ÍNDICE
Uno de los graves problemas de fondo en Cuba es replicar el mismo lenguaje, las mismas actitudes y los mismos métodos que utilizan los otros. Parece un contagio nacional tanto en la Isla como en la Diáspora. Fijémonos de ahora en lo adelante cómo, a veces, se parece la forma de hablar de aquellos que se proclaman diferentes. Con frecuencia usamos el mismo lenguaje agresivo, el mismo tono amenazante, las mismas descalificaciones y ofensas. Es asombroso cómo se replican los mismos métodos, se cae en la provocación y en la violencia. A veces parecemos ingenuos o improvisados.
Y esto nos lo encontramos a nivel familiar, vecinal, laboral, eclesial y nacional. Es una de las consecuencias del daño antropológico. Se trata de la pérdida de la propia identidad, no de la esencia humana sino del carácter, de la forma de pensar, de la pérdida del control de nuestras emociones, del debilitamiento de nuestra fuerza de voluntad, de la imitación camaleónica. Si nos fijamos bien a partir de hoy, veremos cómo se extiende entre nosotros esta plaga que replica el lenguaje, los métodos y las actitudes de aquellos que criticamos o que sencillamente consideramos diferentes.
En ocasiones, nos parecemos más a ellos que a lo que decimos que somos nosotros mismos. Este mimetismo, en Cuba le llamamos “camaleonismo”, podemos vivirlo inconscientemente, o por seguir la corriente, o por “demostrar” nuestra supuesta “verticalidad”, o por construirnos un currículo, una “trayectoria” frente a los demás.
La dinámica del espejo
Con mucha frecuencia caemos en lo que se llama “dinámica del espejo”: repitiendo el mismo lenguaje del otro, haciendo los mismos gestos que criticamos, usando los mismos métodos que no deseamos para nosotros. Caemos en la terrible trampa del “ojo por ojo y diente por diente”. Romper este círculo vicioso no es una exhortación piadosa de Jesucristo, es una invitación a tener identidad propia, a no ser espejo de nadie, a ser diferentes para bien, a mantener nuestro propio talante y nuestro lenguaje sereno y civilizado, a mantener nuestra propia línea de conducta sin que nadie nos dicte, ni directa ni indirectamente, cómo actuar, cómo sentir, cómo hablar, cómo creer, cómo pensar.
Los cubanos repelemos las imitaciones, el postureo y los dramatismos, pero si nos fijamos gran parte de nuestras actitudes las deciden los demás, no nuestros principios, no nuestra fe religiosa, no los valores que decimos profesar. Pongamos solo unos pocos ejemplos:
Si alguien en la familia no me trata o no me visita entonces yo tampoco lo hago, y además decimos: yo no quisiera ser así, pero si ellos son así conmigo, pues yo será igual con ellos. Entonces no eres tú el que decide cómo actuar, obedeces a la provocación del otro. En eso eres espejo, fotocopia, imitador de las actitudes del otro.
Si alguien en el barrio me hace un mal, o me vigila, o difunde chismes de mí y mi familia, pues le devuelvo el mal, lo velo, hablo mal de esa persona. Entonces no eres tú el que decide cómo actuar, obedeces a la provocación del otro. Te estás disfrazando de la misma gente que te hace daño.
Si en la Iglesia hablan mal de mí o de mi familia. O algunos forman sectas o capillitas dentro de la comunidad. Si en mi comunidad no me tienen en cuenta porque pienso diferente a lo que las autoridades quieren, o si tengo otras ideas políticas, entonces me aíslo, formo otro grupito, no me brindo para seguir participando en lo que me dejen, o incluso me voy de la Iglesia. Entonces no eres tú el que decide cómo actuar, obedeces a la provocación de los otros.
“Si no rompemos la espiral de la violencia verbal, psicológica, mediática y física, seremos responsables de que Cuba desemboque en un caos de violencia y muerte.”
Ahí demuestras que vives al son de la gente, que devuelves lo mismo que te duele, que permitimos que las mismas actitudes del mundo, es decir, la mundanidad, se cuelen en nuestras comunidades cristianas, y permitimos y contribuimos a que la Iglesia se parezca a los centros de trabajo, a los métodos oficiales, a las actitudes que criticamos en la sociedad y que, cada vez más, entran por la ventana de la sacristía o por la puerta principal de los templos. El estilo de vida de la mundanidad; el relativismo moral que abandona los criterios del Evangelio para conseguir la aceptación de este mundo y los métodos de trabajo paganos son, quizá, los tres mayores peligros para la vida cristiana en Cuba hoy.
