La historia de la cultura es, posiblemente, la zona más compleja de todo el proceso de evolución de una nación.
En dicha esfera, quizás más que en ninguna otra, convergen con fuerza extraordinaria componentes diversos y a veces antitéticos: proyectos de desarrollo colectivo y mezquindades de personalidad, grandes principios teóricos y miopías egoístas, entregas apasionadas y bajezas disformes, de modo que coexisten aventuras del espíritu a plazo largo y ancho, junto con maquinaciones retorcidas en la sombra. Por otra parte, hay en el palpitar de la historia, momentos de aceleración indetenible, regiones marcadas de modo simultáneo tanto por fogonazos iluminadores como por masas de insondable turbiedad.
El premio UNEAC de ensayo del 2009 es un libro peculiar, así por el tema abordado, como por su tono y su factura. En Sobre los pasos del cronista (El quehacer intelectual de Guillermo Cabrero Infante en Cuba hasta 1965),[1] sus autores, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, dan muestra tangible de una capacidad investigadora cabal, esa que se atreve con graves desafíos y los vence, no por la fuerza o el detonante verbal, sino por la inteligencia y la eficacia en la estructura del discurso ensayístico; pero, sobre todo, por una comprensión crítica valerosa y amante.
Pues no hay estudio cultural de relieve que no entrañe una decisión de abordarlo en honduras principales, por amargas, difíciles o arriesgadas que puedan ser; ni mucho menos hay investigación de veraz eticidad si quienes la enfrentan, operan desde un impersonalismo que, a fuer de parecer objetivo, termina siempre por resultar trampa de deshumanización, lo más ajeno que cabe hallar en la búsqueda de la verdad cabal, sea en la química o el arte.
Este libro busca rescatar los años de formación y primer desarrollo de una de las grandes y controversiales figuras de las letras cubanas, Guillermo Cabrera Infante. Sobra decir que hay aquí una conquista de saber para la cultura nacional.
Narrador, ensayista, crítico y guionista de cine, merecedor del Premio Cervantes en 1997, su ejecutoria como creador hace lamentar que el artículo incluido sobre él en Encarta 2009 (Microsoft Corporation, 2008) presente más de un dato erróneo. Más de lamentar resulta, desde luego, su casi total ausencia —apenas una fugaz mención en el t. I, p. 525— en el Diccionario de literatura cubana de 1980,[2] del Instituto de Literatura y Lingüística, laguna ominosa por el obligado carácter abarcador que se esperaba de una obra de este tipo.
Habría que aguardar veintiocho años más para que la misma institución publicase su Historia de la literatura cubana,[3] cuyo t. III incluye una presencia más amplia de Cabrera Infante. Hasta este libro, nada más de relieve se ha publicado en Cuba sobre uno de sus creadores más relevantes.
La visión construida por los ensayistas cumple la voluntad de re-incrustar a Cabrera Infante en la que, al cabo, habría de ser una ciudad personalmente suya.
Sobre los pasos del cronista se abre conduciendo al lector por un recorrido habanero del entonces muy joven escritor. Aparente recurso de estilo, en realidad el libro, aquí y allá, busca situar el tránsito del autor de La Habana para un infante difunto en años decisivos, por más de un concepto, para una obra que habría de merecer el Premio Cervantes y, aunque los investigadores no lo declaran de manera explícita, es evidente que la indagación urbana tiene una finalidad esencial: rescatar de un modo humano el entorno del artista que fue, por varias décadas, una especie de oquedad, una silueta ausente de la ciudad cuya vida cultural, de una forma u otra, contribuyó a marcar.
Porque, habiendo sido tanto tiempo un nombre sin fondo preciso, rescatarlo de modo cabal significaba devolvernos su itinerario por La Habana que, al cabo de tantas polémicas y oscuros resquicios, constituye el personaje esencial de su obra, entramado urbano que Mirabal y Velazco nos devuelven redivivo, desde la primera página del libro, en su inextricable esencia de colmena y laberinto.[4]
Pues, para decirlo todo, uno de los retos que enfrentaron los autores, y un muy airoso acierto, fue comprender que, ya desde su primera juventud, el rostro de Cabrera Infante forma una compleja unidad con la urbe habanera. La visión construida por los ensayistas cumple la voluntad de re-incrustar a Cabrera Infante en la que, al cabo, habría de ser, en sus narraciones y su prosa reflexiva, una ciudad personalmente suya. No se detiene, sin embargo, en esta meta. Toda colmena es mucho más allá que un conjunto abigarrado de retículos: ella se define también por el zumbido indetenible de quienes habitan en sus celdas. Cada laberinto se define no tanto por sus intrincados caminos, cuanto por la sombría y opresiva tensión que provoca en quienes intentan transitarlo.
