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Podemos entre el afecto y el "habitus"

Pablo Iglesias
Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos.

En una jugada maestra, Esquilo pone en boca de los enemigos, de los persas, su conceptualización de la democracia ateniense. Dicha conceptualización está más cerca de lo posthegemónico que de los propios griegos contemporáneos al trágico, en tanto propone una transversalidad que todavía hoy es desconocida en la praxis política occidental. El 15-M en España, salvando todas las distancias, pareció acercarse a la democracia ficcional esquilea: “¿Y qué rey está sobre ellos y manda su ejército?”, pregunta la reina Atosa al corifeo. Y este responde: “No se llaman esclavos ni súbditos de ningún hombre” (Los persas v. 243-44). De inmediato, uno descubre en Esquilo una tendencia a la no sujeción como principio de lo democrático. La reina, desde su mentalidad hegemónica, no comprende cómo un ejército sin líder absoluto ha podido vencer al poderosísimo ejército persa. La radicalización que lleva a cabo Esquilo de la práctica ateniense al ámbito ficcional es la que la posthegemonía exige hoy llevar de la ficción esquilea a la praxis política. El movimiento 15-M en España ilustró un modo posible de ese salto de la tragedia a la realidad del siglo XXI.

Habría que comenzar por el accidente, por el momento visto como oportuno, por la abertura o kairós que significó el Movimiento 15-M en la sociedad española y en específico en el surgimiento de Podemos. Ese que la política tradicional catalogó como inaceptable, ilegal, ilícito, inútil, como el gesto de unos inadaptados. Ya luego los políticos mismos se encargarían de coquetear con el 15-M para arañar unos cuantos votos. Lo que posibilitó este movimiento ha quedado reducido apenas a uno o dos párrafos en los nuevos programas de las distintas vertientes de Podemos presentadas en Vista Alegre II en 2017. Mi reacción ante los continuos reclamos de los militantes de “unidad, unidad” durante el congreso de la joven organización política en Vista Alegre II fue pensar si no estaban olvidando algo sustancial y básico, algo que ya estaba dicho y entrevisto de forma más o menos práctica en lo que aconteció por aquellos días de mayo de 2011 en la Puerta del Sol.

La pluralidad, la divergencia, el concepto de pueblo como sistema amorfo del que habla Agustín García Calvo y que se relaciona con el concepto de multitud que leemos en Deleuze, Bourdieu y Negri, fue una realidad palpable en las plazas españolas de entonces. Aquel era un presente que descreía de cualquier futuro que le vendieran y que parecía instalarse en un presente sostenido. El propio García Calvo participó en las acampadas en la Puerta del Sol y desde allí insistía acerca del peligro de que aquel movimiento espontáneo y plural fuese tragado por la política más tradicional. Por su parte, los políticos españoles más visibles en 2011 y en especial los del partido en el gobierno que en general se manifestaron en contra de las movilizaciones (porque eran no-autorizadas, porque afectaban el regular funcionamiento del centro de la ciudad, porque atentaban contra la higiene de la capital y eran posibles focos de infección, en conclusiones: porque supuestamente no formaban parte del cuerpo legal, domesticado y saludable de la sociedad española) estos mismos políticos en el gobierno desde entonces hasta hoy exigían que, si los manifestantes tenían algo que decir, que expresar, lo hicieran siguiendo las leyes de lo que ellos insistían en llamar “juego democrático”. Podemos viene a cristalizar ese intento a través de los canales de la política tradicional española.

La singularización de un líder estratégico, visible y reconocible a través de las cámaras y los mass media en tanto significante vacío que cada vez lo es menos, es un peligro al que se enfrenta Podemos desde su postura estratégica con la que se lanzó a la palestra pública. Errejón, por ejemplo, con su propuesta divergente (aunque él mismo se pliega a la retórica por la unidad que los militantes exigían cada pocos minutos durante la presentación de los diversos proyectos en Vista Alegre II), parece estar sugiriendo o inclinándose hacia un modelo diferente al que hasta ahora ha tenido el partido.

Podemos apareció en el mapa político de España contra un orden de cosas establecidas por décadas. Poco a poco, después de su discurso más radical de los inicios, la organización tomó la decisión de jugar los roles de la política tradicional para, una vez en el poder, cambiar un sistema de cosas. El plan de Podemos parece ser jugar las cartas de la hegemonía y sus conceptos para, al conseguir gobernar, intentar ir un poco más allá.

Comenzaron a utilizar el lenguaje de la política tradicional y más familiar a la sociedad española (patria, unidad, nación, identidad…) para supuestamente acercarse a su sensibilidad; han pretendido como política un fingimiento de afectos que les permita llegar al poder. Han querido jugar a la política tradicional cuando su objetivo ha parecido siempre ser intentar otra cosa, jugar con diferentes y nuevos conceptos. En ese fingimiento, en ese rejuego retórico, hay un ocultamiento que deviene también máscara y perpetúa el mismo juego hegemónico que se pretende combatir.

