Lo conocí en Holguín, en las Romerías de Mayo. Su capacidad de resistencia supera todo intento de apagar su voz de versos viscerales y profundos. Es Ghabriel Pérez (Holguín, 1968) el poeta que recorre las calles de una ciudad cuya espiritualidad lo acompaña y protege de la tristeza, ese mal enraizado en la sociedad cubana contemporánea.
Es autor de varios poemarios entre los que sobresalen En brazos de nadie; Hijo de Grecia, ambos publicados por Ediciones Holguín; El parque de los ofendidos, editado por la Casa Editora Abril. Es autor, además del volumen de cuentos Caída de las estatuas. Su libro Han cableado mi casa, salió a la luz en 2021, por Ilíada Ediciones. En el poema que le da título, el poeta declara: Han cableado. Han infiltrado. Han ultrajado. / Han violentado. Han confiscado. Han enlutado. / Han requisado. / Han sobornado. / Han desordenado. / Han derrumbado. / Han desaparecido / el mapa que conservaba íntegro / desde mi primer día en este mundo.
Sin embargo, su obra no se detiene. Escribe mientras la vida pasa como un cuchillo sobre la esperanza. Es un hombre valiente y como tal sabe que el precio es alto. Pero ya no hay vuelta atrás. Cuando las puertas se cierran, llegan los amigos a oxigenar su vida. Su devoción por la obra de Reinaldo Arenas resulta esencial. Sabe, como el autor de Antes que anochezca, que el artista debe enfrentar cada día los demonios del totalitarismo. Por eso prefiere correr el riesgo que otros evitan. La libertad se aleja de quien no la busca y de quien prefiera cerrar los ojos ante la injusticia. Ghabriel Pérez, el poeta que abre su corazón y sangra por su oscurecida patria, lo sabe. Hoy me alegra conversar con él.
Vivir en la verdad
Duro es cantarle a la tristeza de los derrumbes que aplastan y borran todo atisbo de esperanza. Pero más duro es el silencio y el miedo. ¿Qué te provoca enfrentar un proceso tan complejo y revelador?
Mi niñez estuvo rodeada de la alegría de los derrumbes. Mi adolescencia y juventud se llenaron de atisbos de esperanza. El hogar donde nací estuvo conformado por personas de avanzada edad que a diario hablaban de un derrumbe: la necesidad del desplome del sistema comunista en el mundo. En una de las fotos que más he divulgado en Facebook aparezco con una enorme sonrisa y una botella de cerveza en las manos, pertenece al año 1989 y habla de mi celebracion por la caída del Muro de Berlín.
Tengo la impresión de que en mi vida nunca existieron ni el silencio ni el miedo. Tempranamente leí el Evangelio, y por lo tanto, me adueñé de uno de sus mensajes más definitivos: “La Verdad os hará libres”. He decidido vivir en la verdad y es el modo de perder los grandes miedos.
Algo distintivo en ti es el valor que le concedes a la amistad. En los peores momentos, cuando el peligro acecha y la vida se tiñe de gris, llega la mano salvadora de los amigos. ¿Cuánto significan para ti?
Los amigos han sido el aliciente diario. No fui, o no logro aún, ampararme en una relación amatoria. O sea, en materia de relaciones públicas, podría decirse que en eso que llaman “compañía de pareja”, he sido un solitario. Lo cual no quiere decir que no haya amado y siga amando intensamente. Pero es real que, tanto en la fotografía social como en la íntima, yo no tengo fotos de bodas ni cosas por el estilo y sí aparezco rodeado de amistades todo el tiempo. Siguen a mi lado las principales amistades de la niñez y las hermandades que me dio el mundo de la fe, y, a pesar de las trampas que tienden las ideologías extremistas, puedo decir que sigo contando con amigos de gran valor en el complejo mundo de la cultura cubana. Le llamas “mano salvadora” y coincido: en buena medida, han sido la salvación.
Llevas la libertad como bandera. Por más que el poder se empeñe, tu obra se conoce y está presente en la vida cultural de Holguín. ¿Cómo te ves dentro de ella?
Te hablaré de la obra del promotor cultural. Pertenezco a la generación que desde inicios de la década de los difíciles años noventa se dedicó a acompañar la inauguración de los eventos e instituciones principales del Holguín cultural (Romerías de Mayo, Casa de Iberoamérica, Ediciones La Luz, Premio Celestino de Cuento, entre otros). Vivo en una de las provincias más complejas y polémicas del país y he formado parte de algunos eventos no oficiales.
En mi vida nunca existieron ni el silencio ni el miedo. Tempranamente leí el Evangelio, y por lo tanto, me adueñé de uno de sus mensajes más definitivos: “La Verdad os hará libres”.
