En la década de los ochenta de un siglo XX cada vez más lejano, mi madre cortaba una porción grande de ramaje del júpiter que crecía en el jardín de nuestra casa. La dejaba secar, la despojaba después de hojas y ramas superfluas y, una vez pintada de blanco, la ponía en un pedestal elaborado a base de papel periódico y maderas clavadas en cruz. Así teníamos un arbolito navideño ersatz. Esto es: pobre sustituto tercermundista de navidades y día-de-reyesexperimentados por otras familias (cubanas o no) residentes en tierras más allá del mar. Lejos de la maldición del agua por los cuatro costados.
Antes de que esas familias (las cubanas en este caso) y otros seres supuestamente anómalos abandonaran la nación para disfrutar fechas insignes extranjeras, se gastaron raciones enteras de huevos en incontables actos de repudio ejecutados por personas que probablemente se hayan pasado la vida lamentando y recordando con añoranza aquellos huevos lanzados en pleno fervor revolucionario de odio a ultranza a la diferencia (teniendo en cuenta que ese producto alimentario básico se perdió de vista durante la década de los noventa; podría decirse: los años duros (pidiendo perdón al difunto Jesús Díaz por la apropiación de sus mots justes) y justo en estos días un solo huevo puede llegar a costar la impensable cifra de cien pesos cubanos (casi medio dólar al cambio popular). Tres mil pesos el cartón de treinta posturas de gallina.
Una vez más, la maldición del agua por los cuatro costados (pidiendo perdón al difunto Virgilio Piñera, etcétera, etcétera.) Pero nos alejamos del tema. O no. No nos alejamos tanto. El precio de los huevos es parte concomitante de la desidia general. Del desinterés.
En un principio, el Estado aumentó los salarios en la Isla durante la pandemia. Al principio de la medida anunciada, reinó la alegría. No digo yo, si se pasa de cobrar casi cuatrocientos pesos mensuales (unos quince dólares al cambio de aquel momento) a cobrar cuatro mil (unos quince dólares al cambio actual).
Los precios, casi al unísono, subieron; aún continúan haciéndolo. Sociológicamente debe de haber alguna teoría que explique eso, pero esta isla elude teorías que no sean políticas. O ideológicas. Este país elude los huevos a menos que se tengan tres mil pesos para adquirir un cartón de treinta posturas. Casi un salario mensual para huevos que no alcanzarán siquiera para subsistir el mes entero.
Pero eso sí es irse del tema inicial de este artículo: el júpiter, las ramas superfluas, el papel periódico recubriendo la base del árbol ersatz (titulares triunfalistas del diario Granma de la década de los ochenta del siglo XX como base fundacional del espíritu navideño de ese supuesto hombre nuevo prometido por el Ché. Smells like christmas spirit en medio de palabras enmarcadas en tinta roja color pasión (rojo de sangre derramada, de corazones enardecidos, rojo de boquitas pintadas en las modelos de Cosmopolitan y Vogue) con loas al cálculo económico y autogestión empresarial calcadas de regímenes socialistas en decadencia).
No es mi interés saber como celebraban las festividades de final y principio de año las generaciones anteriores en medio de aquel fervor revolucionario a ratos impostado y a ratos real. Deben de haber estudios sobre eso. Mis recuerdos (mi percepción temporal) comienzan a partir de los años ochenta. Marcados estos por la bonanza a medias disfrutada mediante las mercedes de un campo socialista que se desmoronó a los primeros vientos de cambio que soplaron a fines de la década desde Europa del Este. La glasnost se llevó la compota de manzana de mi niñez. La perestroika, indirectamente, nos trajo un Período Especial de ominosa recordación.
¿Qué celebran, pues, los cubanos en estos días de fin y principio de año? Salvo el día último de año (que es motivo claro de celebración) creo que ni ellos mismos (nosotros mismos) tienen (tenemos) idea certera de lo celebrado. El proceso revolucionario se ha encargado de desdibujar tradiciones o de reemplazar (desplazar) las ya existentes, todo esto dando muestra de un extraordinario desdén por la religión (esto cambiaría a partir del desbarajuste de los años noventa cuando el Estado aceptará volverse laico pero ya a esas alturas existían varias generaciones en la Isla totalmente ateas, desprovistas de fe religiosa, política o ideológica). Motivo por el cual el cubano celebra el 24 de diciembre sin saber exactamente que celebra. No es Nochebuena para el cubano de a pie, sino un simple y llano 24 de diciembre. Números haciendo el papel de común denominador de los nombres que ya no están.
