En la cima de su fama, cuando sus libros se traducían a muchos idiomas y se editaban en el mundo entero, el escritor checo Milan Kundera dejó de escribir.
Se retiró sin alharacas, como una de esas estrellas del espectáculo que abandonan los escenarios de la noche a la mañana después de haber entregado a su público una función memorable, o como uno de los personajes de sus novelas: hombres y mujeres extraviados en los laberintos del amor, el deseo y la poca, o nula, necesidad de trascendencia, insertados en contextos hostiles en los que batallan por preservar su identidad en medio de programas colectivos condenados al fracaso.
Tal vez Kundera se retiró “para dejar de sufrir”, o porque sencillamente se agotaron sus deseos.
No todos se sienten a gusto viéndose multiplicados en los engañosos espejos del ego.
Kundera no ha sido el único. La literatura está llena de escritores que hicieron mutis dejando a millones de lectores pasmados. A golpe de memoria podemos citar algunos ilustres: Rimbaud, Juan Rulfo, Sallinger, Alice Munro…
¿Trastorno por el exceso de gloria, angustia por la presión de la fama, hastío, locura, agotamiento, demencia? ¡Quién sabe!
“Los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también” (La insoportable levedad del ser, Milan Kundera)
Casi todos padecemos el ansia inconfesada de vivir un gran amor que nos encumbre por encima del resto de los mortales. ¿Quién no ha soñado alguna vez con ser el objeto de un amor abrasador, intenso y perdurable?
La insoportable levedad del ser es una extraordinaria historia de pasión, celos, sexo, traiciones y muerte; también de las debilidades y paradojas de la vida cotidiana de sus cuatro personajes entrelazados de manera inexorable: Tomás, Teresa, Sabina y Franz.
“Es posible que no seamos capaces de amar precisamente porque deseamos ser amados, porque queremos que el otro nos dé algo (amor), en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer sólo su mera presencia” (La insoportable levedad del ser, Milan Kundera)
La insoportable levedad del ser examina las relaciones de pareja, su compromiso o dejadez, su entrega o desapego, sus conflictos y contradicciones. Con un lenguaje directo no exento de belleza, la obra nos invita a reflexionar acerca del peso o la levedad de las decisiones que tomamos en un momento determinado, y de cómo estas decisiones afectan y perturban a quienes nos rodean.
Mientras nos adentramos en el libro, nosotros, lectores ingenuos, caemos en la maraña de las pasiones de sus protagonistas, habitantes de una ciudad mágica: Praga, sumida en una convulsa etapa conocida históricamente como la “Primavera de Praga”.
Aquí es necesario historiar un poco…
La Primavera de Praga
"El breve sueño de una Checoslovaquia libre y democrática. Un intento fallido de reforma social y política sofocado por la intervención soviética. Un capítulo crucial en la llamada Guerra Fría que dejó otra cicatriz en la historia de Europa"
En 1946, el Partido Comunista Checo ganó las elecciones. Dos años más tarde, un golpe de Estado lo convirtió en la única fuerza política.
Los comunistas implantaron en Checoslovaquia el control del estado en casi todas las esferas de la vida social y económica, integrando el país en el llamado Pacto de Varsovia, una alianza militar creada por el bloque de países socialistas europeos encabezada por la Unión Soviética.
El Pacto de Varsovia podía intervenir en el territorio de cualquiera de sus miembros si consideraba que el socialismo se veía amenazado.
Durante los años sesenta se extendió en la sociedad checoslovaca el deseo de democratizar el socialismo. Los intelectuales fueron los primeros en manifestarse para criticar la represión del régimen. En enero de 1968, Antonin Novotny, líder del Partido Comunista Checo, estableció la libertad de expresión. Esto propició que muchos disidentes perseguidos por el régimen fueran liberados y/o rehabilitados.
Las reformas de Dubcek tuvieron un rápido eco en otros países socialistas. En Polonia, por ejemplo, los estudiantes reclamaron un proceso de reformas similar al checoslovaco con el fin de implantar un sistema de libertades. Mientras tanto, en Yugoslavia, hubo otras manifestaciones exigiendo democracia.
Los soviéticos observaron las reformas de Checoslovaquia con creciente preocupación. En mayo de 1968, varios dirigentes checos viajaron a Moscú con el objetivo de intentar conseguir el apoyo de los soviéticos a su proceso de apertura.
Todo quedó en el intento y las buenas intenciones generaron el efecto contrario. El líder ruso Leonid Brezniev les exigió que encarcelaran a los disidentes. Así, desde su punto de vista, conseguirían frenar las supuestas fuerzas contrarrevolucionarias que “cuestionaban” el sistema de partido único y la ortodoxia marxista-leninista.
