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Libros | Tres aventuras de mar

Historias que rescatan el día y nos lanzan a ese sitio remoto y salvador que proporciona la mejor escritura. 

hombre y cañón
Russell Crowe como el capitán Jack Aubrey en 'Master and Commander' (2003) | Dir. Peter Weir

ÍNDICE

  1. 1
  2. 2
  3. 3

1

Leí por primera vez a Joseph Conrad una tarde de junio, sudoroso y en medio de un apagón. No niego que las circunstancias me habían calentado el malhumor y que provengo de una notable estirpe de cascarrabias, cuya sangre toca a veces mi puerta. Pero calma, me dije, y extraje del librero una edición enjuta de El corazón de las tinieblas.

Hay libros cuya osamenta resulta de inmediato analgésica. Algo —el peso, la calidad del papel, el azul profundo de la cubierta— me decía que aquella novela y yo nos habíamos encontrado en el momento justo. Ligera y de tipografía agradable, sumergí la cabeza en sus páginas como quien se hunde en el agua, huyéndole a un incendio.

Al instante se alzó la columna de humo negro de un vapor, reptando despacio los ríos africanos. Aguas sucias y una jungla neblinosa, intrincada, con cientos de ojos observando el trayecto del barco. Como yo, el capitán y los tripulantes sudaban y contaban historias, relatos duros sobre un hombre al final de aquella corriente.

Se llamaba Kurtz y era —dice el narrador— una voz, un manojo de palabras simples y ásperas, que lo habían llevado a prosperar en un ambiente salvaje, gracias al comercio del marfil. Cien páginas bastan para tramar un mito alrededor de Kurtz, una cualidad divina y a la vez feroz, hondamente feroz.

helicópteros
Fotograma del filme 'Apocalipse Now' (1979), basado en 'El corazón de las tinieblas' de Joseph Conrad. | Dir. Francis Ford Coppola

Pero no teman, no voy a ser yo quien arruine el asombro —amargo, debo anticipar con malicia— que aguarda al término del viaje. No seré yo quien diga qué sintió el capitán Marlow, quien refiere la historia, al encontrarse con Kurtz más allá de la jungla. Sería un crimen revelar los descalabros que sufrió a bordo de aquel vapor, y que le hicieron admitir, acodado frente al Támesis gris y luminoso, que "vivimos como soñamos… solos".

Conrad, autor que trabajó el inglés hasta forjar un estilo efectivo y cortante, era sin embargo polaco. A los diecisiete años se enroló en varios buques mercantes sobre los cuales conoció África, Asia y el Caribe. Su devoción por el océano, las historias de los viejos marinos, la dureza de las travesías y el vagabundeo de una lengua a otra hacen de Conrad uno de los escritores más originales del siglo pasado.

Su credo, por llamarlo de algún modo, se fundamenta en aquellos valores que el océano exacerba y purifica: la lealtad, la supervivencia, el reconocimiento del tiempo y de la muerte, la voluntad, cierta dosis de superstición y lo que El corazón de las tinieblas llama "el vínculo del mar".

Como Melville o Stevenson, Joseph Conrad pertenece al linaje de escritores cuyo entusiasmo por la navegación produjo novelas como Moby Dick, La isla del tesoro o Lord Jim. Relatos hondos, sombríos, que aportan un sosiego capaz de borrar de golpe el malestar que nos circunda, las frustración de batallar contra fuerzas invisibles y monstruosas, las dudas de la vida y de la muerte. Historias que rescatan el día y nos lanzan a ese sito remoto y salvador que proporciona la mejor escritura. 

2

Un litoral pedregoso, un faro, la silueta de un velero que escapa de la tempestad y apaga sus luminarias. Los tripulantes despachan un bote y cargan lo que sea: brandy, ron, aguardiente, tabaco, algunos bocoyes de mercancía prohibida. Si por casualidad a alguien se le afloja la lengua y da la alarma a los carabineros, es preciso esconderse en las cuevas cercanas, dentro de alguna cripta o en las rajaduras del suelo.

Así es la vida de los contrabandistas que se acercan a Moonfleet —pueblo de piedras húmedas y espectros de otro tiempo— en busca de la taberna Why Not?, en la ruinosa casa de los Mohune, caída en desgracia y ahora arrendada al marino Elzevir Block.

Al viejo cantinero le mataron a su hijo, en un asunto de piraterías, y lo vio tendido y sangrante sobre una mesa de su taberna. Desde entonces juró revancha contra el juez Maskew, que disparó a bocajarro sobre el costillar del muchacho. Un sacristán y un reverendo —también metidos hasta el cuello en los negocios de la costa— completan la cuadrilla vengadora, a la cual llega de último John Trenchard, audaz como todos los huérfanos y sediento de aventuras.

un hombre y un niño
Fotograma de 'Los contrabandistas de Moonfleet' (1955) | Dir. Fritz Lang

La amistad entre Elzevir y John Trenchard, su empatía —que nace del vacío familiar y la muerte—, los conduce a el tortuoso viaje que relata Los contrabandistas de Moonfleet, novela de 1898 escrita por John Meade Falkner.

Ambos personajes van en busca de un diamante que, según dicen las leyendas de la villa, dejó oculto el sanguinario coronel John Mohune, caudillo de Moonfleet que se ganó el sobrenombre de Barbanegra. Casi por casualidad, Trenchard da con la tumba del infame Mohune y descubre en ella una clave hacia el tesoro.

