El escritor e intelectual cubano Luis Álvarez, ganador del premio Nacional de Literatura en el año 2017, quien posee una destacada obra en el ámbito de la crítica y la investigación, emigró el pasado año 2023 a Brasil en compañía de su esposa, la también destacada intelectual cubana Olga García Yero, una noticia que, como de costumbre, fue silenciada por las autoridades de la Isla.
Luis Álvarez es uno de los más importantes investigadores de la obra de José Martí, y ha realizado destacadas ediciones críticas y traducciones especializadas de literatura cubana y extranjera. Entre sus libros más relevantes se encuentran Conversar con el otro (1990), Estrofa, imagen, fundación: la oratoria de José Martí (1995), Nicolás Guillén: identidad, diálogo, verso (1998) y Martí, biógrafo. Facetas del discurso histórico martiano (2007), entre otros.
Tras varios meses en el país sudamericano, Árbol Invertido dialoga con el poeta y ensayista cubano sobre sus últimos años en la Isla, las amenazas de la policía política contra su familia, los motivos de su exilio y el futuro de los jóvenes escritores en Cuba.
Usted hace poco emigró con su esposa a Brasil. ¿Cómo han sido los primeros tiempos allí?
No nos consideramos emigrados. Mi esposa, Olga García Yero, y yo, somos exiliados, porque nos vimos en una absoluta imposibilidad de continuar viviendo en la Cuba castrista, donde, como tantos otros, nos vimos sometidos a diversas vejaciones.
Puedo decirte, por ejemplo, que un día cubrieron nuestra puerta de la calle con heces fecales, un procedimiento de tortura psicológica frecuente de la Seguridad del Estado. Y eso es solo un botón de muestra. Nos hicieron sentir de varias maneras que no éramos tolerados.
Un buen día se nos informó que no tenían asignatura que darnos en la filial camagüeyana de la Universidad de las Artes, así que nos fuimos a trabajar a la Universidad de Camagüey, de donde a la larga también tuvimos que irnos.
El año 2018, el siguiente a que me entregaran el Premio Nacional de Literatura, renuncié a continuar siendo miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), entidad a la que ya me era insoportable pertenecer.
Algún tiempo antes, en el 2014, a mi mujer y a mí nos habían dado de baja de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, sin siquiera informárnoslo. Hacia el 2020, renuncié a la Academia Cubana de la Lengua, en la cual figuraba sólo de nombre, pero donde jamás, y me alegra, me permitieron participación de ningún tipo.
En la Cuba castrista, la desconfianza y rechazo por los intelectuales se convirtió muy pronto en una aversión incontrolable contra la más elemental manifestación de libertad de pensamiento. No podíamos permanecer en un manicomio ideológico de esa magnitud.
Un día nos llamó del Comité Provincial de la UNEAC su vicepresidente primero, Armando Pérez, para decirnos que iría a nuestra casa un oficial de la Seguridad del Estado, llamado Yanlé. Ya en casa, este nos pidió que le entregaremos nuestros libros sobre José Martí. No dijo por qué, no hacía falta: ellos no tienen que dar razones. Los tomó y se marchó.
Me quejé telefónicamente al Ministerio de Cultura y algo hicieron ante un proceder tan burdo. Poco después nos devolvieron nuestros libros sin una sola palabra. Pero lo ocurrido era suficiente para saber que no debíamos permanecer allí. No era una sorpresa.
Ya en 1995, cuando el centenario de la muerte de José Martí, a pesar de mis estudios sobre el prócer cubano, no fui invitado al evento internacional convocado con ese motivo, a diferencia de otros investigadores martianos, incluso de mi pueblo, Camagüey. No tenía mucho que esperar.
La Seguridad del Estado no quería realmente nuestros libros sobre Martí: quería asustarnos y amenazarnos, pues podía tener esos libros requisándolos silenciosamente. En ese momento no podíamos salir de Cuba. Teníamos que esperar a que nuestras hijas pudieran, con sus modestos trabajos, sacarnos del país.
Mientras tanto, tuvimos que sufrir innumerables humillaciones, plagio desvergonzado, aislamiento. No tuvimos respaldo ni apoyo. Ya en su día, Cintio Vitier, máximo martiano oficial a partir de su apoyo al régimen, tuvo cuidado de manifestarme públicamente su rechazo al presentar mi libro sobre la oratoria martiana, imprevisto Premio Extraordinario de Ensayo Casa de las Américas, sólo gracias a Ivan Schulmann y a Paul Estrade.
Vitier leyó todas las objeciones que como jurado entonces le había hecho previamente al libro, una conducta que lo menos que se puede decir es que no tenía precedentes. Teníamos que emigrar. Y lo hicimos, pero después de habernos retirado al, como decimos en Cuba, IN-SILIO de nuestro hogar.
Mi último poemario en Cuba, publicado por Ediciones Holguín, nunca me fue entregado, al igual que el último libro de ensayos de mi esposa, Lecturas Fragmentadas. Estos son solo algunos botones de muestra.
No, nosotros no hemos emigrado, nos exiliamos en medio del horror y el asco. En Brasil hemos encontrado un refugio y paz con nuestra hija Eugenia, nuestro yerno brasileño y su familia, que son para nosotros encarnación de lo mejor y más noble de esta gran nación.
