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Opinión | Ni revueltos ni juntos

"Quieren visibilidad, quieren que se les premie por el arrepentimiento que ni siquiera pronuncian aunque sea con hipocresía".

Silvio Rodríguez en un concierto.
Silvio Rodríguez en un concierto. | Imagen: Prensa Latina

                                                    Héctor Antón In Memoriam.

Pues sí, ha comenzado la estampida.

Huyen.

Nada nuevo, siempre han estado huyendo de sí mismos.

Contemplemos en el atardecer del apagón, de la mano de la Dama Melancolía, al trovador que nos dice que ya no se siente libre, cual solamente puede ser libre, en esta tierra, en este instante, y soy feliz porque soy gigante.

Gigante rima con instante, y también con caraeguante, un término beisbolero y popular para nada melancólico, al que le sobraría un par de sílabas pero que me resulta más apropiado ahí. 

Sintiéndose gigante, no sé si por sentirse libre con algunas limitaciones que se calla y no canta, el caraeguante nunca se preguntó si había algún conciudadano suyo, uno solo al menos, que se sintiera pequeñito. 

O empequeñecido a la fuerza.

Por saberse esclavo.

Pues no, porque algunos se sienten gigantes cuando tienen una posición. Aunque la posición es más bien minúscula, como ellos.

Y dinero, y viajes, y homenajes. 

El amor de todo un pueblo de gigantes.

Y unas africanas en el refrigerador. 

Yo las comía de niño y luego no he vuelto a probarlas jamás.

¿Quién se comió mi africana?, cantaba con su vocación de rabia el otrora brillante trovador.

Y yo pensaba entonces: de dónde salió la africana.

Nada, privilegios de la posición gigantesca.

De ser libres, cual solamente.

¿Alguien del barrio abrió el refrigerador y se llevó lo que no le tocaba por la bodega?

Siempre sincero, muy personal. Sugerente.

Porque hay que tener una idea muy elevada de la propia persona para titular una musiquita con una referencia a la Serenata de Mozart. Por cierto, la nocturnidad de Mozart es una fiesta feliz, mientras que la luminosidad del trovador resulta deprimente con muertos que hay que perdonar. Pero no importa, porque la mayor parte del público nunca se enteró del metatexto, y el resto la consideró un brillante resultado de la alfabetización colectiva. 

Caricatura de Omar Santana

Le agradecemos a Rodríguez su melancólica cuanto diurna rectificación: resulta útil y tal vez es sincera. Nos ha dejado unas diez o quince canciones recordables. La equivocación está en creer que él puede ser, o decir, algo más que esas canciones. Y esa es toda su huida. Aunque sea porque no tiene a dónde, ni siquiera metafísicamente, huir.

Muy diferente es el caso de la estampida de funcionarios, incluso una persona togada y condenatoria, hacia las dificultades del exilio.

Que son mucho menores que las que enfrentaron esos privilegiados aquí, si es que tuvieron alguna diferente que la de sentirse libres como solamente pueden ser libres los esclavizantes esclavos voluntarios, bueyes con rica y ancha avena.

¡Y tanta gente fina y curta y aprepará!

¡Patín!

Según ellos, a tiempo.

Sí, la estampida es inevitable. El ser humano es así. Y ahora mismo es útil.

Les deseo capacidad intelectual y moral para rectificar. Y luego, muchos éxitos.

No digo discursos de rectificación. Hablo de lo que la persona se dice a sí misma. Si es que es atea y no se lo puede decir a Dios.

Enfrentamos entonces el espectáculo de los que de repente invierten su discurso. Claro, lo consideramos normal —al fin, al fin—, porque sabemos que el discurso anterior era falso. Donde no hay libertad para decir lo que se piensa, todo discurso es falso, aunque la persona esté hablando con lo que tiene de sinceridad. Ni siquiera ese supuesto sincero sabe qué diría en caso de estar dotado de libertad para hablar. La ausencia de libertad para hablar, ya sabemos, implica no ya la autocensura sino la imposibilidad de pensar en libertad, o de adquirir el hábito de pensar, y ambas maravillas conducen a la mutilación existencial, a la persona pordiosera y a las más ridículas fantasías del ego para compensar la vida desustanciada y perdida. La gente se cree gigante pero en realidad es un pedacito de cualquier pánico.

