Me gustan cada vez más el silencio y la muerte. Aunque lo que encuentro alrededor es la muerte del silencio. Yo mismo contribuyo, con textos como este, a que no haya silencio en el mundo. Y trato de eludir la muerte para seguir produciendo textos. Incluso podcasts, que es peor…
Así como hay en muchos países una veda de comunicación política antes de las elecciones, debiera haber un Sábado de la Palabra, en todo el mundo. Un sábado que pudiera durar una semana, un mes, un año entero. No un silencio de muerte sino de vida, de realidad; ante todo un silencio de paz. El silencio de la paz, hablándonos. Sin palabras. Fundándonos. Y luego, que de la abundancia del corazón hable la lengua. Porque si brota del corazón sano, esa abundancia hace falta, esa lengua es deber.
Hoy la muerte no significa nada. Es sólo la nada a la que estamos condenados. Porque la vida sobre la tierra sí que existe, es muy sabrosa si hay salud y riqueza, y eso es todo. Si usted pierde a su hijo adolescente, no es ni el primero ni el único en morir en un accidente o después de una larga y penosa enfermedad: se pasa la página y nos quedamos con la nena.
En los milenios de los faraones se vivía para la muerte. Vivían, hay que recordarlo, una narrativa del Viaje hacia la Eternidad, con tal lujo de detalles que dejaría pasmado a cualquiera hoy si se construyera un filme con esas imaginaciones. Los turistas están sometidos alegremente al fraude en donde quiera, y en ningún lugar mejor que en las Pirámides, ahora un respetuoso basurero de piedras históricas.
La Pirámide, pulida por fuera, resplandecía al sol del desierto. Desierto: tierra sin vida. Sol del desierto: fe lúcida, recia. Pirámide resplandeciente: sueño geométrico y descomunal de eternidad. Caribeño que soy, nunca simpaticé con el culto egipcio de la muerte, que apasionaba a Lezama. A Ricardo Bofill, arquitecto exuberante, le gustaba el desierto. Pero ese pueblo en donde se habitaba entre un río descomunal y un desierto sin fin, donde no se podía vivir demasiado, donde la vida no valía casi nada, fue capaz de soñar creativamente la muerte como mejor que esa vida, como mejor que la vida, como vida pura y eterna, y sigue viviendo en esas obras que difícilmente podamos entender hoy.
Quien quiera dignificar y alabar el don sagrado de la vida, debe incorporar la realidad de la muerte, sus posibilidades y sus glorias. La tumba es vía, y no término… La muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida. Dijo el caribeño sabio. Salvar la muerte es salvar la vida.
Fina García Marruz me hacía notar esa frase del Ave María que es repetida ahora mismo por tantos creyentes en todo el mundo, tal vez sin la lucidez de la poeta católica: ahora y en la hora de nuestra muerte. La primera parte de esta oración está compuesta por frases bíblicas; estas otras palabras, antiquísimas, no.
Algunos comprendieron, hace siglos, que el momento de la muerte es esencial y solemne, y también peligroso, pues se ruega la intercesión de la Virgen para ayudarnos en ese trance. Puede ser durísima la muerte y abocarnos a la desesperación, al sinsentido, al rechazo de la vida, a la blasfemia. La protección de la Madre que vio morir al Hijo aporta el sentido; el momento de la muerte queda así salvado.
La frase conecta además ese momento crucial —sí, de cruz— con el presente del ahora, necesitado de esto o aquello, siempre importante, aunque parezca tan nimio como disponer de agua potable para beber (es mi caso y el de tantos millones de cubanos hoy). Que cada ahora esté ligado al final del tiempo personal es como si nos llevaran el dedo por sobre el libro de la vida, maternalmente.
¡Que termine el Estadio de Embrión, limitado y oscuro, y seamos dados a la Luz de la Vida!
Parece que para el hombre contemporáneo sólo el mal es real. Los artistas y escritores dan testimonio del mal y nada más. Viven del mal que representan, y su público refrenda esa honestidad y consume el mal como lo único que hay. En cuanto al Bien, es algo como azúcar candy, muy ridículo. Engorda, interrumpe o perjudica la actividad sexual. O te convierte en adicto a la telenovela mexicana.
Muchos creen que si hablamos del mal lo denunciamos. Eso ocurría cuando la sociedad tenía una idea del bien. Pero si no hay una alternativa al mal poco a poco nos empezamos a acostumbrar con no buscarle alternativa. Generaciones enteras dedicadas a la fealdad del mal. A la expulsión del bien como una narrativa, un cuento chino más. La omnipresencia del mal en el alma de los jóvenes va creando un mundo paralizado por el mal, por lo menos. Tatuajes, reguetones, supuestas rebeliones contra el mal del mundo que deja al mundo sin verdadera acción por el bien. Quizás con tu pareja, durante dos o tres meses…
Dice más o menos Batman, cito de memoria, en un filme: No soy lo que soy por dentro: lo que hago me define. Vaya bocadillo para un entretenimiento. La tensión entre ser y hacer no es cualquier tema. Lo que soy por dentro no es más que lo que yo veo de mí mismo, que es casi nada y bastante defectuoso; y ya sabemos que todos somos miopes ante cualquier realidad, incluso la calculable o medible: pensemos ahora en la misteriosa unidad, o desorden, de lo que definimos como dentro por oposición a lo de afuera. Resbaloso conocimiento, en verdad.
Pero la segunda parte de la frase tampoco es simple. Qué parte de lo que hago me define, y si me define en el bien o para el mal, y qué es esa definición, si es que existe, y para qué puede servir.
