Ir al mar siempre había sido algo placentero
daban saltos gigantes,
cantaban canciones
y felices se tomaban de las manos.
Jamás pensaron que el mar
pudiera tragarse a tantas personas.
Personas que solo querían correr,
buscar aires nuevos en un lugar
donde todos decían era libre.
Libre como el mismo mar y su furia.
Enloquecido el mar,
golpeaba las paredes del camaronero
como si las fuera a derrumbar.
Una anciana gritaba
cuando la alzaban brazos de hombres desconocidos.
No la volvieron a ver al bajarse.
Nadie sabía su nombre y sola hacía el viaje.
Seguro tenían deudas pendientes con ese mar
porque a uno por uno les fue cobrando,
muchos permanecieron perdidos en la espuma
y en el verdor de esas olas enfurecidas.
Del libro Un juego que nadie ve, de Manuel Adrián López (Ediciones Deslinde, Madrid, 2019).