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Artivistas | Luis Alberto Mariño, 'Tito': "La cultura democrática es necesario defenderla hoy más que nunca"

"Me parece importante no temerle al mundo sin sentido, al azar, al vacío que resulta de esa ausencia". 

Hombre en un trigal
Luis Alberto Mariño. | Imagen: Cortesía del entrevistado

Comenzando la década que dejamos atrás conocí a Tito. Era miembro de una tribu multidisciplinaria que se desplazaba nómada y abiertamente por los predios de la Universidad de las Artes, o por cuanto espacio se agenciaran para la extroversión de sus experimentaciones artísticas. Aquella horda estaba integrada por profesores y profesoras recién egresados de la Facultad de Humanidades, y estudiantes de artes visuales, artes escénicas, música, y algún que otro radical libre que entraba o salía a voluntad de la sólida red cultural que lograron aunar. Con el tiempo, ganando hitos que jalonaron su trayectoria, el núcleo duro de esta libre asociación fundó el Colectivo Ánima, inspirados en el poemario homónimo de José Kozer.

Casi al unísono conocí a Luis Alberto Mariño, talentoso violinista y compositor, al que todos identificaban como Tito. Lo que digo no es un contrasentido. Tiempo me tomó aprender su nombre de inscripción, mientras relacionaba la diafanidad comunicativa y amistosa de uno, con la supuesta gravedad creativa en la que imaginaba se sumergía el otro. Al final, en su presencia, la unidad era evidente. Hay que caminar un poco para encontrar tipos así. La fe o ideología que abrace, lejos de crear barreras sectarias y apegos ancestrales, constituyen los pilares del puente que tiende a sus contemporáneos, aglutinados desde su proyección estética.

Pasados muchos años, paradójicamente con un mar y un continente por medio, fuimos protagonistas de un intercambio creativo que descubrió insospechadas aristas a dos breves poemarios de mi autoría. El resultado final de ese producto multimedia fue exhibido en abril del año pasado bajo el título Habeas corpus, en el hogar-galería Avecez Art Space, coordinado por la crítica y curadora de arte Solveig Font. Estos dos últimos años estuvieron plagados de muchas urgencias para todos. Casi no tuve oportunidad de cuestionarme algunas cosas con relación a ese proceso. Entre otros asuntos, aquí va el parecer de su principal promotor.


Aunque estoy al tanto de tu obra desde que estudiabas en el ISA, no fue hasta el año pasado que pudimos hacer algo juntos gracias a Ánima. Yo estaba un poco acobardado con tu propuesta, pero cuando vi que me diste cuerda hasta el extremo del resorte, ahí me disparé con la oportunidad de publicar los libros (Antropología recreativa y Entropía). Pensaba que había tocado el techo, cuando me subiste el registro para llevarlos al súmmum de sus posibilidades. Me dejaste botao y me pusiste a correr, algo que guardaré por siempre como un sagaz ejercicio de colaboración. Ahora bien, ¿cómo se te ocurrió que podíamos llevar la palabra escrita a la verbal, y de ahí a la musicalización de los textos, partiendo de una experimentación sonora tan sui géneris?

Primeramente, te agradezco este espacio de diálogo y amistad.

La verdad, no recuerdo cuándo y cómo se me ocurrió comenzar este proceso. Creo que lo primero fue el deseo de colaborar creativamente, a partir de leer estas dos obras tuyas. Debo tener por ahí algunas ideas iniciales apuntadas, y todavía me queda el deseo de hacer un performance sonoro articulando el cuaderno Entropía, pero bueno, tiempo al tiempo… Como te decía, fue un proceso de irle dando vueltas a la idea de trabajar sobre los textos de Antropología recreativa, y después se me ocurrió pedirte las grabaciones en voz de los textos. Ya ahí la idea de darle una centralidad a la voz, y al propio texto, fue creciendo hasta que me di cuenta de que lo que buscaba era justamente que la propia temporalidad del texto, su propio y natural espacio de comprensión, se abriera levemente, dejando entrar, desde sonidos cercanos (la mayoría de las veces derivados directos de las grabaciones de voz), ese infinito que se nos devela al contemplarnos ante y en el mundo. Es esa visión propia de la antropología, pero, a la vez, no quería que se perdiera la frescura, el tono propio de los poemas que apuntan al adjetivo “recreativa”. Teniendo en cuenta que podía contar, no solo con tu voz, sino también con la de Marcela, me pareció perfecto material para poder divagar y recrearme sin dejar de lado la compresión del texto.