Por tanto, si el gobierno de Praga no imponía su autoridad con contundencia sobre los rebeldes se enfrentaría a la amenaza rusa.
Para imprimir mayor fuerza a esta advertencia, el Pacto de Varsovia efectuó maniobras militares en territorio checoslovaco entre el 20 y el 30 de junio.
Medio millón de hombres pertenecientes a cinco países del Pacto de Varsovia (Unión Soviética, Polonia, Bulgaria, República Democrática Alemana y Hungría) entraron en Checoslovaquia el 20 de agosto de 1968. La desproporción de fuerzas resultaba evidente, por lo que los dirigentes checoslovacos pidieron a sus habitantes que no se opusieran a la intervención.
Por esa misma razón, el Ejército checoslovaco tampoco actuó. Sin embargo, el descontento popular se expresó de diferentes maneras. En las calles aparecieron pancartas con el lema en inglés “Go home, Iván”, que podría traducirse como “Rusos fuera”. También los nombres de las calles fueron eliminados para dificultar la orientación de las tropas invasoras.
Para justificar la invasión, el gobierno de Moscú afirmó que pretendía “salvar el socialismo” en Checoslovaquia. Según los soviéticos, ciertos detalles revelaban inquietantes amenazas. Se habían encontrado depósitos de armas clandestinos, se habían visto tanques de la Alemania Federal (la no comunista) circulando por Praga, y se tenía la certeza de que cientos de turistas de aquel país invadían las calles checoslovacas exhibiendo formas ajenas al ideal del “hombre socialista” que se fraguaba en el bloque.
Luego se supo que las armas descubiertas no pertenecían a ningún complot anticomunista, sino a una milicia obrera apoyada por el gobierno checoslovaco, que los peligrosos tanques eran en realidad el atrezo de una película, y que los turistas díscolos procedían de la Alemania oriental (la comunista) y no de la occidental.
El 16 de enero de 1969, un joven de 21 años llamado Jan Palach, se prendió fuego a lo bonzo en la céntrica plaza de San Wenceslao, en Praga. Con este gesto, desesperado y suicida, el estudiante pretendía mostrar su más viva indignación contra la invasión soviética que había terminado con las reformas democratizadoras.
El acto desesperado de Palanch fue el grito de fuego del pueblo checoslovaco. Pero no causó ningún efecto disuasorio en la invasión. Las tropas del Pacto de Varsovia se impusieron sobre la voluntad de los checos y todo el país de hundió poco a poco en una grisura tóxica y espesa que duró hasta la desintegración del bloque socialista de Europa del este a finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo XX.
Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser, reflexiona:
¿Pero qué es la traición? Traición significa abandonar las propias filas e ir hacia lo desconocido. Sabina no conoce nada más bello que ir hacia lo desconocido. Estudiaba en la academia de pintura, pero no le estaba permitido pintar como Picasso. Era una época en la que se cultivaba obligatoriamente el llamado realismo socialista y en la escuela se fabricaban retratos de los gobernantes comunistas. Su deseo de traicionar al padre quedó insatisfecho, porque el comunismo no era más que otro padre, igual de severo y de estrecho, que prohibía el amor (era una época puritana) y a Picasso. Se casó con un mal actor de un teatro de Praga sólo porque tenía fama de gamberro y les resultaba inadmisible a los dos padres.
La relación de Tomás y Teresa: lo corporal frente a lo sublime, de la materia y lo orgánico frente a lo relativo al alma
Tomás y Teresa, protagonistas de La insoportable levedad del ser, se “aman” con un amor que no es correspondido porque no recibe lo que da, sino que, en ambos casos, da algo y recibe otra cosa diferente. No obstante, lo otorgado y lo recibido son un doble gancho que los hace necesitarse el uno al otro, esto los une y también los oprime.
Al inicio de la novela, Tomás desarrolla por Teresa es algo muy cercano a la lástima, mientras que Teresa busca desesperadamente cobijo y protección. De esa dinámica de sujeción y dependencia surge su unión.
Él es un hombre que no soporta una relación que implique algún grado de compromiso o responsabilidad. Tiene distintas amantes con las cuales ni siquiera logra dormir luego del canje sexual. No tiene contacto con su hijo, salvo la cuota de manutención que paga a su exesposa. Tampoco habla con sus padres.
Tomás siente rechazo hacia la intimidad y huye de ella. Percibe el amor romántico como una fuente de infelicidad
Esto es así hasta que llega Teresa.
