El cortometraje animado La muerte del estalinismo en Bohemia (Konec stalinismu v Cechách, 1990) fue realizado por el autor checo Jan Švankmajer (y producido por la BBC británica) bajo los influjos de la Revolución de Terciopelo de 1989, que marcó el fin de la hegemonía del Partido Comunista en la antigua República Socialista de Checoslovaquia —luego dividida en 1993 en la República Checa y Eslovaquia, tras el proceso conocido como “Divorcio de Terciopelo”.
La película está animada en stop motion, técnica que define toda la obra de Švankmajer, y que ha sido definida por este autor en gran medida. A su elocuente título añade un epígrafe aclaratorio: “Una obra de agitprop”. O lo que es lo mismo: alarido puro, obviedad arrebatada, frenesí hirviente.
Švankmajer se apropia satíricamente de las formas y maneras del agitprop, “género”, código o modo expresivo eminentemente comunista, de auténtica génesis bolchevique, y se auto otorga una licencia poética para largar una enardecida catarsis contra el influjo estalinista que cambió la suerte de su país tras la Segunda Guerra Mundial. Sin sutilezas, genera e imbrica imágenes lancinantes, virulentas, chocantes, furiosas, parciales, tendenciosas.
Stalin, el padre de todos los monstruos
Stalin es (re)presentado como una versión masculina, marmórea y bigotuda de la Equidna griega: la “madre de los monstruos”. De sus fértiles entrañas, de su "ingle de varón", emerge una prole de engendros-dirigentes, encabezados por Klement Gottwald, líder del Partido Comunista de Checoslovaquia desde 1929, y presidente de la nación desde 1948 hasta que (como resulta bastante común para este tipo de mandatarios) solo la muerte lo relevó del cargo.
Al inicio, una vertiginosa foto-animación repasa y revisa los procesos de transmutación política socialista, pletóricos de entusiastas actos masivos y triunfalistas iniciativas industriales. En llamativo contraste con la alienación de la producción capitalista de bienes en serie, ya criticada por Charles Chaplin en Tiempos modernos (Modern Times, 1936), e incluso antes por Fritz Lang en Metrópolis (1927), Švankmajer plantea un poderoso antípoda: la producción seriada de hombres-masa, de proletarios instantáneos, estandarizados, maleables.
Están fabricados, además, con arcilla, lo que permite que sean des-creados, reciclados, retornados a la argamasa original e indefinida cada vez que sea necesario para responder a las causas superiores, ambiguas y bizarras del Partido omnipotente. O bien cuando demuestren ser malos jugadores en el juego de los cumplimientos, los sobrecumplimientos, los planes económicos y las obras a inaugurar en fechas patrióticas.
El fantasma del estalinismo recorre Europa
En el mismo año 1953, la muerte devora a Stalin y a Gottwald. El zar georgiano se convierte desde entonces en una esencia invisible, pero demasiado presente, a pesar de la desestalinización de Nikita Jruschov. Llega Leonid Brézhnev en 1964, y arriba 1968 con su primavera terrible. A la foto de este otro regente comunista, Švankmajer le hace crecer el característico bigote de cosaco de Stalin. La llamada Doctrina Brézhnev (equivalente siniestra de la Doctrina Monroe y su América para los americanos: Europa del Este para los comunistas) es continuidad orgánica del imperialismo estalinista. En la película, unos rodillos recorren sin obstáculos una calle adoquinada, aplastando latas y muros de piedras, triturando, exterminando la esperanza.
La era socialista es finalmente sustituida por un periodo de reafirmación nacionalista, ante el cual el realizador no peca de ingenuidad entusiasta por un futuro luminoso, pues ya ha aprendido demasiado lo que cuestan los regímenes de futuros luminosos. Se permite ser escéptico. Švankmajer cierra su relato con la supervivencia alarmante de la matriz estalinista, lista para seguir pariendo monstruos.
Regresar al inicio