Me he movido, con más y/o menos dificultades en ambos polos y en ello no veo ambivalencia ni complicidad errática. Pues nada ha cambiado ni cambiará mis convicciones estrictamente anticomunistas, pero si hay una palabra que respeto y un concepto que amo es el de “prójimo”, y hay un nombre que me resume todo: Reinaldo Arenas. Él está en mi intención de cada día cultural de Holguín. Fui el creador del evento que le rinde homenaje desde 1999, y si me viera prohibido o me alejaran de la suerte de participar en ese evento, ya he creado mi manera alternativa de homenajear a nuestro hombre mayor de las letras: voy hasta la escalinata de la Loma de la Cruz, y junto a los amigos que me sigan, leo pasajes de la obra areniana, revivo al autor de Antes que anochezca.
Opositor, periodista y escritor
Ser opositor lleva sobre sí un peso que no todos están dispuestos a cargar. Hay que ser valiente porque eso significa ser excluido de los principales espacios de promoción y, quizás lo más peligroso, ser perseguido. ¿Cuán fuerte ha sido tu experiencia?
¿Hay que ser valientes? Pues vuelvo al Evangelio. En enero de 1998, la Iglesia católica trajo a Cuba al hombre, desde mi punto de vista, más trascendental y universal del siglo XX, a Juan Pablo II (él fue el influyente místico más poderoso en la caída del campo socialista en Europa del Este). En una plaza habanera, ese religioso dejó un mensaje que aún repica en mis oídos: ¡No tengan miedo en abrir sus corazones a Cristo! El miedo mata tu libertad. Si haces que desaparezca el miedo, la libertad hace el milagro.
Yo soy escucha de las emisoras del exilio desde mi niñez. Una mañana del 20 de mayo de 1985, salió al aire la primera emisión de Radio Martí, la más poderosa emisora alternativa de todo medio difusor cubano del oficialismo. Yo escuché a las primeras voces que llegaron con mensajes de paz e ideas de unificar a los cubanos como una nación libre y democrática. Antes de ese día, en el humilde hogar en que nací, mi familia escuchaba La VOA y desde la noche antes, en la sección “Cita con Cuba”, anunciaban un estribillo cantoral que me impactó: “Aquí falta señores, una voz. Ay, una voz. De ese sinsonte cubano, de ese mártir hermano, que Martí se llamó”. Ese es mi opositor emblemático, el Apóstol que cayó en Dos Ríos.
La persecución al juvenil Ghabriel Pérez de aquellos tiempos comenzó cuando me dio por sentirme parte de aquel equipo de profesionales de la palabra, y sobre todo, desde el impulso que intuí desde una mujer que llegaba desde La Voz de la Fundación, la fuera de serie Ninoska Pérez Castellón. Ser opositor ofrece la ventaja de vivir en la justa medida, de ser justo y poder manifestar tu compromiso con las causas de la libertad y la solidaridad en su plena manifestación. Diría que ser opositor y ser, además, independiente. Esto te permite, por ejemplo, firmar cuanta carta se mueve en el mundo a favor de los más necesitados: los presos políticos, los perseguidos por causas nobles, los inocentes.
Muchas puertas se cierran, pero otras se abren. Tu libro Han cableado mi casa salió a la luz por Ilíada Ediciones, en Alemania. ¿Qué encontrarán los lectores en sus páginas?
Una casa cableada, desde el techo hasta la roca que la sostiene bajo tierra. Me hablas de un libro publicado en Alemania, pero que todavía no he podido hojear... No he tenido la suerte de que alguien imagine mi alegría de autor que se ve hojeando su propio libro. Tampoco yo acabo de ponerme de acuerdo para ese envío. Pero, caramba, he visto a tantos que cuentan con esa dicha. Ahorita me mudo para otra casa. Me la vuelven a “cablear” y no llega el libro…
Tu obra no está ligada solo a la poesía. Incursionas en el cuento y asumes el periodismo como un cronista social de este tiempo. ¿Por qué?
Me hablas del periodismo. Me llevas a contarte mi ilusión suprema en estos días. Me puse a sacar cuenta y di con que mi primer artículo en un periódico apareció en el diario ¡Ahora!, el órgano oficial de mi provincia, en enero de 1995. Por tanto, pronto celebraré los primeros treinta años de que alguien reconociera mis posibles aptitudes en esa materia. El periodista Agustín Garcells me llevó a la prensa holguinera (desde hace veinte años él se radicó en Ecuador y aún mantenemos la misma estrecha relación de amistad que surgió en aquellos días). Fue un artículo polémico. Tuvo su réplica. Pero lamentablemente el director del diario no me permitió seguir la contrarréplica. Era pedir demasiado a un desconocido que, además, cuestionaba la actitud de un personaje oficialista de la cultura.
Pues, te agradezco esta pregunta que me permite anunciar que voy a dar batalla desde ahora hasta celebrar el día de mis primeros treinta años creyéndome “periodista”. Es una palabra muy fuerte. Pero casi me la creo. El medio al que más agradezco la publicación de mis colaboraciones es La Hora de Cuba, que dirige Henry Constantín, un excepcional patriota camagüeyano.
