A Javier L. Mora (Bayamo, 1983) lo busca una bestia. Una masa abstracta y gris que respira a ratos asustada, a ratos con el poder de acorralar a sus presas. Pero la bestia sabe que la vida de un poeta se reduce a palabras-cuchillos y a peligrosos silencios. Quien ahora ofrece su testimonio conoce las debilidades de un régimen que se alimenta del miedo, el cansancio y la resignación.
Los días de Javier L. Mora reposan en sus lecturas y en una batalla frontal desde la terrible noche nacional. Él se aburrió de los discursos y ahora se mueve como un peregrino por las calles de un devastado país con forma de rodillo. Apenas abre los ojos, sus pensamientos van a la confrontación. No existe otra manera de atravesar los muros de esta cárcel devoradora de almas.
Conocer sus gritos en tierra-mordaza, es un golpe al engranaje de un sistema que no soporta ni perdona (eso sí) cualquier partícula de libertad. Quien escribe y cuestiona sabe que los días pudieran ser breves. Mientras tanto, debe seguir como un kamikaze a la espera del último poema.
A Javier L. Mora lo busca una bestia. Sabe que tarde o temprano chocará con ella (otra vez). Por eso escribe y no permite que el vacío entre a su corazón. Este es nuestro primer encuentro, nuestra primera batalla desde la raíz de un volcán que algún día despertará.
El compromiso con la libertad individual
El poeta es un provocador, un ser que sobrevive en medio del caos y, pese a estar debajo en las apuestas, se levanta. ¿Aplica para ti?
En realidad, un poeta es una conciencia viva del lenguaje, sin importar cuál sea su registro. La aceptación personal de esa conciencia —en términos de escritura— debería provocar cierto “escándalo”, pero solo a ti mismo. Un poeta nunca fue alguien capaz de echar miedo, sino de prometerlo. Hablo de una voluntad a la que, asumida la “gracia” del lenguaje, y en bien de este, no le interesan las apuestas. Luego, si seguimos a Cocteau en aquello de que “vivir es una caída horizontal”, solo habría que fluir una temporada tras otra, y arrastrar, de la manera más cómoda posible, según intereses, el fardo del oficio.
Hay autores que prefieren la torre de marfil. Escriben y establecen un sistema de vida cuya sustancia carece del ingrediente calle, esa visión nada complaciente. ¿Cuán necesario es para ti moverte a través del polvo y calor (fundente) de la sociedad?
¡La torre de marfil no existe! [risas]. En contextos totalitarios, donde cualquier destino personal es ya una postura ideológica, es imposible —éticamente hablando— vivir ajeno al dato del minuto, no colocarse en una cuerda o en otra, etc. No hablo de militancia, que es un caso distinto —y que es peor, por supuesto, cuando te aferras (oficialmente) a las cuerdas de un andamio (oficial) a punto de caerse sobre tu propia cabeza—, sino del compromiso con tu libertad individual, con tu yo (el que sea) más auténtico.
En cualquier caso, no hay que ir a ningún lado para saber que la “realidad” —en su aspecto aglutinante de sentidos y porqués— está ahí, incluso dentro de tu propia burbuja. Cómo reaccionas a (o participas de) ella, dependerá de tu principio de supervivencia. El mío pasa por el meridiano en que concurren democracia y libertad.
Un poeta es una conciencia viva del lenguaje, sin importar cuál sea su registro. La aceptación personal de esa conciencia —en términos de escritura— debería provocar cierto “escándalo”, pero solo a ti mismo.
La lectura es la base del escritor. En tu caso, ¿cuáles libros marcan tu ritmo?