Sin embargo, es un hecho que Batman es un millonario que ha tenido motivos personales para meterse a justiciero anónimo y violento. Por dentro es millonario, en la ciudad es un justiciero nocturno. La oscuridad de adentro hace algo en la oscuridad de afuera. No está mal, y el filme y la saga fluyen, y somos felices con esos horrores.
Pero es un hecho que no es lo mismo ser que hacer. Podemos hacer muchos actos que entendemos que son contrarios a nuestro ser individual, a lo que somos o al menos a lo que creemos ser. Por favor, no mate a nadie ni aun cuando usted se proponga ser un murciélago justiciero esta noche. Usted no es un murciélago. Amanece usted como humano, y en otra época se creía que usted era un hijo de Dios.
Para el tonto que cree ser hijo de Dios de la versión Trinitaria, el problema es sencillo: usted es hijo de, pero no es ahora mismo Dios: no es el Padre, que da el Ser; ni el Hijo, que es el Acto del Ser; ni el Espíritu, que es el Amor Actual, corriente. Sígale la corriente. Olvídese de la fractura, de la tensión, de las identidades. Actúe amorosamente y tendrá la Unidad.
Niño, si vas a jugar en el piso, ponte el pantalón mecánico… Años después hacía yo la cola de la Cinemateca en Camagüey cuando noté que todas las cultas personas que la integraban, hombres y mujeres, jóvenes o mayores, vestían pantalones mecánicos, aunque iban a jugar con Tarkovski. Yo rompía esa unanimidad para nada socialista, pues los pantalones mecánicos, ahora llamados mezclillas o jerseys, eran caros e importados.
Acabé comprándome uno, no por convicción sino por camuflaje. Ahora voy a misa con ese tipo de tela, que me mandan del Norte. Mis tías modistas no paraban de hablar de la excelencia de la gabardina, de la muselina, de… he olvidado los nombres de las telas. Con todo, eso de gastar lo poco que tengo en un pantalón mecánico roto en la rodilla ya me ha parecido excesivo, y créanme que a mí me interesa la moda como arte, y como expresión de la dignidad humana en las épocas, y estoy al día con los personajes masculinos y apocalípticos de John Galiano…
Uno de ellos pudiera ser Miguel de Cervantes con su gorguera… Se trata de la incivilización del id de Freud, lo que estaba reprimido en la primavera de 1914 y estalló en el verano. Lo de abajo… La confesión de que tenemos muchas ganas de. Y sólo de. Que en realidad lo de arriba no existe, es una ilusión que han construido los reprimidos en combinación con los represores del Poder. Que no hay jerarquía. Que usted puede escoger entre salvar a un niño o salvar a una mariposa; y también declarar con toda honestidad que ignora en qué consiste el verbo salvar.
Ya que no hay jerarquía, usted está tan arriba que puede vestirse como si fuera de abajo. Nadie lo va a insultar, pues los otros han llegado también al disfrute de semejante “condición”,
Sea humilde, esto es, pieza del automóvil, mecánico de una máquina ruidosa, apestosa y peligrosa. Finja ser más roto de lo que es, identifíquese con la mediocridad, con la disfunción, con el roto, con el no tener na, aunque suspire usted por tenerlo to. Incluya una gorra de pelotero, que es lo que yo hago. No se fije en las alfombras rojas ni en los trajecitos de los royalties; son rezagos de un pasado que nunca volverá. Sea democrático como casi todo el mundo, esto es, viva sin el mito decimonónico de la dignidad. Para ser manso, primero sea corrientón. No escriba sonetos. Eso es inútilmente difícil. La vida hoy en día es fácil, inmediata como apretar un botón del control remoto, cómoda y ligera como unas zapatillas.
No crea en Dios.
Juan 16, 19-23
Jesús conoció que querían preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije: Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis? De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo. En aquel día no me preguntaréis nada.
En la Alegría se acaban las preguntas. Se tornan innecesarias. Porque preguntábamos no por esto o aquello, por el flogisto el gravitón, por la ley o por el reino, sino por la Alegría. Me encanta que Jesús diga esa frase como sonreída, alegre ella misma, a pesar de que está anunciando también esa muerte suya para nada alegre, de la que regresará victorioso.
Yo he vencido al mundo, dice enseguida, aunque todavía no ha pasado por la Cruz. ¿Y qué? Ya venció, porque ha asumido su tarea, que es su ser. Schiller lo expuso en su famosa Oda que musicalizara el Sordo: Alegría, hija del Elíseo. Al final el Coro repite esa frase en un arrebato de éxtasis, en el que se acaban ya las preguntas, la pregunta misma que es la Música, y lo que queda es una coda como de Danza. Es el júbilo popular, no el de la sala de concierto, el Pueblo que ha alcanzado la Alegría y está en el Elíseo, y ya no hace falta sino hermanarse para siempre en la Danza. O en el Silencio.
Compatriotas de la Música y de la Danza, de la rumba y del guaguancó, del son y del danzón, de las sonrisas de los negritos pobres en el cuadro de Juana Borrero, en medio de este apagón interminable, díganme que soy parte de ustedes, que somos hijos de la Hija del Elíseo, que se han acabado las preguntas porque la Alegría ha llegado y está ante nosotros.
Y ahora que he padecido tanto aquí, en este raído pupitre, con este papel viejo y este lápiz sin punta, haciendo líneas a ver si me gano la libertad de la verdad, o la verdad de la libertad, ¿seríais tan amables de permitirme huir de la escuela hasta mañana, —de dejarme volver, al menos por unas horas, al Silencio?