El corto Matrioshka de Sheyla Pool es una de las propuestas que se estrenan en el Miami Film Festival, en específico el 10 de marzo de 2022. El filme aborda la pérdida de un ser querido, el trauma que esta produce y el modo en que ambos —pérdida y trauma— potencian la hostilidad y el terror del entorno. El filme tiene una realidad cubana de marco que inicia y termina la narración. Una vez que Ana, la protagonista (Deisy Forcades), llama a su madre (interpretada por Yazmín Gómez) y le pide que abra la puerta, la realidad insular de marco da paso a un mundo onírico contado en figuras, evocaciones y metáforas visuales que encarnan el sufrimiento, el espanto y la utopía interior de la joven.
Sheyla Pool es graduada en Filología por la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Estudió también en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), a la que se presentó por Guion y luego decidió hacer el cambio para Sonido. Obtuvo el Premio Coral en la categoría Mejor Sonido, otorgado por el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana en 2016, por su labor en el filme Últimos días en La Habana, del director cubano Fernando Pérez. Pool se muestra en el corto Matrioshka muy cuidadosa y pulcra en el montaje de ambientes y efectos, trabaja con cuidado y detalle los paralelos entre los distintos niveles narrativos, crea una serie de resonancias y conexiones entre la iluminación, las escenas y el sonido, que permite hablar de la búsqueda de una gramática cinematográfica depurada, lo cual hace esperar obras más que atendibles en el futuro.
En los primeros minutos, durante el trayecto de la joven en coche hasta casa, se accede a la noche chata insular, sin afeites, desde fuera, viendo a una joven tensa que llora. Pero ya desde entonces los golpes violentos de la luz, los ruidos, el viaje, el adentro y el afuera se sobredimensionan a causa del sufrimiento de la chica. Frente a su casa ya, fuera del coche, el espectador transita en la siguiente escena a percibir lo mismo que la protagonista, a acceder a la imaginación y el ensueño en tanto torturas. El manejo de la luz y el sonido, así como el juego con los claroscuros desde el inicio de la película permiten el tránsito de la narración de marco al trauma interno. Pasamos de la noche cerrada de la isla a un interior laberíntico en el que se comienzan a yuxtaponer metáforas, imágenes, evocaciones, alucinaciones… La realidad se funde con el sueño. Voces y referentes de la vida cotidiana de la joven se distorsionan, se prolongan y se van transformando de modo impredecible, atmósfera que dialoga, sin dudas, con cierta zona de la poética cortazariana, por ejemplo, en la que a veces es difícil discernir qué pertenece o no a la ensoñación.
Las trampas laberínticas, el palacio minoico interior de Ana no solo la conduce a la tortura y al trauma, también hay esquinas interiores suyas que buscan salvarla del dolor, como resistencia mental e instinto de supervivencia. Es así cómo Sheyla Pool hace coincidir el momento de mayor tensión del corto con el de mayor sosiego y distensión, el de mayor amenaza de muerte con el canto a la vida, el del dolor máximo con el de más sincero placer, el momento más oscuro y abismal con el más luminoso y esperanzador.
Para este corto, Pool se basó en el mito de Orfeo y Eurídice. Ese fue el punto de referencia en muchos de los debates con la actriz principal. En esta versión es, sin embargo, la figura femenina la que baja al inframundo a buscar a su Orfeo, aunque en su caso no se trata de amantes sino de una relación fraternal. Pero ambos personajes están en niveles distintos de tiempo y realidad. La directora se auxilió de imágenes, música y artículos sobre Orfeo y Eurídice, así como del poema de Rainer María Rilke sobre el mismo tema. Poco a poco, sin darse cuenta, fue forjando en imágenes su propia versión del mito.
El encuadre en este corto de Pool tiene mucho de surrealismo, de realismo mágico. También hay ciertas aristas poéticas que recuerdan a Buñuel, pero todo ello está filtrado desde el trauma, desde el golpe irreversible padecido por el personaje. La cineasta cubana explora la posibilidad de contar a través de la metáfora, del enlace entre metáfora y narración. Esto que también está en Buñuel, pero con más explicitez, en este corto se da de un modo más íntimo y sutil.
En diciembre de 2020, el diseñador cubano Edel Rodríguez, Mola, obtuvo el premio Coral en la categoría de Cartel entregado por el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana con el cartel que realizó para Matrioshka. El artista consigue captar en su propuesta la superposición de planos narrativos y de traumas personales que propone el filme a partir de la idea de la superposición de Matrioshkas. Del ícono del corazón con un rojo más inocente pasamos a un corazón palpitante en el centro de la Cardio-Matrioshka, como si en esta versión de la muñeca rusa, en cada plano interior se estuviese más cerca de la pulsión y la arteria.
Como un hashtag o un recuerdo, Ana se vuelve símbolo perturbador de su misma trayectoria, el souvenir sangrante de su propio viaje, una Matrioshka en el agua con las venas abiertas. Uno piensa en ella, en su cara rojiza y triste, en su preocupación, en la luz sanguinolenta del filme, en la posibilidad perturbadora de quedarse atrapada entre el trauma y la agresiva realidad insular, sin saber cómo congeniar los diversos niveles que la habitan, sin saber qué hacer con la muñeca que somos.