En estos días vuelvo a revisar —ahora en detalle— un volumen de escritura no creativa de Kenneth Goldsmith, todo un clásico, a propósito de cierta vanguardia organizada detrás de la (dis)solución del problema de la autoría; pero también —motivo idem— un texto de Todorov sobre la crítica literaria. Incluyo un par de libros de narrativa vernácula a los que di ojo reciente: Obras mayores y menores de Arsenio Pérez la O (Aldabón, 2012, a punto de salir), de Miguel Montero, una novela que —supongo, por la solidez con que presenta sus asuntos y la cantidad de información ramificada alrededor del protagonista— necesitó de unas doscientas páginas más, y Boustrophilia (La Luz, 2021, este sí en papel), de Roberto Ráez, un sabroso collage en clave cubana, donde se conjugan abierta y magistralmente la parafernalia lúdica de cierto Cabrera Infante y el Bolaño menos amonestado, aunque también el más visible. (Hay que seguir de cerca a estos dos holguineros: la destreza narrativa desplegada en ambos títulos, siendo estos el primero de ellos, así lo indica).
Y, por supuesto, sigo leyendo/asegurando un modelo de edición para Casa Vacía, donde puedes chocar con la sorpresa de un título como Psicofonía, de Edwin Reyes Zamora —otro poeta al margen, con vista/escritura lateral—, y La última lectura de Orlando, de Pablo de Cuba Soria, un conjunto de ensayos sobre poesía cubana, cuya idea analítica brilla (y baila bien) junto a la misma selección de la que se ocupa: Zequeira, Martí, Lezama, García Vega, Diáspora(s)…
Por ahí la cosa-lectura ahora mismo, más o menos.
La alegría que provoca la libertad
Si para el ciudadano de a pie este tiempo es una tribulación que se extiende como una mancha indetenible, para un poeta el golpe es doble, la asfixia se apodera hasta de los sueños. ¿Por qué?
En un contexto como el cubano, esa asfixia —es decir, la imposibilidad de respirar algún tipo de bienestar social— tiene el carácter de la yerba alta en monte tupido: hiere (se introduce en) el ojo; impide ver más allá del metro/posición que ocupas en ese momento, etc. Pero si a esto le agregas algún tipo de militancia (11J, Archipiélago…), entonces la tribulación puede trocarse en una furiosa alegría, aunque todo alrededor sea difícil: la alegría que provoca la libertad. Una vez que participas de algún tipo o gesto de libertad cívica, proscrita por el modo ideológico del país y su triste gobierno; al poner voz al miedo de otros, testificas la leticia de cierta esperanza en medio de la barbarie. Claro que, en ese caso, el poeta ya no existe, sino únicamente el ciudadano.
Cinco días después del 11J, la maquinaria que mueve los hilos en este punto irracional llamado Cuba, se lanzó sobre ti. Tres años después, ¿cómo defines las horas de encierro, los interrogatorios, las huellas que dejó?
Una oportunidad única para entender al poder político en Cuba, para entender su mecanismo extremo y (asimismo) estúpido de control/contención ideológica.
Ya he contado, aquí mismo y en otros sitios, las anécdotas más elementales que viví esos días de celda. Pero podríamos hablar de esto: la Seguridad del Estado creyó —o alguien les hizo creer, tal vez desde más arriba, para asegurarse de que sus filas no cedieran un milímetro en la presión/persecución de los manifestantes— que el 11J había sido [viene canción de cuna] “organizado y financiado desde La Florida” [risas], y por ello buscaban líderes inexistentes. El día en que me liberaron, en mi penúltima entrevista —en la última, por cierto, media hora después de esta, con cámara cubriendo el set, me hicieron firmar una amonestación con la “promesa pública” de que no volvería a las calles [risas] en caso de que ocurriera algo semejante al 11J otra vez—, me pusieron un teléfono delante con un video tan largo como aburrido en el que un tipo, manejando por algún suburb de (era evidente) Estados Unidos, incriminaba a la oposición de Miami como la alentadora del levantamiento popular [risas], e invitaba —llenándose la boca hasta la campanilla de un cinismo estúpido—, a que fueran a Cuba, armas en mano, a hacer lo mismo que el oscuro Castro en 1956.