¿Qué mecanismos sensoriales activas para convertir en sonidos aquellos fenómenos que pertenecen a otros diapasones creativos, como las artes visuales, la danza, el teatro y, desde luego, la literatura?

Bueno, por lo general, en mi forma de trabajar pienso mucho desde lo abstracto o conceptual, desde donde se generan lugares comunes, puntos de articulación entre esos universos creativos, y trato de dar vueltas sobre esos ejes (a veces muy imaginarios o abstractos), pero trato de que la música aporte o refuerce esos espacios de encuentro. En este caso fue distinto, en parte porque lo que me propuse fue no perder la referencia del texto, y tratar de construir desde su propia temporalidad natural de lectura. Eso marcó la distinción con otros procesos creativos, donde voy creando todo lo musical, digamos que de la nada, pensando primero en el material sonoro, escalas, estructuras temporales, etc. Acá ya había un material y no quería desprenderme de ahí para comenzar un proceso lejano, abstracto y demasiado musical, sino algo que “recreara”, que aportara y que rodeara a los poemas.

¿Te dio tiempo alguna vez de tomar conciencia que era la música quien signaría tu vida, aun cuando empezaste a tocar el violín desde los siete años? ¿O es una vocación incuestionable?

Sí, he tenido tiempo, o me he dado el tiempo de replantearme mi vocación. Muchas veces es doloroso cuestionarse, divagar, alejarse, pero he tratado de aprender a integrar esos espacios que a veces uno percibe de división de “objetivos”. En la estructura general o convencional de las profesiones, ser músico es como todo un universo infinito. Ser intérprete de un instrumento, a simple vista, parece ser algo muy concreto, pero nada que ver. Puedes ser tantas cosas, con solo un instrumento, que te encuentras de nuevo ante infinidad de posibilidades. He tenido diversos modelos de profesión, y creo que muchas veces me dejo jalonar más por uno que por otro, pero, en general, el violín siempre me ha acompañado y creo que seguirá siendo parte de mí.

Además de tu hermana, talentosa curadora y crítica de arte, con quien me gustaría un día dialogar como lo hago contigo ahora, ¿hay algún trasfondo intelectual en la familia que los hiciera emprender sus respectivas carreras?

En mi familia hay mucho talento, mi mamá es muy musical, y tocó varios instrumentos en su infancia y juventud, pero cuando éramos chicos no teníamos esa referencia o trasfondo que nos influenciara directamente. Creo que mis padres supieron ver y observar mi inclinación hacia lo musical, y dado que tenía mucha energía sobrante, dicho directamente, era un niño bastante jodedor, era imprescindible que encontrara un objetivo que absorbiera mucha de esa energía, y lo lograron. Mis padres y yo tuvimos la suerte de que, en la escuela provincial de música de Cienfuegos, estuviera una de las profesoras más fuertes, capacitada y exigente, de violín en el país. Y bueno, a partir de ahí fuimos descubriendo todo ese enorme mundo de la música clásica, sobre todo, y creo que eso también fue una de las motivaciones que ayudaron a mi hermana a decidirse por la rama cultural, si bien eso fue mucho después, previo a comenzar la universidad.

¿Cuándo llega la inquietud por la composición a tu espectro de habilidades musicales?

Desde que comencé a estudiar música descubrí la posibilidad de improvisar, crear y recrear al mismo tiempo que iba progresando en el violín. Recuerdo que me ponía a componer muy esporádicamente, pero lo hacía, y el resultado era muy parecido a lo que estaba tocando en ese momento, o a piezas ya examinadas, pero improvisaba casi a diario. Cuando comencé los estudios en la Escuela Nacional de Arte en La Habana, comencé a leer más, a interesarme por otras cosas del mundo de la cultura, motivado por amigos de mi hermana, por algunos buenos profesores, y por el ambiente más cultural de La Habana. Eso reforzó la idea de integrar esas experiencias, y entonces me era necesario componer. Es, y todavía hoy lo sigue siendo para mí, el espacio donde puedo integrar, o al menos evocar con más claridad, todas esas vivencias. Desde esa época hasta ahora lo que me impulsa es como un deseo de devolver, a partir de que leo algo, un poema, una novela, etc., y siento la necesidad de hacer algo con eso desde la música. A veces no fluye nada, o no encuentro la forma adecuada, pero, cuando la encuentro, siento cierto alivio; es como una exigencia que, si no obedezco, aparentemente no pasa nada, pero el mundo interior se me vuelve más sombrío, pesado. Creo que fue eso lo que me impulsó a dedicar tiempo a la composición, y a decidirme estudiar y hacer la licenciatura en composición musical. 

