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Opinión | Contracorriente

“Quienes apostamos por la literatura como territorio de batalla o reposo sabemos que el riesgo al naufragio nos acompañará hasta el final de nuestras vidas.”

Oveja negra.

Escribir por encima del cansancio y la grisura de este tiempo. De todas formas siempre ha sido así. ¿Para qué simular y rasgarse las vestiduras? No hay motivo para negar un acto sublime y la vez liberador como enfrentarse a la página en blanco.

Quienes apostamos por la literatura como territorio de batalla o reposo sabemos que el riesgo al naufragio nos acompañará hasta el final de nuestras vidas. Escribir desde la incertidumbre de una nación en horas bajísimas conlleva cuestionarnos cuál es el papel del escritor en la sociedad. Para mí, la obra va en consonancia con la realidad y sus matices. Ser parte de un gremio que se mueve como una mancha de sardinas puede ser favorable para el autor, pero no para la obra. Lo he tenido como una constante y, aunque he visto cerrarse muchas puertas, he corroborado que las que se cierran son las que menos definen la calidad de mis escritos.

Ser oveja negra en rebaño blanco

En el documental Born Into This sobre la vida de Charles Bukowski, Steve Richmond, uno de los entrevistados, recordó una de sus conversaciones con el autor de Música de cañerías, El Cartero, Factótum, entre otros títulos, que este le comentó: “Si a tus amigos les empieza a gustar su trabajo, algo va mal. Y si los polis andan cerca, algo bueno debe estar pasando”. Y es que cuestionar, tocar la llaga, es parte de la naturaleza de quien hace arte de la palabra.

La literatura no es recomendable para quien pretenda ganar dinero. Es muy riesgoso. Pudiera ser, además, frustrante porque es válido saber que el mundo se interesa más por libros promocionados y vendidos por los más importantes sellos editoriales. Así las cosas, resulta más agobiante para quien no pertenece a dicha elite colocar su nombre y mucho menos su obra.

Cuando decidí encerrarme a escribir en soledad, lejos de los fantasmas perseguidores del pensamiento libre, supe que vendrían días malos.

Cuando se vive en Cuba, se está al margen de la palabra de mercado. Estamos desconectados del mundo. Por eso, apenas alguno escapa del cerco insular y logra hacerse visible, muchos se sorprenden. Pero no es fácil. El mundo es demasiado grande para quien nació en un sitio pequeño y lleno de contradicciones. Hacer la obra desde esta parte es un riesgo permanente. Ahora, si un autor decide desligarse de las instituciones que establecen los parámetros para “merecer” los beneficios de promoción, publicación y futuros viajes al exterior, tendrá que replantearse una estrategia para no quedarse en el olvido, bajo la sombra, prácticamente acabado.

Salirse del molde acarrea ciertas dificultades. Hay mucho en juego y no todos están dispuestos a asumir las consecuencias de ser oveja negra en rebaño blanco y monótono. Veámoslo desde el punto de vista de la ética del escritor. ¿Cómo voy a pertenecer a algo en lo que no creo? ¿Por qué guardar silencio y ser cómplice de lo que considero agrede y condena nuestra inteligencia?

A diario veo a colegas participar en ferias internacionales, eventos y festivales. Los veo felices compartiendo con otros autores, lo cual es gratificante. Muchos de ellos tienen una obra importante, seria, reconocida. Pero para ser honestos, la mayor parte de las delegaciones que viajan al exterior la integran los políticamente correctos, los apacibles que tal parece habitan otro país. Si uno tiene que hacer concesiones para salir adelante, debe primeramente tener en cuenta el costo de semejante pacto. Escribir es un acto de fe y lleva en sí una carga simbólica que no necesita caer en la bajeza del oportunismo.

Este es el precio de labrar un camino desde la honestidad y pretender saltar los muros de la desidia. Cuando se elige la verdad, vendrá la mentira sobre uno con todo su poder, como una cortadora de césped.

No está bien pertenecer al bando que no te quiere y valora. Eso lo llevo como una máxima. No me arrepiento de haberme salido de la vida aldeana, llena de trampas para sacarme de su oscura ecuación. Cuando en 2019 decidí encerrarme a escribir en soledad, lejos de los fantasmas perseguidores del pensamiento libre, supe que vendrían días malos, muy malos, porque en una aldea no se sobrevive sin pertenecer al aquelarre institucional. Pero ya era insoportable. Y los días malos continúan, mas no me quitan los deseos de trabajar en mis proyectos sin tener que bajar la cabeza o hacer de bufón.

Este es el precio de labrar un camino desde la honestidad y pretender saltar los muros de la desidia. Muchos lo hicieron antes que yo. ¿Por qué ceder a las tentaciones que a veces llegan para desviar la misión? No, cuando se elige la verdad, vendrá la mentira sobre uno con todo su poder, como una cortadora de césped. Pero la libertad individual, fraguada desde el dolor y las luchas internas, las noches de escritura y lectura, no le permitirá sentirse cómoda a nuestro lado.

Fuera del juego

Tengo cuarenta y ocho años y vivo lejos de las celebraciones y las ceremonias. Tengo momentos amargos en los que me siento caminar sobre un desierto infinito. Esa es parte dura y, quizás, más peligrosa de ser un ermitaño. Abro los ojos como escritor y los cierro como escritor, mientras veo la vida pasar como un barco que se aleja. Pero tengo días relampagueantes en los que descubro los misterios con solo encender la laptop, orar y comenzar a poblar el inmenso vacío con cientos de palabras.

Tuve que tropezar muchísimo para entender que quien escribe lleva sobre sí un peso enorme, pero soportable. Guillermo Vidal me dijo una vez: “Me asombra pensar cuántos centímetros ocuparán nuestros libros en una biblioteca”. A veces pienso lo mismo y me viene a la memoria su rostro sonriente y su capacidad de sobreponerse a todas las injusticias que tuvo que enfrentar hasta el día de su muerte. Su consagración y su valor me enseñaron a no traicionar principios éticos bajo ningún concepto.

No anhelo los placeres de los serviles y fugaces escritores de la corte. Es mejor estar fuera del juego que adorar la sombra del dictador de turno.

Así, entre los residuos y las vanidades, sobre la tierra cambiante y cada vez más dura, abro mi corazón y creo. No existe mejor opción para mí porque sé cuáles son mis límites. Cuando entendí que viviría para la literatura y no de la literatura, me alejé de todas las cargas y los frenos. Veo el horror y avanzo sobre él aunque me vaya la vida en ello. No busco un pretexto para ser feliz porque en medio de la tribulación encuentro la belleza. No anhelo los placeres de los serviles y fugaces escritores de la corte. Cada quien elige lo que dicta su conciencia. Es mejor estar fuera del juego que adorar la sombra del dictador de turno.

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Frank Castell

Poeta Frank Castell, revista cultural cubana independiente Árbol invertido

(Las Tunas, Cuba, 1976). Poeta, narrador y dramaturgo. Licenciado en Español y Literatura. Miembro de la UNEAC. Egresado del segundo curso del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, en el año 2000. Realiza la revista Quijotes de pensamiento cultural. Es director de programas de televisión en el telecentro Canal Azul, de Puerto Padre. Ha publicado los poemarios: El suave ruido de las sombras (Ed. Sanlope, 2000), Confesiones a la eternidad (Ed. Sanlope, 2002),  Corazón de Barco (Ed. Letras Cubanas, 2006), Final del Día (Ed. Sanlope, 2012) y Salmos Oscuros (Ed. Oriente, 2013).

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