La muerte prematura del cubano Guillermo Vidal cortó una amplia trayectoria como narrador, pues ya en 1985 obtuvo un primer reconocimiento a un libro suyo cuando Los iniciados mereció el premio de cuento del concurso 13 de Marzo de la Universidad de La Habana. Sus obras situaron a Vidal en una situación especial en el marco de la narrativa cubana.
Guillermo Vidal fue uno de los primeros, en una narrativa cubana atenazada por el ideologismo y la complacencia políticas, en atreverse por nuevos rumbos. En “¿Quién dice que hablo solo?”, cuento de Los iniciados, por ejemplo, se reivindica, como componente de la narración, la percepción sensorial, la vibración interna del ser humano más humilde rodeado de sus fantasmas:
Me levanto a las cuatro y media de la madrugada y salgo a la calle. El muchacho dice van a pensar que estoy loco, qué hace un viejo a esta hora de aquí para allá. Pero a esa hora respiro la frialdad de la madrugada que me trae recuerdos de infancia. De cuando Chucho nos llevaba a la panadería y el olor del pan caliente nos proporcionaba una dicha indescriptible.
Un cuento de esta naturaleza hubiera sido inconcebible en la década precedente, en que incluso la política cultural coqueteó con el absurdo realismo socialista soviético. Se revelaba así, en 1985, un joven narrador con una prosa dinámica y segura, en la cual la captación de los giros populares se realizaba de una manera fresca y natural. De golpe, los esquemas temáticos, la aridez estilística de la mayoría de la producción en la década del setenta resultaba desdeñada por el autor provinciano, que en su primer libro de cuentos asumía la narración como un arte móvil, libre de ataduras y consciente de su carácter de ficción, capaz de expresar afiladamente su concepción de la literatura misma, muy lejos de todos los intentos que se hicieron por entronizar en Cuba la absurda entelequia del realismo socialista. Dice Vidal en el último de los cuentos del libro, en el párrafo que lo cierra:
Voy a decir que todo esto es pura invención, voy a destrozarles a ustedes la historia en pedazos. Los he engañado y me he engañado. Tampoco es cierto que camino (tal vez esté amaneciendo y vengan los ruidos de la madrugada) tal vez no sienta el más mínimo odio a los que duermen, ni esté apurado por tomar el ómnibus y ni siquiera los viejos fueran peores y Mary Juana no haya existido nunca.
Al año siguiente, 1986, ganó el premio David con Se permuta esta casa. En este nuevo texto se hizo más evidente aún la voluntad del autor de transfigurar la narrativa según una voluntad expresiva propia, capaz de mirar críticamente la ya bien difícil realidad social de Cuba. Ante todo, el narrador se aparta del juego de ficciones —a diferencia de cómo en los años setenta se insistía en un sujeto-narrador que filtrara y confirmase una determinada convicción, un mensaje social y una docilidad política—, y se interesa por iluminar las acciones mismas, sin intervenciones ni moralinas.
En Se permuta esta casa la visión de las cosas se hace más cruda, más enraizada en zonas obscuras de lasociedad cubana, marcadas por un vegetar miserable, inmovilista y, con frecuencia, desesperanzado: es el primer síntoma de la imantación hacia un realismo despiadado que habría de manifestarse en sus textos posteriores. En consecuencia el lenguaje se hizo más próximo a lo popular e incluso a lo marginal, en un país donde la propaganda política actuaba como si no hubiera esferas sociales de extrema pobreza e incluso un duro carácter delincuencial. Allí Vidal mantiene la inclinación por el trazado de personajes solitarios, aislados del mundo:
Soy un hombre que camina por la calle. La calle es una calle cualquiera donde a esta hora de la noche solo queda algún borracho o una pareja. Quiero decir que no estoy contando esto para decirles algo. Me lo estoy diciendo a mí mismo y no una historia sino diciendo que camino y es tarde. He perdido la última salida de ómnibus y he agotado todas las posibilidades de hospedaje. Camino tozudamente, aferrado a la rabia que gasto en cada paso. Me detengo. Entonces dejan de oírse mis pasos obstinados sobre el asfalto.
Luego vendría Confabulación de la araña (Premio UNEAC, 1990), más orientado hacia la crítica social, en particular en el delicioso cuento que da nombre al libro, texto verdaderamente antológico por el dominio de la norma lingüística cubana, por su acerado sentido de la ironía y, sobre todo, por la multiplicidad de vicios sociales exhibidos y la ironía punzante con que se maneja la neohabla de los funcionarios de la Cuba oficial:
este fin de semana el pueblo de Raca Raca tendrá el grandísimo honor de recibir a los soneros, a los sandungueros, a los salseros, a los de la música preferida por el señor Robustiano Segura que no hace más que tararear entre bocanada y bocanada de su apestosísimo tabaco de primera clase la canción de la sandunguera que está por encima del nivel y que no se la sabe bien, cómo iba a saberse él cancioncillas de moda por muchos deseos que tuviera, él un hombre tan ocupado que revisa fugaz su plan de trabajo. Toda la mañana ocupada en reuniones previas a la visita de los vanvanes de Formell. Se dirigirá entonces a la dirección provincial de cultura. El director lo esperará en la misma entrada y se saludarán como buenos amigos, se palmearán amistosos y se introducirán en el despacho del director después de un sinnúmero de buenos días y de miradas afectuosas y de miradas perrunas y de miradas con pizcas de resentimientos y de miradas con todo el mecago en tu puta madre y de odios furibundos que mascullan los obligados buenos días, en fin, de todo. De todo en el trino de saludos en la sinfonía en do mayor que es cantada por la docena de satélites que viven de la paracultura […]
A partir de Confabulación de la araña, Vidal experimenta con un estilo francamente orientado hacia el realismo sucio. En Las manzanas del paraíso (1999), con fuertes ingredientes vinculados con la sumergida sociedad cubana gay se perciben nexos con Hombres sin mujer de Carlos Montenegro; Vidal dibuja un mundo silenciado, invadido por la soledad, el miedo y la crueldad. Los cuervos subrayan la desesperación absoluta de los pobres de la tierra, con una entonación que alcanza dimensiones y resonancia inusitadas, como palabras dichas sobre el destino mismo de los desposeídos:
Ella ni siquiera tuvo tiempo para ver la camioneta todo había sido tan rápido dijo la voz acaso unos testigos que la vieron partir, la policía investigaba y ella había muerto al instante, la pobre, ellos se habían ocupado de las gestiones al menos tuvo un entierro decente, me dijeron el nombre de aquel cementerio donde la enterraron un lugar adonde no iría nunca me imaginaba siempre cuando ella no tenía tiempo para nada y cae, era muy lamentable señor dijo la voz y luego fui de un lugar para otro más jodido aún y entonces volví a ver los caballos muy viejos y muertos en un promontorio y vi ese par de cuervos que me miraron.
La saga del perseguido ahonda en la miseria y sordidez de las capas más humildes de la población cubana. Donde nadie nos vea retoma, con cierta aspereza, un áspero abordaje de la temática del sexo.
Guillermo Vidal reunió en su obra —escrita febrilmente, de modo que los libros se sucedían unos a otros en breves lapsos— hitos de la narrativa cubana de fines de los ochenta, de los noventa y de inicios del s. XXI. Su voracidad narrativa, la desesperada hondura con que abordó el universo de los más pobres en el supuesto paraíso proletario, la curiosidad creadora por lo marginal, hacen de él, hasta hoy, uno de los escritores de mayor interés para comprender la angustiosa, pero también prometedora evolución literaria cubana después de la difícil década del setenta.