Lo que un día pasó inadvertido, hoy resulta demasiado incómodo, apabullante y gris. Recuerdo el año 1991, cursaba el noveno grado y la crisis económica se apoderaba del país. En un turno de Historia, el profesor orientó la redacción de un párrafo sobre la realidad nacional. Aquello parecía una simple evaluación. La lectura en voz alta sería el cierre y con ello llegarían los resultados. De modo que durante varios minutos cada uno de mis compañeros comenzó a escribir, con la inocencia de aquel tiempo cuya dureza comenzaba a emerger, sobre los inicios de lo que vendría a ser una larga y profunda crisis en Cuba.
El concepto a definir en el trabajo era “Período Especial”. De ahí que uno tras uno mis colegas de entonces comenzaron a leer sus párrafos. Todos, desde sus diferentes coeficientes de intelecto, hicieron alusión a que el país se encontraba en una etapa conocida como Período Especial debido a la caída del campo socialista. El profesor, con el registro de asistencia, llegó hasta mi nombre. Comencé a leer y en el momento clave dije: “Nuestro país atraviesa una severa crisis económica…” No me dejó terminar. “Eso es un disparate. Se dice Período Especial.” Yo, que padecía los rigores de la pobreza, no tuve otra opción que aceptar la descarga y el escarnio por no usar el eufemismo que Fidel Castro estableció como norma de Estado.
Una severa crisis económica
Después siguieron los experimentos. La maquinaria se propuso chapistear la corrosión de la economía. En Las Tunas comenzó la fiebre de establecimientos para la venta de alimentos. Llegaron las casas del pru, del batido, del huevo, del ave, de la trova (donde vendían croquetas asadas), del vino, de cuanta idea pasara por la mente de los políticos. Al primer secretario del Partido de la provincia le decían (a escondidas) el Padre de las Casas. Y el pueblo trabajaba y se hundía porque era “necesario” seguir el sueño de los elegidos (no electos).
Cuando parecía que todo mejoraba y el nivel de efervescencia revolucionaria se levantaba del suelo, nació un proyecto bandera: la Revolución Energética. Y el pueblo agradeció el cambio de refrigeradores norteamericanos por los atractivos y atracativos Haier. Ahí están, pura chatarra en los hogares. Lo que se presentó como una extraordinaria transformación y mejoría para la sociedad, mutó a un campo de batalla en los centros laborales. Revivieron las asambleas de méritos y se le otorgaba a los mejores y más capaces el derecho de comprar, por medio de créditos, los famosos televisores Atec Panda, que según el ingenio popular se conocían como Producto Altamente Nocivo Destructor de Amistades (PANDA). Todavía hay personas que no se hablan.
Explotados, robados, pero felices
Pero las locuras no terminaron. De la noche a la mañana, profesionales de la salud, deportes, educación y otras ramas, comenzaron a prestar servicios en diferentes naciones. La nueva moda, misiones internacionalistas a cualquier precio. La selección del personal se convirtió en otro nuevo campo de batalla, a veces discreto, otras más a tono con lo que significaba salir. Comenzaron las discusiones de pasillo, las zancadillas y el envío de anónimos con tal de lograr el objetivo de “ayudar” a los más necesitados en los lugares más recónditos del planeta. Dentro de la sociedad se abrieron y profundizaron nuevas capas. Era fácil saber dónde vivían los internacionalistas con solo entrar a sus mejoradas viviendas. Explotados, robados, pero felices de pertenecer al grupo de los que viajaron más allá de la candela nacional. Conozco buenos profesionales que esperaron ser parte de una misión fuera de Cuba, y el tiempo no les alcanzó por ser incómodos o por no ser parte de la cadena de sobornos, y tuvieron que jubilarse.
Se pretendió hacer de este país el pueblo más culto del mundo. No lo digo yo. Fue idea del fabricador de ideas, el mismo del Período Especial, la revolución energética, las misiones internacionalistas. Entonces se pretendió que todo el mundo debía matricular en una carrera universitaria. Y el pueblo dio el paso al frente y se hizo universitario. Y se llenó la isla de licenciados, ingenieros y doctores. La cúpula se alegró, pero al poco tiempo comenzaron a sobrar puestos de trabajos. La cuenta no daba. Había que hacer un reajuste que supondía despedir a un número considerable de personal. Pero había que asumirlo al modo socialista. Salió a la palestra el término: “Nadie quedará desamparado”, vigente aún en cuanto discurso o entrevista se publiquen. Dicho término fue la chispa de una creatividad que acuñó otras joyitas del lenguaje: se dieron a conocer los “barrios en transformación” y las “personas vulnerables”.