Si en la sociedad civil asumo el mismo lenguaje oficialista, replico los mismos métodos, divido, desinformo, miento, encono, entonces estoy siendo espejo de lo que no quisiera para mi Patria. Entonces no soy yo el que decide cómo actuar, obedezco a la provocación del otro. Ahí demostramos que han podido transformarnos en réplicas de lo que criticamos. La luz usa los mismos métodos que las tinieblas.
Para anunciar la verdad usamos el mismo lenguaje que la mentira. Para “combatir” (fíjense el lenguaje guerrerista), digo, para trabajar por la paz, uso la violencia verbal, la presión psicológica, replico la crispación en mí y la azuzo en los demás. Para vencer a los llamados al combate y a la violencia y al odio entre cubanos, combato y fomento el odio a esos otros cubanos diferentes. Una cosa es reclamar la justicia debida y otra dejar que esa justicia se revista de revancha, de odio, de una espiral de venganza.
Propuestas
- Seamos coherentes con lo que creemos, pensamos y deseamos. Si queremos el cambio pacífico y civilizado en Cuba, debemos cambiar en nosotros esa manía camaleónica de parecernos al “palo” en el que vivimos. Definamos lo que somos, vivamos lo que creemos, controlemos lo que sentimos, revisemos lo que actuamos. Para ser nosotros mismos, aunque las actitudes y el lenguaje de los demás nos tienten a devolverles lo mismo que nos dan, con el mismo rencor, con las mismas ofensas, con los mismos sentimientos de odio, de venganza, de violencia.
- Todo lo anterior nos ayudará a ser fieles a nuestra propia identidad, a ser como decimos o queremos ser. Nadie nos debe trazar las pautas de nuestro comportamiento. Ni subrepticiamente irnos empujando a responder como ellos esperan. Debemos abandonar la dinámica del espejo, debemos despertar de la falacia de que el mal se vence a fuerza de mal, de que las ofensas se responden con otras ofensas, de que la discriminación y la eliminación se “combaten” discriminando y eliminando al diferente.
- Los cubanos debemos aprender a salir de la trampa del “vivir reaccionando”. Reaccionar igual que el otro es ser reaccionario. Vivir acorde con nuestra identidad es ser transformador. Creo que el primer cambio que necesita Cuba es romper el espejo de la imitación de los métodos y de las actitudes que condenamos. Ese cambio comienza por desinstalar la espiral del odio. Ese cambio es reconocer que la violencia engendra violencia y liberarnos de la cadena que nos ata, a veces inconscientemente, a responder a la violencia, a la represión, a la persecución, con violencia verbal, con incitación al odio, con actitudes de encono y crispación. Hoy más que nunca Cuba necesita desterrar todos estos métodos, venidos de cualquier parte, de cualquier grupo, de cualquier geografía, de cualquier corazón cubano.
- Creo que la propuesta de cambio más audaz, más valiente, más coherente, más contundente, es aquella que sana este daño antropológico. Es la que “vence el mal a fuerza de bien”, como dice la Biblia en la Carta a los romanos capítulo 12, versículo 21. Sé que es duro, que puede parecer debilidad, que algunos se desesperan comprensiblemente. Pero he experimentado en mi propia vida y estoy viendo en la historia pasada y en los acontecimientos actuales en otras latitudes, que mantener la identidad, no dejarse provocar, actuar con serenidad e inteligencia, con paciencia y templanza, evita caer en muchas trampas de las tinieblas. En la misma lectura mencionada se dice que: “haciendo el bien a tus enemigos pones carbones encendidos sobre sus cabezas” (Romanos 12, 20). Debemos aclarar que los carbones encendidos en el lenguaje bíblico, desde los profetas del Antiguo Testamento, significan purificación, cauterización para cerrar las venas y las heridas; significan transformación de la mente y cambio de actitud, de sanación del alma. Eso es “vencer el mal a fuerza de bien”.
Si imitamos el lenguaje, las actitudes y los métodos que criticamos, seremos cómplices por imitación. Si no rompemos la espiral de la violencia verbal, psicológica, mediática y física, seremos responsables de que Cuba desemboque en un caos de violencia y muerte, no por provocarla nosotros, sino por seguir la rima de los que la provocan. No es pareciéndonos a las tinieblas como adelantaremos el amanecer de la libertad verdadera.
El mal no puede engendrar el bien. Pero el bien siempre, a la corta o a la larga, le ganará al mal. Gana quien contribuya a evitar ese escenario de violencia y de muerte sin perder la identidad, sin renunciar a los ideales y sin dejar de realizar todos los cambios que Cuba necesita urgentemente. Estamos a tiempo.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
(Publicado originalmente en Centro de Estudios Convivencia).
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