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Opinión | No estamos aquí para sufrir

“Es hora de levantar nuestras cabezas. Se acerca nuestra libertad. El reto ahora es estar preparados para después del cambio. Prever ahora la reconstrucción de mañana.”

Pobreza en Cuba
Pobreza en Cuba | Foto: Nick Kenrick

El sufrimiento de los cubanos está llegando a su límite humano. El impacto de la crisis terminal es indecible, incalculable. Cada cubano es un calvario. Cada día, cada hora, la situación en Cuba empeora y se torna invivible, irresistible. Lo estamos viviendo, lo estamos sufriendo, aunque las “encuestas” oficialistas expresen que la mayoría del pueblo apoya.

Eso sería manifestar, implícitamente, que los cubanos somos masoquistas, que nos gusta sufrir. Eso expresa, indirectamente, que hemos perdido el sentido de esta vida, la única que tenemos. Que nuestra existencia se ha rebajado a la vida animal: solo subsistir con lo mínimo material, sin más aspiraciones que comer para no morir, sin ni siquiera aspirar a dormir y descansar, porque los apagones alteran todo nuestro ritmo vital.

La angustia constante y el dolor de ver deteriorarse a las personas, especialmente a los más ancianos y pobres, a los que no tienen familia en el extranjero, a los que son jubilados, a casi todos… nos convence de que esto no es solo una crisis económica, ni que es solo una degeneración social, ni siquiera que es solo una crisis política. Se trata de una crisis humanitaria a causa del fracaso de un sistema totalitario que, como su nombre indica, abarca, controla y empobrece toda la vida, toda la nación.


¿Para que vivimos?

Entonces, surgen cada vez más interrogantes existenciales: ¿para qué vivimos aquí? ¿Qué valoración tiene el poder sobre nuestras vidas? ¿Qué sentido tiene nuestra existencia en Cuba? ¿Hemos venido a este mundo para esto? ¿Alguien tiene derecho a hacernos perder la única vida que tenemos en este mundo? ¿Hasta cuándo vivir en estas condiciones infrahumanas?

Todas estas preguntas van conduciendo, aceleradamente, al sinsentido, al reino del absurdo, a la desesperación profunda, a la huida hacia cualquier sitio, al suicidio, a la muerte civil y biológica. No es tremendismo, es la realidad. No quisiéramos vivirlo, pero es necesario constatarlo y asumirlo. Y, para darnos cuenta de que nos están quitando la única vida, es bueno reflexionar para qué venimos a la existencia. Puede ser obvio, pero parece que los cubanos lo hubiéramos olvidado:

  1. Toda persona viene a este mundo, también nosotros los cubanos, con el derecho inalienable de ser libre interiormente y tener libertades civiles, políticas, económicas, culturales y religiosas. Nada, nadie, ninguna ideología, ninguna institución, ningún partido o Estado, tiene el derecho de violar, restringir, dañar o ignorar este derecho fundamental. ¿Lo hemos olvidado los cubanos? ¿No nos lo han enseñado? ¿Nos lo hemos dejado quitar? ¿Por qué lo silenciamos o no se lo enseñamos y recordamos a nuestros compatriotas? Es urgente, es imprescindible, una adecuada educación ética y cívica. Una educación para la libertad y la responsabilidad. Es prioritaria.
  2. Toda persona que viene a este mundo, incluidos nosotros los cubanos, hemos nacido para crecer, cultivar nuestra vida y alcanzar la plenitud de nuestro desarrollo personal, accediendo al progreso material, cultural y espiritual como seres humanos y como nación. ¿Lo hemos olvidado los cubanos? ¿No nos lo han enseñado? ¿Nos hemos dejado arrebatar el derecho al bienestar y al progreso? ¿Por qué lo silenciamos o no le enseñamos y recordamos a nuestros compatriotas que progresar no es delito, ni pecado, ni mancha? Es un derecho, una vocación legítima, un deber.
  3. Toda persona viene a este mundo, incluidos los cubanos, para ser feliz. Para disfrutar de la vida, para vivir con dignidad y decencia, para convivir satisfactoriamente con una familia unida, en una sociedad venturosa, hasta donde se pueda en esta vida sin dañar a los demás. Nuestra vocación humana no es el sufrimiento, ni la agonía perpetua, ni el sinsentido del absurdo, ni la supervivencia deshumanizante. Nuestra vocación, por ser humana, es vocación a toda la felicidad posible.

