En estos tiempos podemos comprobar, en los medios de comunicación oficiales y también en las redes sociales, que el ataque a las personas es el método más frecuente para el debate público. No se razona, ni se discrepa, ni se rebaten las ideas, ni las propuestas, ni los proyectos, se ataca al que las presenta.
Incluso, conozco situaciones en que se presenta un texto sin decir el autor y se aprueba y se halaga, pero en cuanto se desvela la persona que lo escribió, se comienza a desconfiar de lo mismo con lo que antes se había coincidido. He visto censurar contenidos valiosos porque se discrepa de la persona que lo creó.
Con demasiada frecuencia se intenta desprestigiar al que opina diferente, “fusilarlo” mediáticamente, aislarlo, ponerle epítetos denigrantes, historias inventadas o manipuladas. La diana es la persona, no las ideas, por muy buenas que estas sean.
Es, quizá, el mito del caudillismo, del populismo, del mesianismo, en que se buscan líderes perfectos e iluminados.
Evidentemente, debe existir una coherencia entre lo que se piensa y se vive, entre las ideas y las actitudes, entre las propuestas y el estilo de vida de quien las propone. Pero ser coherente no significa ser perfecto. Ninguna persona es perfecta. Todos tenemos defectos. El que sostiene ideas y proyectos diferentes al nuestro siempre va a tener defectos. Martí decía: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” (La Edad de Oro. Tres “héroes”, 1889).
Todos tenemos luces y sombras. Todos tenemos manchas y luz. Si seguimos destruyéndonos entre cubanos, escarbando en los defectos del que discrepa mientras tapamos los crímenes de los que piensan o simulan pensar igual a nosotros, Cuba se quedará sin decencia y sin civismo. Llegará el tiempo en que, de tanto destacar las manchas, y de tanto divulgar los defectos unos de otros, sean reales o sean difamaciones, no habrá liderazgo, no habrá personas que quieran dedicarse a la política por vocación, nadie querrá pasar a la palestra en cualquier campo debido a que hacerse persona pública supone la destrucción implacable de los unos por sus diferentes.
Es, quizá, el mito del caudillismo, del populismo, del mesianismo, en que se buscan líderes perfectos e iluminados. Eso no existe. Eso es uno de los vicios que más daño le ha hecho a la historia de Cuba. Es increíble, que habiéndolo sufrido en carne propia caigamos en lo mismo que ha traído la desgracia, el fracaso y la desidia al pueblo cubano. Aceptemos que no vamos a encontrar nunca al rey sol, sin manchas y sin sombras. Esta es una de las trampas del mesianismo. Ese es uno de los vicios del debate público.
Una de las causas de esta degeneración del lenguaje y de este uso de la agresión verbal interpersonal son los actos de repudio.
Si se reafirma la costumbre, entre los cubanos, de debatir los diferentes proyectos atacando a la persona del contrario, y no rebatiendo decentemente sus ideas y propuestas, Cuba se volverá un solar indecente, una riña de cuartería incivil. La política se percibirá como un lugar sucio, como una cochambre existencial.
Si dejamos que crezca esta costumbre del ataque a la persona y no centramos la discrepancia y el debate legítimos en los contenidos de sus propuestas, no habrá verdadera política en Cuba, sino chismes barrioteros. Si permitimos que, buscando cierta audiencia, se haga necesario el lenguaje vulgar, el estilo soez y la agresión personal, lo que alcanzaremos es dar una imagen de nación primitiva y degradada, que no es el verdadero rostro de la Cuba de nuestros padres y abuelos.
Una de las causas de esta degeneración del lenguaje y de este uso de la agresión verbal interpersonal son los actos de repudio, es el contenido éticamente inaceptable de no pocos programas de televisión, de la radio y de los perfiles falsos tras los que se esconden los que quieren ocultar su identidad para poder denigrar. Eso debería ser condenable y punible. Esos programas deberían ser cerrados.
En efecto, quien ataca, pierde.
Esos perfiles que difaman y atacan vulgarmente a sus compatriotas por pensar diferente, deberían ser bloqueados por indecentes, en lugar de bloquear, o “presillar”, los sitios que presentan contenidos decentes y respetuosos, pero diferentes a los oficiales. Lo que debería ser bloqueado es el ataque personal y no la discrepancia.
Pienso que, si seguimos cayendo en el mismo estilo, lenguaje y ataques “ad personam” de algunos programas de la televisión o de algunos perfiles, con o sin rostro, estaremos manchando de bajeza el presente de Cuba y dejando una siembra de vientos de vileza de los que se cosecharán tormentas de violencia y huida de los asuntos públicos en el futuro de Cuba.
Mimetizar, competir, o intentar superar el mismo estilo oprobioso de algunos métodos oficialistas no solo nos asemejará a aquellos a los que nos oponemos, sino que nos hará perdedores. En efecto, quien ataca, pierde. Pierde porque no aprende a debatir ideas, propuestas y conceptos. Pierde porque se rebaja al lodazal desde el que le ataca el oponente. Pierde porque destruye su propia dignidad y desfigura su imagen y talante. Pierde, en fin, porque desaprovecha la oportunidad de entusiasmar a sus compatriotas con sus altos ideales, sus dignas propuestas y su lenguaje respetuoso del diferente. El que respeta, gana.
Propuestas
- No caigamos en la tentación de responder a ataques personales, ni a injurias y difamaciones, ni a humillaciones e insolencias. Hay que tener dignidad. Eso no merece ni una sola palabra de las personas decentes.
- Desterremos de nuestro lenguaje, de nuestros gestos, de nuestras actitudes, el estilo vulgar que desfigura nuestro mensaje y nos pone en el más bajo nivel ético. No imitemos lo que condenamos.
- Presentemos siempre, serena y decentemente, nuestras ideas, nuestras propuestas y nuestros proyectos. La decencia y el civismo son y debían ser los dos pilares de todo debate y de la política.
- Respetemos, a pesar de todo, al que piensa diferente a nosotros. Jamás defendamos nuestros criterios atacando al que disiente, sino dando argumentos acerca de la validez y pertinencia de lo que postulamos.
- Hagamos que el debate político, económico, social, cultural y religioso esté a la altura de la dignidad plena de cada persona humana para que Cuba pueda ser un ejemplo de nación civilizada.
Civilidad frente a violencia. Decencia frente a vulgaridad. Debate de ideas frente a los ataques del contrario. Es así como único se gana. Gana quien debate, y gana Cuba.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
(Publicado originalmente en Centro de Estudios Convivencia).