Estoy sentado en el césped con dos amigas emigrantes como yo. Por primera vez, desde hace unos días, hay solecito. Los tres bromeamos, reímos y nos hacemos los interesantes. Un comentario feo sobre el nuevo disco de este, una burla sobre la pareja aquella. Todo de lo que se habla es de Cuba.
En un momento nos ponemos a fumar y no sé por qué visualizo a mis dos socias como sobrevivientes de guerra. Soldados, que todavía no pueden regresar a casa. No están detenidas, no han tenido que disparar un arma, pero la sensación de que tanto ellas como yo estamos mancos, tuertos, cojos, no se me va de la mente.
"El último maníaco que habló de un sueño (...) estuvo sesenta años destruyendo todo. Luego murió y dejó la cagazón andando."
No hubo bombas, no hubo tiros, pero estamos desperdigados y roticos.
Las heridas abiertas de los tres tienen que ver con la separación familiar, una pareja en otro continente, trabajar en algo que no gusta y la frustración de haber acabado así: conscientes todo el tiempo de que ha pasado algo malo.
Besito y calabaza calabaza cada uno para su casa. Camino solo por una ciudad que no es la mía y pienso en lo difícil que va a ser para mí volver a creer.
El último maníaco que habló de un sueño, de una utopía, de SÍ SE PUEDE en mi país, estuvo sesenta años destruyendo todo, con una máscara, tratando de engañar y de hacer ver que no pasa nada. Luego murió y dejó la cagazón andando. Escondido en el monolito y el país en la mierda por su culpa.
Sigo fumando y no sé por qué me viene a la cabeza la idea de que la Revolución ha sido como un novio tóxico. Al principio mostró una cara, sacó unas florecitas y luego con el pasar del tiempo, lo que dejó fue violencia, miseria, tristeza y a Díaz-Canel con la barriga afuera acostado en la cama.
La película del príncipe azul se convirtió en una distopía apocalíptica.
Después de eso no se creen ni en flores ni en canciones bonitas.
"El cinismo baila entre nuestros cuerpos y la calma rápida se encuentra en la bebida, los estupefacientes, comprar y comprar cualquier cosa (...)"
Va a ser muy difícil para mí, como cubano, volver a creer en alguien que venga a hablar de utopía. Como cuando una pareja se rompe y los miembros tienen que sanar. Así me siento. Sin querer saber nada de eso.
En este limbo, yo y mis cercanos hemos quedado en un estado que no podemos asimilar o hablar de algo que sea demasiado serio. La levedad nos salva.
El cinismo baila entre nuestros cuerpos y la calma rápida se encuentra en la bebida, los estupefacientes, comprar y comprar cualquier cosa sin pausa, chocar y chocar contra el cristal como moscas y buscar el entretenimiento en lo que sea.
Da igual si es un video de fulanito, el hombre que se da golpes con el martillo, que el que canta en el basurero, o el que baila con un cuchillo en la mano.
Imágenes rápidas que nos consuman y maten el tiempo.
El mundo sigue y me repito y me repito que ninguno de estos extranjeros que me rodean están interesados en lo que pasa en Cuba, y entonces pienso que, entre nosotros mismos, así todo roticos, vamos a tener que encontrar una solución. Solos. Nosotros.
"YouTube sirve para ver imágenes de los 80, los 90 y del Caso Elián, de cientos de miles de nosotros en el malecón, moviendo las banderitas."
Pero luego se me pasa esa sensación. ¡Qué bajón!, qué pocas ganas, además de todo el trabajo que han hecho los soldados ideológicos por dividirnos, el panorama es tan terrible, que al parecer la gente lo que quiere es tirar para su lado.
Sálvese el que pueda.
Sin un brazo, sin una pierna, con tremendo dolor en el cuerpo, mi personaje se aleja por una calle que le es ajena y que lo hace sentir al margen. Paralelo. Paralela la realidad del nuevo país a la vida emocional del emigrante. No van a chocar. Cada uno para su lado.
Así, con ese dolorcito, a encerrarse al cuartico, y soltar vomitar todo en las redes, para ver si del lado de allá hay otro como él que se siente identificado, le comenta, le responde… lo ve. Una nueva familia, una familia virtual, ¿Una familia real?
Pasan las horas y la voz que cruzó mares y montañas no vuelve. La gente está en su talla, en otra cosa, desperdigada.
Luego cae la noche y a comer y a comer y a llenarse de comida basura pensando en la gente que en Cuba no tiene qué ingerir. El atracón por gusto, con la mente en el plato vacío de allá.
YouTube sirve para ver imágenes de los 80, los 90 y del Caso Elián, de cientos de miles de nosotros en el malecón, moviendo las banderitas, mirando la nuca al amado o a la amada, creyendo que estábamos haciendo algo. Creyendo que ese gesto iba para algo. Creyendo que éramos felices.
Gesto vacío que se llevó el viento y que, si no llega a ser filmado, nadie iba a creerlo.
¿Yo gritando consignas en La Piragua? ¿Haciendo la cola de Coppelia sin ganas de tomar helado nada más que para joder con el grupo de amigos? ¡No!
Ha pasado tanto que eso no parece ser parte de la vida de uno.
La vida se puso demasiado seria, me dijo una de las socias cuando estábamos en la yerbita.
Todo el gesto, el que no salte es yanqui, el baile, el ritmo, la fiesta encubriendo lo monstruoso, todo ese gesto parece ser hecho por otro rostro. Otra cara. Me es ajeno.
"Los tres Juanes de La Virgen de La Caridad remando y todo un pueblo remando día a día."
¡Que vacío más grande, dios mío! La mentira total.
Hay mucha gente adentro que está esperando para coger un avión, una lancha, lo que sea para partir. Me llegan imágenes de una ciudad destruida y un edificio inmenso que se levanta con el nombre de otro muerto, aquel general de GAESA.
Una bomba que cayó y nadie vio el fuego, pero no quedó nada. Ni las cucarachas.
La bomba potente.
Los que están afuera, y se sienten como yo (para no generalizar), andarán así un tiempo, entre un chiste cínico y la necesidad de esconder el gesto de dolor. Escondiendo el muñón con la camisa, tratando de no mostrar la cojera. Dando palmadas y a divertirse. Sin cabeza y para adelante.
Un buche, una pastilla, una fumada y tratar de amanecer mejor.
Los tres Juanes de La Virgen de La Caridad remando y todo un pueblo remando día a día, para tratar de sacar a la familia adelante y de llegar al otro día, sin enloquecer.
Sobrevivir, tan sólo poder sobrevivir, es una proeza.
Felicítate, hermano.