Taiger, Taiger: un pingú.
Cuéntame la historia tú:
Isla, exilio a contraluz;
Hombre, música, ataúd.
Orlando Luis Pardo Lazo
Esta tendencia a enaltecer idiotas
En un artículo genialmente intitulado “La bestia, la machine, el animal”, el periodista Carlos Manuel Álvarez hablaba de los logros del reguetonero El Taiger (en ese entonces a punto de morir).
En el primer párrafo, entre otros enunciados sorprendentes, se indicaba que el artista “condujo y organizó el extravío sentimental de un país roto”. “¡Coño!”, pensé, algo sorprendido. “Qué manera tan bonita de decir que sus letras eran una mierda.”
Seguí leyendo. En el segundo párrafo se mencionaba el hecho de que el aludido “implantó modas”, y de que “los jóvenes que no tenían nada querían vestirse como él, proyectarse como él, capturar su aura…” —logros a mi entender un tanto cuestionables, teniendo en cuenta el estrés que supondría para los adultos responsables de un niño pobre el que a este de momento le diera por vestirse como un reguetonero millonario. (Habría, además, que imaginarse la cara de preocupación de una abuelita al enterarse de que sus nietos querían “proyectarse como” y “capturar el aura de” alguien que en su tiempo libre se dedicaba al robo a mano armada.)
Pero bueno. Tragué en seco y seguí. No terminaba de procesar las dos primeras oraciones de ese segundo párrafo cuando leí una tercera que decía: “Es un poeta.” Y ahí entonces ya tuve que parar. Quizás me vino un pensamiento “clasista” a la cabeza —algo como “No jodas, poeta es Dante”. O quizás, simplemente, me harté de tanta coprofilia intelectual.
Antes ya había cometido el error de intentar leer otro artículo de El Estornudo (eso sí, también ejemplarmente) titulado “El Taiger: único en su especie”, en que el autor, como secándose las lágrimas, expresaba: “Con su muerte, El Taiger […] se une a una corta pero significativa lista de mártires del género”. Sí, mártires. Ahí tuve que dejar de leer también, para no arrancarme los ojos como Edipo… y fue cuando decidí sentarme a escribir esto.
Pero este artículo no trata del difunto, ni de la oda que Carlos Manuel Álvarez le dedicó, sino de ese sector postmodernista y woke de la intelectualidad cubana que, a ritmo de interpretaciones indulgentes pero erradas de la realidad, ha decidido celebrar nuestra estadía en la fosa séptica cultural del comunismo.
Una de las manifestaciones más claras de su coprofilia intelectual es, por ejemplo, esta tendencia a enaltecer idiotas —criminales, abusadores, drogadictos, o gente sin escrúpulos cuyo talento se limita a explotar la miseria circundante. No solo a enaltecerlos como individuos, sino a justificar la degradación que representan a través de la apología de su arte (lo que en el fondo no es más que culto al éxito), tildando a la alternativa de elitista.
No ven el nexo entre encumbrar personas cuya meta en la vida es el disfrute irrestricto e irresponsable del presente, y una juventud lobotomizada y hedonista a la que no le importa hacer por su futuro.
Otra de sus manifestaciones es su total desconexión de la realidad. Estamos hablando de personas que poseen un dominio envidiable de la metáfora (evidenciado en lo de llamar poeta al Taiger), pero que al mismo tiempo son incapaces de entender la relación causa y efecto entre el mensaje que amplifican y la inmundicia que nos cubre.
No ven el nexo entre un muchacho pobre que venera a un charlatán engreído, y que este luego le robe dinero a su familia para comprarse una cadena de oro. No ven el nexo entre el perreo, las fiestas hasta tarde y el alcohol, y una niña quedando embarazada con quince años. No ven el nexo entre encumbrar personas cuya meta en la vida es el disfrute irrestricto e irresponsable del presente, y una juventud lobotomizada y hedonista a la que no le importa hacer por su futuro. No ven el nexo, porque ni se criaron en un barrio marginal, ni viven en un barrio marginal, y porque es más fácil tomarse la absenta del olvido cuando no se deben sufrir las consecuencias.
Los que sí ven el nexo, y lo condenan, son aquellos que sí son marginados: los artistas que han sufrido acoso, censura y represión por expresarse libremente, y que —a diferencia de los cantantes de reguetón— no pueden regresar a su país o salir de él cuando desean. Raperos como Bian, Aldo, Silvito, Raudel, Maykel Osorbo y Bárbaro el Urbano son la demostración de que no hace falta ser un aristócrata para ver más allá de la gozadera barata del clubgoer. Son ellos quienes nunca se conformaron con la miseria humana y la decadencia de nuestro país, y los que denunciaron (y siguen denunciando) en cientos de canciones no solo al régimen, sino también a los hipócritas en una u otra orilla que se aprovechan de la situación.
Si se hablaba de quienes “conducen y organizan el extravío sentimental de un país roto”, había que hablar de ellos. Y pues, resulta que para ellos esa cultura materialista, frívola y violenta que promueven los cantantes de reguetón con letras y actos es enemiga tanto de los pobres como de la libertad. Resulta que los verdaderos marginados y su público saben reconocer que el pan y circo no conduce a nada.