Hombre tocando violín.
Luis Alberto Mariño y su violín. | Imagen: Cortesía del entrevistado

De todos es conocida tu postura cívica por una Cuba nueva. Tus seguidores en las redes han visto cuanto haces desde el arte para procurar esa necesaria renovación. ¿Cuándo se encendió esa chispa justiciera? ¿Cómo logras encausarla, personalmente y desde la ejecutoria musical?

Yo, por lo general, viví bastante alejado del activismo, la política y todo lo que sonara a eso; pero, justamente al ir leyendo, conociendo autores censurados, películas, obras, fui llegando a conocer vidas censuradas, y descubres que, sobre tus propias decisiones, tu propia vida, por más alejada que pretenda transcurrir de la política, termina siendo interferida y coartada por todo eso. Es caer poco a poco en la cuenta de que ser pasivo en lo político es dejarle al poder, no solo la posibilidad de limitarte injustamente (porque de hecho la tiene), sino de hacerlo con total impunidad y, peor aún, con tu permiso. Si a esto le sumas que nuestro silencio impacta negativamente sobre los que deciden actuar y no callar los atropellos, y que estos son más violentados en la medida de nuestra indiferencia, entonces creo que se impone la acción y la solidaridad. Pero lo que sin duda me decidió a tomar un compromiso más determinado y claro, fue con posterioridad a julio del 2012, cuando asesinaron a Oswaldo Payá y a Harold Cepero. Después de esa atrocidad no me quedó ni un resquicio de duda de que debía estar y dar testimonio de nuestra dolorosa realidad política, de la violencia explícita, y de la falta de espacios de libertad, de creación y renovación de lo político y su nefasto efecto en todo, por más alejado que parezca estar.

¿Puedes contarme cómo llegas al exilio, y que tanto te aporta esa otra patria que es Argentina?

Desde el ejercicio de activismos políticos y la participación en eventos internacionales, conozco a Micaela. A partir de ahí comenzamos una relación a distancia que, como es lógico, en algún momento terminaría, de no dar el paso para comenzar una vida juntos en algún lugar de este mundo. No podía ser en Cuba pues a Mica no la dejarían entrar, porque el apoyar a la sociedad civil independiente cubana la convierte en enemiga peligrosa para el sistema totalitario cubano. Es por eso que decidimos comenzar y probar la aventura de vivir juntos, y posteriormente de crear una familia. Yo también tenía deseos de estudiar, de seguir avanzando en mis intereses profesionales, y desde que llegué comencé el doctorado en composición musical de la Universidad Católica Argentina. La posibilidad de comprar libros sobre lo que uno quiera indagar, la libertad de poder ahondar en eso, y la cercanía y accesibilidad del conocimiento, es algo maravilloso que a veces no se valora lo suficiente. También, estando acá, he aprendido a conocer las complejidades de las sociedades modernas, de la propia democracia, las divisiones crecientes entre las opiniones, creencias e ideologías, y sus facetas negativas, a veces violentas e irracionales. Pero todo eso se da, en gran parte, porque hay espacio para la diferencia y porque hay libertad, siempre con defectos, problemas; pero los defectos y los problemas adquieren rostro por la propia oportunidad y legitimidad de señalarlos. La posibilidad del respeto, del diálogo, de la disputa, las diferencias y los acuerdos, son para mí indisolubles de la propia dignidad humana. De ahí que la democracia, y en general la cultura democrática, es necesario defenderla, hoy más que nunca, en los propios países que la tienen como sistema político. Es por eso que fundamos la Asociación Civil Cultura Democrática, y desde ahí quiero también aportar en lo posible.

Todos tenemos un modo de configurar la espiritualidad que resuma el universo, incluso, aunque no lo sepan, los ateos. ¿Ser católico ha dimensionado tu molde humano, social, cultural? ¿Imaginas un mundo sin Dios?