Ahora bien, el discurso a favor de los arrepentidos, que ni siquiera dicen que lo están a pesar de sus inveteradas fechorías conocidas por todos, sino que dicen decir ahora lo que no les dejaban, pobrecitos, decir, —es un discurso sabido pero útil… y lo saben.

"Dictadura", de Marco A. Castillo. "Sin Autorización: Contemporary Cuban Art", Wallach Art Gallery, Nueva York
"Dictadura", de Marco A. Castillo. "Sin Autorización: Contemporary Cuban Art", Wallach Art Gallery, Nueva York

Para qué decirlo: están buscando una posición.

Pero no cualquiera.

Sino mayor.

Ya aquí se sentían gigantes.

¡Cómo no han de sentirse allá!

Quieren visibilidad, quieren que se les premie por el arrepentimiento que ni siquiera pronuncian aunque sea con hipocresía. 

Quieren poder.

Y créanme, aquí no fueron gigantes por gusto. 

Se lo ganaron.

Son muy hábiles.

Y muy capaces.

Décadas de fingimiento les han proporcionado una ductilidad facial y social invencible.

Lo mismo serenata burocrática que reguetón liberal.

Insisto: todo este show está muy bien. Incluso lo encuentro divertido.

Sin embargo, después de mucho pensarlo, no por lo que ha de venir sobre mí por pensar y decir esto que ahora escribo, sino por el asco de tener que ocuparme de esta infamia, y por el peligro de que alguno crea que quiero erigirme en juez de mis conciudadanos —lo que en fin de cuentas también me resulta cómico—, decido pronunciarme oficialmente acerca de la Traición del Abrazo.

O del abrazo de la traición.

Pues sí, ¿no somos demócratas? ¿no somos cubanos? ¿por qué no abrazar al arrepentido sin arrepentimiento, si la estampida es útil y somos además abiertos y generosos?

Emigrantes en la travesía hacia Estados Unidos
Emigrantes en la travesía centroamericana rumbo a los Estados Unidos. | Imagen: Eduardo Grenier

Ya lo decía Mañach: el cubano abraza y nada más.

En realidad, el abrazo y el nada más, contienen mucho contenido.

Yo estoy dispuesto a abrazar a mis enemigos.

Ahora mismo.

Y sin abdicar de mí mismo ni confundirme con ellos.

Pero solo si viviéramos ya en la sincera democracia de Martí.

La política de abrazos con los arrepentidos de última hora sin declaración ni penitencia, o con los que siguen en lo mismo pero fueron nuestros amigos y sabemos que no son tan malos a pesar del elenco de sus constantes traiciones, puede ser muy dulce y muy respetable, pero no sirve para construir democracia.

Como política personal la respeto. Pero no como política social.

El cubano no tuvo más democracia que los años que mediaron entre 1944 y 1952, y ni entonces fue democracia sincera, y la confusión entre lo personal y lo social es absoluta entre nosotros. La libertad es entendida como hacer lo que me da la gana, y los otros que se arreglen.

Y algunos otros se arreglan, y muy cómodamente, y sale perjudicado el libérrimo.

En esto de los abrazos y el cariño inmediato y redentor, ¿pudiéramos discriminar? ¿o nos vemos condenados a la poliandria?

Están los que no hicieron directamente daño a nadie, ni promovieron agendas de represión. Pero no se solidarizaron con los dañados ni con un abrazo clandestino: callaron, y con su interesado o timorato silencio, refrendaron esas agendas.

Están los que sí hicieron daño, y cuánto, y promovieron y encabezaron y hasta ayudaron a redactar esas agendas, pero justifican tales crímenes por las conocidas severidades de la historia y el parte del tiempo en Miami. Algunos pueden estar avergonzados. Otros te dicen, machos calificados que son y que siempre fueron: lo volvería a hacer.