Vista Alegre II fue la oportunidad perdida de poder hacer de las divergencias un arma diferente a la de la política tradicional. Estamos acostumbrados a ver a un partido con diversas vertientes y opiniones que las solapa una vez que se impone alguna por votación en aras de la supuesta unidad de partido. Es lo que sigue pasando hasta hoy en el PP y el PSOE. Pero Podemos, si volvemos al movimiento 15-M, comenzó siendo o al menos pareciendo ser otra cosa.

La Puerta del Sol fue un lugar de unidad y hermandad...Un espacio de confrontación y diálogo.

En mayo de 2011 yo vivía en Méndez Álvaro 4, en uno de los costados de Puerta de Atocha, siempre iba caminando hasta la Puerta del Sol y atravesaba Montera para llegar a Gran Vía. De esos trayectos cotidianos viene mi corta relación con el 15-M: por las mañanas, por las tardes, por las noches pasaba por allí y me acercaba a los puestos donde repartían comida, o a las diversas reuniones sobre economía, educación y otros temas que se hacían en distintas asambleas alrededor de las calles cercanas a la plaza. La Puerta del Sol fue un lugar de unidad y hermandad sin ser un lugar donde unos se plegaran a los otros, sin que una figura se erigiera como representación de un fenómeno que es indefinible. Fue un espacio de confrontación y diálogo, en que cualquiera podía pedir la palabra y exponer ciertas ideas que formaban parte del debate, no siempre armonioso y más bien tenso algunas veces. No había un líder, sino múltiples arterias por las que iba y venía gente que estaba en un momento del día y que luego se iba y llegaban otros. De esa multitud variada podía uno formar parte o seguir de largo sin siquiera pedir permiso, aquel cuerpo pluralísimo, amorfo que hoy podría parecer utópico, fue una realidad en las plazas españolas.

En la carta pública que Pablo Iglesias escribe a Íñigo Errejón el 12 de diciembre de 2016 se confunden afecto y habitus al parecer a conveniencia de Iglesias, se habla en términos infrapolíticos para perpetuar lo hegemónico. Iglesias dice que la razón por la que le escribe a Errejón es “para decirte lo mismo que te diría en uno de nuestros chats“. El emisor hace coincidir el espacio del afecto y la intimidad con la res publicae. Aclara, además, Iglesias que “hoy no te escribe tu secretario general, te escribe tu compañero y tu amigo”, de modo que enfatiza en el espacio afectivo como punto de enunciación. No es este el caso que analiza Beasley-Murray en que el afecto deviene hábito; lo que parece estar haciendo Iglesias en su carta es, utilizando una retórica que se confunda con el afecto de modo tal que devenga acción hegemónica sin parecerlo. Su retórica, que podríamos llamar “especular” a partir de Giacomo Marramao, parece querer confundir el espacio infrapolítico con el político, pero este gesto deviene engañoso en tanto termina congelando al amigo, al otro, a su proyecto e ideas. Sin embargo, lo que uno esperaría de Podemos, a partir de la experiencia del 15-M, sería tender a lo que Marramao presenta como necesaria política del presente, esto es, potenciar la relación a través de la interacción y las contradicciones (las que Alberto Moreiras llama “antagonismos”) donde no solo se presenten las líneas diversas, sino que interactúen y convivan de forma continua. Como afirma Marramao, el orden político no neutraliza la guerra civil (o al menos no debiera pretender neutralizarla). La guerra civil debiera constituir a la política, y creo que ello puede entenderse no desde Podemos hacia afuera, sino precisamente hacia dentro: la guerra civil, la rivalidad, las contradicciones debieran ser tenidas siempre en cuenta como parte constitutiva de la práctica política.

Iglesias perpetúa el problema fundamental de la hegemonía al no permitir la entrada a las pluralidades.

El gesto de Iglesias congeló los proyectos alternativos en lugar de mantener la interacción con ellos como parte de la política de Podemos. Iglesias, por tanto, perpetúa el problema fundamental de la hegemonía que (según Jorge Álvarez Yágüez) es no permitir la entrada a las pluralidades, es ser coercitivo ante la pluralidad. Siguiendo a Álvarez Yágüez, lo totalizante debiera ser, precisamente, aquello que perpetúe la participación de la pluralidad. De este modo estaríamos más cerca de la poshegemonía que (según Beasley-Murray) “propone una política de la experimentación más que de la solidaridad, una política abierta incluso a la posibilidad de traición, incluso de autotraición”.

El concepto de “multitud”, a partir de Beasley-Murray, podría entenderse como una actualización constante del me panta aristotélico. Parece necesario una política en que la sistematización no se base en hacer de lo inaprensible un concepto cerrado. En ocasiones los límites de la metafísica parecen más claros cuando se intenta hacer coincidir un significado abierto (el de multitud) en un significante cerrado y arriesgadamente ilusorio (el de pueblo), cuando circunscribimos lo inasible a metáforas de un amplio uso hegemónico como patria, nacionalismo, unidad. Podemos pudo levantarse contra ese cierre metafísico políticamente gramatical encarnado en el concepto de pueblo, sin embargo, la organización política perpetuó la tendencia de la política tradicional de convertir la multitud en pueblo. Se pierde, por tanto, viniendo de la multitud, en la tarea desesperada de querer construir pueblo desde la tradición hegemónica.