Sin dudas, ser católico es lo que a fin de cuentas le da sentido a todo, y a la vez me da la vuelta a mí mismo, me descentra. Sin Cristo como modelo, más allá de nuestra profunda imposibilidad de imitarlo, no creo sería la misma persona. Pensar que el bien absoluto, que el amor absoluto, se encarnó en la historia para ser modelo universal, y que ese testimonio aparentemente terminó en la Cruz, en el sacrificio, en la entrega total, y que, desde ahí, desde ese tocar el límite físico y material, surge el propio milagro de amor, es para mí la luz, la posibilidad de iluminar mi propia y personal realidad, más allá de todas nuestras miserias o, mejor dicho, a pesar de ellas.

Por supuesto, muchas veces imagino un mundo sin Dios, de hecho, me parece importante no temerle al mundo sin sentido, al azar, al vacío que resulta de esa ausencia, porque sin esa experiencia construimos ídolos a nuestra medida, relatos que taponan los poros de la realidad, y que nos esterilizan la espiritualidad. A veces el acto visible de repetir una oración, un dogma, un relato, etc…, se toma como algo simple, incuestionable y generalmente como algo muerto, como gestos vacíos que nada o muy poco se relacionan con nosotros y nuestra realidad moderna. Sin embargo, creo que alrededor de cada fórmula, de cada oración, puede crecer muchísimo el propio espacio de silencio, series de espacios indefinidos como el azar, la libertad, infinitas posibilidades de experiencias personales, si decidimos abrirnos y contemplar más lo que decimos y hacemos, y lo que está alrededor de eso y que no podemos decir, nombrar o hacer.

En los largos años que llevas de ejercicio docente, ¿crees que algo te ha aportado ese desprendimiento?

Muchísimo, creo que soy mucho mejor músico a partir de que comencé a enseñar, eso me obliga a pensar soluciones, a crear caminos y, sin dudas, me ha aportado mucho el diálogo con mis alumnos, con mis compañeros y conmigo mismo.

Esta es una entrevista metafísica, así que vamos a liquidar esto por donde empezamos: ¿Te cuadró el resultado final de nuestro experimento a cuatro manos? ¿Consideras que redondear el proceso en un fenómeno audiovisual, en el que también tomaron parte una actriz y un editor, era lo que merecía este proyecto interactivo?  

A mí me gustó mucho el proceso y el resultado final. Creo que el proyecto requería de la parte audiovisual, y que fue muy bueno tomar el desafío y crear a pesar de la distancia física. Como te decía al principio, quería que los textos siguieran siendo centrales en la obra, que no pasaran a segundo plano, que el hecho de crear y diseñar sonoramente no fuera en detrimento de la comprensión, sino que aportara y recreara la experiencia del texto. Esto, creo, se logró plenamente en lo audiovisual, porque, la parte visual que hiciste y editaste con Reinier Nande, se desprende también de los propios ritmos del audio, y que a su vez se articulan con el texto. Por lo tanto, creo que ahí dimos en la diana y debemos darnos unas buenas palmaditas en los hombros, y alegrarnos, aunque sea un instante, de lo que pudimos lograr juntos. La alegría (ciertamente rara), y la amistad creativa (todavía más rara), son milagros, ¡gracias por eso! 

Vídeos de "Antropología recreativa"

I. La vida le pide a mi cuerpo. 

II. Lo reconozco. 

III. Desconócete. 

IV. La construcción gramatical. 

V. A simple vista. 

VI. A esta hora del silencio.

Amilkar Feria Flores

Amílkar Flores

La Habana (1967). Escritor y artista visual. Licenciado en Pedagogía en Artes; Diplomado en Antropología Cultural y en Producción Simbólica. Ha ejercido como ilustrador gráfico, analista de prensa, periodista y profesor universitario. Ha publicado, entre otros, los títulos: Las dulces horas (Premio Pinos Nuevos 2007 (Poesía, Unión, 2008)); Algunas animalezas y otras bestialidades (Narrativa, Ediciones Extramuros, 2010 y Crónicas diluvianas (Narrativa, 2010). Cuenta con numerosas exposiciones personales y colectivas en Cuba y el extranjero. Actualmente desarrolla el proyecto de experimentación artística Observatorio Entrópico de Palatino.

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