Fui uno de los cien escritores "invitados" a presenciar la retractación de Padilla aquella noche del 27 de abril, en los salones de la UNEAC. Allí estaban también Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Miguel Barnet, José Yánez, Roberto Fernández Retamar y muchos más. Milicianos armados cuidaban afanosos la puerta de la entrada de la antigua mansión del Vedado, ocupados en constatar que todo el que llegase estuviese en la lista de "invitados". Hombres vestidos de civiles, pero de ademanes y rostros ostensiblemente policiales, preparaban diligentes la función. Allí estaba también Edmundo Desnoes. Se encendieron las luces, las cámaras cinematográficas del Ministerio del Interior comenzaron a funcionar. Padilla representó su Galileo. Sabía que no le quedaba otra alternativa, como en otro tiempo lo supo el Galileo original, como en otro tiempo lo supieron tantos hombres, quienes, mientras las llamas los devoraban, tenían que dar gracias al cielo por ese "bondadoso" acto de purificación... Pero esta vez el espectáculo era además filmado; lo cual de paso nos enseña que el avance de la técnica no tiene por qué disminuir el de la infamia.
Fue entonces cuando Padilla, en medio de aquella aparatosa confesión filmada y ante numeroso público oficialmente invitado, puso a funcionar su ironía, su hábil sentido del humor, su burla. Entre lágrimas y golpes de pecho dijo "que las numerosas sesiones que había mantenido por espacio de más de un mes con los oficiales del Ministerio del Interior, había aprendido finalmente a admirarlos y a amarlos".
Para cualquiera someramente versado en literatura y represión, era evidente que Padilla estaba aludiendo aquí a los numerosos interrogatorios y torturas que había padecido a manos de esos oficiales de la Seguridad del Estado. Y en cuanto a la expresión "admirar y amar", no por azar Padilla la empleaba, sino por tétrica coincidencia. Dicha expresión traía a la memoria el terrible momento final de la obra 1984 de George Orwell, donde el protagonista, luego de haber sido sometido a todo tipo de torturas, luego de haber sido "vaporizado" al igual que lo estaba siendo Heberto Padilla en ese momento, terminaba diciendo que "amaba al Gran Hermano".
Durante diez años, Padilla, al igual que el Winston de Orwell, vivió vaporizado en Cuba, hasta que en 1980 logra trasladarse a Estados Unidos. Recuerdo sus palabras en el discurso pronunciado en la Universidad Internacional de la Florida en 1980. Allí Padilla dijo, aludiendo a su obligada retractación, que tuvo que hacerla; "porque cuando a un hombre le ponen cuatro ametralladoras y lo amenazan con cortarle las manos si no se retracta, generalmente accede; ya que esas manos son más necesarias para seguir escribiendo".
Los que hemos padecido los eficaces métodos implantados, para lograr sus propósitos, por los que en Cuba manejan las ametralladoras, no tenemos nada que objetar a Heberto Padilla; quien debe avergonzarse es el inquisidor, no el confeso; el amo, no el esclavo.
Lo que resulta realmente inconcebible es que Edmundo Desnoes, para neutralizar la efectividad del mensaje en la poesía de Padilla contra el castrismo anteponga, como introducción a esos poemas [en la antología "Los dispositivos en la flor"], fragmentos de la obligada retractación obtenida por la Seguridad del Estado. Esta "coincidencia" entre el aparato inquisitorial de la Seguridad del Estado cubana y Edmundo Desnoes, no se puede pasar por alto.
"Hay clichés del desencanto" - dijo Padilla durante su autocrítica dictada por la policía cubana y vuelta a utilizar por Desnoes -, "y esos clichés yo los he dominado siempre. Aquí hay muchos amigos míos que yo estoy mirando ahora, que lo saben. César Leante lo sabe. César sabe que yo he sido un tipo escéptico toda mi vida, que yo siempre me he inspirado en el desencanto".
La visión desgarrada y real que nos da Heberto Padilla en sus poemas sobre la represión, los crímenes, y el fracaso del castrismo y del comunismo en general. Desnoes (y naturalmente las autoridades cubanas) quieren neutralizarla, presentándonos al poeta como un ente pesimista y escéptico... Al parecer, ante los campos de trabajos forzados, las prisiones repletas, el hambre crónica y los jóvenes ametrallados en el mar, el poeta debe entonar loas optimistas y agradecidas al Estado, que impone tal situación. En este caso, al propio Fidel Castro.
Si quisiéramos establecer una comparación entre la represión padecida bajo la lamentable tiranía batistiana y la actual, bastaría trazar un paralelo entre la forma burda e ilegal en que fue arrestado y tratado Padilla hasta obtener su retractación, en la cual se llamaba a sí mismo un criminal por el simple hecho de haber escrito un libro de poemas, y la manera en que se llevó a cabo el juicio contra el propio Fidel Castro por haber atacado, minuciosamente armado, al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, donde murieron decenas de hombres. Para demostrar esas diferencias vamos a citar textualmente a un testigo excepcional y jefe del asalto armado, a quien ni siquiera Desnoes ni Fidel Castro podrían poner en tela de juicio. Se trata del mismo Fidel Castro: "A los señores magistrados mi sincera gratitud por haberme permitido expresarme libremente, sin mezquinas coacciones, no os guardo rencor, reconozco que en ciertos aspectos habéis sido humanos, y sé que el presidente del tribunal, hombre de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el estado de cosas reinante, que lo obliga a dictar un fallo injusto".
Esas "mezquinas coacciones" que no padeció Fidel Castro en la prisión y que por lo tanto no le impidieron hablar libremente en su defensa, se convirtieron en "el caso Padilla" (dirigido por el mismo Fidel Castro) no sólo en mezquinas, sino en sórdidas, ineludibles e inhumanas, a tal extremo que Padilla tuvo que aprender a "admirar y amar" a sus carceleros y torturadores."
Fragmento de "El ocaso de Padilla", tomado del dossier de "La Habana Elegante" sobre Heberto Padilla, publicación que a su vez toma el texto de Arenas del libro "Necesidad de libertad".