Pablo Iglesias y Podemos 4M
Pablo Iglesias, junto a otros miembros del partido Unidas Podemos, la noche del 4 M, anunciando que deja la política.

Desde el 15-M hasta el presente de Podemos, se constata una crisis de la arquitectónica política de la modernidad. Teniendo en cuenta las muchas diferencias entre Latinoamérica y Europa, hay un peligro que atenta contra proyectos como el boliviano de los últimos años y el de Podemos: y creo que radica en la tendencia a la perpetuación de un líder carismático vuelto iconográfico que parece cada vez más indispensable. Los diversos intentos del gobierno boliviano de cambiar el sistema electoral para que Morales pudiera ser reelegido después de terminar los años permitidos de su mandato apunta al fallo de un proyecto que prometía tender a la transversalidad y no a la iconización de un líder. En Podemos, aunque Iglesias repita una y otra vez lo contrario, los hechos apuntan a una situación semejante, no solo por la visibilidad del secretario general sino por la estrategia que se ha seguido para llegar a gobernar en ciudades como Barcelona y Madrid, utilizando figuras que se han convertido, antes o después de llegar al gobierno, también en líderes icónicos. Iglesias habla de una descentralización que se contradice con la puesta en práctica de un programa que deja al menos congeladas las otras alternativas posibles, los otros programas presentados. El rechazo de toda forma de trascendencia en Deleuze debiera leerse en estos proyectos políticos a través del cuestionamiento de la existencia de un líder indiscutible. Del mismo modo que Podemos erige ciertas fórmulas de las llamadas minorías para legitimarse y visibilizarse, podría tener en cuenta aquellos proyectos que han devenido minoritarios en su seno y tenerlos como atendibles en lugar de congelarlos. Por ello sería bueno mirar hacia el 15-M como una puesta en práctica de lo que Beasley-Murray llama una “política de los afectos” y de lo que presenta Peter Baker como “políticas de la multitud”, donde habitan la transversalidad y las contradicciones que Alberto Moreiras señala como fundamentos de un posible populismo democrático, en el que ambos términos son llevados a la radicalización para conseguir, según palabras de Moreiras, “un populismo democrático, an-árquico, parrésico, marrano, y posthegemónico”. “Conviene eliminar la “función líder” (apunta Moreiras) de la teoría de la hegemonía —contra el bonapartismo—, a medio plazo, hay que ir hacia lo que otros están llamando anarco-populismo, o ciudadanismo, esto es, populismo sin líderes”.

Escuchar a Iglesias citar a Silvio Rodríguez en su discurso de salida de la política puede leerse como una insistencia suya (más o menos directa) a sistemas fallidos, como el cubano.

El paso de Iglesias por la vicepresidencia entre 2020 y 2021 y su intento electoral al retirarse de la vicepresidencia y presentarse como candidato en las elecciones de la Comunidad de Madrid en 2021 no liberaron en absoluto a su organización política de los fallos señalados: el juego hegemónico y la imposición de un líder carismático. Y son estos elementos, en mi opinión, los que han provocado los resultados electorales recientes en Madrid. Escuchar a Iglesias citar a Silvio Rodríguez en su discurso de salida de la política puede leerse como una insistencia suya (más o menos directa) a sistemas fallidos, como el cubano, en que la imposición de un líder carismático y la pérdida de la transversalidad han devenido sistema totalitario. Podemos (hoy Unidas Podemos) no ha sabido distanciarse de lo hegemónico ni alejarse de la idea de líder único e indiscutible en pos de lo transversal y de la pluralidad que caracterizaron al 15-M. Quizá la salida de Iglesias les permita replantearse sus prioridades y evitar en el futuro caer en los mismos errores.

Lo que propone Beasley-Murray, “una política del afecto acorde a una época poshegemónica”, sigue siendo una tarea pendiente en la praxis política actual. Parecería entonces necesario volver a la ficción, a Esquilo, a la conceptualización que la tragedia ha conseguido hasta hoy mejor que la práctica política; tocaría, entonces, hacer coincidir democracia esquilea con poshegemonía, transversalidad y antagonismo; mientras que lo hegemónico debiera quedar cada vez más relegado a la verticalidad oligárquica, a la imagen de la reina Atosa que, totalmente paralizada y sorprendida, se pregunta cómo ha podido ser.

Yoandy Cabrera

Yoandy Cabrera en Árbol Invertido

(Cuba). Profesor de Clásicas y Español en Rockford University. Estudia la recepción clásica y la poesía hispana. Su libro más reciente es Ballet clásico y tradición grecolatina en Cuba (Aduana Vieja, 2019). Es editor jefe de la revista académica Deinós (https://deinospoesia.com/).

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