Ni tiroteos, naufragios o traiciones, ni tampoco el picor de la horca impiden la expedición de los filibusteros en busca del diamante de Barbanegra: el dúo de Elzevir y Trenchard recorre tenazmente los mares de Europa, zarandeados una y otra vez por la fortuna.

Pero Los contrabandistas de Moonfleet es, leído entre líneas, un viaje de nostalgias a la juventud, al primer amor, a las calles del pueblo en que nacemos y al cual abandonamos —a bordo de un velero o un tren— dejando atrás cientos de voces e historias. Es también la fábula de un descubrimiento signado por el sacrificio: el del origen y destino del hombre. 

Se sabe que Elzevir y Trenchard —su lógica del perro de mar y su cachorro intrépido— sirvieron de fundamento al historietista belga Hergé para la creación del reportero Tintín y su colega, el inolvidable Capitán Haddock. Sobre Moonfleet se filmó, además, una película en 1955. 

Mientras tanto, los que volvemos a estos libros de aventura con el asombro de siempre, nos quedamos sin aliento ante el vértigo del relato, como el joven Trenchard, y recobramos —aunque sea con los trucos de la ficción y la melancolía— la inocencia y el tiempo perdidos.

3

La fragata es antigua, de madera dura y ligera, algo anticuada para el nuevo siglo, con veintiocho cañones a punto y bien cargados. Se llama Surprise y su capitán, Jack Aubrey, tiene fama de ser hombre de suerte. Van cazando otro navío, el francés Acheron, cuyo nombre fúnebre trae malos presagios para la gente de mar.

Por eso los marineros de la Surprise han cebado bien los cañones, las escopetas y han afilado los sables para cuando haya que caer sobre el buque enemigo. A bordo se recitan conjuros, oraciones y blasfemias; cualquier cosa sirve para aplacar la ira de los monstruos que habitan el océano. Son hombres de una época compleja —el mar, en 1805, era el más sangriento campo de batalla—, que enfrentan la ambición ilimitada de Napoleón.

barco en el puerto
La fragata 'Surprise', en el set de 'Master and Commander' (2003) | Dir. Peter Weir

Pero Jack Aubrey sabe que en el mar no hay más patria que el barco, e Inglaterra es solo un pedazo lejano de tierra, donde se guardan recuerdos cada vez más nebulosos. Más real y peligrosa es la costa brasileña, donde avistan por primera vez los pabellones tricolores del Acheron y reciben sus impetuosos fogonazos. Desarbolada y en silencio, con el timón roto, la fragata logra refugiarse en la niebla y escapar —por el momento— de la furia de los franceses.

Todo esto transcurre en los primeros minutos de Master and Commander, la extraordinaria película de mar de Peter Weir, protagonizada por Russell Crow y Paul Bettany. Los dos actores recrean en un filme la más apasionante saga naval de la literatura inglesa, escrita por el irlandés Patrick O’Brian: las aventuras del capitán Aubrey y su cirujano de abordo, Stephen Maturin.

Aubrey y Maturin bordean, junto a los marinos de la Surprise, la costa americana. Mientras el capitán revuelve sus sextantes y consulta los mapas, el doctor Maturin dibuja en su cuaderno de naturalista las especies de plantas e insectos de su colección. Su cacería los lleva a las Islas Galápagos, en la mitad del mundo, donde finalmente traban combate con el navío francés y lo capturan.

Master and Commander —que se traduce al español como Capitán de Mar y Guerra— es el más formidable filme naval de todos los tiempos. No hay trucos que disfracen el combate real y sangriento, sobre la cubierta, entre el terror y el valor de los soldados. El espíritu de aquellos tiempos se representa sin mojigaterías: eran hombres que se hacían a la mar, y el océano les formaba un carácter de hierro, sin miedo, y a la vez profundamente humano.

Cuando la vida se aprieta entre babor y estribor, y el centenar de hombres debe mirarse rutinariamente a pesar de las diferencias personales, de cara al peligro del huracán o el corso, solo hay lugar para la disciplina simple y el trabajo común. Al fin y al cabo, un barco es solo un cascarón de madera flotando sobre aguas turbulentas y hondas.

Para los aficionados a los relatos marítimos —de Conrad a Melville, y de ahí a Galdós, O’Brian y Pérez-Reverte— Master and Commander resulta un ejercicio narrativo hermoso y sincero, de entrañable cariño por el océano. Los que nacimos en islas somos siempre hombres de mar, acostumbrados a otear el horizonte en busca de navíos, tesoros hundidos y buques corsarios, como los bravos tripulantes de la Surprise.

dos barcos
Combate de la fragata 'Surprise' y el navío 'Acheron', en 'Master and Commander' (2003) | Dir. Peter Weir
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Xavier Carbonell

Xavier Carbonell

(Camajuaní, Cuba, 1995). Escritor, periodista y editor. Ha realizado estudios de filología, comunicación y filosofía en distintas universidades. Trabajó como investigador y profesor en la Biblioteca Diocesana "Manuel García Garófalo". Es editor de la revista Árbol Invertido y corresponsal de SIGNIS, la Asociación Católica Mundial para la Comunicación. Recibió el Premio "Paco Rabal" de Periodismo Cultural por su crónica "Mi canon sentimental del cine cubano", y el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara por su novela El libro de mis muertos. Con El fin del juego obtuvo el XXV Premio de Novela Ciudad de Salamanca. Gastrónomo por vocación, aunque no por oficio, y furibundo fumador de puros. Espera el apocalipsis en muy buena compañía y sobrevive tras las trincheras de su biblioteca. 

 

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