ÍNDICE
I
Nacido en Cárdenas, en la misma ciudad que Virgilio Piñera, Jorge García de la Fe es un matancero radicado en Chicago que describe en algunos de sus textos poéticos una trayectoria atendible: va desde José Jacinto Milanés hasta el rescate de un coloquialismo que, a través de ciertas sutilezas y de una espontaneidad bien encauzada, consigue trasgredir y revitalizar algunos de los resortes del estilo conversacional.
Su versión personal de «De codos en el puente», que parte de un conocido poema homónimo del poeta colonial cubano José Jacinto Milanés, es un buen ejemplo de un tono en su poesía que conjuga tradición, destino, cotidianidad y que asume el paso del tiempo y la melancolía con atención, pero también con naturalidad.
La fragmentación que Piñera hace a partir del texto de Milanés en «De coditos en el tepuen» y el rejuego morfosintáctico que el autor de Electra Garrigó lleva a cabo moviéndose con soltura entre la parodia y la angustia, parecen por momentos reorganizados con parsimonia y con sosiego por García de la Fe en un texto que busca, a través de la intertextualidad y la constante referencialidad, un espacio poético cotidiano en el cual el poeta se reconozca «incubado en el vientre de la eternidad» y ante el asombro de «que cada día rebaso milagrosamente a mis difuntos».
No se queda Jorge García de la Fe enfocado solo en la imagen del San Juan matancero, como sí sucede en el texto de Milanés; tampoco hace un canto doloroso a la brevedad de la vida entonando otro ubi sunt ni exalta la posible eternidad cristiana, como leemos en Jorge Manrique. Las pretensiones de García de la Fe parecen más sencillas: poner los codos donde otros, hace ya, se apoyaron y comenzar con ellos una conversación; hacer coincidir sus ademanes con los de ciertos autores de la tradición sin que por ello se confundan sus estilos. Persigue dejar una marca de autenticidad y frescura en la huella de otro. Es precisamente lo que Nara Araújo ha llamado «la huella en la huella». He aquí el poema:
De codos en el puente
Manrique no conoció a Milanés,
Milanés sí leyó a Manrique.
Ellos no me divisaron en el horizonte,
pero yo,
que también fui incubado
en el vientre de la eternidad,
que cada día rebaso milagrosamente
a mis difuntos,
que ya casi mañana
seré sombra de mi sombra,
he intimado con Manrique y Milanés
de codos en el puente,
contemplando
cómo gime la vida,
cómo fluyen peces de tristeza
por las aguas del Duero y el San Juan.
El tiempo es un río
que imaginó Heráclito
para que los crustáceos de nuestros apegos
se dejen arrastrar sin remordimientos
hasta la desembocadura
de la pileta de Dios.
Buen ejercicio zen,
ese de verme
de codos en el puente
junto a Manrique y Milanés,
como tres hologramas meditantes,
en espera de un aura de frescor
que ilumine nuestras sienes de anhelar
tanta cosa ida
irremediablemente.
II
En el poema «Palabras náufragas» nos instalamos, desde la primera línea, en el recuerdo y la confesión. Aunque se habla de temas complejos y difíciles, como pueden ser la perfidia, el paso del tiempo, el exilio, la distancia y el dolor; la invocación del pasado en estos versos se hace vívida, tangible. García de la Fe logra hacer de un conflicto con el tiempo, del recuerdo de una de las épocas más duras y tortuosas de la sociedad cubana (la década del setenta del pasado siglo XX) un cuadro en que se funden el ademán lúdico de unos jóvenes frente al mar con el propio destino de estos. Un destino marcado por zozobras y contratiempos que estaban ya anunciados en aquella noche estudiantil de alcohol y palabras.