¡Ay, qué clasistas son Los Aldeanos!
Dos élites
Pero espérate. Ya que algunos se empeñan en usar palabras como “clasista” y “elitista” para describir a quienes —pobres o no— pensamos de esta forma, hay dos pequeños puntos que me encantaría recordarles.
El primero es que casi siempre son los miembros de una élite los que han tenido el tiempo y los recursos para sentar las bases ideológicas sobre las que un pueblo luego se levanta. Los independentismos americanos, desde el de Washington hasta el de San Martín, pasando por el de Joaquín de Agüero, fueron todos movimientos elitistas —con la excepción de Haití, que prueba la regla. Por lo tanto, el hecho de serlo (si lo fuéramos) no le restaría valor a lo que decimos.
El segundo es que ustedes —oh rivales ideológicos— sí que son la élite, a juzgar por sus ideas de departamento de sociología de Ivy League. Pero dándoles el beneficio de la duda y asumiendo que, en efecto, nosotros también lo somos, la diferencia entre la élite que critica a los reguetoneros y la élite que los idolatra, es que la primera es una reacción al desastre comunista, mientras que la segunda es una resignación a este. Por un lado, hay una élite inconforme (que incluye a un grupo importante de raperos) abogando por encauzar al pueblo hacia un sentido de compromiso con la realidad de su país; y por el otro, una élite conforme (que incluye a un grupo importante de delincuentes) que ve al pueblo con lástima y trata de excusar sus malos hábitos para quitarle de los hombros el peso de la responsabilidad con su futuro.
Por un lado hay una élite inconforme abogando por encauzar al pueblo hacia un sentido de compromiso con la realidad de su país; y por el otro, una élite conforme que ve al pueblo con lástima y trata de excusar sus malos hábitos.
¿Quién es más elitista, entonces? ¿El que intenta oponerse a la apatía para tener un país decente, o el que la ensalza con una verborrea rimbombante para seguir gozando con lo que otros sufren?
Otra cosita. Los valores morales tan aparentemente rígidos y conservadores que ustedes buscan menoscabar en cada artículo no son lo que tiene a los pobres oprimidos, sino las herramientas que esos mismos pobres utilizan para escapar de su enajenación. Pero eso es otro tema en el que abundaré más adelante.
Abre los ojos
La normalización del extravío moral que ustedes enarbolan no es más que conformismo haciéndose pasar por contracultura. Algo que, si bien a ojos de nuestra miope comunidad cubiche podría parecer la octava maravilla, a mí me aburre, porque lo he oído miles de veces en inglés. Si algo me han enseñado mis andanzas por el entorno académico estadounidense es a detectar incluso desde lejos ese tufillo woke postmodernista (y, cómo no, marxista) de este tipo de ideas.
Ustedes creen que son contracultura porque reivindican lo que el oficialismo despreció en algún momento; y sí, su irreverencia ante el poder tuvo su mérito. Sin embargo, ya deben darse cuenta de que a estas alturas su reivindicación se ha convertido en una nueva forma de trabajo político-ideológico. Cada texto que aceitan con preciosas filigranas estilísticas para al final decirle al pueblo “Mueve el culo” en vez de “Abre los ojos” le está haciendo el trabajo a los del Granma.
Lo que nuestro pueblo necesita de sus intelectuales no es más anestesia en forma de postmodernismo o reguetón, sino un cubo de agua fría, un bofetón, una franqueza amarga.
Glorificar el asco nacional con eufemismos no es progreso. Coronar con confetis un mojón no lo hace dejar de tener peste. La canonización de la farándula no es más que la canonización de la miseria, y del castrismo por extensión, además de una burla a todos los que se le oponen. Esa defensa a ultranza de lo vano y lo vacuo es un insulto a la inteligencia de cualquier persona digna —en especial, a la de aquellos que no pueden darse el lujo de deconstruir la realidad en la que viven, ni de usar el perreo como praxis de liberación.
En resumen: ese barriobajerismo que enarbolan con terminologías e ideas yumas, brother, no es otra cosa que vagancia: apología de la indiferencia, y cubaneo —coprofilia intelectual.
Le están diciendo al pueblo: “Ese mojón flotante es lo que somos. No queda más remedio que admirarlo”, que es en definitiva lo que este quiere oír. Pero lo que nuestro pueblo necesita de sus intelectuales no es más anestesia en forma de postmodernismo o reguetón, sino un cubo de agua fría, un bofetón, una franqueza amarga que le resulte incómoda de leer, difícil de tragar, pero que a golpe de verdades —como un rap— le abra los ojos y lo tumbe de la cama.
Posdata
No habiendo terminado yo este artículo, salían en Hypermedia Magazine (como si lo de El Estornudo no fuera suficiente, y como para ponerle la cereza al pastel de mis argumentos) tres estrofas de una cursilería extraordinaria bajo el título de “Taiger, Taiger: luz que quema” —una de las cuales cito a la entrada de este texto. Elegía muy bien lograda, a mi parecer, si el objetivo era calcar el contenido léxico y nivel de profundidad poética del homenajeado.
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