La palabra tiempo tiene un filo poderoso. Es la señal que mueve los hilos de la vida. Estamos llenos de tiempo en un lugar detenido más allá de toda lógica. Queramos o no, somos rehenes de un país sin rumbo, con el fracaso como estandarte.
Aquí las madrugadas son turbias y calurosas. Cuando el apagón aparece podemos sentir que la historia de este país es una repetición de sucesos sobre la base de consignas huecas. Este ha sido un año de basureros. Año de escasez y hambre para los que permanecemos atrapados en su engranaje casi perfecto.
No hay que salir y caminar para ver. Desde nuestros hogares presenciamos la corrosión y la pérdida, un vacío que prevalece y se propaga. Tocar fondo es una experiencia difícil de reconocer para quien la sufre. Por eso el silencio lacera con más intensidad, con el tono de un relato coral donde somos los protagonistas de una tragedia, la gran tragedia nacional.
En este manicomio
La cuenta no da. La filosofía del invento se apoderó de quienes abren surcos y arrojan semillas que no germinarán. Lo sabemos. Ha sido una de las marcas presentes hasta el día de hoy. Sin embargo, la cuenta ahora adquiere niveles altísimos porque la vida del cubano se deteriora más, pese a toda la campaña oficial de justificar cada tropiezo sin reconocer los errores y la falacia de cada uno de sus experimentos.
Pero las desgracias no llegan a su fin. Ya no es solo la carencia de alimentos, medicinas y electricidad. El caos prosigue su peregrinación isla adentro con las interminables colas en los cajeros automáticos, todo un infierno para una población de por sí agotada. Las desgracias se acumulan por la violencia, los robos y el peligro de una ola de asaltos, muchos de ellos con un saldo de heridas que no van a las estadísticas oficiales, pero acompañan a las víctimas como un aguijón.
Diciembre comenzó con la austeridad empotrada en cada familia y el desafío de esquivar a cualquier precio el engaño y la manipulación que desciende en forma de leyes y decretos desde La Habana. Es complejo el panorama si los ciudadanos no tenemos voz ni voto en las decisiones que se toman.
Mientras algunos celebran fiestas a todo lujo y las anuncian como algo normal, o realizan eventos que ya sabemos su fin verdadero, millones de cubanos hacen malabares para llevarse un bocado de ¿comida? a la boca.
El fin de año está a las puertas y la situación empeora. La magra canasta familiar se suma a la lista de líneas rojas. Lo que se prometió se mantendría pese a la crisis económica mundial, ahora es un mal chiste y su tendencia se acerca más a quedar en el olvido que a mantenerse. Se vive en una zozobra difícil de entender para quienes ven desde afuera la precariedad y el sufrimiento de la mayoría de los cubanos. Es más fácil hundir un país que rescatarlo. Es más fácil estirar los días que reconocer la espiral de mentiras cuyo origen todos conocemos.
Mientras algunos celebran fiestas a todo lujo y las anuncian como algo normal, o realizan eventos que ya sabemos su fin verdadero, millones de cubanos hacen malabares para llevarse un bocado de ¿comida? a la boca. Pero siempre aparecen los que justifican y se prestan para el juego turbio y degradante de cerrar los ojos. Esos reciben su paga y hasta se jactan de sus hazañas. ¡Vaya trofeo por hacer invisible lo que lacera y se mueve en el día a día de nuestras familias!
Así las cosas, el tiempo nos recuerda que no vale la pena perderlo en este manicomio. Sin embargo, a otros los insta a permanecer por muchas razones, entre ellas, no poseer los medios para salir, escapar, desaparecer. Pero, también, una lógica: “¿Por qué me tengo que ir si aquí nací? Que se vayan ellos, los de arriba, los que viajan y comen y beben por nosotros”. Si quedan dudas, solo debemos dirigir nuestra mirada hacia los jubilados, esos rostros apagados que reconocemos en las colas de las farmacias y cajeros automáticos, o deambulando por las calles o a la espera de su triste final. Les tocó creer en un proyecto que los usó y luego traicionó, dejándolos en el olvido, la miseria y la amargura de sus últimos pasos.
Un punto de no retorno
¿Cómo es posible estar en paz cuando sabemos que nos mienten? ¿Hasta cuándo el dolor y la resignación serán el día y la noche? Esas preguntas son el tañido de las campanas que alguna vez derribarán los muros de la obediencia. Cuba y la vida se convierten en lágrimas, pero la solución es más compleja de lo que muchos piensan. La dimensión del daño que los gobernantes provocan al intentar sostener lo insostenible, es motivo de memes que nos dejan mal parados ante el mundo. Y lo peor de todo, esas locuras no se detienen, crecen como el marabú.
¿Cuál será el nuevo invento, la próxima tarea cuando expire el plazo de todos los desastres? La jugada será sacar del tablero algunas piezas que ya no les son necesarias, porque empañan la imagen de “cuadros abnegados dispuestos a dar el paso al frente”. La idea es apaciaguar un poco la efervescencia popular de señalar a los corruptos que actualmente campean por sus respetos dentro y fuera del país.
Si hacemos un inventario de todos los proyectos de laboratorio gestados aquí, habría que escribir miles de páginas, pues si algo no ha faltado en Cuba ha sido mantener ocupados a los habitantes en tareas degradantes y sin sentido. El poder de creatividad desarrollado por los decisores no tiene comparación, porque muta con el paso de los años y asume otras maneras de establecer sus códigos. Este es un período muy complejo. La crisis económica presiona con mayor dureza. De modo que el discurso triunfalista se ve reducido a la exhortación vacía a la tan mencionada resistencia creativa.
Cuando los cubanos interioricemos que el cambio no llegará desde el exterior y asumamos nuestra responsabilidad histórica, el mundo abrirá sus ojos y Cuba dejará de ser tierra de malas noticias, éxodo y sueños imposibles.
Después de muchas horas sin electricidad, sin agua y sin nada en la despensa, los pensamientos se reducen y las palabras que brotan son de molestia e impotencia. Muchos no se recuperan. No es un secreto. Sabíamos que con el paso de los años el empeoramiento de las condiciones de vida, dígase pobreza extrema, cansancio e incertidumbre, nos conduciría a una dura realidad, a un punto de no retorno. Lo vimos llegar. Sabíamos que más allá del túnel la luz sería opaca y, en ocasiones, nula.
La realidad supera a la ficción y el rumbo es incierto de este lado de los muros. Ricos y pobres sobre un mismo pedazo de tierra. Unos encima de la plataforma y otros procurando no desaparecer. Ricos y pobres en una carrera desleal instaurada por la mano perversa de una ideología de muerte.
Cuando los cubanos interioricemos que el cambio no llegará desde el exterior, por razones obvias, y asumamos nuestra responsabilidad histórica, el mundo abrirá sus ojos y Cuba dejará de ser tierra de malas noticias, éxodo y sueños imposibles. El tiempo, ese que tiene un filo poderoso y letal, estará definitivamente al lado de nosotros.
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