La escritura es una vocación intrínseca en no pocos humanos. Algunos la experimentan en los albores de la vida, otros cuando eclipsa. Lo innegable es que no pocas personas se encuentran en algún momento dado con un manuscrito debajo del brazo y ansían encontrar una editorial que se interese por hacerlo visible. Ser escritor en Cuba entraña múltiples beneficios, pero también enconadas agonías.
QUIERO PUBLICAR
En Cuba existen dos vías oficiales para publicar un libro. La primera y más fácil es ganarse un premio. La segunda y más compleja es presentar la obra a una editorial para que sea evaluada por su consejo —valga la redundancia— editorial.
Y digo oficiales porque existen otras vías no aprobadas ni escritas, donde la moral y los principios quedan relegados a un tristísimo olvido. Igual yo diría que a casi nadie le escandalizan estos procedimientos, pues en nuestro Sociolismo ya está más que comprobado que se vale todo. La elección de un libro para ser publicado o premiado, en no pocas ocasiones va ligada a diversas asociaciones raciales, sociales, sexuales, y afectivas.
Si bien durante décadas publicar fue un arduo privilegio, debido a las pocas editoriales existentes en el país, a partir del 2000, tras la creación del Sistema de Ediciones Territoriales (SET), o el “Sistema Risograph”—como también se le conoce—, ver un libro publicado para muchos autores fue algo más factible.
En un principio, como producto de la cantidad de obras que se encontraban engavetadas, vieron la luz por estos medios libros de exquisita factura. Con el paso de los años afloraron las publicaciones de menguada calidad estética, y realmente pocos análisis se han realizado respecto a este fenómeno. La “democratización” de las publicaciones es un real beneficio que puede entrañar un lastre.
El poeta Idiel García, quien además es director de la Editorial Sed de Belleza, entiende que publicar en Cuba es demasiado fácil: “Hay demasiadas editoriales. No se tiene en cuenta el mercado. Todos los escritores y editores suelen conocerse entre sí. Creo que un escritor serio, que se respete, siempre va a tener donde publicar en Cuba. Incluso creo que hay escritores que publican más de la cuenta. Creo que hay que pensar menos en publicar y más en escribir. La esencia de un escritor es la escritura, no la publicación.”
DERECHOS (O IZQUIERDOS) DE AUTOR
Son pocos los escritores cubanos que ven la escritura como un oficio y esto —sin lugar a dudas— se debe a que el dinero que devengan por los pagos de derechos de autor de sus publicaciones es insuficiente. No existe correlación entre el trabajo del escritor y el pago por su esfuerzo y su talento. La mayoría tiene que recurrir a otro empleo. Algunos recalan en labores cercanas al medio (editor, corrector, redactor, promotor, periodista, etc.), otros pueden ocupar oficios pintorescos como botones, camionero, o vendedor ambulante.
A propósito del tema, la joven y prolífera escritora Elaine Vilar apunta que “los derechos de autor son risibles, digamos, apenas simbólicos. Libros que se agotan nunca tienen nuevas ediciones. No se hacen estudios conscientes de mercado entre los lectores, y los que se hacen no son para nada creíbles.”
Mientras en el resto de las manifestaciones artísticas un creador de éxito equivale a una persona aceptadamente remunerada, y me refiero sobre todo a la música, la actuación y las artes visuales, en el ámbito literario un escritor de éxito no conlleva la mayoría de las veces gratificación justa. Recuerdo cierta vez que caminando entre amigos escritores por la feria de La Cabaña, tras no poder pagar una novela de Philip Roth, me apliqué el mote de “poeta muerto de hambre” y mi amigo JR dijo “estás siendo redundante, con decir que eres poeta se sobreentiende lo demás.” Todos reímos con su comentario.
A PROPÓSITO DE LA RESOLUCIÓN 35
Por suerte para muchos escritores existe la Resolución 35 del Ministerio de Cultura que ampara a los mismos sobre la expresión oral de su obra. A través de esta un autor puede exigir un pago por la lectura en público, así como por impartir charlas, conferencias, conversatorios u otro tipo de actividades que impliquen su presencia verbal. La resolución establece un mínimo de 120 pesos a devengar y no tiene máximo, aunque los pagos en raras ocasiones exceden los 200 pesos. Teniendo en cuenta que un libro requiere de un trabajo arduo de escritura que a veces puede tomar años, y que los derechos de autor no suplen las necesidades de un escritor, esta resolución es un apoyo a la economía de los letrados.
De su uso pueden derivarse múltiples condicionantes. En todas las regiones no se ha interpretado la resolución de la misma manera. Mientras en algunas provincias se han logrado garantías reales a través de su implementación y existe un trabajo metódico sobre la jerarquía literaria, evaluando qué escritores merecen un pago superior, en otras es caótica su usanza o prácticamente nula.
La capitalina Elaine Vilar señala que en La Habana la Resolución 35 se aplica poco o casi nunca —contrario a lo que ha visto en el resto de las provincias—: “Uno se acostumbra a leer y a asistir a las actividades por amor al arte, y nunca mejor dicho.” Por otra parte, el villaclareño Idiel García anota que la misma existe por “una necesidad generada por los bajos derechos de autor. Si los derechos fueran altos, no sería necesaria. Y ese dinero se podría poner en acciones promocionales o en campañas sobre la lectura. Pero mientras el sector de la cultura siga estando tan desatendido desde el punto de vista económico, y no se reivindique al artista, sobre todo al escritor, al crítico, al periodista, es absolutamente necesaria.”
Aunque muchas personas ven excesivo que un escritor gane por leer en público, lo cierto es que esto no es nuevo en ningún lugar del mundo. Cuenta Nicanor Parra, en entrevista concedida a Orlando Castellanos, que Pablo Neruda le dijo una vez: “Nicanor, no leas nunca gratis tus poemas, pues le estarás haciendo un gran daño a tus compañeros.”1
1 Orlando Castellanos: “Nicanor Parra: no escribo para ningún premio”, La Gaceta de Cuba, No. 3, mayo-junio de 2014, p. 30.