¿Sabes qué? De inmediato pensé que en serio intentaban tomarme el pelo sin pudor alguno, adjudicándome el papel de lerdo: era evidente que el autor del video —el tipo que le hablaba desaforadamente al lente de su teléfono con las manos en el volante, mientras repetía una y otra vez que el 11J lo habían creado en La Florida [risas]— había recibido la orientación de la propia SE de grabar ese video que, seguramente, le pasaban/pasarían a los detenidos esos días por toda Cuba.
De la necesidad que podrían haber tenido —me refiero a la gendarmería gris— de ese video, hablaremos al final. Por ahora me interesa enumerar las nociones que destruyen el titular de “Exiliado por motivos económicos y no políticos culpa con insistencia operatoria a oposición de Miami de organizar el 11J en Cuba” —ese titular que parecía correr como cinta informativa sobre el video—: 1) el verdadero emigrado económico no participa jamás con tamaña vehemencia —menos aún en redes sociales— de la vida política de la isla; 2) la aparente “neutralidad” de este “emigrado” se difumina en milésimas de segundo por su arrebatada imputación a la oposición de Miami; 3) esto último, tratándose de un “emigrado económico y no político”, es suficiente para entender que, en un contexto de maniqueísmo obligatorio como el nuestro —impuesto por el propio régimen en el cuerpo social de la nación: el “a favor o en contra”—, aquel individuo operaba en un pro muy cercano al sistema, aunque (por supuesto) no lo mencionara; 4) su exceso emotivo contra la oposición de La Florida lo igualaba al militante de una secta no declarada de fanáticos (llámese PCC, DSE o lo que quieras); 5) incluso suponiendo que este “emigrado económico y no político” tuviera algo que decir respecto al asunto, no cabe imaginarlo diciéndolo en un reel de casi media hora con tanto ardor, media hora en la que —he aquí la “insistencia operatoria” que dije antes— repetía como un demente, una y otra vez, sin agotarse, que el 11J había sido organizado en Miami.
El poder político-militar en Cuba, a través de la SE, se ve cada vez más obligado a reaccionar con cierta inmediatez ante el creciente y masivo descontento en el país.
Este último punto nos empuja a la fuerza a uno final, para el que antes habría que entrar en contexto:
Al frente, oficial que habla ha terminado el interrogatorio y sale de escena simulando haber recibido una llamada telefónica. A mi izquierda, oficial full figure habla ahora, y sugiere algo muy militante con una canción que empieza en “Si un extraño quiere entrar en tu casa a quedarse con todo, ¿tú lo permitirías?”, etc. Oficial full figure introduce al “emigrado económico y no político”, extiende un teléfono y presiona el play de un video. En el video, el “emigrado económico y no político” dice lo que dice durante más de 20 minutos (es decir, medio siglo), como un acetato rayado haciendo saltar la aguja del sentido una y otra vez, rayando el interior de tu cabeza con cada arranque del loop. Media hora después la sala ha sido transformada en estudio de televisión, ya no están oficial que habla ni oficial full figure, sino otros, y oficial donna angelica pregunta a detenido a qué atribuye el que ocurriera el estallido social del 11J. (Oficial donna angelica no dice estallido, sino “disturbios”).
Y aquí llegamos al punto: en ese momento, por mi cabeza volvió a pasar el loop del “emigrado económico y no político” diciendo lo que dijo, y llegué, creo, a reconstruir el sintagma acusatorio, pero a modo de axioma, en algún sitio de mi mente. Me vi en ello justo al comienzo de hablar, y descubrí en milésimas su porqué: recordemos que tenía frente a mí una cámara de grabación. De modo que, # final) el video pierde toda inocencia y casualidad al develar al menos uno de sus propósitos: el aturdir los sentidos al punto de su posible repetición hipnótica.
Por supuesto, la conversación continuó su senda sobre la reivindicación de derechos del pueblo cubano, el rencor social, etc. (Entonces, detenido jamás dice “disturbios”, sino estallido. Lee, firma papel, y sale sonriendo).
Renunciar a la UNEAC es cerrar todas las puertas aquí. Muchos artistas temen las represalias que, de diferentes maneras, impondrá el poder. En días recientes la doctora Alina Bárbara López Hernández fue expulsada de dicha organización. ¿Cuál es tu valoración?
