Considero muy difícil encontrar una personalidad tan peculiar como la de Eduardo López-Collazo. Nacido en 1969 en Jovellanos, provincia de Matanzas, Cuba, sus primeros estudios universitarios ya resultan poco comunes, al menos para su isla natal: López-Collazo eligió la física nuclear y se licenció como especialista en ella, un terreno infrecuente para un joven en un país donde en realidad la física nuclear no parecía, ni lo ha sido hasta ahora, que ella pudiera ofrecer un porvenir.
Emigrado a España, allí su voluntad de saber lo condujo a un rumbo en apariencia apartado: hizo un doctorado en Farmacia en la Universidad Complutense de Madrid. Pero esos aparentes polos divergentes nunca lo son para un verdadero talento, y López-Collazo supo integrar ambas formaciones en una carrera científica de gran relieve.
Continuó su formación científica en instituciones tan relevantes como la Sociedad Max Planck, en Alemania, especializada en investigación y desarrollo científicos, una entidad de reputación planetaria en lo referente a investigación científica y tecnológica, que cuenta entre sus científicos con más de veinte Premios Nobel. También realizó estudios en la muy antigua y famosa Universidad Brown, en Rhode Island, uno de los centros de educación superior más prestigiosos del mundo y una de las ocho universidades que se integran en la Ivy League.
Ha realizado numerosas investigaciones de carácter biomédico, en particular sobre el cáncer, sepsis y diversas pandemias. Su multifacética labor profesional se manifiesta también en sus interesantes colaboraciones críticas, en particular sobre danza, en la revista británica Bachtrack y en el periódico El Español.
En el año 2005, López-Collazo mereció el Premio a las 100 Mejores Ideas, de El Diario Médico. En el 2017 ganó el Premio Alan Turing por el descubrimiento de la molécula IRAK-M, que frena las defensas del cuerpo en presencia de un tumor. Al año siguiente obtuvo el XVII Premio Reflexiones a la Opinión Sanitaria por su artículo “Saltando de la sepsis al cáncer y viceversa: pincelada desde el laboratorio”.
Eduardo López-Collazo es actualmente director científico del Instituto de Investigación del Hospital Universitario La Paz, de Madrid, uno de los más reputados de España.
LA: Doctor López-Collazo, es bien conocida su dedicación a la investigación científica. Me gustaría mucho conocer su manera personal de considerar tanto la ciencia en sí, como actividad esencialmente humana, como la investigación en tanto actividad profesional. ¿Qué debe caracterizar a un investigador para que su trabajo sea realmente creativo?
ELC: Tener libertad de pensamiento, cuestionarlo todo desde las sólidas bases del conocimiento. Esto es lo esencial. Luego viene la disciplina, la tenacidad y la buena gestión del fracaso. La carrera científica es una historia de frustraciones continuas, ser científico muchas veces significa romper con lo establecido, con lo que aparentemente funciona y supuestamente explica la realidad, esto trae la frustración de no ser entendido, que no te tengan en cuenta.
Por otra parte, en el día a día hay que lidiar con el fracaso, la mayoría de los experimentos fracasan, entonces toca volver a empezar, buscar el error, desechar una linda teoría por la frialdad de los datos.
LA: Ud. no solo se ha dedicado a la labor tradicionalmente considerada como científica, manifiesta en un muy apreciable número de artículos profesionales, sino que también, y esto es menos común, ha concedido mucha importancia a la labor divulgativa de temas científicos. Le ruego que nos hable de su consideración acerca de la divulgación realizada no por parte de periodistas o publicistas en general, sino de los propios científicos.
ELC: Siempre me gustó hablar de lo que aprendía, ha sido una forma de afianzar el conocimiento. Muchas veces cuando tratas de explicar a alguien que no tiene los conocimientos necesarios para entender lo que haces te percatas de errores en experimentos o fallos en la teoría.
Mi primera “sufridora” fue mi madre, a ella le explicaba todo lo que había aprendido, la pobre entre plancha y cocina tenía que escucharme, entenderme y luego responderme las preguntas que la hacía. Luego vinieron los amigos, las parejas y los suegros, en realidad las suegras siempre han sido más receptivas. Con la pandemia esta labor ha devenido esencial, la población prefiere que quien explique es quien lo ha hecho, no un presentador con cero conocimientos sobre el tema.
