Caminar La Habana al anochecer deja cierto placer. Uno se percata de cuán variopintos son los seres que moran la zona alrededor de la calle Reina. No tanto Reina como todo el área que se extiende desde la Sortija, pasa por el Palacio de Computación, hasta Carlos III.
En esa zona uno se mezcla con jóvenes de vocabulario reducido y conjuntos limitados, cuando no son personas sin hogar. Su vestimenta se limita, en el caso de los varones, a camisetas de baloncesto y shorts, y los vestidos y “calentitos” o blusas con el ombligo a la intemperie, son de la preferencia de las muchachas.
En ocasiones, sin perder la discreción, observo sus modulaciones. Casi parece que bailan en vez de caminar o cantan en vez de hablar. Tienen un lenguaje propio. Entre ellos son un club secreto que te llevan a la marginación más insólita, algo irónico de decir. De no pertenecer a su clan, eres su enemigo.
“Aprovechan cada recoveco cual oportunidad para establecerse y atraer a los deambulantes que añoran quedarse despiertos en la madrugada.”
Hay puntos específicos que tienden a atraer a estos grupos. El llamativo Parque de la Fraternidad, donde se esconden, entre los bancos y árboles, los homosexuales que trabajan la noche junto a sus chulos, o algún que otro borracho perdido entre “sendas”. También está el Parque del Curita, en el que pululan los que buscan algún transporte para moverse por el resto de La Habana, lejos de allí, o esos que trasiegan para hallar un lugar en que sentarse, fumar un cigarro y hablar de fútbol o de lo mala que está “la cosa”.
Otro de los espacios insólitos en que se reúnen dichos grupúsculos son los puestos improvisados de venta de café. Sitios con capacidad para ofertar cualquier servicio. Cuentan con música, bocadillos, chucherías y el ansiado néctar; además de ofertas particulares como llenado de gas para fosforeras, direcciones necesarias, pastillas azules para el corazón tildadas de ser “viagras” originales, y transacciones de artículos multiusos.
Las mesitas se extienden por toda la calle Reina, no hace falta chocar con ellas para saber que están ahí. Aprovechan cada recoveco cual oportunidad para establecerse y atraer a los deambulantes que añoran quedarse despiertos en la madrugada. Cuando se camina por la zona, uno puede encontrarse cualquier sorpresa.
El tinglado de la “Beibi”
Hay uno de esos puestos muy peculiar. Es atendido por una joven mujer que suele sentarse detrás de una pequeña banqueta cubierta de vasos de plástico transparentes, los cuales no impiden que cada cliente note sus hermosas piernas cruzadas, una encima de la otra. Ella es agradable, su puesto suele estar concurrido por amigos o, quizás, familiares que la llaman “Beibi”. También acuden a ella quienes desean tomar su “café”.
No vende otra cosa fuera del líquido hirviendo que sirve, sin mucha profesión. A veces se nota perdida en la calle, viendo como pasan los carros. Su falta de profesionalidad hace sospechar que su tinglado se dedica a otra cosa, y más en los momentos en que uno de estos carros se detiene. Entonces ella va hacia él, conversa un ratico con el chófer y se va junto a este montada en el asiento de copiloto.
Mi fijación con esta mujer parte de cruzar por la calle. Tal vez he tenido la suerte de ver sus “otros” movimientos y a partir de ello conjeturar, muy dado a la especulación que su lenguaje corporal me susurra. Resulta extraño el abandono de su negocio e irse alegremente en un carro, antes, claro está, de pedirle la aprobación a uno de los hombres que rodean el puesto, quien le da señal de afirmación con un simple movimiento de cabeza y después se encarga del emprendimiento urbano cafetalero en la ausencia de su gestora principal.
En los años noventa hubo una propagación de malos hábitos laborales con tal de sobrevivir a la crisis económica que tenía y tiene el país. De ahí surgió el término jineterismo y sus derivados para denominar a aquellas personas, en su mayoría mujeres, que se dedicaban a la profesión más antigua del mundo: la prostitución. Dicho medio de subsistencia es penado por la ley cubana, lo que ha creado la posibilidad de que sus practicantes, tanto vendedores como compradores, se ingenien formas creativas para ocultar sus modos de actuar.
“En Cuba la moralidad lamentablemente anda en calzoncillos y sin cargar la culpa de quienes carecen de ella.”
Hoy en día la discreción sobre esta práctica habita en una nebulosa social en la que se sabe y se percibe sobre ella sin muchos tapujos, pero no se pregunta al respecto. La especulación sobre la misma surge desde que se anda por la ciudad y se ve a ciertos jóvenes y no tan jóvenes de características singulares y modulaciones específicas, como seres de la noche, rondar zonas conocidas por ser “puntos calientes” de extranjeros, tal cual sucedía en el Período Especial. No obstante, hay otras que sirven para congeniar con personas que quizás no provengan de otros países y sufran las mismas consecuencias de la vida diaria y, a su vez, decidan usar un resguardo monetario para hacer su noche más dinámica.
La necesidad es la madre de todos los inventos y la búsqueda de supervivencia, así en ella se pervierta la integridad moral y física. En Cuba la moralidad lamentablemente anda en calzoncillos y sin cargar la culpa de quienes carecen de ella, o la situación los ha llevado a perderla. Como el negocio del café hay múltiples misterios que se desconocen de la calle, principalmente cuando se hace de noche y comienzan a salir todos los seres de entre los recovecos derruidos en que se ha convertido la ciudad.