La UNEAC está simplemente jugando su papel: camisa de fuerza y control del gremio Arte en Cuba. Lo que, en este caso, se retrasaron un poco en el asunto: es evidente que la expulsión de la profesora Alina de sus filas podía suceder, de un momento a otro, desde hace tiempo. (Aquí Alina sale de la mano del honor de tal instituto, dejando desnudas, a su paso, a todas las máscaras —“artistas que temen represalias”— del coro institucional). Consecutiva y consecuentemente, a su vez, el humorista Jorge Fernández Era renuncia a su membresía de la organización. (Un minuto de decoro para el público que, como él y otros, no pertenece al anfiteatro). Y la UNEAC no tarda en responder con un “pronunciamiento” en el Granma, en el que justifica subrepticiamente la expulsión de la primera calificando de “colonizado” y de “cobarde” a quien sea que no se alinee con el pensamiento oficial, a quien exija libertad de expresión o invoque derechos constitucionales.
El absurdo es risible y atroz —si no es que, en el fondo, todo lo atroz ya es risible por demanda de sentido—, pero creo que, a estas alturas del juego, muchos de esos “artistas que temen represalias” ya escogieron, porque la libertad de elección es solo tuya, obviamente, por encima de cualquier Estado, régimen o gobierno, sin importar qué. Luego la alarma antiincendios de cada cual le hará reaccionar en una dirección u otra de precios e intereses, que solemos llamar miedo (represión, ostracismo, pérdida del puesto laboral, citaciones de Fiscalía o Villa Marista, censura, etc.).
Pero como hablamos de una organización de sesgo político manifiesto, la ingenuidad del que supone que “utiliza” a la institución y no al revés, no tiene ninguna explicación. Así, subrayo idea de la Arendt —y esto aplica tanto a Los Van Van como al poeta recién llegado—: “El mundo de la política en nada se asemeja a los parvularios; en materia política, la obediencia y el apoyo son una misma cosa”.
Los golpes bajos están a la orden del día. El Gran Hermano no pierde tiempo y se vale de algoritmos, leyes y trampas para perseguir y silenciar a quien disienta. ¿Hasta qué punto la represión perfecciona sus tácticas?
No es que las perfeccione, sino que las multiplica. El poder político-militar en Cuba, a través de la SE, se ve cada vez más obligado a reaccionar con cierta inmediatez ante el creciente y masivo descontento en el país: todos sabemos, sobre todo ellos mismos, que el 70% de la población de la isla no tiene la sujeción ideológica del sujeto cubano de épocas anteriores. Ahora —más allá de lo que exigen las dificultades que atraviesa, por ejemplo, tu vida material, o lo que digan tus necesidades esenciales de expresión—, aunque cierto inmovilismo o confort en zona fuera de peligro político reduzcan el disenso general al caso de activistas y opositores a cabalidad, parece como si el país estuviera en su mayoría de acuerdo en que este modelo político-económico debería extinguirse del archipiélago. La improductividad del modelo y su genética totalitaria de control, cada vez más evidentes, han provocado un nivel de asfixia social gráficamente elevado, de la pandemia a la fecha, tal vez el más grande de todo el período de la llamada Revolución. De ahí la debacle migratoria más grande de la historia de Cuba, el estallido social del 11J, las jornadas del 17 y 18 de marzo de este año, las sucesivas protestas y desobediencia cívica en tantos gremios, estratos y puntos de la isla, etc., etc.
Obviamente, la reacción no espera en ningún caso: la violencia ejercida en el asunto de San Isidro, que llevó al 27N, en 2020, volvió a repetirse en los alrededores del Ministerio de Cultura, donde gases lacrimógenos, manotazos de ministros y el uso directo de la fuerza sobre el cuerpo de un colectivo de mujeres en una guagua, mostraron cómo puede actuar la represión, según los niveles de estrés del poder, por la “indisciplina” que le representa la exigencia de derechos. La misma represión, bajo orden televisada y expresa del señor presidente, dio lo mejor de sí en las calles el 11J y jornadas posteriores en 2021: armas de fuego, palos, piedras, golpes, sangre, una víctima fatal de la violencia —¿una?— y más de mil detenidos en menos de una semana.