En estas líneas no hay una exaltación del Eros o la Furia, como la que encontramos en la lírica de Lina de Feria y Delfín Prats, dos autores que encauzaron, desde los años sesenta, el coloquialismo por derroteros bien diferentes a los del conversacionalismo militante y generalizado en la década de los setenta en Cuba. García de la Fe, sin embargo, utiliza el tono coloquial en su poema para hablar de una época en que dicho estilo era política de estado en el ámbito cultural de la isla. El autor usa un «nosotros» que, sin embargo, dista mucho de cualquier militancia. Un «nosotros» que está fracturado por el tiempo, la distancia y el exilio; pero que se configura en la memoria a través de la evocación de una noche en el malecón habanero. Ese «nosotros» del poema se convierte en un «yo» y un «tú» que aparecen poco antes de la mitad del texto; pero que no desvelan, ni uno ni otro, su identidad ni su sexo. Son solo dos personas en la intimidad del pasado, unidas por las palabras de otros, que se fueron, como el alcohol de esos días, por entre las olas y los años. Esa aparente indefinición de dos cuerpos dialogantes se opone a las categorías «masculino» vs. «femenino» tan mal resueltas en algunos de los poemas más paradigmáticos y conocidos de los setenta y ochenta en Cuba.
García de la Fe no utiliza el poema para recordar las traiciones y aberraciones de la década del setenta que él mismo vivió muy de cerca en su etapa de estudiante y que lo marcan hasta hoy. Prefirió usar el verso, no como un ajuste de cuentas ni como espacio de denuncia, sino para recordar «aquella noche loca del verano de 1975». Prefiere detenerse en la singularidad del momento en que la vigilancia y el militantismo universitario oficialista parecían al menos distantes, olvidables por unos segundos.
A diferencia de la necesidad de denuncia, de cuestionamiento, de ajuste de cuentas y de excentricismo de cierta zona de la poesía cubana más reciente y más visible, García de la Fe utiliza los mismos resortes del conversacionalismo tradicional, menciona la etapa más crítica y limitada de la cultura cubana en las últimas décadas, pero no se detiene en su negra y amarga excepcionalidad; busca, dentro de sus recuerdos, la noche oscura que solo a él y a su confidente les ha pertenecido hasta hoy. Su respuesta ante el colectivismo impuesto de los setenta, en el sosiego que le brinda su pequeño apartamento de Chicago muchos años después, es hacer de las palabras un reflejo de su propia voz, de su deseo. Este poema demuestra que el conversacionalismo en tanto estilo nunca perteneció al gobierno cubano. Cuando un gobierno totalitario convierte un estilo en política de estado, lo fosiliza, lo hace estéril, lo mata. García de la Fe le devuelve al conversacionalismo insular, mediante estos versos, una frescura, una esencia dialógica que nunca debió perder. Ahí va el poema:
Palabras náufragas
“Era la noche plétora de un delirio chispeante”
Fruta prohibida, Luis Palés Matos
Recuerdo la botella de ron
que lanzamos al mar del malecón habanero
mientras leíamos poemas de Pedro Mir y Luis Palés Matos
aquella noche loca del verano de 1975.
Doblamos e introdujimos
por el pico del objeto flotante fácilmente identificable
una esquela de papel rosado con nuestro juramento.
Supuestamente sobreviviría a los embates
de la corriente del golfo.
Palabras náufragas que desmentimos poco después
con los arabescos caprichosos de nuestras vidas.
Tras tantas pleamares y bajamares,
pudiéramos no reconocernos si nos vemos por ahí;
pero yo guardo tu gesto y el mío
como prueba de nuestra infidencia.
Quisiera rescatar de su cárcel de cristal
aquellas mariposas ultrajadas;
darles ciudadanía en la patria de mi alma
para que vuelvan a latir en unos versos sincopados.
Una amiga común me ha dado tus últimas coordenadas.
Nuestros corazones han sido balseros
como las palabras que pusimos a la deriva de las marejadas caribeñas,
tan propicias a devastadores huracanes.
Dicen que un papel aguanta todo lo que se le ponga.
A pesar de nuestra bancarrota,
yo me apiado de las palabras
que lanzamos al borde de la eternidad.
Palabras huérfanas
que todavía lloran
sin amparo
en las entrañas del océano.
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