Cuando terminamos de ver Santa y Andrés, mi novia y yo nos dijimos: hay que localizar a este individuo rápidamente, encuadrarlo, saber a qué dedica el tiempo libre. Unos días después, como si fuera parte de un programa por etapas, Anamely Ramos, quien también nos facilitó el filme, nos invitó a un conversatorio con su director en el Centro Loyola. Todo resultó demasiado expedito, por lo que exprimimos al máximo aquel interrogatorio.
Los encuentros posteriores han sido en extremo fortuitos y fugaces, sin plazo para indagaciones. En una ocasión, desesperado por publicar en alguna parte, una socia me dio los contactos de un amigo cineasta que escribía para medios digitales, y ahí estaba él otra vez. Lo llamé, hizo las averiguaciones con suma diligencia, y me puso la piedra para publicar; era una piedra demasiado grande, como las que les ponen encima a los túmulos de los emperadores muertos, tal vez para que no escapen y encarnen su “grandeza” por ahí… Desacostumbrado a tanta presión en aquel entonces, cavé túneles durante un tiempo hasta ver la luz. Pero le agradezco.
Hace unos días pasé por su casa a recoger unos tabacos que me regaló (buenísimos). Fue un operativo nocturno a través de la ventana, con mascarilla y palabras casi en clave, como haría todo traficante que se respete. En plena pandemia era lo más sociable que podía suceder. Pero eso no se iba a quedar así. El trato terminó con una amenaza de mi parte: “te voy a hacer una entrevista”.
Carlos Lechuga, La Habana 1983. Egresado del Instituto Superior de Arte y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión. Ha ejercido como director, guionista, script doctor y ghostwriter. Sus largometrajes se han estrenado en festivales como el de Toronto, Rotterdam y San Sebastián, recibiendo numerosos premios internacionales. Obras suyas se han presentado en bienales de artes visuales en La Habana, ARCOmadrid, en el Museo Reina Sofía, y en el MOMA. Trabajó con cineastas como Humberto Solás, Juan Carlos Tabío e Iciar Bollaín. Actualmente recaba fondos para concluir su filme Vicenta B. Escribe para varias revistas culturales. En brazos de la mujer casada, es su primer libro.
Antes de hablar de otras aspiraciones, quería saber si tú aspirabas el humo del tabaco.
No. Yo empecé a fumar a los veinte años y dentro de poco voy a tener cuarenta. Ya son veinte años fumando. Al principio pensé que no me iba a enviciar por aquello de que no se aspiraba. A pesar de que lo he tratado de dejar no he aguantado por mucho tiempo. Hay temporadas donde no fumo, otras me fumo uno solo al día, pero en los peores momentos me fumo hasta ocho en una jornada. Me han contado que hay muchas personas que sí aspiran, pero yo no. No sé por qué.
¿Fumas solo durante los rodajes, o mientras escribes?
Hay épocas en donde estoy todo el tiempo fumando. Ruedo poco, pero sí fumo en el rodaje. A veces para empezar un texto tengo que prender uno. Pero siempre prendo uno después de almuerzo y los domingos también. Es una lucha constante que tengo (ya dos de mis tabaqueros se han muerto de cáncer) y además es súper caro ahora, como todo. Mi novia me está ayudando a dejar de fumar. Para las buenas noticias aprovecho y fumo. Para las malas noticias, que son muchas, fumo también. Tengo que acabar de parar.
A veces pienso en los campesinos que llegan a los 100 años con un tabaco en la boca y espero tener esa salud. Pero otras me deprimo, soy de la época del período especial, no tengo esa alimentación fuerte que hace falta para llegar a una edad longeva.
En tus dos largometrajes percibo la ruralidad, el distanciamiento de lo tumultuoso, como una especie de laboratorio social en el que los personajes y el discurrir narrativo pueden desplegar su carga dramática sin distracciones, ¿es una prioridad intencional?
Me sale así. No sé por qué. Bueno, sí sé. En mi modesta opinión Cuba no es un país, Cuba es una finca. Me parece surreal ese tipo de cine o TV donde tratan de imitar las situaciones de grandes ciudades como NY o Tokio. En donde la gente vive súper bien, en unas súper casas y no tienen problemas reales.