El agente de la Seguridad del Estado Liester Pimentel Jiménez.
De espaldas, el agente de la Seguridad del Estado Liester Pimentel Jiménez. | Imagen: La Hora de Cuba

Insisto: no estoy proponiendo un juicio sobre estas personas. Eso le compete al Creador. Pero esa misma competencia nos invita a tener los ojos abiertos ante las realidades del mal.

Es tan simple como esto: los queremos, los necesitamos, siempre y cuando haya democracia sincera. Mientras, hay que ganarse el aprecio y la necesidad con gestos y obras creíbles en la búsqueda de una sincera democracia. Y desde luego, ni soñar que se puede borrar un pasado de ignominia con gesticos y obritas hipócritas. La historia no es el historial de Google. Tendrían que saber darse su lugar, y para eso hay que disponer de una humildad poco esperable en personajes con semejante historial.

Pero incluso obviando la realidad de que algunos de estos fugitivos pudieran ser agentes de la Inseguridad del Establo en Micción Internacionalista, esperar que puedan ayudarnos a construir la decencia nacional que debe ser base de nuestra democracia, es un tamaño de fe que asustaría a un santo.

La cultura cubana lleva décadas protestando contra el despotismo y proponiendo democracia sincera. Estamos precisamente en la cúspide de este maravilloso acontecimiento. A partir del 11J hemos perdido protagonismo en lo inmediato, y eso está bien, porque la capacidad de acción efectiva corresponde al pueblo, no a los intelectuales. Pero la cultura democrática es base de la democracia, si queremos que sea algo más que un nuevo papelito constitucional, inverificable en el día a día por inexistente en la mente de los ciudadanos. Cuidemos lo que hemos logrado de la labor de zapa, consciente o no, de los oportunistas de siempre. Somos abiertos y generosos porque somos buenos. Somos buenos, y por lo tanto no podemos ser bobos.

Porque la cuestión no es mi deseo personal de perdonar a aquel amigo traidor y abrazarlo. Aunque confieso que tengo pocas ganas de esa dulzura, porque me gustaría abrazar primero a mis conciudadanos presos, así me ahogara del llanto. Aquí no sé si citar a mi amigo Héctor Antón, uno que pudo huir y nunca huyó, que hizo el bien a todos con su lenguaje de verdad, que estuvo batallando aquí hasta el último minuto contra las mixtificaciones y los descaros de los cultísimos: don Héctor cita su vez a nadie menos que al, dice él, supersticioso Vito Corleone: “El que viene a pedir perdón es un traidor”. Verdaderamente, ¿se puede confiar en los que sabemos que llevan décadas traicionándose a sí mismos? ¿De veras se les ha acabado la costumbre? Lo que haría recordar la crueldad, objetiva y razonable, del clásico: El traidor no es menester / siendo la traición pasada. Llevamos más de medio siglo de oprobio en Cuba, con los intelectuales de rodillas delante de los militares, y, lo que es peor, sobornados. Eso no se elimina así como así, y menos con la lavadora soviética que ciertos tipos tienen escondida en el cerebelo. 

Si esos huidos de ahora aman el bienestar y quieren obtenerlo allá, sin conexión con los asuntos de Cuba y de su cultura, bien. Si lo intentan, de acuerdo al entrenamiento que poseen, por la subordinación oportuna a algún sugar dady que esté lejos de nuestros asuntos, por qué no. Ni los admiro ni los envidio. Pero que no nos vendan minino por liebre heráldica.

La cultura cubana puede y debe contribuir a crear una democracia sincera. Pero habría que comenzar por ser nosotros sinceros, lo que está lejos de practicar, exigir o escuchar la confesión de iniquidades que ya conocíamos de siempre. Confesar y pedir perdón puede ser un nuevo estilo de farsa. 