Confiar en los cambios
Quién escribe poesía sabe que su apuesta es por el futuro. No es común ser comprendido, ni celebrado. Al contrario, está más cerca de la confrontación. ¿Hasta qué punto se pone de manifiesto en tu obra?
Con esta pregunta me vuelves a recordar la palabra “amigos”. Los poetas, desde sus libros, son mi refugio, mi luz para andar más seguro por la vida. Yo siento que camino amparado de los versos de Rimbaud, Kavafis, Baudelaire, Whitman… y más cercanamente de los Lezama, los Virgilio, los Baquero… Creo que en estos lares, a ninguno de ellos les importó el futuro, pero no entro en contradicción con tu pregunta. En materia de futuro, para mí que la poesía es hoy, siempre, en presente.
Como Virgilio Piñera, la palabra miedo avanza sobre ti porque un artista que no se integre a la marcha de la obediencia caminará sobre una cuerda floja. ¿Cómo lo enfrentas?
Vuelve la palabra “miedo”, y me la recuerdas con el cuño que le puso Virgilio Piñera en los inicios de aquella década que inició el terror. Creo que esta pregunta ha sido contestada en alguna de las anteriores. En cuanto a la “cuerda floja” de la que hablas, practico el equilibrio. Intento ser buen equilibrista. Se sobrevive. Espero llegar con éxito a la meta. Amén.
Cada escritor tiene sus costumbres y sus horarios para su proceso de escritura. ¿Cuáles son los tuyos?
Ay, amigo. ¡Actualización! El régimen político actual aplastó todo rigor artístico-intelectual. Estoy cerca del mundo editorial y veo cuánto se sufre en materia de crear frente a una computadora apagada. Las costumbres y los horarios nos fueron vandalizados. Ahora mismo miro el reloj y son las 2:57 a.m. dentro de tres minutos ya no tendremos fluido eléctrico… Por ahí viene, que se mata, ¡otro apagón! ¡Abajo la dictadura!
En mí el hombre de fe siempre sale a flote y se impone. Yo prefiero confiar en los cambios que están al doblar la esquina.
Algo contra lo que un escritor debe luchar es la falta de fe en lo que escribe. Muchos se deprimen y renuncian. Otros asumen que es un asunto temporal. ¿Qué haces para salir de esa zona de silencio?
En zona de silencio podría enumerar una buena tanda de libros por publicar, también muchos artículos y crónicas y hasta un libro de ensayos sobre Reinaldo Arenas, y estudios sobre la historia local y otros sobre la política nefasta y dictatorial a partir de los postulados marxistas, mas bien mi rabia contra la izquierda universal.
Es cierto que uno llega a deprimirse al ver que no se avanza en algunos temas o escrituras que van quedando pendientes, en espera de un mejor tiempo. Pero podría decirte que en mí el hombre de fe siempre sale a flote y se impone. Yo prefiero confiar en los cambios que están al doblar la esquina.
Coméntame sobre los libros que vendrán, esos territorios en los que trabajas pese a todas las presiones posibles.
Pese a todas las presiones posibles. De manera increíble yo pude publicar en mi ciudad el primer capítulo de Café Gibara. Mi fe mayor en estos días es esa novela, la historia del hombre que en el boulevard de Holguín conoce del traslado de unas cenizas que pretenden pasar por el tramo de la Carretera Central en la provincia holguinera. Salen desde el Capitolio de La Habana y el objetivo es dejarlas en una piedra en el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. El protagonista se escapa hasta la villa de Gibara y se convierte en tres elementos, porque, además, es un homenaje a los tres tristes tigres del gibareño más universal, Guillermo Cabrera Infante. Es mi mejor performance en sátira contra la política bolchevique, a pesar de los demonios de Birán.
¿Si tuvieras que definirte con un poema, cuál sería?
Me gustaría decirte que se trata de “Recuerda cuerpo”, de Konstantinos Kavafis. También me gustaría recordar que tal vez los versos que más repito desde hace tres décadas son textos de María Elena Cruz Varela o Antonio José Ponte, y que Laura Ruiz no imagina que, en estos días, sus libros me salvan la vida.
Pero el ostracismo recurrente y mi egocentrismo me llevan a despedirme citándote algo de mi primer poemario: “Ay, ciudad, yo que iba a llamarte Paraíso. / Y sucede que pones tus hombres contra mí. / Tus habitantes / se volvieron soldados de vigilar mi casa, / de no dejarme entrar a ningún sitio. / Ni siquiera a buscar el pan de cada día. / Pues de un invierno a otro, / mueren en la ventana tantos pájaros / dejando sus mendrugos. / Ellos vienen a mí. / Nadie sabe de dónde ni orientados por quién…
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