Este país es un laboratorio y nosotros somos unas raticas en observación. Para mí todo empieza en el guion y me gustan las historias directas, limpias, donde no haya mucha hojarasca que engañe. Orson Welles decía que el cine era como la magia, un engaño. A mí me gusta el engaño, pero que parezca que no estás siendo engañado. En el poblado de Melaza o en la lomita de Santa y Andrés, no tenemos otra cosa que los protagonistas, esos seres humanos a los que tenemos que estar mirando porque no hay más nada hacia donde poner los ojos.
Filmar en una ciudad te permite engañar más. Pasa un carro por atrás, una vecina sale en una ventana, y se presta también a un nivel de folclorismo y de tradición de cine cubano que me gusta como espectador, pero a la que no le veo la gracia como director.
Vicenta B es la primera película que hago en la ciudad, y así y todo es una ciudad rara. Distinta.
Un amigo me dice que mis películas no son realistas, tocan temas realistas, pero todo pertenece a un mundo que solo está en mi mente. Por eso, o conectas, o lo rechazas.
Pienso mi entorno como un pueblito. Alejarlos en un espacio rural (a mis personajes) me ayuda a hacer una especie de fábula que puede ocurrir lo mismo en el centro que en el oriente de la isla.
A la hora de rodar me parece siempre más hermoso filmar una llanura verde que una calle de Centro Habana. Puedo controlar más la nada. El vacío.
Aunque son propuestas muy disímiles, cuando vi Melaza no me pude sustraer de tres documentales que abordan el tema de la ruina socioeconómica, de la arbitrariedad y la desidia que devasta a Cuba. Me refiero a De-moler, de Alejandro Ramírez; La despedida y El Proyecto, que no es en rigor un documental convencional, de Alejandro Alonso. En todos los casos la mirada es crítica, dramática, en contraposición con Pedro 0%, Vaqueros del Cauto, o incluso Jíbaro. Tú vas un paso más allá, rearticulando esa experiencia precaria y decadente, añadiéndole matices propios de la ficción. ¿Desde la concepción del guion fue una tragicomedia?
¿Has visto el meme ese de Robin Williams? ¿O el del tipo de Linkin Park? Son rostros sonrientes de gente que se ha suicidado, y hay un cartel que reza: así se ve la depresión. Los pocos amigos que me quedan saben que yo soy un tipo muy jodedor, muy alegre, pero que al mismo tiempo hay una tristeza honda. Una inconformidad con todo. Estoy en un lugar y quiero estar en otro. Nada me acaba de convencer. Ni una fiesta, ni París. Donde mejor me siento es en una playa o en una librería buena. Pero por lo demás siempre hay algo gris ahí, esperando para salir.
Lo jodido es que el arte que uno hace se va para el lado contrario. Hay algo amargo, pero no puedo ser descarnado con mis personajes. Nunca me saldrá la visión de un Hanecke, siempre se me sale el cariñito. La bondad hacia lo humano. No sé por qué, la verdad.
Entonces con Melaza tuve una disyuntiva. Podía hacer una película realista, más cerca de la porno miseria, con una cámara en mano todo el tiempo, menos colorida, con Mónica llena de fango, sin nada de “sonrisas mentales”, o… la hacía como acabé haciéndola.
Melaza es una película que ya tiene 10 años. No la he vuelto a ver. Es, de mis películas, la que más recio llevo. La última, Vicenta, es la que más me gusta, y Melaza la que menos. Pero a la gente le gusta, ahora este mes la van a poner en el MOMA por segunda vez.
Melaza es como una postal surreal. Con unos colores fuertes, un vestuario que no tiene nada que ver con la realidad. Una puesta de cámara bien marcada. Y sí, mucho sentido del humor, ese tipo de sensación que se tiene cuando se ve un gatico lindo, así quería que se sintiera al ver a Aldo, Mónica y Marla, tratando de salir adelante. No sé por qué.
Luego, con mis otras dos películas, no volví al humor de esa misma manera. Aparte, uno es cubano, es muy difícil hacerse el sueco.
