingway, tan vinculada con la tesis de Ricardo Piglia de que un cuento es dos cuentos, se sostiene por el hecho de que toda la literatura, en su incesante mimesis o imitación de la vida, encuentra su mejor sabor en las cosas que solo presentimos o vislumbramos.

El famoso argumento que Chejov jamás llegó a desarrollar: "Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa y se suicida", deja entrever que lo literario, la fuerza del relato que no fue, radicaba en el misterio, en el parcial o total desconocimiento de las razones que llevan al hombre a suicidarse. Y si bien hay un misterio en cada muerte, también lo hay en la determinación de vivir un solo día más. 

"La literatura es un repositorio de nuestras dudas, miedos e incertidumbres."

Hay más literatura en torno a la incapacidad humana, que en toda su capacidad. Quizás podamos advertir qué es lo que nos gusta o disgusta en una persona; sin embargo nunca sabremos qué es lo que nos hace enamorarnos u odiar desaforadamente, qué recóndito gatillo en nuestro cerebro activa el percutor que desencadena una reacción indetenible. Podemos conocer las razones que nos llevan a sufrir una pérdida, la ciencia nos puede hablar del dolor y sus cinco etapas, pero no podemos dejar de sufrir deliberadamente. Como mismo no existen olvidos voluntarios, tampoco arrastramos los recuerdos por decisión propia. En estas incapacidades se ceban los desvelos y las novelas.

La gran literatura solo plantea interrogantes, desde las clásicas e imperturbables: ¿Qué somos?, ¿De dónde venimos?, ¿Hacia dónde vamos?, hasta el: ¿Por qué matar?, ¿Por qué no matarme?, ¿Por qué dar vida? Decía Camus que la dicotomía esencial de toda la filosofía radicaba en si valía o no la pena vivir; mientras que Serrat, en su canción "Pueblo blanco", lanza al aire una pregunta que es casi un disparo: "¿Por qué nacerá gente, si nacer o morir es indiferente?" Lo cierto es que de Homero a Tolstoi, de Shakespeare a Eugene O’Neill, de Safo a Wislawa Szimborska, la literatura es un repositorio de nuestras dudas, miedos e incertidumbres; una exploración en las zonas más sórdidas e inextricables de la condición humana.

Tratar de entender al hombre es fracasar o especular con entelequias. El misterio nos abruma y nos sobrecoge. José Martí dejó escrito en uno de sus cuadernos de apuntes que: "La vida humana es una ciencia, a cuyo conocimiento exacto no se llegará jamás. Nadie confesará completamente sus desfallecimientos y miserias, los móviles ocultos de sus actos, la parte que en sus obras ejercen los sentidos, su encorvamiento ante la pasión dominadora,—sus horas de tigre, de zorra y de cerdo".[2] 

Estatua de José Martí con el brazo levantado apunta hacia delante.
"José Martí". | Imagen: Pixabay

Asimilar semejantes ideas causa, como primera reacción, dolor y frustración; el hombre constantemente se le oculta al hombre, evade toda posibilidad real de entendimiento; incluso el ser más transparente está plagado de sinuosidades. Incluso el autoconocimiento es una ciencia que no somos capaces de entender del todo.

Creo que si fuéramos capaces de conocernos no necesitaríamos del arte ni de la poesía; toda ficción sería una banalidad, toda música carecería de sentido. El misterio, sea el de un paisaje, un ser, una obra, provoca una ansiedad y un temor que es la razón primordial para vivir, soñar y crear. 

El escritor argentino Juan José Saer dejó escrito en su novela El entenado: "Lo desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto; pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular deseo y alucinación".[3] Lo vislumbrado es precisamente lo que llamamos misterio, y lo que él nombra como deseo y alucinación, son dos componentes esenciales para cualquier tipo de creación artística.

"¿Podría alguien evacuar del todo el millar de dudas, incertidumbres, ansiedades, desvelos, que nos crean las lecturas de la Ilíada y la Odisea?"

Hasta el poema más aparentemente sencillo, si está tocado por la gracia, será portador de uno o varios enigmas. A veces no es solo el enigma de su contenido y forma, sino el mágico desconocimiento de por qué nos gusta tanto, por qué su lectura es tan rica en múltiples sentidos. Cualquiera de los versos sencillos de Martí nos podría servir de ejemplo; horas podríamos pasar reflexionando en torno a ellos y aún así jamás llegaríamos a vaciarlos de significados y misterios.

Toda obra verdaderamente grande contiene valores infinitos, pues a su riqueza intrínseca, le añadimos continuamente nuestra riqueza interpretativa. O sea, que un misterio, el propio, aviva el misterio ya presente en la obra artística. Así que me atrevo a aseverar que una obra es superior en la medida que su misterio es capaz de cautivar a generaciones tras generaciones, sin perder magnetismo, sino, incluso, ir ganando más con el paso del tiempo. 

¿Podría alguien evacuar del todo el millar de dudas, incertidumbres, ansiedades, desvelos, que nos crean las lecturas de la Ilíada y la Odisea? La mayoría de los lectores occidentales encuentran en dichas obras el punto de partida, y en algún punto vuelven a recalar en ellas, como para retomar energía, fuerza, alimento.

Volviendo a Joseph Conrad y a esa novela ya mencionada que es quizás uno de los textos más enigmáticos y desentrañables de toda la literatura universal, El corazón de las tinieblas, recalemos en una frase de la misma: "Vivimos como soñamos: solos…"[4]

Conrad llega a ser despiadado cuando nos avoca a pensar tan crudamente en nuestra condición; y nos demuestra en una sola línea que nadie nos acompaña en nuestro misterio, nadie sabrá jamás lo que somos, nadie podrá acompañarnos en un solo pensamiento, nadie estará a nuestro lado para experimentar el terror de una pesadilla o el esplendor de un beso soñado. Somos, pues, un misterio. La literatura escarba hondo en él, pero solo consigue echar más leña al fuego.


[1] Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1975, p. 54.

[2] José Martí: Obras Completas, tomo 21, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 137-138.

[3] Juan José Saer: El entenado, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2006, p. 26.

[4] Joseph Conrad: ob. cit., p. 79.

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Heriberto Machado Galiana

Escritor Heriberto Machado Galiana en la revista Árbol Invertido.

(Ciego de Ávila, 1987). Poeta y narrador. Licenciado en Estudios Socioculturales. Egresado del XIII Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso en 2011. Ha merecido los premios Poesía de Primavera (2011), Ernest Hemingway (2011), Mangle Rojo (2013), y Calendario (2015). Tiene publicados los poemarios Las horas inertes (Ed. Ávila, 2012), Acantilado(Ed. La Luz, Holguín, 2015), Nacido muerto (Ed. Abril, 2016) y el libro de cuentos El escribano (Ed. Ávila). Cuentos y poemas suyos aparecen publicados en diferentes selecciones de Cuba y el extranjero.

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