Hay tanta basura acumulada que el cansancio impone su ritmo. Un golpe por aquí, otro por allá. Es una canción llena de lugares comunes, pero con un poder en su manida letra, con un estribillo pegajoso y una melodía imposible de esquivar.
Más de seis décadas de ruidos y acordes lanzados como dardos de fuego. Seis duras décadas donde los que blanquean el discurso oficial, se mueven y avanzan según las corrientes de viento. “Hay tanta basura en el ambiente”, le escucho murmurar al anciano que me saluda como si cada día fuera nuestro último encuentro. Ser parte de los desechos de la sociedad es un camino recurrente. Es testimonio de la gran decepción que ronda a la espera de otro derrumbe, esta vez del hombre que envejeció y se siente barrido por la hojarasca y la palabrería de los vivísimos funcionarios.
"El cuerpo de nación está en constante fuga, unos al exilio, otros al encierro y la radicalización de un conflicto que se torna inevitable."
En cada rincón de Cuba están las historias, dolorosas y profundas, cercanas y llenas de una extraña sensación similar a la dejadez. El tiempo transcurre y el desamparo se apodera del alma de este país que poco a poco se paraliza. Lo básico, lo simple, lo indispensable, se convierte en lujo. Sin embargo, lo más degradante de todo es la falta de esperanza. Ahí radica el peligro mayor que enfrentamos los nacidos en la tierra que alguna vez fue próspera y feliz. Ni los perseguidores, cancerberos de un régimen que aplasta todo ápice de rebeldía, tienen esperanza. Pudiera parecer una contradicción, pero no. La mayor derrota es la espiritual. Para muchos la opción más clara, la que está de moda, la cura dolorosa, es abandonar todo proyecto que tenga como centro quedarse aquí. Es triste, pero es tan real como la incertidumbre en los hogares.
El cuerpo de la nación está dañado. Sesenta y cinco años de resistencia en un solo sentido, (el sacrificio de los manipulables y de los no manipulables, dígase pueblo), removió lo más valioso: el orgullo. El cuerpo de nación está en constante fuga, unos al exilio, otros al encierro y la radicalización de un conflicto que se torna inevitable.
No es casual que los gobernantes se muevan temerosos por agrestes territorios en busca de comprensión y/o lástima. Procuran, del modo más espurio, hacer entender a los ahora cansados ciudadanos, que de esta prueba se saldrá con el apoyo (¿unánime?) del pueblo. Días atrás, Santiago de Cuba, Bayamo y otras regiones del país, lanzaron un recordatorio: el 11J, que removió los cimientos de la dictadura, está de vuelta por más que desde la cúpula intenten minimizar el contundente grito de libertad amordazado, pero vigente.
"La policía del pensamiento no descansa. Desconfían hasta de sus propios espías y temen que la situación se torne insostenible."
Por estos días vuelven los recordatorios de series televisivas producidas en la década del ochenta, entre ellas En silencio ha tenido que ser. Aquí nada es casual. El pretexto es reconocer a los órganos de la seguridad de estado (G2) a propósito del sesenta y cinco aniversario de su fundación. Pero la costura de ese tejido es tan evidente y falsa que hasta el más ingenuo se percata. La esencia de retransmitir la serie, y promocionarla en diferentes programas del canal Cubavisión, es un claro mensaje: tenemos el control porque conocemos tus límites.
La policía del pensamiento no descansa. Desconfían hasta de sus propios espías y temen que la situación se torne insostenible. A estas altura del juego cualquier cosa puede suceder y deben estar preparados para reducir, lo más que puedan, los agujeros en el barco porque el mar cada día se torna más ingobernable.
Aburre despertar con las noticias de la subida de los precios y la pérdida del valor del trabajo. Levantarse y salir a la búsqueda de lo mínimo, aburre. Los malos tiempos permanecen como un tornado que se acerca de modo feroz. El aburrimiento es el resultado de caminar y no sentir la tan anunciada mejoría de todas las décadas. Para quienes llevan las riendas de esta franja de tierra, el próximo año será mejor. Y parte del pueblo sonríe a través del piloto automático de su mente. Pero en el fondo la angustia se esparce e intoxica el frágil corazón de sus días.
Durante años he sostenido que en este país todo está pensado, desde la diplomacia hasta los carros antimotines, desde el mensaje verbal hasta el golpe. Siempre ha sido así. Las huellas están. Las cicatrices permanecen. El modus operandi no cambia. Pero ya no es tan fácil disimular el avance de los inconformes. Ahora todo se sabe. Todo queda registrado y publicado por más que se empecinen en tumbar las redes. Todo sale a la luz y cada día el pantano también es su pantano.
Hay tanta basura acumulada a la vista de transeúntes, pensadores, camaleones, cuadros figurativos, redondos y abstractos, moviéndose por suburbios o barrios de lujosas residencias, que la palabra de orden es simular. Pero hay tanta basura acumulada y tantos roedores con poder que la tarea se torna ridícula.
En un abrir y cerrar de ojos el mundo gira y el mareo nos alcanza. Los reflejos ya no son los mismos. La dignidad exhibe matices para los que tiene sus problemas resueltos y los que vivimos y nos movemos en el fuego de la no obediencia. Permanecer neutrales no es la solución. Somos rehenes de la derrota, de los experimentos y el engaño. Nos han robado la capacidad de ver más allá de lo establecido porque el futuro es una mancha que debemos decodificar. El futuro no es el silencio, ni esconder la belleza, ni traicionar el juicio que nos acompaña.
"Hay mucho en juego. Lo saben. Lo sienten. Las horas bajas del sistema, asustan."
Los burgueses, los soberanos y atrincherados líderes de la república (¿bananera, azucarera, culta?), en plena caída libre, intentan demostrar su interés por los problemas de la masa popular. Inventan una nueva tarea de nombre tan poco creíble y acartonado que de solo pronunciarlo deja al descubierto el rostro de la corrupción y sus décadas de impunidad: “Corregir distorsiones y reimpulsar la economía”. Dicha misión es replicada hasta el cansancio (del lector, no de ellos) por los medios de comunicación.
Corregir distorsiones en tierra quemada, simplificar la burocracia, pero no a los gestores de ella, prometer mano dura con quienes meten la mano, y descender un poco de los pedestales, es el costo político. Hay mucho en juego. Lo saben. Lo sienten. Las horas bajas del sistema, asustan.