Toda memoria debe ser herencia y proyecto. La histórica visita de San Juan Pablo II a Cuba del 21 al 25 de enero de 1998, hace 25 años, nos invita al balance, a ser fieles a su herencia y a convertir la memoria agradecida en nuevos proyectos.
La evangelización de los ambientes
La peregrinación del santo e intrépido Papa polaco a Cuba fue, tanto en sus signos como en sus mensajes, un ejemplo de cómo debe ser la evangelización de los diferentes ambientes: familiares, sociales y culturales. No fue una visita solo para celebrar el culto, que es solo una de las dimensiones de la libertad religiosa.
Un resumen numérico no nos dará la verdadera dimensión del trabajo desarrollado por San Juan Pablo II en Cuba, pero pudiera ayudar a calibrar su esfuerzo, su amor a Cuba y el sacrificio desplegado a pesar de su edad y enfermedad.
En solo cinco días: pronunció 14 mensajes entre homilías y discursos; sostuvo 15 encuentros con cubanos de diferentes ambientes; celebró cuatro Misas desde La Habana a Santiago de Cuba; Coronó a la Virgen de la Caridad en la Misa por la Patria; bendijo la Cruz de la Parra en Santiago; realizó un sobrevuelo por la más occidental de las provincias dejándonos un precioso mensaje a los pinareños; entregó Biblias a 20 laicos comprometidos de toda Cuba en la Misa de la Plaza José Martí; entregó una tarja conmemorativa de su homenaje al Padre Félix Varela; sembró y bendijo una palma y un roble en los jardines de la Nunciatura en La Habana donde residió durante esas cinco jornadas.
La misión del Papa, como debería ser la de toda la Iglesia y también la de la comunidad católica en Cuba, salió de los templos, no solo para Misas, sino también para encontrarse, dialogar y dejar sus enseñanzas en los diferentes ambientes: con las familias en Santa Clara, con los jóvenes en Camagüey, con la Virgen y la Patria en Santiago, con el mundo del dolor en El Rincón, con el ambiente ecuménico en la Nunciatura, con los laicos en La Habana, encuentro con las autoridades políticas, encuentro con todos los Obispos cubanos en el Arzobispado de la capital, con el mundo de la cultura en el Aula Magna de la Universidad de La Habana donde veneró los restos del Venerable Presbítero Félix Varela, Padre y Alma de la Cultura cubana.
La enseñanza y herencia
"La libertad religiosa no puede ser reducida a las celebraciones de culto. La verdadera y plena libertad religiosa incluye la libertad de conciencia..."
Una lección y un proyecto para la Iglesia en Cuba emanan de ese estil0 de encuentros del Santo Pontífice en la que se ha llamado, con razón, “La Visita”:
La libertad religiosa no puede ser reducida a las celebraciones de culto. La verdadera y plena libertad religiosa incluye la libertad de conciencia para objetar todo lo que va contra la dignidad y los derechos de la persona humana. Además, incluye que toda la Iglesia, especialmente los laicos cristianos, por lo menos, podamos cumplir con la misma misión que desarrolló Juan Pablo II en Cuba: ejercer con libertad nuestro profetismo en todos los ambientes y sectores de la vida pública. Esto significa no ser silenciado, reprimido, ni coartado, para poder acceder, dialogar, criticar y, sobre todo, poder proponer alternativas y soluciones en el seno de todos los ambientes: sociales, económicos, políticos, culturales.
"La fe no es un fenómeno privado. La fe tiene y debe tener un impacto en la vida pública..."
La fe no es un fenómeno privado. La fe tiene y debe tener un impacto en la vida pública. La privatización de la fe y su reducción al culto y a las procesiones es una de los más graves impedimentos para convertir la memoria y la herencia de Juan Pablo II en vida cotidiana en el presente y en proyectos para el futuro de Cuba. Este podría ser uno de los frutos tangibles de esta celebración de los 25 años de la histórica peregrinación papal.
Programa para la Iglesia en Cuba
Desearía destacar uno de los documentos que considero más trascendentales en la primera visita de un Vicario de Cristo a Cuba. Me refiero al Mensaje a los Obispos Cubanos que les entregara en su encuentro en el Arzobispado de La Habana (disponible íntegramente en este enlace).
Valoro que este mensaje, fechado el 25 de enero de 1998, es el legado pastoral y programático más abarcador e inspirador de todos sus mensajes. Creo que mantiene hoy toda su vigencia y urgencia. Opino que debería ser distribuido y estudiado en auténtico proceso sinodal.
Aquí dejo solo algunos fragmentos:
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La cruz y la esperanza
La cruz ha sido fecunda en esta tierra, pues de la Cruz de Cristo brotala esperanza que no defrauda, sino que da fruto abundante. Durante mucho tiempo la fe en Cubaha estado sometida a diversas pruebas, que han sido sobrellevadas con ánimo firme y solícitacaridad, sabiendo que con esfuerzo y entrega se recorre el camino de la cruz, siguiendo lashuellas de Cristo, que nunca olvida a su pueblo.
