“Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo; hacia el mal”. Algo así me grita el filme independiente cubano de Miguel Coyula, Corazón Azul: ciencia ficción, acaso terror, suspenso, con documental, animación, noticieros… Un mundo apasionante que se desborda en la imaginación, el oficio y el artificio de un cineasta todoterreno (director, productor, guionista, fotógrafo, editor, sonidista, músico) que mueve sus manos y su mente con exquisita meticulosidad.
Este es un texto fragmentado en el tiempo y en la dramaturgia, como mismo lo es el filme que generosamente lo motivó. Todo sale desde la emoción misma y concomita con la profesión —soy un cineasta autojubilado— y no va más allá de la experiencia que provoca el disfrute de una película tan fascinante como necesaria.
Cuando llegué a la sala, antes de la proyección, sonaba en mi mente el poema sinfónico de Richard Strauss Así habló Zaratustra, homónimo de la obra poético-filosófica de Friedrich Nietzsche, y por transferencia fluían imágenes de 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, que utilizó esa música en su antológica elipsis —quizás la más abarcadora y sintética de la historia del cine— del hueso lanzado por un mono que se convierte en nave espacial, para después quedar flotando en un vals. La elipsis va a ser un recurso muy utilizado en Corazón Azul.
En el film de Kubrick la hipótesis está por suceder; en el de Coyula, bien pudo haber sucedido y sus mutantes son responsables del terror en el que está sumida una Cuba tan reciente y cercana como la de hoy. Nada que ver un filme con el otro; mis referencias parten de la disposición psicológica de ver una película de “ciencia ficción” de la que conozco su argumento y las referencias predisponentes a un cineasta que ahondó en la ciencia ficción, la violencia y la política.
A primera vista, tropiezo con Tarantino por partida doble: violencia y animación; Kill Bill y Pulp Fiction; y regresa Kubrick pero está vez con violencia y poder: La naranja mecánica, con el tipo agresivo que adora a Beethoven y que con sus “drogos” mata y aterroriza a la población y al poder mismo —como si el Alex se me disfrazara en el Caso No. 1 (personaje que interpreta el propio Miguel Coyula), que mata y tiene en jaque al mismo poder que lo creó —acaso engendró— y adora vivir en Corazón Azul.
Le comenté también que me remitió y me hizo recordar cuando vi Blade Runner, allá por los años ochenta en el cine Alameda; una copia en blanco y negro infame; le dije: “hubiera sido el colmo de tu desafío al obstáculo, tú heroicidad sin parangón, hubiera sido el colmo que la filmaras [Corazón Azul] lloviendo; el non plus ultra del vencedor”.
Uno nunca sabe por cuántos parajes cabalga nuestra imaginación, nuestra mente, el inconsciente mezclándose e interactuando con referencias tan disímiles; bendita experiencia y bendita también la hambrienta polisemia.
“La felicidad es solo una pausa entre dos dolores” —dice Elena (Lynn Cruz) —. Su expresión te dice dónde está el dolor y su disfraz; ante sus ojos no puedo menos que llorar y sucumbir recordando todo el miedo guardado en mi memoria. ¡Cuánta belleza y fuerza!
“A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente”
Hay una idea que me atrapa desde que tropiezo con la película: el experimento genético para la creación del “hombre nuevo” —esa utopía del Che Guevara ya marchita que aún hace reclamos en las voces de los pioneros cubanos en las escuelas— y que va a ser descollante desplante en la falsedad de la historia, y como martillazos de revólver te hace ver con ojo crítico otros fenómenos políticos domésticos que no dejan de ser experimentos con los carneros-números-personas que sirven de materia prima para/por la creación de un futuro mejor; la ciencia ficción juega ahora conmigo a la posible realidad tangible y oculta en las esferas de poder y en una sociedad sometida por una mesiánica ideología —acaso caprichosa voluntad.
"En otro tiempo fuisteis monos”
Miguel había sido cautivado por la idea de la manipulación genética en humanos por el antecedente que existía en animales; y utiliza una reflexión en voz de Fidel Castro al respecto: “la especie humana puede ser regulada”. Me hizo reencontrar otro discurso de los primeros años de la revolución, en el que se puede ver a Fidel marcadamente eufórico, orgulloso, satisfecho, triunfador —es común esos estados en el líder que han sido traspasados a sus seguidores—, contándole a su pueblo los logros en la genética vacuna, la exportación de toros a Europa y la “cara de los americanos cuando se enteraron de aquello” Eso es historia, y a menudo la historia nos deja boquiabiertos.
Si se exportaron desde Cuba toros genéticamente modificados: ¿por qué no hacerlo con “hombres nuevos” —se me ocurre a mí— para acelerar la llegada-instauración del comunismo en el planeta, cada vez más necesitado de una sociedad más justa y equitativa?
“La felicidad es solo una pausa entre dos dolores”.
La hipótesis de Corazón Azul es de una fortaleza dramática impactante, consecuente con una realidad social torcida que amenaza la dignidad individual y la estabilidad y la sanidad colectivas. La frase latina cuando Pedro interpela a Cristo: Quo vadis, Domine, también martilla cual revólver sobre nuestras cabezas si pensamos dejar el futuro en manos de los “experimentadores”. ¿A dónde vas? ¿A dónde vamos? ¿A dónde fuimos? ¿A dónde nos llevaron? ¿Acaso a la triste historia de Quo vadis, Aída en el film de Jasmila Žbanić, donde el mesiánico General Ratko Mladić, fue el responsable de la masacre que costó la vida de más de ocho mil viejos, jóvenes y niños todos varones? Esa es otra de las sutilezas engañosas que mi mente traicionera-mente me proporciona cuando una buena película te cuestiona hasta lo que te puede suceder. ¿Acaso ese país destruido y atrapado en una nueva generación de mutantes terroristas, hijos legítimos y malditos creados en las mismísimas entrañas intelectuales delirantes del sistema, es el futuro de Cuba?
"…escapad gente tierna que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que te no te dio ayer"
Cuando Elena (Lynn Cruz) y Caso No. 1 (Miguel Coyula) se abrazan, siento una traspolación de las personalidades de ellos a los personajes —la decisión—; se reafirma en creencias y misión y objetivo y razones de sus vidas —del pasado y presente y el porvenir. Y de sopetón, sin permiso ni piedad me bebo —cuál cineasta en desuso que soy—, la inmensidad de la mar que nos separa de dios y los hombres y del mundo; y es como si Víctor Hugo se dejara ver entre los pelos rebeldes y ajados de hippies contestatarios o amantes de los momentos más convulsos del romanticismo francés del siglo diecinueve, y sin piedad alguna te susurrara al oído que: “Incluso la noche más oscura terminará con la salida del sol”.
“Cuando Zaratustra cumplió treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y se fue a la montaña, donde gozó de su espíritu y de su soledad sin cansarse de hacerlo durante diez años más"
Miguel Coyula nunca abandonó su país; inmerso en él, con cámara en ristre, penetró en sus entrañas y aún sigue allí. No sé si la próxima película de Miguel le lleve otra década. Corazón Azul le tomó diez duros años de entrar y salir en ella —bendita y admirable persistencia—; espero que no tarden otros diez para que el público cubano la pueda ver en sus cines. Quizás pueda ser uno de ellos el Alameda que yo visitaba tanto de adolescente y que hoy grita desesperadamente porque le devuelvan la vida; quizá su nombre signifique esa hambre de luz que martiriza a la Isla toda y sus gentes. Tempore veritas. El tiempo siempre dice la verdad.
Las citas que encabezan los fragmentos están tomadas de Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche, y "Pueblo blanco", de Joan Manuel Serrat.