Para Elisa es un proyecto editorial de nuestro colaborador Amilkar Feria, que compendia reseñas periodísticas publicadas por él entre 2008 y 2013.
En su mayoría, el contenido de las mismas versa sobre la actividad artístico-pedagógica desarrollada en la Universidad de las Artes (ISA). Nuestra publicación se hace eco de este acontecimiento editorial en proceso, compartiendo testimonios actualizados de algunos de los protagonistas de sus páginas.
En este caso, Amilkar Feria dialoga con Luis Alberto González Mariño, estudiante de la especialidad de Composición Musical. F. de Arte Musical, ISA.
Amilkar Feria: ¿Qué trascendencia tuvo para ti el vínculo pedagógico con el ISA?
Luis Alberto Mariño Fernández: Si me ajusto a la realidad más institucional, creo que tuve más vínculo antes de pertenecer al ISA que cuando cursé los años en la carrera de Composición Musical. Esto se debe a que los años de mi enseñanza media transcurrieron como becado en la Escuela Nacional del Arte (ENA), y al residir allí me era mucho más fácil colarme en clases que me interesaban, como las que dictaba los sábados el profesor Rosado, donde transcurría el día entre la música y el cine. O en distintos seminarios dictados por compositores extranjeros de los cuales pude aprender, al menos como un pantallazo general, por donde iban algunas estéticas musicales contemporáneas posteriores a las vanguardias del 60.
Esto fue muy importante porque entendamos que en esos años (2005-2009) la información sobre la actualidad del arte, y sobre todo del arte musical de vanguardia, llegaba en pequeñas y desligadas porciones. Esos años fueron los que más me influyeron positivamente, a pesar de que no cursaba formalmente asignaturas en este centro, dado que todavía no concluía mis estudios de la enseñanza media. Ahí comencé a conocer a varios artistas y a intercambiar ideas, algo que fue creciendo y desarrollándose, por fortuna, fuera de los vínculos institucionales, con total libertad y autonomía personal.
Cuando cursé formalmente en el ISA, ya era distinta mi situación, trabajaba en la semana y las clases eran generalmente muy deprimentes. Varias veces estuve a punto de dejar los estudios, si no fuera porque mi familia insistía en lo importante de tener un título universitario, pero el ambiente era tan mediocre dentro de la institución, en especial la parte de música, que sentía un rechazo general y trataba de escapar lo antes posible de todo.
Siempre me refugiaba en las ruinas de la Escuela de Circo o en algún taller de un amigo, esos eran los lugares donde sentía que recuperaba la respiración. Por supuesto, dentro de ese ambiente mediocre hay muchas personas concretas que se salvan o que se intentan salvar y producir otras dinámicas más creativas, pero generalmente sentía que iba a un entierro, a un lugar donde el espíritu había escapado despavorido, y solo lo reencontraba en las ruinas, en el arrollo lleno de basura o en cualquier rincón silvestre.
AF: ¿Cómo ha sido tu recorrido profesional desde que te graduaste?
LAMF: Durante los años de estudio participé de iniciativas independientes en exposiciones colectivas, devenido posteriormente como Grupo Ánima, organizadas principalmente por mi hermana, María de Lourdes Mariño y Anamely Ramos. También, poco a poco, fui introduciéndome en el teatro, la danza y la creación interdisciplinar, gracias a la gestión de William Ruíz. Cuando me exilié en Argentina, comencé a cursar el doctorado en música de la Universidad Católica Argentina, que recientemente terminé en diciembre del 2023, y desde el 2018 formo parte como violinista del Ensamble de Música Contemporánea (EMC) de la Universidad de las Artes de Argentina.
En todo mi trabajo trato siempre de mantenerme como intérprete y como compositor, articulando esos mundos con el activismo político, que considero imprescindible para lograr que algún día podamos reconstruir Cuba, y crear otras instituciones que funcionen bien y que ayuden a cada joven a desarrollar sus talentos con libertad.