Hace unos años mientras leía uno de los textos del libro Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante, me llamó la atención una especie de regaño del Premio Cervantes hacia el público lector. No recuerdo literalmente la frase, pero la “reprimenda” del escritor gibareño, estaba versada sobre la actitud de los lectores que solo buscaban entretenimiento en los libros.
Si bien proseguí la lectura, aquella apreciación un poco despectiva desde entonces la repaso con dilatada frecuencia, pues estuve totalmente opuesto a esa percepción superflua para con los lectores. Aunque también G. Caín afirma algo cierto y fundamental: quien tiene el hábito o el vicio de la lectura, en dependencia de su intensidad, lee por placer, por mero entretenimiento.
Lo primero que se busca en un libro, en el caso de la ficción, es el medio de transitar hacia la realidad creada por un autor. Así que lo básico y primario de los lectores, poco interesa su enciclopédica cultura, supongo sea en primer caso: entretenerse. Afirmar lo contrario, pudiera tomarse como un acto de pedantería, que con mayor o menor medida es una actitud frecuente y fácil de encontrar en los escritores y ser, en este caso, un Premio Cervantes, no es justificante para salvarse de un defecto tan humano llamado arrogancia.
La mención a Cabrera Infante tiene relación directa con el libro que hace unos días Emmanuel Montes Álvarez me envió. Pues ambos compartimos la misma admiración por Cabrera Infante y los rejuegos de este con el idioma español ha posibilitado, en alguna que otra ocasión, incorporarlo en nuestras historias y manera de hablar. Inicié entonces la lectura de su primera novela: Los días que pienso en ti (Avant editorial, 2023) donde un personaje sin nombre, narrador y protagonista de la trama, a partir de una terapia sugerida por una sicóloga que lo atiende, comienza a escribir la historia de una relación pasada y capital en su vida.
La paradoja de esta novela es planteada por Emmanuel como una constante, pues la persona a recordar se llama Olvido. Ejercitar la memoria a través de los recuerdos comunes, desde el estilo confesional, casi epistolar, aunque no se trate precisamente de cartas, son descritas en las anotaciones hilvanadas para reconstruir las experiencias con esa Olvido tan inolvidable.
Mientras el lector se adentra en el mundo común de Olvido y su pareja, diferentes capas narrativas con variable intensidad, de acuerdo con la cronología de los hechos planteados, son mostradas por Emmanuel. Sus mutaciones adquieren a partir de la rememoración un sentido existencial. Ambos son jóvenes, poseen ambiciones artísticas, comparten intereses, lecturas, mientras conviven en el, a veces hostil y encarecido, mundo habanero.
La tecnología, tan ligada a la generación de su protagonista, es otro de los aspectos mencionados en la historia, pues el universo de las redes sociales y el intercambio comunicacional existente ya está unido de manera indisoluble a la actualidad, lo cual realza el aire de verosimilitud de Los días que pienso en ti, como una mentira bien contada, que deja un sabor a realidad probable gracias a los sitios identificados en la novela donde ocurren los hechos narrados por el narrador-protagonista.
Sin embargo, aunque Emmanuel mantiene casi de manera exclusiva la primera persona en su narración, en algunas oportunidades escapa hacia el narrador omnisciente para abarcar digresiones ligadas directamente al pensamiento o el mundo onírico de su protagonista sin nombre, pues más de una vez manifiesta su resolución de ser escritor. Amparado en ese anhelo, nuevamente aparece entonces la paradoja con Olvido, tal vez la única historia que jamás pretendió contar, es la que se desliza a los ojos del lector hacia las vivencias íntimas de quien, por terapia, debe recordar a través de la escritura.
"A la mitad del libro, el estilo confesional adquiere un matiz de novela ensayo, donde las apreciaciones de su autor semejan el estilo del checo Milán Kundera."
Más de una vez Emmanuel emplea ciertas terminologías poco usuales dentro de la narrativa, relacionadas con el arte o la física. Circunstancia posible de apreciar en otros autores los cuales dejan con la duda al lector, al hacer uso de una palabra o concepto muy específico y este tiene que verse obligado a interrumpir su lectura y buscar dicha palabra para darle sentido a la idea planteada. Sin embargo, el instinto pedagógico del autor evita romper el paréntesis de la lectura, y tras cada aparición de un detalle como el anteriormente mencionado, el narrador sorprende con la aclaración del término en la oración siguiente, pues el personaje, al igual que el lector, disfruta ignorar, en el mejor sentido de la palabra, para maravillarse en los descubrimientos y dejarse arrastrar por el caudal de la serendipia.
Aproximadamente a la mitad del libro, el estilo confesional adquiere un matiz de novela ensayo, donde las apreciaciones de su autor semejan el estilo del checo Milan Kundera. Pero antes de que cualquier sospecha sea levantada, por la manera de escribir de Emmanuel, el personaje aclara su admiración hacia el autor de La insoportable levedad del ser, por lo que más que una aparente imitación, es un homenaje franco que realiza en los varios episodios donde el tono reflexivo, filosófico en ciertos instantes, y la indagación, dejan apreciar cómo la famosa corriente subterránea del sentido es poderosamente invisible e influyente en la sicología de los personajes de Los días que pienso en ti.
Lejos de caer en una noria introspectiva, el narrador deja apreciar otra virtud narrativa, la cual se aprecia como un nuevo homenaje en la novela, esta vez dirigida al autor de La Habana para un infante difunto, Guillermo Cabrera Infante. La historia adquiere entonces un matiz simpático, pero no en el sentido pueril, si no en una clave narrativa bien elaborada donde los juegos estilísticos con las palabras, la ironía sagaz e inusuales construcciones verbales, se combinan con hechos anecdóticos en un lapso donde el narrador conoce a una joven llamada: Mara Villa.
La llegada de Mara Villa a la historia provoca una irrupción frenética de situaciones, que hace candente las ganas de continuar visionando una variante distorsionada de la realidad de la novela. Su narrador en la medida que elabora los rejuegos verbales, construye párrafos llenos de retruécanos y puntuales reiteraciones para realzar una belleza estética, diseñada con el objetivo de generar la mencionada simpatía. Esto provoca una ruptura con el esquema narrativo e introduce, mediante la lectura una mayor aproximación al mundo de este joven a través de estas particularidades idiomáticas de estilo cabrerainfantiano, pues el idioma para Emmanuel es una herramienta útil y desacralizada.
Confiar en la buena voluntad de las sugerencias, permite apreciar inusuales historias como la de Los días que pienso en ti, por su carácter alejado de lo pretencioso, la cual cumple a cabalidad con ese primario impulso de iniciar la lectura de un libro: entretener y no esperar nada de él, solo aguardar por la o las sorpresas contenidas en su trama.
Al término de la lectura con un desenlace incómodo, por la circunstancia que el narrador cuenta como ocurrió su separación de Olvido, puede notarse como esta joven distanciada físicamente actúa como una especie de dantesca Beatriz. Gracias a quien el narrador atraviesa por los círculos diarios de su existencia pasada, donde permanecen recuerdos comunes y anhelos jamás concretados, que en su momento estimularon una felicidad limitada por la pólvora de las emociones.