En tu cine y literatura hay un notable despliegue sexual, masturbatorio. La masturbación como un recurso, al tiempo que abiertamente psicofisiológico, como un imponderable catárquico, una metodología filosófica en extremo individual para purificar al cuerpo, para reiniciarlo; es una especie de monólogo metafísico. Ya cuando incursiona la contraparte sexual se establece un diálogo, un conflicto externo; la serpiente se suelta la cola y echa a andar. Al ser tan recurrentes, ¿concibes estas necesidades, virtualmente perentorias, como desencadenantes, acompañantes o resultantes en la construcción discursiva de muchas de tus obras?
Me hace gracia esta pregunta porque yo realmente no me considero un escritor. Dio la casualidad que empecé a escribir en un momento que no tenía como ganarme el pan, y para colmo estaba soltero. Como no sabía qué iba a escribir, me puse a ficcionar alrededor de las cosas que me pasaban. Salidas. Mujeres que conocía.
Después de Santa y Andrés mi vida cambió. Me convertí en un despojo humano que solo podía salir adelante a partir del cinismo. Esta película me hizo chocar y ver el lado oscuro de “las instituciones culturales” y la “creación” en Cuba. Gracias a Dios este año pude sacar el libro donde lo contaba todo, con ayuda de la escritora Adriana Normand.
Con ese dolor, y volviendo a casa de mi madre, como un joven soltero, no me quedó de otra que empezar a soltar, a vomitar. Como decía un crítico a partir de un texto mío: "No soporto los vómitos de este tipo". Pues nada, eso, que para ganarme el pan me empezaron a salir historias de sexo y frustraciones.
Los que me conocen se burlan de mí. Esta nueva imagen de pillo sexual al que las mujeres lo cogen para eso, y que todo el tiempo está en la calle de noche, en la vida real, no tiene nada que ver conmigo. Yo todos los días de la vida estoy en la cama a las 8:30 de la noche. Mi mejor momento para trabajar es de 7 de la mañana a 12. No puedo acostarme tarde. Pero nada, la vida te lleva a veces por varios caminos raros, y nada, es lo que hay.
Acá, a cada rato, hay que reiniciarse, y como no hay nada, el sexo es una buena manera para eso. Yo soy una persona muy sensual con respecto a lo visual. Pero la verdad es que todo es por etapas. Ahora mismo no puedo escribir lo que escribía en 2019. Estoy más zen. Más tranquilo. Más feliz.
Pero sí creo, sinceramente, que en esta finca una de las únicas maneras de ser libre es templando. No hay más nada. Yerba. Sexo. Marabú. Si tienes mucha suerte, encuentras el amor y ya te puedes relajar. Pero, si no, la cosa está fea.
Ahora, mi cine, a nivel sexual, es bastante pajuato. Casi no hay sexo. Es como si les tuviera menos respeto a los textos (ya que no soy un escritor), me suelto, y al cine le tengo una veneración distinta
¿Cómo se convierte Planeta cerquillo, esa chanza deliberadamente machista y prosaica, en una columna para un medio digital?
Estaba sin un peso. Una amiga me dijo, ponte a escribir. Empecé en el blog La Libélula Vaga, y a los pocos meses El estornudo e Hypermedia me escribieron. Les gustó algo. Planeta Cerquillo es el nombre de un corto que hice en el 2010. La columna iba a estar centrada en el cine, en hablar de cine. Pero me solté, y hay mucho de cine, pero también hay mucho del día a día de este tipo que está soltero y que anda enamorándose por ahí. Por suerte ahora solo escribo de cine. Hay mucha falsedad en los textos esos. La gente se cree que soy así y me escriben en tallas bien raras. Hay una parte de mí que fue así un poco, pero te digo que en la vida real yo soy un nerd.
Ladislao Aguado, Jorge Enrique Lage, Abraham Jiménez Enoa, Carlos Manuel Álvarez, y ahora Gilberto Padilla, son los que me han abierto la puerta a escribir. Siempre les voy a estar agradecido. Aleisa Ribalta fue la primera que me dijo: escribe. Martica Minipunto también.
