Fue precisamente una escritora francesa quien dijo que escribir era escribir lo que escribiríamos si escribiéramos. Una frase ingeniosa, como de salón dieciochesco lleno de madames volterianas, brillantes, agresivas, superiores siempre a ciertos señores gotosos llamados con infatuada autoridad “filósofos”. Escribir, esa angustia paralizante, ese problema como de metafísica editorial, ese extraño prestigio como de parteras de la fiction y de la non fiction, vendría a ser, al fin y al cabo, una cuestión de atrevimiento, de construcción y verificación. Escribir es atreverse a escribir. Pero, al parecer, la cosa no se deja simplificar tan fácilmente. La frase no es meramente ingeniosa, es perversa. Su uso del si condicional es hiriente, casi demoledor; tiene la violencia de una inculpación: parece acusar a los escritores de vulgar inoperancia, de ausentismo. Parece que, en definitiva, lo habitual es que los escritores no escriban, que se angustien por no escribir, que cometan el error milenario de definirse a sí mismos como escritores sin atreverse demasiado. Por eso hay que volver al acto que otorga valor de evidencia a la definición del escritor: el escritor debe escribir para ser escritor, ¿y qué es escribir? Es escribir lo que escribiríamos… si escribiéramos. (Como vivir es vivir lo que viviríamos… si viviéramos).
¿Y qué escribiríamos si escribiéramos? Biblioteca para lomo-lectores es una respuesta a esa pregunta. Pero una respuesta en broma. Más que un mapa de lo que habríamos querido escribir algunos amigos, si nos hubiéramos tomado el trabajo de escribirlo, la obra es un mapa de anécdotas, bromas, parodias, ocurrencias, intuiciones, que fueron alcanzando existencia de títulos desafiantes. Enunciados de choque, terrorismo del desahogo contra el Poder y sus infinitas mediocridades. Bromas sobre lo que cierto filósofo (marxista, pero curiosamente amplio y muy lúcido) llamó en uno de sus títulos la vida dañada. Risa dentro de la jaula de lo Local, bajo la sombra de un totalitarismo de aldea o vulgar dictadura. Cuba…
Por mucho tiempo nuestras conversaciones fueron un mero registro de títulos. Había entusiasmo. Exceso de conexiones estimulantes. Es probable que no siempre hayamos mostrado el rigor del samurai que destruye lo imperfecto. Pero tampoco lo salvábamos todo. En general, lo más importante era desmembrar Cuba y que cada título fuera carne de ese desmembramiento.
Muchos de estos títulos son parodias de otros títulos. Parodia: apropiación perversa, subversión, destrucción del poder del referente, de su prestigio enemistado; alquimia: por la parodia hacíamos que la mierda de títulos locales infames se volviera oro, carcajada (desvío). O efectuábamos justamente la inversión contraria: hacíamos que el oro de un título remoto e inocente se volviera mierda local y carcajada (así poníamos en escena cómo lo Local lo ensucia todo o pareciera querer reducirlo todo a sus dimensiones). Alrededor de esos títulos de parodia iban apareciendo los otros, los que nos exigían cierto esfuerzo de composición.
"Biblioteca para lomo-lectores es una forma de protesta ante la esterilidad de los profesionales de la Cultura"
Ciertamente crear títulos que sean además bromas perfectas no es algo tan fácil. De hecho, ni siquiera es fácil encontrar un solo título que nos parezca lo suficientemente bueno. De mil escritores contemporáneos, probablemente solo diez tengan algún título interesante. Hay editoriales y colecciones enteras que no han publicado ni uno solo (ya sabemos que el título no es el libro, pero lo compromete). En este sentido, Biblioteca para lomo-lectores es una forma de protesta ante la esterilidad de los profesionales de la Cultura.
Tal vez lo más específicamente artístico (en cuanto “arte contemporáneo”) de esta obra sea su cinismo provocador, su incómoda simplicidad como de objeto falsificado. Su sentido de juego. Mostrar aquello que al parecer debe ser mostrado como broma para ser plenamente articulado, montado. Aquello que se ha mostrado como broma pareciera saberse broma, sobre todo si se ha mostrado dentro de un juego que, por el hecho de mostrar una broma que se sabe broma, pareciera él mismo mostrarse como juego que se sabe juego. Así, la verdad de esa broma aparece como algo menos amenazador, casi domesticado, y, sin embargo, es una verdad portadora de la tensión del juego, una verdad que permite al juego saberse juego, es decir, afirmar su verdad con eficacia. Los artistas deben saber vender sus bromas a las Galerías. Esa es una de las astucias de su juego, no la menor.
"...la Biblioteca ha sido siempre, salvo infrecuentes excepciones, una lomofachada sin lomolecturas..."
Aquí tenemos una biblioteca que no llega a ser una biblioteca pero que tampoco deja de serlo. Pensemos en ese decorado que por mucho tiempo fue una tradición familiar de burgueses y altos funcionarios. La Biblioteca, la cabeza del animal cazado y el retrato de la familia o de alguna querida: imagen recurrente. Esa biblioteca fue siempre un simulacro, un gran fantasma de la Cultura: una serie escalonada de lomos de libros que lucían sus títulos sobre el cuero de incontables sacrificios. Hasta que se prescindió del cuero animal, para que la Biblioteca pudiera seguir siendo simulacro, prestigio. Poquísimas veces, en siglos, debe de haberse producido una atenta lomolectura. Lo más frecuente debe de haber sido una distraída lomoconsulta. Tal vez, ¿por qué no?, debemos suponer que las librerías y ciertas bibliotecas públicas eran el paraíso de esos modos de lectura. En todo caso, lo que debemos tener en cuenta es que la Biblioteca ha sido siempre, salvo infrecuentes excepciones, una lomofachada sin lomolecturas. Un lujo, un silencio, la mentira y el fracaso de la Cultura, Shakespeare bostezando en un matadero de reses…
Pero también ha habido lomolecturas muy atentas. Ha habido, y hay, millones de lomolectores infatigables: artistas, escritores y otros paseantes más o menos charlatanes. Para ellos también es esta Biblioteca, este Caballo de Troya que ríe como si le fuera a reventar el vientre después de haber pasado.