¿Qué debería privilegiar en este inventario, lo que nos va quedando, o lo que nos va faltando como nación a los cubanos? Tengo la esperanza de que los lectores puedan completar con sus comentarios el menú de carencias que va desmantelando nuestra ya calamitosa identidad.
Recién clausurado el Segundo Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional Del Poder Popular (ANPP), en su X Legislatura en diciembre de 2023 —todo un festín de pompas de jabón—, se dio por concluido uno de los experimentos socioeconómicos más chambones en la historia reciente del país: La Tarea Ordenamiento.
¿A qué Base de Campismo desterraron a los economistas cubanos mientras se votaba a favor de La Tarea Ordenamiento?
Observarán que me refiero exclusivamente al aspecto social y económico, porque del político, tratándose de una herramienta, no hay progresos que lo puedan equiparar siquiera con un tornillo de banco —en todo caso con un monolítico yunque, donde probablemente troquelaron los sellitos de fantasía que llevaban los parlamentarios en la solapa de sus sacos y guayaberas...
¿Por dónde iba…? Ah, ya, había perdido el orden. Pero, ¿cómo no perderlo? Para arriesgarnos a poner las cosas en su lugar, deberíamos comenzar por una ciencia de probada eficacia en la articulación de toda sociedad contemporánea, y me refiero a la económica. Por cierto, en virtud de semejante prioridad, ¿a qué Base de Campismo desterraron a los economistas cubanos mientras se votaba a favor de La Tarea Ordenamiento? Esto es complicado, muchachos, no se desesperen, pero deberíamos hacer una regresión en el tiempo de más de medio siglo para comprender el origen de tal disparate.
El origen del desastre
Cuando en la década del 60 el líder histórico del proceso tomó las riendas del poder, siendo a un tiempo caballo y jinete, obvió a su antojo la economía y otras premisas esenciales para el natural desenvolvimiento de una nación civilizada. Su enojo con los vecinos del norte fue tan escandaloso, que cortó con ellos una larga relación de sesenta años. Cierto que, tratándose de una relación tóxica, debió suponer una auténtica soberanía, y no un nefasto romance con otra potencia, esta vez eslava.
De ahí vienen los actuales desvaríos del poder en Cuba, desde aquella lejana escuela de tártaros y zares, en la que el autoritarismo y el centralismo totalitario constituyen su metodología predilecta. Hasta el día de la ingenua adhesión a ese “modelo”, para nada aplicable a la endeble vulnerabilidad en recursos de una isla tropical, que de monoproductora pasó a ser nuliproductora, los escarceos de una nación que a duras penas rebasaba el medio siglo de independencia, llegaban a su fin.
Con la promesa de una manutención vitalicia por parte de los bolos y sus secuaces de Europa oriental, los campos empezaron a llenarse de marabú, las industrias nacionales a menguar sus producciones, y la pluralidad de intercambios comerciales con el resto del mundo a circunscribirse a las obsoletas siglas del CAME. El contexto global de la Guerra Fría camuflaba el atolladero histórico en que el caudillo había embaucado a la isla.
Así de entumecido quedó el cuadro psiquiátrico de los líderes caribeños… hasta el sol de hoy.
El fracaso de una zafra devenida en exitoso intento, la intromisión en guerras africanas y la exportación de ideologías y revoluciones, fueron los baluartes con los que la gobernanza del archipiélago demostraba su pertenencia a un cake condenado a desmoronarse. Por lo tanto, cuando esos consortes del otro lado del mundo se aburrieron olímpicamente del socialismo, dejaron a los de aquí como la novia de Pacheco: vestida para la fiesta.
Esa hubiera sido una brillante oportunidad para encontrar el camino propio de toda pareja despechada, pero el implante neuronal dejado por el estalinismo en un cerebro recalentado por el trópico, no le permitió darse cuenta que el mundo había dado un vuelco brutal. Así de entumecido quedó el cuadro psiquiátrico de los líderes caribeños… hasta el sol de hoy.
Resumiendo, el detonante de la avalancha antropológica de las últimas cuatro décadas podemos encontrarlo sin grandes dificultades en una ideología prestada, un poder y una economía centralizadas, y mucha mano dura. De modo que, en este gran emarcamiento histórico, ¿qué ha sido de la gente, de nosotros, los que estamos a merced de tales designios?
Herencia y tradiciones cubanas que quedaron en el camino
Escalonadamente, han sucedido muchas cosas en estos 530 años, o en los últimos 122, o 64; pero, mucho más truculentas, en los últimos 48 meses.
A inicios de este diciembre, abandonó el plano terrestre Edmundo Desnoes, y varios años atrás Tomás Gutiérrez Alea, no sin antes dejarnos Memorias del subdesarrollo, un magistral lienzo que nos retrata bastante bien a los cubanos. Pero, ¿quiénes somos en realidad? ¿Un manojo de negros, mulatos y blancos, borrachos y confundidos, que no sabemos lo que queremos? Comparada con otras naciones milenarias, la cubana es relativamente reciente, no así su idiosincrasia.
La gastronomía
Nuestra herencia ha sido la de una acelerada cadena de asimilaciones y acumulaciones transculturales, en las que el casabe y la carne de jutía incorporaron al guarapo y el pan con lechón, y estos a su vez al sándwich y la Coca-Cola, y después a la carne rusa y el refresco de manzana.