Nuestros primeros tiempos han sido de larga atención médica necesaria para dos ancianos lacerados por el sufrimiento y la renuncia a todo su pasado, su pobre patrimonio y sus raíces.
Nuestra nueva vida en Brasil cuenta con el amor familiar, la vitalidad y la calidez de una nación prodigiosa en su belleza y su dignidad. Y también con la bondad inacabable de amigos buenos y de corazón cercano: Marcelo Fajardo, Ileana Álvarez, Francis Sánchez, Amir Valle, Rita Martín, Guillermo Labrit, Eduardo Arteaga, Iván Pérez Carrión, Olga Casado, los Cañabate queridos, que nos devuelven al olvidado misterio de vivir humanamente, con una familia recuperada al fin, de Álvarez alegres, Barretos luchadores, Donéstevez misteriosos, Yeros cercanos. Lo demás, es dádiva del destino.
En los últimos años Cuba ha estado atravesando una profunda crisis económica que ha incrementado mucho en la emigración. ¿En su caso esto influyó en la decisión de emigrar?
Nunca hubiéramos emigrado por razones económicas. Mis ancestros paternos estuvieron por centurias en Puerto Príncipe. Salimos de Cuba, a toda costa, por imposibilidad de vivir en el espanto, en el clima de odio, deshumanización y terror en que el castrismo ha sumido a nuestro país. Insisto en que, como escribió el rumano Gheorghiou en La hora 25, la noche quedó atrás.
¿Cómo valora el ámbito literario y editorial en Cuba? ¿Cree que hay espacios e incentivos para motivar a los jóvenes escritores?
Cuba inició muy pronto en la historia su expresión literaria. Confío ciegamente en la Cuba secreta, que une con pasión la isla y su exilio doloroso y fuerte. Por más que el castrismo se empeñe las señales están a la vista: la isla volverá a sumergir encima del espanto. La juventud fue la puedra miliar para el padre Varela, Luz y Caballero, Martí, Varona. Ellos confiaron en la redención inevitable. ¿Quién sabrá mejor que aquellos grandes sobre la esencia de Cuba? ¿Quién, más que Dulce María Loynaz, que Lezama, que Piñera, que Reynaldo Arenas, que Sara Gómez, que Carlos Victoria? Y sus voces, con las de hoy y de mañana, escribirán un futuro sin farsas ni ceguera moral. Y sin castrismo.
Usted es uno de los pocos ganadores del Premio Nacional de Literatura cubana que vive fuera de la Isla, ¿Considera justo que este reconocimiento se entregue también a escritores cubanos de la diáspora?
Cuba es una sola. Única. El fratricida y criminal silencio pasará. No hay más que una cultura nuestra. Ningún premio esencial, ninguna dignidad u honor puede ser para un grupo segregado de cubanos. Martí respetó a los autonomistas. Cuba estará íntegra en su noche poética y sus jardines invisibles.
¿Cómo es la vida en Cuba de un escritor bajo la censura castrista?
La censura sobre un escritor en Cuba se ejerce por distintas vías simultaneas. Ante todo, la de los sicofantes o espías de la Seguridad del Estado, atentos y vigilantes de sus opiniones, conducta social, en su cuadra, barrio, centro de trabajo, etc. Luego se vigila sus amistades, incluso sus lecturas y vida social; por supuesto su escritura y sus libros. Se escudriña su posible o real ideología y actitud hacia el régimen.
Pero este mecanismo no es simplemente institucional o de maquinaria política. Desde muy temprano gestaron una, por así llamarla, neurosis y psicopatía colectiva. El castrismo alentó y premió la vigilancia de todos contra todos y, por ende, la paranoia profesional. Nunca sabes quién te está tendiendo una trampa, quién te pone en riesgo, quien te asechanzas.
Se vive entre fantasmas y amenazas reales o imaginarias. Por otra parte, la calumnia puede ser un medio de dudoso avance “profesional”. El papel de victimario, de agresor de prestigio social ha sido rentable en Cuba en los ambientes artísticos, pero también lo ha sido el de víctima real o imaginaria, según la cual un supuesto o real artista ha sido efectiva o supuestamente denunciado por otro como disidente, no confiable o enemigo.
Es una conducta patológica interminable que tiene un costado de enfermedad psicológica, otro de oportunismo y otro de histeria colectiva. Y ha sido muy explotado por funcionarios de la cultura, generalmente incultos, ignorantes y profundamente vulgares para fortalecer su poder, pero también por escritores y otros artistas como un mecanismo de defensa o de debilitamiento de competidores. Es un clima de psicópatas que después de varias décadas del horror castrista se ha instaurado como marca frecuente y desoladora.
¿Qué proyectos literarios futuros tienen usted y su esposa?
Tenemos varios proyectos. Mi esposa, Olga García, trabaja ahora su segundo libro sobre la destacada cineastas cubana Sara Gómez. Y yo, luego de haber terminado un libro sobre el pensamiento filosófico de Martí, estoy trabajando en un estudio sobre el neobarroco en Cuba.