Nos dice Kundera en un pasaje de su libro:
Pero ¿era amor? (…) ¿No se trataba más bien de la histeria de un hombre que en lo más profundo de su alma ha tomado conciencia de su incapacidad de amar y que por eso mismo empieza a fingir amor ante sí mismo?
Teresa se instala casi por la fuerza en la vida de Tomás. Curiosamente, él no puede resistirse a aquello que más ha evitado, el compromiso. Los constantes celos de ella, y la capacidad de producir en Tomás compasión y culpa, son el modo en que la víctima, Teresa, toma el control sobre el victimario, Tomás.
Estos sentimientos encontrados, ese extraño “complejo de aproximación-evitación” padecido por los personajes, que no es otra cosa que un conflicto sufrido por miles de hombres y mujeres a lo largo de la historia humana, es magistralmente descrito por Kundera en su novela.
Nos basta con leer unas líneas para cerciorarnos:
Tomás tenía que estar permanentemente ocultando algo, disfrazándolo, fingiendo, arreglándolo, manteniéndola contenta, consolándola, demostrando ininterrumpidamente su amor, siendo acusado por sus celos, por su sufrimiento, por sus sueños, sintiéndose culpable, justificándose y disculpándose (…) Era como si le hubieran atado al tobillo una bola de hierro.
No obstante, cuando Tomás tiene la oportunidad de librarse de Teresa, se ata nuevamente a su yugo. Lo hace por “compasión”, sí, pero también por algún otro motivo que no termina de entender.
¡Y qué tampoco entendemos nosotros cuando esto nos sucede! Con frecuencia nuestras contradicciones son inexplicables. Como acontece a los habitantes de la novela, nuestra psique nos aporta motivos confusos que somos incapaces de traducir con palabras.
Llegado un punto, Tomás comprende claramente que aquello que más desea, aparte de sus encuentros eróticos con otras mujeres, es hacer feliz a Teresa, aunque a menudo no logra otra cosa que aumentar sus sufrimientos. Tomás no renuncia a sus numerosos encuentros sexuales, pero trata de que ese aspecto de su vida no contamine su relación. Ella, por su parte, no le pide expresamente fidelidad, aunque su comportamiento la termine hiriendo.
En el transcurso de la novela, Kundera aborda desde más de un ángulo el tema de lo corporal frente a lo sublime, de la materia y lo orgánico frente a lo relativo al alma. Para el autor, o al menos para los personajes a los que da vida, parece haber una escisión entre esos dos ámbitos.
Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929)
En 1985 todo el mundo leía a Milan Kundera. El escritor, exiliado en París, había publicado un año antes La insoportable levedad del ser, una dolorosa novela de título estrafalario, amor, alborozo carnal, exaltación de la belleza intelectual y presunciones filosóficas, que, según algunos críticos, se atrevía incluso a mencionar la teoría del eterno retorno en medio de disquisiciones estéticas sobre el arte y los excrementos.
Asombró también porque se ambientaba en aquella Primavera de Praga de 1968 en la que la bota comunista aplastó a todos los que exigían libertad en las calles.
El libro facturó millones de ejemplares y volvió tremendamente popular a un autor tímido y escurridizo cuya dilatada e interesante trayectoria literaria y vital no era conocida hasta entonces. El éxito reconocería también libros posteriores de Kundera como La inmortalidad (1988), La lentitud (1998), o La identidad (1998), y se apagaría repentinamente tras la publicación en el año 2000 de su novela La ignorancia.
Desde entonces, transcurrieron casi 20 años de silencio, rotos puntualmente por una obra divertida y menor, La fiesta de la insignificancia, editada en 2014.
Milán Kundera, de la timidez al hermetismo
Milan Kundera nació en Moravia en 1929. Hijo de un célebre pianista checo, tras iniciar estudios de Literatura y Estética en la Universidad de Praga los abandonó por los de Cine, que concluiría en 1952, para ejercer luego como profesor de historia del séptimo arte. Tras las convulsiones de la Segunda Guerra Mundial, la culta y occidental Checoslovaquia cayó tras el Telón de Acero que partía en dos Europa. Nuestro futuro escritor, como tantos jóvenes en aquel momento, se afilió al omnipresente Partido Comunista.
Como hemos de imaginar, no duró mucho allí.
Durante el proceso aperturista de la "Primavera de Praga", Kundera fue un enérgico opositor al régimen prosoviético, lo que pagó más tarde con su expulsión del Partido Comunista y, lo peor, con la prohibición de publicar.