Mirabal y Velazco captan la vitalidad y el fragor incansable de los años habaneros de Cabrera Infante a partir de una peculiar polifonía bajtiniana, que aquí se logra no por una estatura novelística, sino por el recurso —más que infrecuente en la investigación literaria o cultural en Cuba— de convocar voces numerosas, quienes son invitadas no a declarar —pues este libro no tiene la menor veleidad policial ni jurídica—, sino a retomar el más difícil pasado, es decir, el pasado aún reciente, y otorgarle cuerpo, densidad y vibración de entraña. Esta es obra de rescate y de invitación a meditar de modo equilibrado, lejos de esquemas mentales e ideas preconcebidas, en general extra-artísticas.
Me atrevo a interrumpir aquí esta mínima valoración del texto, para adelantar algo esencial, y confesarme a mí mismo que la resucitación de Cabrera Infante, con ser eficaz y estremecida, importa menos en este libro que la obra mayor de recuperar para nosotros, todavía con pálpitos de vida y muerte inconfundibles, toda una duración temporal, confusa por su carencia de límites cronológicos estrictos, más equívoca y revuelta y turbia todavía por su marcado carácter de transición entre dos polarizaciones epocales, jalonada de impulsos de creación y de malignidad.
Mirabal y Velazco nos recuerdan, con punzante inteligencia, pero también con vibrante percepción sensible, lo que durante décadas permaneció desdibujado y en silencio: el tránsito de una zona a otra en la historia cultural no se produce por meras polarizaciones ni cortes brutales, sino que hay, siempre, un fluir subterráneo que opera como vaso comunicante, secreta conexión —a veces ciegamente negada—entre las eras más violentas de la vida en la cultura.
Sobre los pasos del cronista logra presentarnos, a través de una polifonía directa de quienes participaron en los años juveniles del autor de Tres tristes tigres.
Así, al focalizar a Cabrera Infante y su Habana insondable, los investigadores nos asoman a un ámbito que de modo intangible forma parte, a la vez, de un pasado más remoto aún que los años cincuenta y sesenta, y de un presente en que, transfigurados, se perciben los ecos y los frutos del pasado. Solo una labor de arqueología cultural podía dar por resultado este panorama de estímulos incontables a la meditación propia del lector. Invoco aquí este concepto recordando la idea de Michel Foucault en Arqueología del saber:
Es un discurso sobre unos discursos; pero no pretende encontrar en ellos una ley oculta, un origen recubierto que solo habría que liberar; no pretende tampoco establecer por sí mismo y a partir de sí mismo la teoría general de la cual esos discursos serían los modelos concretos. Se trata de desplegar una dispersión que no se puede jamás reducir a un sistema único de diferencias, un desparramiento que no responde a unos ejes absolutos de referencia; se trata de operar un descentramiento que no deja privilegio a ningún centro.
Tal discurso no tiene como papel disipar el olvido, hallar, en lo más profundo de las cosas dichas y allí donde se callan, el momento de su nacimiento […]; no pretende ser recolección de lo originario o recuerdo de la verdad. Tiene, por el contrario, que hacer las diferencias.[5]
Sobre los pasos del cronista logra presentarnos, a través de una polifonía directa de quienes participaron en los años juveniles del autor de Tres tristes tigres, y sobre todo en una época de sobrecogedor dinamismo, los ángulos diversos, el discurso múltiple olvidado de unos años decisivos para la cultura cubana.