La sinceridad consiste en rechazar los viejos fraudes ajenos, en evitar caer en nuevos fraudes, en negarnos a cualquier fraude, especialmente a los sutiles y propios, a pesar de que se nos antojen como un vaso de guarapo en Islandia. 

Tengamos claro que cada cual no es solo cada cual, si usted pretende atender a una tarea pública. Abrace usted en privado al que quiera, puede que sea dulce para usted y útil para el abrazado. Es su derecho. Me sentiré conmovido. Sea usted cuan privado y dadivoso quiera ser, por ejemplo en un apartamento en Singapur.  Pero si usted pretende ser una persona pública, cuidado con el fraude del abrazado. No sé si es enfermedad incurable pero se pega.

Usted fue excluido acá, y ahora quiere incluir a tantos, a todos, porque se siente bien allá, y para vengarse de haber sido excluido. Una reconciliación total y dulce, como quería Pascal, en un bar o un restorán del primer mundito.

 Poesía visual de Rafael Almanza: Torre del Mundo, de “El parque AlmAnsiA”.
Poesía visual de Rafael Almanza: Torre del Mundo, de “El parque AlmAnsiA”.

Pero Pascal, además de un genio, era católico. Pensaba en un templo, un sacerdote.

Los hombres y mujeres y transgéneros de la cultura debemos darnos nuestro lugar.

No vamos a dirigir ninguna revolución.

No vamos a evitar ninguna revolución.

No vamos a ser presidentes.

No tenemos derecho a generar políticas de reconciliación privadas.

No tenemos derecho a generar ninguna política.

No tenemos derecho a tener más derechos que los que no son ni creadores ni cultos.

Nuestro papel está en la obra de la cultura. Que puede aspirar a trascender la circunstancia histórica, o cualquier otra circunstancia, como nos consta que ha ocurrido por siglos. No aspiremos a ninguna bendición mayor, porque a todas luces la que disfrutamos es mayúscula. Pongámosla al servicio del prójimo, porque nos conviene.

Y si bien la cultura cubana está ahora en alza en el plano de la cívica, y eso es estupendo y esperanzador, tampoco tenemos derecho a monopolizar la cívica. 

La cívica y la política son patrimonio de todos los ciudadanos. De cada uno, de los vínculos entre ellos, y del conjunto de los ciudadanos.

Ojalá los cultos hagamos la mejor cívica de Cuba hoy. Se puede. Hemos demostrado poseer sensibilidad, inteligencia, responsabilidad, resistencia. Y tenemos dos siglos de tradición al respecto.

La explosión del periodismo independiente cubano es una noticia alentadora.

Pero la cívica siempre es exigente, y vivimos una época de barbarie, y de antihéroes.

Excepto en Ucrania, con los intelectuales en las trincheras.

Y después de más de medio siglo de vivir en opropio y afrenta sumidos, los culturones debemos medirnos muy bien para evitarnos el ridículo de nuevas serenatas en el noticiero del mediodía, y creernos libres, y gigantes yanquis o europeos o cubanos futuros, cuando no somos otra cosa que ciudadanos sin Ciudad, tan pequeños como cualquier otro ciudadano despojado de su ciudad. 

O dicho brutalmente: sin patria.

Hay tralla entre los fugitivos últimos, y pueden minar y destruir el proceso de construcción de una cultura atenta a la cívica de la democracia. 

Ese proceso avanza gloriosamente. No lo arriesguemos.

Dios quiera que fracasen en obtener allá los primeros puestos que ocuparon acá, y desde ahí iniciar su propia y maldita continuidad.

Y que la desastrada Continuidad fracase en salvarse mediante la receta china o rusa o vietnamita: el capitalismo sin democracia, con esos mismos fugitivos regresando, otra vez sabios y compungidos, a la papa suave de los lacayos, inclusos como candidatos a alcalde.

Atengámonos a tiempo al consejo de don Héctor Antón: saque la basura.

¡Bótela!

Juntos por la democracia, y jamás revueltos, pero cuando haya sincera democracia cubana.

Mientras, ni revueltos ni juntos.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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