"Kundera malvivió como pianista de jazz, entre otras digresiones, hasta que en 1975 emigró definitivamente a Francia, país en el que sus textos encontraban una magnífica recepción"
La sátira del comunismo estalinista, que retrató en su libro La broma, le había valido el reconocimiento en su país, pero unos años después, con el fin del aperturismo y la reinstauración de un Gobierno fiel a la Unión Soviética, fue vetado como escritor.
Kundera malvivió como pianista de jazz, entre otras digresiones, hasta que en 1975 emigró definitivamente a Francia, país en el que sus textos encontraban una magnífica recepción.
Fragmento La insoportable levedad del ser:
En la radio emitían un programa sobre la emigración checa. Era un montaje de conversaciones privadas grabadas en secreto por algún espía checo que se había infiltrado entre los emigrantes y después había regresado a Praga con gran revuelo. Eran conversaciones sin importancia en las que a veces se oía alguna palabra fuerte sobre el régimen de ocupación, pero también frases en las que un emigrante le llamaba a otro idiota o estafador. Eran precisamente estas frases las que ocupaban la parte principal del reportaje: pretendían demostrar no sólo que las personas en cuestión hablan mal de la Unión Soviética (lo cual no hubiera indignado a nadie en Bohemia), sino que además se calumnian mutuamente y para ello emplean palabras groseras. Es curioso, la gente emplea palabras groseras de la mañana a la noche pero, cuando oye hablar por la radio a una persona conocida, a la que aprecia, utilizando la palabra «mierda» en cada frase, se siente decepcionada.
En 2008 la revista checa Respekt acusó al escritor, ahora furibundo anticomunista, de haber delatado en su juventud a un compañero de la residencia universitaria Kolonka, de Praga. El joven, que salvó la vida de milagro pues estuvo a punto de ser ejecutado, había cumplido dos décadas en prisión. Kundera, que no era ni el primer ni el último hombre de letras denunciado por vivir épocas convulsas con una actitud reprobable, negó inmediatamente la acusación.
En realidad no pudieron probar que hubiese firmado documento alguno, pero, aún así, las funestas sombras del colaboracionismo y la chivatería gravitaron un tiempo sobre él.
¿Era o no culpable de lo que se le acusaba?
El sociólogo Jiri Pehe sentenció entonces en el diario Clarín que esto daba igual: "La realidad es que un régimen totalitario está construido de tal manera que el 99 por ciento de la gente coopera con el gobierno, de un modo u otro, entonces el caso Kundera ayuda a muchos checos a sentirse moralmente absueltos de sus propias culpas, como si ellos fueran los buenos y Kundera el malo".
Un párrafo de La insoportable levedad del ser parece confirmar la reflexión del sociólogo y justificar cualquier desliz que haya podido tener el propio Milan Kundera en su etapa como militante estalinista, si es que alguna vez lo tuvo.
El texto es revelador. Dice así:
En una sociedad gobernada por el terror, no hay ninguna declaración que sea vinculante, son declaraciones forzadas y las personas honradas están obligadas a no tomarlas en cuenta, a no oírlas.
Fiel a sus principios de hermetismo, Kundera declinó varias invitaciones para visitar la República Checa, incluida aquella de 2007 en la que se le haría entrega del Premio Nacional de Literatura.
El rechazo del escritor fue considerado por algunos como un soberano desplante, pero él, fiel a sí mismo, nada dijo.
A finales del año 2018 el gobierno checo movió ficha una vez más y ofreció a Kundera devolverle la nacionalidad que el antiguo régimen comunista le había retirado en 1979.
A la vista de este acto de reparación propuesto por su país natal, el literato rompió su mudez con una frase lacónica y punzante: "Espero que el proceso no lleve mucho papeleo".
Y no volvió a mencionar el asunto.
Un eterno candidato al Nobel de Literatura...
“Allí donde habla el corazón es de mala educación que la razón lo contradiga” (La insoportable levedad del ser, Milan Kundera)
Considerado como un “eterno” candidato al premio Nobel de Literatura, Kundera ha sido postulado varias veces pero nunca lo ha ganado.
Alejado de los focos, ajeno, el escritor preserva su ancianidad sin importarle si es o no leído. Fernando Arrabal, autor español afincando en Francia, relató una conversación que tuvo con él y que pone de manifiesto su carácter reservado.
Hablando del premio Nobel, Kundera le dijo a Arrabal: "Pero, realmente, ¿alguien puede imaginar que vaya a ir a ese salón para recibir ese premio y pronunciar un discurso de agradecimiento ante la televisión y los fotógrafos?”
Evidentemente, no.
Si no le interesó recuperar su nacionalidad, ¿por qué habría de interesarle el premio Nobel?
Y tiene razón… Tratándose de un hombre como él, ¿para qué?
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