A ese logro fundamental del ensayo, contribuye sobre todo el que los autores hayan hecho confluir decenas de voces —entrevistas realizadas por ellos, referencias de documentos y libros diversos—, las cuales muy a menudo aparecen contrapuestas y discordantes, como son siempre los discursos del hombre en toda historia viva, hecha de disonancias tanto como de armonías, ajena siempre al tono complaciente y la estructura elemental de ejercicios para jovencitas que estudian un piano a la vez esquemático y de muy plana afinación.
Asimismo, Mirabal y Velazco aportan valoraciones de singular interés para la comprensión misma de la gestación del estilo en Cabrera Infante, entre las que destaca su análisis de la evolución de la escritura del crítico de cine, que evidencia “[…] el tránsito paulatino hacia textos más sintéticos, de apenas un párrafo, que abandonan el enjuiciamiento minucioso para concentrarse de forma escueta, pero certera, en los aspectos que distinguen o condenan a la cinta en cuestión”.[6]
Especial interés tienen las páginas en que se recorre la trayectoria de Lunes de Revolución, examinada en sus más diversos aspectos: la formación de su diseño, las difíciles relaciones entre los intelectuales del famoso magazine con los del grupo Orígenes y otros sectores del mundo artístico cubano de la época, hasta las circunstancias que rodearon su desaparición.
Los recuerdos, testimonios y textos incorporados al libro, logran una visión a la vez panorámica y polifacética, a partir de la orquestación de voces de la más diferente —y opuesta— significación y cercanía con Lunes de Revolucion, como el propio Cabrera Infante, Álvarez Baragaño, César López, Lezama Lima, Leonardo Acosta, Virgilio Piñera, Rodríguez Feo, Gramatges, Graziella Pogolotti, Heberto Padilla, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, José Antonio Portuondo, Ambrosio Fornet, Alfredo Guevara, Edith García Buchaca, Mirtha Aguirre, por mencionar aquí algunos de los integrados en esta visión polifónica de la época.
Todo el libro se desenvuelve a partir de esas voces múltiples, pero no sin que los investigadores apunten sus propios modos de percepción.
Los investigadores, más allá de los límites de un enfoque biográfico del joven Caín, buscan la visualización del “significado del hecho cultural protagonizado por la nueva generación”.[7] La complejidad extraordinaria de tales procesos —de facetas antagónicas, pero menos melodramáticas de lo que ciertas reseñas de la relación entre los escritores de Lunes y los de Orígenes sugieren— se percibe con mayor nitidez gracias a la consideración que hacen los ensayistas acerca de los contactos personales entre los artistas de tales grupos, y de El Puente.
Todo el libro se desenvuelve a partir de esas voces múltiples, pero no sin que los investigadores apunten sus propios modos de percepción, como escolios marginales que no buscan protagonismo autoral, sino dar cuenta de su singular papel como lectores imparciales de una época.
Este, a mi juicio, es uno de los aspectos de mayor originalidad e impacto: ellos han hecho una cala extraordinaria en un pasado difícil y por más de un concepto estremecedor. Han sido minuciosos exploradores de la peor de las selvas: una sumergida, simplificada y satanizada desde los más diversos ángulos y posiciones: tirios y troyanos. No se presentan como dueños de una verdad arrasadora. Me equivoco: sí hay una verdad que esgrimen con gallardía envidiable: la historia de un artista, la de un grupo, la de un proyecto cultural, si es verdaderamente valiosa para cada presente, incluso por sus lados más sombríos y lamentables, no termina nunca.
Al revelar su verdad fundamental, que con ellos yo hago mía como tantos lectores lo harán, “Su historia, al igual que la Historia, solo será aquella que podamos ir armando mediante la búsqueda y la exhaustividad”. Este cierre del libro no es una conclusión, sino un comienzo prometedor, una ventana hacia la comprensión de entraña, la única que es válida frente a la cultura.
[1] Ediciones Unión. La Habana, 2010, 380 p.
[2] Instituto de Literatura y Lingüística: Diccionario de la literatura cubana. Ed. Letras Cubanas. La Habana, 1980, 2 t.
[3] Instituto de Literatura y Lingüística: Historia de la literatura cubana, 3 t. Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2008.
[4] Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco: ob. cit., p. 11.
[5] Michel Foucault: La arqueología del saber. Siglo XXI Editores. México, 1970, p. 345.
[6] Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco: ob. cit., p. 25.
[7] Ibíd., p. 169.