Pero la tensión pueblo-gobierno crece indetenible como una ola, aunque nos parezca aún inaparente o insuficiente. Para comprobarlo, solo tienes que detenerte 10 minutos en una cola, o en la parada de cualquier ruta de guagua, o en el interior del almendrón que consigas atrapar en una avenida: esos espacios suelen convertirse muy rápidamente en un ágora para la expresión política, en los que jamás he visto a ciudadano alguno salir a defender a la “gloriosa” [risas] Revolución. Este es el clima de fondo, aunque nos parezca que no está ocurriendo nada si miramos solo la superficie del tejido.
La tensión pueblo-gobierno crece indetenible como una ola, aunque nos parezca aún inaparente o insuficiente. Para comprobarlo, solo tienes que detenerte 10 minutos en una cola.
Mientras tanto, los arrestos, chantajes, amenazas, detenciones, juicios arbitrarios con sentencia dictada de antemano por la propia SE a través de los órganos judiciales, decretos y leyes coercitivos e indignantes para la democracia y la libertad, la constante práctica violatoria de derechos y, al mismo tiempo, la soberbia/alienación de la casta enquistada en un apellido (Castro), o en una generación en edad biológica de defunción —esos generales y comandantes de la Sierra— que dirige al país, siguen a la orden del día.
De ahí el que la represión no se perfeccione, sino que se automatice y multiplique hasta el grado vergonzoso en que suelen expresarlo las tiranías. Un grado tal de desfachatez y desvergüenza que hacen valer como fatum cierta línea de Mandelshtam que dice: “El poder es repulsivo como los dedos del barbero”.
Sueños y empresas proscritas
Nuevos proyectos de escritura, nuevos espacios para oxigenar una obra que no se detiene. ¿Pudieras acercarnos a esas criaturas, hijos rebeldes que vendrán?
Tengo ahora más estudio que trabajo (artístico, quiero decir), y más proyectos que, por el momento, tiempo para ejecutarlos. Pero me gustaría sacar pronto la sexta tanda de los “Relativos”, y un ensayo que debo vertebrar sobre cierto autor de la escena habanera de los 90, de esos que son columnas en cualquier literatura o tradición. Por ahora reviso solo un objeto textual llamado “Carta de Bayamo”, una especie de manual comentado de KTP-3: proyecto-máquina de grupo al que pertenezco, que empezará a roturar el terreno de una siembra transnacional de (tal afirmo) grande empeño con el equilibro entre forma y reciclaje.
Muchos se marchan del país por la presión a la que son sometidos; otros permanecen en una lucha desigual contra una bestia que muta y no perdona. ¿En cuál de los dos te ves?
Tengo sueños y empresas en mi cabeza proscritas en Cuba por la ley, literalmente. Así que sé que en algún momento estaré intentando amarrarlos en algún sitio de democracia fuera del archipiélago. Pero, por supuesto, mientras esté en el país, hasta el minuto cero, haré lo que pueda por educar y servir en beneficio de la libertad que soñamos para la isla. Mis buenos días (cualquiera y con cualquiera) comienzan con #AbajoLaDictadura. Ayer, hoy y mañana, si todavía la casta político-militar que nos aplasta el alma sigue ahí. Después de eso, podremos ir a por un café.
Mientras esté en el país, hasta el minuto cero, haré lo que pueda por educar y servir en beneficio de la libertad que soñamos para la isla.
Esta pregunta pudiera ser difícil, pero es necesaria. ¿Aún queda esperanza de cambio en Cuba?
Te lo digo con Thoreau, que puede resumirlo en dos palabras, y vale para todos los cubanos que, sin importar si dentro o fuera del terreno nacional, anclaron su sueño en dársenas de democracia plena: “Hemos agotado toda la libertad que heredamos. Si queremos salvar nuestras vidas, debemos luchar por ellas”.
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