Al día siguiente (25) es feriado, pero no suele celebrarse Navidad. Se ha perdido esa costumbre. La visita del papa Juan Pablo II solo le dio al cubano promedio un día feriado extra para descansar de los excesos del 24, nada más.
Décadas de adoctrinamiento marxista-leninista se han encargado de vaciar de contenido a la Navidad. Lentamente está haciendo una vez más su entrada al imaginario popular de la Isla, junto con la figura de Santa Claus. Es irónico entonces que las familias que elijan hacer regalos a la progenie lo hagan el seis de enero durante el Día de Reyes (otra festividad perdida) en vez de hacerlo en el día de Navidad, como le correspondería hacerlo a Santa. Igual hay que ver los precios actuales de los juguetes. Con lo que cuesta cualquiera de ellos, se alimentaba un núcleo familiar en la época anterior al reordenamiento. O se come o se juega ahora en esta ínsula y ya se sabe que la comida no se presta para jueguitos de reyes ni nada por el estilo.
(Mi madre ponía su arbolito para sembrarlo de regalos para sus hijos en el Día de Reyes. Nunca perdimos esa costumbre a pesar de las doctrinas marxistas-leninistas. Mi primera bicicleta se la debo a Melchor, Gaspar y Baltasar y no al hombre nuevo preconizado por Ernesto Guevara y compañía).
¿Qué celebran los cubanos de la Isla en estas décadas del veinte de pleno siglo XXI? ¿En estos tiempos post-pandemia, post-reordenamiento económico? La libra de carne de cerdo (parte integral de las cenas de celebración) cuesta actualmente quinientos pesos. La yuca alrededor de cien pesos. Las botellas de vino solo se venden en la moneda del enemigo en tiendas no accesibles para todos (no olvidemos que parte del reordenamiento económico consistió en eliminar la situación de la doble moneda más olvidaron mencionar que la solución sería reemplazar los CUC por los MLC, retornando así inopinadamente a otra situación de doble moneda). Del ron mejor ni hablar. Los turrones antes tan ubicuos ahora brillan por su ausencia o son extremadamente caros. (Toda esta cornucopia de precios y productos solo dan respuesta al cómo se celebra, no al qué).
El Estado, antes tan dado a gratuidades y beneficios sociales acordes con el socialismo de libro de texto, ahora se desentiende del asunto. Reparte por las bodegas a veces unas cuantas libras de carne de cerdo a precios un tanto más asequibles, más las aparentes buenas intenciones se ven contaminadas por la desidia y las colas inmensas para adquirir un producto que la mayor parte de las veces ya viene en mal estado debido a malas gestiones en los procesos de transportación y refrigeración.
¿Cómo celebraremos este fin de año los cubanos? Tal vez con uno de esos paquetes de picadillo que el Estado provee una vez al mes en los puntos de venta o con alguna que otra posta de pollo de idéntica procedencia al picadillo. ¿Qué celebraremos? No sabría decir con certeza.
En la televisión se irradia una alegría artificial a partir de un aniversario más del triunfo revolucionario, pero lo cierto es que los actores contemporáneos del proceso político cubano no poseen el capital simbólico o el carisma de los anteriores. Plantean, sin embargo, ser continuidad. Ellos sabrán. Igual no creo que tengan problemas con la carne de cerdo, las botellas de vino o con los cartones de huevo.
Mi madre solía celebrar la puesta del arbolito a escondidas. No estaba bien visto política o ideológicamente hablando. Ponía cadenetas de pequeños bombillos en las ramas pintadas de blanco y colgaba bolas de cristal tornasolado en esas mismas ramas; los niños veíamos brillar entonces la noche en esas lucecitas navideñas que los titulares triunfalistas del diario Granma nunca conseguían opacar del todo. Ahora me asomo a la ventana y lo mismo puedo ver un balcón iluminado en la distancia con luces de navidad que un apagón ennegreciendo el horizonte.
La ciudad mientras tanto, se derrumba y yo cantando (pidiendo perdón, una vez más, a Silvio Rodríguez por la apropiación de sus mots justes). Los edificios languidecen: en cada esquina pululan montones de basura que nadie se molesta en recoger. Los precios siguen subiendo; los salarios ya no dan más. No se vive; se sobrevive. Debe de haber alguna teoría que explique eso, pero esta isla elude teorías que no sean políticas.
O ideológicas.