LA: Háblenos, por favor, de su interés particular por el fenómeno de las pandemias y la perspectiva científica desde la cual se ha venido enfrentando a ellas.
ELC: Por lo general se cuenta la historia de la humanidad a través de las guerras y el arte. Sin embargo, perfectamente lo podemos hacer siguiendo las pandemias sufridas. En la historia reciente hemos tenido dos: el VIH y la COVID-19. Ambas, nos han cambiado la forma de vivir, sentir, relacionarnos y un enorme etcétera. Desde el punto de vista científico significan la oportunidad de describir algo totalmente nuevo, es así de frío; pero somos seres humanos, sufrimos y nos desesperamos ante lo ignoto.
El VIH dio la cara en forma de SIDA en los 80, yo era muy joven, pero la historia de cómo se descubrió, todo lo que ocurrió social y científicamente siempre me ha fascinado. De hecho, tengo un libro sobre eso que se titula ¿Qué es el VIH? Es una especie de novela corta donde, además, aprendes.
También tengo algunos trabajos científicos sobre el tema, pero pocos. En cambio, la COVID-19 me pilló siendo un investigador senior y he entregado tres años de trabajo a ello. Logramos, entre otras cosas, descubrir cómo pronosticar la evolución de los pacientes desde el momento en que se infectaba, fue un trabajo arduo en medio de la incertidumbre de una pandemia mundial. Científicamente, una oportunidad única; personalmente, algo que no quiero repetir nunca más. Es fácil hablar de la COVID-19 desde la frialdad de los números, el problema está cuando uno de esos números y me refiero a los fallecidos, tiene tus apellidos y en concreto el nombre de mi única hermana.
LA: ¿Qué quisiera comentar acerca del enfoque que se sigue en su patria natal, Cuba, en relación con las pandemias?
ELC: Cuba perdió el foco hace mucho. Con el VIH aplicó una política terrorífica, lo cuento en el libro ¿Qué es el VIH? Separó a familias y señaló a los VIH positivos como una lacra.
Con la COVID-19 no escucharon los consejos desde Europa, no se prepararon para afrontar la debacle. A Cuba llegó muchos meses después y la arrogancia no les permitió hacer acopio de los recursos necesarios para disminuir el impacto. Mi hermana falleció ahogada porque no tenían respiradores suficientes. También centraron sus esfuerzos en generar vacunas, algo muy necesario, pero se olvidaron de implementar lo imprescindible para que la población sobreviviera. Los políticos, en general, son caprichosos y engreídos. Si a esto le sumas que están en un sistema dictatorial, sea del signo que sea, se eleva al infinito.
LA: Es muy interesante su colaboración en la revista británica Backtrack y el periódico El Español. ¿Para Ud. es un divertimento, una especie de escape frente a un trabajo abrumador, como el famoso violín que el pintor Ingres tocaba como una forma de creación colateral? ¿O significa algo muy distinto?
ELC: Tengo el placer de dedicarme a las cosas que me gustan. Mi trabajo como científico también es una especie de juego mental conmigo mismo que luego llevamos a un laboratorio. Mi colaboración con Backtrack y El Español escribiendo críticas de danza y columnas de opinión es más de lo mismo. ¿Divertimentos? podría decirse, pero me lo tomo tan en serio como planificar un experimento.
LA: Muchas veces le hemos escuchado hablar de polimatía e incluso más de una vez le han clasificado como un hombre renacentista ¿Ud. en realidad lo es?
La polimatía existe, es algo que fundamentalmente se da en personas que se dedican a la ciencia con intereses muy profundos en las artes, la historia...
En el siglo XX el conocimiento se compartimentó: eras de letras o eras de ciencias, esto siempre lo odié. A mí me puede emocionar de igual manera un poema sutilmente escrito, una obra de teatro, un ballet y un conjunto de datos que hagan visible un secreto de la naturaleza.
Es una eterna discusión con mis amigos más de artes y letras, que sólo logran ver belleza en una pintura o una novela excelsa. Creo que una de las cosas más bellas que hay son las ecuaciones de Maxwell, las que describen de una manera sintética y elegante el “comportamiento” de las ondas electromagnéticas. Por otra parte, ¿sabes que en breve publicaré una novela de ficción? Lo dejo ahí, puede ser tema de una conversación futura.
Fotografías: Ramón MV.