Del mismo modo que se convertían los reveses en victoria, aquí se inaguró el término: “Disponible”. O sea, ya no eras un desempleado. Ahora pasabas a ser un disponible. La fórmula tenía una pequeña dosis de anestesia. Te sacaban del trabajo, pero te ofrecían la posibilidad de buscar otro empleo y no te ibas tan triste. ¡Un pueblo culto encuentra siempre la solución a sus problemas!
Esperando un milagro
Luego de algunos tropiezos y explotes, varias palmas cayeron porque tenían comején. Se hizo necesario cambiar algunos Felipes, Carlos, Ottos y Hassanes, para oxigenar un poco el tablero de ajedrez o darle agua al dominó y esperar, con sobresalto, algún milagro. Pero el milagro no quiso aparecer y la jugada siguió bien apretada.
Cuando Barak Obama decidió descongelar las relaciones con el régimen de La Habana, muchos colmillos fueron afilados. Los viejos lobos dudaron del giro yankee. Claro está, los viejos lobos legaron a discreción los colmillos a sus cachorros en un plan bien orquestado para hacerlos visibles desde un perfil no tan bajo. Pero las redes, ah, las redes sociales removieron el lodo, sacaron a la superfie los negocios turbios y las raíces de un árbol casi centenario que se resiste a estar fuera del tablero. El idilio no llegó lejos.
Vino Trump y le apretó la tuerca tan duro al almendrón que casi lo parte en dos. Sin embargo, entre disparates y con la nariz fuera del agua, la dictadura se tambaleó como pudo y apostó más a una derrota de Trump en las elecciones de 2020 que a encontrar una solución al desastre. Para sorpresa de todos llegaron los demócratas al poder y, lo que parecía ser el regreso a las políticas de Obama, continuó su paso arrollador al no mover la incómoda y ajustada tuerca del moribundo auto.
Corrupción, explosiones y desgracias
La contramedida no se hizo esperar y, para no perder la costumbre, de este lado del mundo siguieron con el manual del 1959, y comenzaron a meter las manos en los ahorros de los ciudadanos, milicianos y no milicianos. Anunciaron la Tarea Ordenamiento y a partir de ahí la cadena de sucesos, explosiones y desgracias para los bolsillos de los que malvivimos acá, no se hizo esperar. Llegó la MLC (Moneda Libremente Convertible) y junto a ella las tiendas para sus afortunados clientes. El ahora defenestrado ministro de economía y planificación, Alejandro Gil Fernández, prometió y defendió la idea de que esa era una solución temporal. Pero el significado de “temporal” se convirtió en permanente. Ni el ordenamiento ordenó, ni los corruptos dejaron de robar.
La metodología es hacer como que trabajan. Ganar todo el tiempo posible para luego rectificar y proponer soluciones desde alguna comparecencia en la televisión. Detro del rompecabezas nacional se mueven. La idea es darle un aire de cambio al transferir a los Secretarios del Partido de una provincia hacia otra. Al de Ciego de Ávila lo enviaron para La Habana. Al de La Habana le dieron nuevas tareas un tilín más arriba, al igual que a los de Santiago de Cuba y Matanzas. La misma estrategia se aplica para sus vacaciones. Los cuadros disfrutan de privilegios en regiones distintas como si para ello utilizaran una ruleta.
Un cinismo sin límites
Entre leyes que penalizan el disenso y la incapacidad de la población para resolver sus problemas más acuciantes, el país exhibe un rostro: el de un Paraíso Tropical donde los turistas disfrutan de sus hermosas playas, de hoteles lujosos y fiestas exóticas. Pero hay un país oculto, difícil de mostrar y digerir: la devastación provocada por el olvido, la falta de sensibilidad, la incompetencia y ―lo más doloroso― más de un millar de presos políticos encerrados ante los ojos del mundo.
Comprender el entramado de túneles en la Cuba de hoy no es tan complejo. Los derrumbes de viejos edificios en La Habana y la miseria instaurada en el ADN nacional son tan evidentes que sobrepasan todos los límites del cinismo.
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