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La cultura cubana tiene matriz cristiana
La Cruz de Cristo fue plantada en estas bellas y fecundas tierras, de modo que su luz, que brilla en medio de las tinieblas, hizo posible que la fe católica y apostólica arraigara en ellas. En efecto, esta fe forma realmente parte de la identidad y cultura cubanas.
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La Iglesia debe escuchar todas las expectativas de su pueblo
Muchas son las expectativas y grande es la confianza que el pueblo cubano ha depositado en la Iglesia, como he podido comprobar durante estos días. Es verdad que algunas de estas expectativas sobrepasan la misión misma de la Iglesia, pero es también cierto que todas deben ser escuchadas, en la medida de lo posible, por la comunidad eclesial. Ustedes, queridos Hermanos, permaneciendo al lado de todos, son testigos privilegiados de esa esperanza del pueblo.
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La Iglesia debe reclamar los derechos para cumplir su misión
Reclamar el lugar que por derecho le corresponde en el entramado social donde se desarrolla la vida del pueblo, contando con los espacios necesarios y suficientes para servir a sus hermanos. Busquen estos espacios de forma insistente, no con el fin de alcanzar un poder —lo cual es ajeno a su misión—, sino para acrecentar su capacidad de servicio. Y en este empeño, con espíritu ecuménico, procuren la sana cooperación de las demás confesiones cristianas, y mantengan, tratando de incrementar su extensión y profundidad, un diálogo franco con las instituciones del Estado y las organizaciones autónomas de la sociedad civil.
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La Iglesia debe cumplir su misión profética y liberadora
El sacrificio agradable a Dios es —como dice el profeta Isaías— «abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos… partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo… Entonces nacerá una luz como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente; delante de ti te abrirá camino la justicia y detrás irá la gloria de Dios» (58, 7-8). En efecto, la misión cultual, profética y caritativa de la Iglesia están estrechamente unidas, pues la palabra profética en defensa del oprimido y el servicio caritativo dan autenticidad y coherencia al culto.
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La Iglesia debe exigir una verdadera libertad religiosa
El respeto de la libertad religiosa debe garantizar los espacios, obras y medios para llevar a cabo estas tres dimensiones de la misión de la Iglesia, de modo que, además del culto, la Iglesia pueda dedicarse al anuncio del Evangelio, a la defensa de la justicia y de la paz, al mismo tiempo que promueve el desarrollo integral de las personas. Ninguna de estas dimensiones debe verse restringida, pues ninguna es excluyente de las demás ni debe ser privilegiada a costa de las otras. Cuando la Iglesia reclama la libertad religiosa no solicita una dádiva, un privilegio, una licencia que depende de situaciones contingentes, de estrategias políticas o de la voluntad de las autoridades, sino que está pidiendo el reconocimiento efectivo de un derecho inalienable. Este derecho no puede estar condicionado por el comportamiento de Pastores y fieles, ni por la renuncia al ejercicio de alguna de las dimensiones de su misión, ni menos aún, por razones ideológicas o económicas: no se trata sólo de un derecho de la Iglesia como institución, se trata además de un derecho de cada persona y de cada pueblo.
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La Iglesia debe defender la dignidad y los derechos de toda persona y su sanación
Pongan todo su empeño en promover cuanto pueda favorecer la dignidad y el progresivo perfeccionamiento del ser humano, que es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión (cf. Redemptor hominis, 14). Ustedes, queridos Obispos de Cuba, han predicado la verdad sobre el hombre, que pertenece al núcleo fundamental de la fe cristiana y está indisolublemente unida a la verdad sobre Cristo y sobre la Iglesia… Cada vez que han sostenido que la dignidad del hombre está por encima de toda estructura social, económica o política, han anunciado una verdad moral que eleva al hombre y lo conduce, por los inescrutables caminos de Dios, al encuentro con Jesucristo Salvador. Es al hombre a quien debemos servir con libertad en nombre de Cristo, sin que este servicio se vea obstaculizado por las coyunturas históricas o incluso, en ciertas ocasiones, por la arbitrariedad o el desorden. Cuando se invierte la escala de valores y la política, la economía y toda la acción social, en vez de ponerse al servicio de la persona, la consideran como un medio en lugar de respetarla como centro y fin de todo quehacer, se causa un daño en su existencia y en su dimensión trascendente.
Considero que el mejor homenaje a San Juan Pablo II, en el 25 aniversario de su visita a Cuba, debería ser que toda la Iglesia en esta Isla y en su Diáspora volvamos a asumir con más audacia y perseverante esfuerzo este trascendental y totalmente vigente programa pastoral que nos legara el Papa polaco que conoció en carne propia todas nuestras realidades.
Entre quedarnos en la memoria y la nostalgia del pasado y los desafíos de nuestro presente, el mismo Juan Pablo nos invita a “No tener miedo” y a ser “protagonistas de nuestra propia historia personal y nacional.”
Publicado originalmente en Convivencias.
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