Transidos por esa hermosa y bucólica inestabilidad que padecemos, semejante cronología de costumbres gastronómicas, por ubicar simbólicamente nuestro espectro cultural, ha sufrido cuantiosos saltos adelante y atrás, de manera que no es una rareza volver eventualmente al casabe y la jutía, sin antes pasar por el bistec de frazada de piso y la carne de gato desprevenido, o la pizza aderezada con condones a guisa de cebollitas.
Algunos alimentos han suplantado a otros en calidad u origen, pero, mal que bien, la improvisación ha llevado algunas “novedades” a la mesa de los cubanos. Lamentable resulta la ausencia de los vernáculos turrones ibéricos, y los chorizos y judías de igual procedencia, o las manzanas californianas. Pero, sin ir más lejos, también se extrañan en los fruteros de la isla los zapotes, anones, caimitos, canisteles, marañones, y una abultada lista de delicias que han desaparecido del paladar de los criollos desde hace décadas.
Todo se ha degenerado tanto con el correr de los años, que la proliferación de variedades de plátanos, o guineos, como le llaman en el oriente del archipiélago, prácticamente ha desaparecido: johnson, manzano, indio, o el macho (que ha visto menguada su virilidad) han sido suplantados por el paupérrimo fongo, más conocido por burro.
¿Y el café? ¿Qué cubano de nacimiento se arriesga a salir a la calle sin ese combustible de medular idiosincrasia?
Generaciones enteras de cubanos no tienen idea del sabor específico de las uvas de La Toscana o del queso de cabra de los Pirineos, pero tampoco de la hayaca con chicharrones, el chivirico de viandas, el bacán, el coquito, el matancero atropella´o; y los más jóvenes, ni siquiera del panqué, el polvorón o el mazarreal. No hablemos de mariscos, en una plataforma insular abarrotada de langostas, porque ya es el colmo de las ausencias.
¿Y el café? ¿Qué cubano de nacimiento se arriesga a salir a la calle sin ese combustible de medular idiosincrasia? Acoto que me refiero al “café” que hemos bebido en las últimas décadas, cada vez más envilecido con chícharo, o sabrá Dios qué. En diciembre de 2023, a los residentes en la isla se nos subieron los genitales a la garganta al conocer por un programa televisivo que esa mezcla de granos es sometida a pruebas explosivas, casi de balística, para evitar que reventaran las viejas cafeteras con las que colamos “eso”.
Menuda sorpresa, cuando tenemos las croquetas volátiles que se expendieron en las redes de comercio hace unos años, todavía frescas en la memoria. ¿Cuántos consumidores nacionales han degustado con regularidad café puro en las últimas décadas? ¡Y cómo se le extraña!
Fiestas y agrupaciones socio-políticas
Como la diversidad de paladar es un indicador de la riqueza socioeconómica y cultural de una nación, nuestra miseria lleva varios kilómetros de profundidad, pretendiendo hacer el túnel del metro urbano que nunca tuvimos. Pero la precariedad extrema también tiene su diáfano reflejo en la vida social, marcada por la desaparición de instituciones, costumbres y efemérides, como:
- Procesiones, carnavales, parrandas y otras fiestas populares.
- El exterminio de clubes, asociaciones, sindicatos, federaciones, liceos y organizaciones.
- Sin hablar ya de partidos.
Urbanismo y arquitectura
La sólida y secular escuela de arquitectos cubanos, ha sido tirada a la basura, reemplazada por un movimiento de microbrigadas que da grimas, cuando los últimos programas de viviendas de bajo costo llegaron a su fin. La ruina de ciudades enteras se hace notar por días, frente al lúgubre panorama de desplomes, salideros de albañales, talas de árboles, y la desaparición del ornato público. Recuerdo muy bien la espléndida Habana de mi infancia, y esta que ahora habito se parece más a Pompeya.
El transporte
El transporte, tema sensible en un país que nunca dio abasto con ese servicio público, ha llegado al paroxismo de su decadencia. Puedes pasar dos y tres horas esperando una ruta de guagua, y hay que darse por satisfecho si al cabo de ese tiempo logras abordar alguna. Los precios de otras alternativas de rodamiento son simplemente prohibitivos. Puede que podamos prescindir de un ómnibus, pero no de nuestros semejantes.
Los cubanos añoramos a los familiares y amigos que pudieron irse, o a los que perdieron la vida en ese riesgoso trance; echamos de menos las fiestas, el Parque de G, los espectáculos, conciertos, festivales, exposiciones y bienales, las lecturas de poesía, la gente en las calles (hoy en día, a las 9:00 pm no se ve un alma en las avenidas más céntricas) queremos trabajar y vivir decorosamente de nuestro trabajo, pagar en la moneda que ganamos, tener una educación y salud de calidad, ansiamos conocer el mundo.
En fin, queremos llevar una vida con dignidad, y no tener una muerte digna, como se atrevió a proferir algún sátrapa en esa vergonzosa y humillante demostración de demagogia parlamentaria, recién concluida en La Habana entre vítores y aplausos. Cargada de beneviolencia (y no hay error en la palabra) los pronósticos salidos de esa reunión para el año entrante son (me disculpan el término, pero no hay modo humano de adornarlo) sencillamente de pinga.
Así que, el que pueda, compre su fracción de carne de puerco para despedir este diciembre, y de paso despedirá para siempre un pedazo de este país.
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