Hace unos días partió del plano terrestre Stephen Vizincze, del que apenas conozco su obra, a no ser por una versión cinematográfica que tengo mal recordada. ¿Existe algún puente entre los brazos de la mujer madura y los de la mujer casada? Desde ese agobio de la cotidianeidad, desde esa trampa asfixiante en los días que nos cuesta superar, ¿cómo ves el clima sociopolítico cubano de los años recientes?
No lo conocía mucho tampoco. Ladislao, de Hypermedia Editorial, fue al que se le ocurrió el título del libro. El clima sociopolítico cubano era uno antes del 11 J, y ahora cambió y no hay manera de maquillar eso. Hay que joderse. Hubo un momento en que ya no era un solo activista por aquí diciendo, pasa esto, y mucha gente sin creerle. O una cantidad de presos políticos que estaban invisibles para mucha gente. Algo que es triste. Ahora ya es otra cosa. Ahora la violencia, la fuerza bruta y el empecinamiento de los gobernantes por no irse es a la cara. No entiendo cómo alguien puede ser presidente sabiendo que el pueblo no lo quiere. No concibo cómo juegan con la vida de la gente por estrategias que ellos se inventan. Lo de Hamlet Lavastida es inconcebible. Imposible que pase eso en un país. Este país se acabó. Es muy triste, pero es así. La gente puso el cuerpo. La sangre. Ya no hay vuelta atrás. El gobierno mostró su verdadera cara. No hay vuelta atrás. De eso no se vuelve. De tanta violencia no se vuelve. Para mí no hay clima, ni teorías de nada, estamos en el peor momento de la vida. Horrible. Terrible.
Hay una alusión positiva al paisaje natural, sobre todo en tu cine, como trasfondo de sus historias. Lo percibo como contraste entre la ecología mental de los personajes y el medioambiente que los soporta. Trascendiendo el marco creativo, ¿crees que este planeta resistirá mucho más tiempo los caprichos antagónicos de la humanidad?
Creo que la batalla que el hombre ha entablado con el entorno, con las plantas, los animales, es terrible. Pero creo que el ser humano es el que va a perder. Como en una película de terror, el planeta se va a vengar de nosotros. Ya sea por este virus o por otro. Nos vamos a quedar en el camino y cuando no estemos volverán a salir las planticas. Aparecerán animales que ya estaban extintos.
En las redes los veo a ustedes y a otros sembrando árboles en parques, y veo la desidia de la gente y la profanación, que rompen, joden, acaban con esas cosas lindas. El Estado detrás de todo también, más la falta de civismo de la gente. Y eso que nos salva mucho que aquí casi no hay industria de nada. Pero es muy triste. Estamos viviendo momentos terribles.
Cerrando con las otras aspiraciones, ¿adónde va Vicenta B?
El 2022 (si no me muero antes) va a ser un año interesante para mí. El 22 es mi número de la suerte. Lo tengo tatuado en el brazo. En el próximo año debe salir mi tercera película, Vicenta B, y un libro donde narro todo lo que pasé con Santa y Andrés.
El libro no nace de un afán vengativo. Tenía que contar lo que me pasó para poder avanzar, y si no lo contaba se me iba a olvidar.
Vicenta B es, de mis películas, la que más me gusta. La que más libertad tiene. Vicenta B va a compartir la crisis de fe de una mujer. Acompañarla. Pero a diferencia de mis otras obras, esta película nace del vacío. De la nada. ¿Qué pasa cuando nos quitan y nos quitan y nos quitan? ¿Cómo seguimos? ¿Cómo avanzamos?
¿Cómo se llena ese vacío? El silencio de Dios (tan presente en la obra de Bergman) es algo que me interesa traerlo a la isla. A una espiritista.
Cuando uno no sabe para dónde coger, reinventarse es fundamental… ¿Pero con qué fuerzas? En un país tan desgastado…
Tengo la sensación de que con Vicenta se cierra un ciclo. La vida te puede sorprender, pero creo realmente que en mucho tiempo no voy a volver a un set.
Vicenta es otra talla. Quien busque una continuidad de Santa o de Melaza no la va a encontrar aquí. Vicenta es otra cosa. Es el juego con el vacío. Versión tras versión la trato de bajar, de llevar a la desdramatización total. A la nada.
Jugar con la nada es lo único que queda acá.