Estoy seguro de que muchos, mientras leen estos tres puntos, están comparándolos con la vida infrahumana que estamos viviendo los cubanos. Y seguirán contribuyendo con el proceso de degradación personal y adormecimiento, pensando o diciendo: que esto es una utopía, que no nos toca, que nos cogió la mala suerte, que es imposible de alcanzar. Pues bien: Si estas o algunas similares son nuestras reacciones ante estos tres puntos que son inherentes a nuestra humanidad, entonces los que nos someten lo han logrado, nos han domesticado, nos han drogado la conciencia.

¿Qué sentido tiene nuestra existencia en Cuba? ¿Alguien tiene derecho a hacernos perder la única vida que tenemos en este mundo? ¿Hasta cuándo vivir en estas condiciones infrahumanas?

La realidad es que esas aspiraciones no son utópicas porque existen, con más o menos limitaciones, en numerosos países de esta tierra. No nos ha “tocado”, nos han arrebatado la verdadera vida y nos han impuesto una existencia inhumana. No es “mala suerte”, porque eso es superstición, todo es fruto y consecuencia de nuestra historia personal y nacional, se deriva de nuestra dejadez, de nuestra sumisión, de nuestros miedos, de una combinación de la mentira con el poder. En resumen, estos tres derechos no son imposibles de alcanzar, eso nos han hecho creer, y nos hemos dejado convencer. Muchos pueblos lo han logrado, lo están logrando y lo vamos a lograr. Hay que analizar y aprender de lo que está pasando a nuestro alrededor y en todo el mundo. Todo repercute en Cuba.

Prever ahora la reconstrucción de mañana

Cuba no es un país peor ni mejor que los demás. Los cubanos no somos anormales, ni somos menos que cualquier otro ser humano. Cuba y los cubanos somos seres humanos, con igual dignidad y derechos que los demás pueblos. Cuba tiene una larga y honrosa historia de hombres y mujeres dignos, valientes, civilizados, que fueron capaces de pensar con cabeza propia, formar una nación de hermanos, darnos patria y libertad.

Es imposible que Cuba no tenga hoy muchos hijos que tengan esas mismas cualidades de nuestros patricios. Los conozco, están aquí y en la Diáspora. No se han dejado vencer ni convencer. No han perdido la dignidad ni la esperanza. Son luz en medio de este gran apagón nacional. Son profetas, están creando futuro, son signo y adelanto de la libertad, del progreso y de la felicidad que toda Cuba vivirá por su ejemplo, trabajo y sacrificio.

Cuba tiene una larga y honrosa historia de hombres y mujeres dignos, valientes, civilizados, que fueron capaces de pensar con cabeza propia, formar una nación de hermanos, darnos patria y libertad.

Todo esto me da esperanza realista. Confianza en nuestra condición de cubanos. Ánimo para no caer en la trampa que nos tienden de que nos acostumbremos a la calamidad. Es hora de levantar nuestras cabezas. Se acerca nuestra libertad.

El reto ahora es estar preparados para después del cambio. Prever ahora la reconstrucción de mañana. Y aunar visión, trabajo, agilidad, eficacia y constancia. Ese es el camino de la libertad, el progreso y la felicidad que merecemos todos los cubanos.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

(Publicado originalmente en Centro de Estudios Convivencia).

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Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés.

(Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Premios: “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Reside en Pinar del Río.

 

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