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Biblioteca Anticomunista | Friedrich A. Hayek (Premio Nobel de Economía 1974): “La gran utopía”

"En lo que a la libertad se refería, los fundadores del socialismo no ocultaban sus intenciones. Consideraban la libertad de pensamiento como el mal radical de la sociedad del siglo XIX".

Friedrich A. Hayek (1899-1992), economista, jurista y filósofo austriaco.
Friedrich A. Hayek (1899-1992), economista, jurista y filósofo austriaco.

Uno de los ensayos más relevantes del siglo XX, Camino de servidumbre (1944) de Friedrich A. Hayek es considerado por los ensayistas españoles Pablo Paniagua y Álvaro Vergara "una especie de remedio contra los anhelos de aquellos que insisten en diseñar un modelo de sociedad hasta en sus más mínimos detalles. Por eso, a pesar de ser catalogado como un texto de ‘Guerra Fría’, sus páginas conservan una increíble vigencia hoy, de cara a un sinfín de nuevas versiones de paternalismo y planificación estatal, como los nudges, los lockdowns masivos e indiscriminados y la planificación de grandilocuentes políticas industriales à la Mazzucato. En Camino a la servidumbre se entrelazan —y renacen— los principales argumentos de una tradición de pensamiento liberal cuya máxima fue reivindicar lo poco que conocemos del mundo que nos rodea y la importancia del estado de derecho para la libertad individual. De esta forma, se levanta un argumento que colisiona contra la planificación central por parte del Estado: las sociedades son complejas y, ante la cantidad de factores imposibles de predecir, es preferible proteger el libre despliegue de la acción humana mediante un estado de derecho, antes que intentar dirigirla por completo."

“Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso.” 

F. Holderlin

Que el socialismo haya desplazado al liberalismo, como doctrina sostenida por la gran mayoría de los "progresistas", no significa simplemente que las gentes hayan olvidado las advertencias de los grandes pensadores liberales del pasado acerca de las consecuencias del colectivismo. Ha sucedido por su convencimiento de ser cierto lo contrario a lo que aquellos hombres predecían. Lo extraordinario es que el mismo socialismo que no sólo se consideró primeramente como el ataque más grave contra la libertad, sino que comenzó por ser abiertamente una reacción contra el liberalismo de la Revolución Francesa, ganó la aceptación general bajo la bandera de la libertad. Rara vez se recuerda ahora que el socialismo fue, en sus comienzos, francamente autoritario. Los escritores franceses que construyeron los fundamentos del socialismo moderno sabían, sin lugar a dudas, que sus ideas sólo podían llevarse a la práctica mediante un fuerte Gobierno dictatorial. Para ellos el socialismo significaba un intento de “terminar la revolución” con una reorganización deliberada de la sociedad sobre líneas jerárquicas y la imposición de un “poder espiritual” coercitivo. En lo que a la libertad se refería, los fundadores del socialismo no ocultaban sus intenciones. Consideraban la libertad de pensamiento como el mal radical de la sociedad del siglo XIX, y el primero de los planificadores modernos, Saint-Simón, incluso anunció que quienes no obedeciesen a sus proyectadas juntas de planificación serían “tratados como un rebaño”.

"La promesa de una mayor libertad se ha convertido en una de las armas más eficaces de la propaganda socialista". 

Sólo bajo la influencia de las fuertes corrientes democráticas que precedieron a la revolución de 1848 inició el socialismo su alianza con las fuerzas de la libertad. Pero el nuevo “socialismo democrático” tuvo que vivir mucho tiempo bajo las sospechas levantadas por sus antecesores. Nadie vio más claramente que De Tocqueville que la democracia, como institución esencialmente individualista que es, estaba en conflicto irreconciliable con el socialismo. 

La democracia extiende la esfera de la libertad individual [¡decía en 1848!]; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre.1 

Para aquietar todas las sospechas y uncir a su carro al más fuerte de todos los impulsos políticos, el anhelo de libertad, el socialismo comenzó a hacer un uso creciente de la promesa de una “nueva libertad”. El advenimiento del socialismo iba a ser el salto desde el reino de la indigencia al reino de la libertad. Iba a traer la “libertad económica”, sin la cual la ya ganada libertad política “no tenía valor”. Sólo el socialismo era capaz de realizar la consumación de la vieja lucha por la libertad, en la cual el logro de la libertad política fue sólo el primer paso. 

El sutil cambio de significado a que fue sometida la palabra libertad para que esta argumentación se recibiese con aplauso es importante. Para los grandes apóstoles de la libertad política la palabra había significado libertad frente a la coerción, libertad frente al poder arbitrario de otros hombres, supresión de los lazos que impiden al individuo toda  elección y le obligan a obedecer las órdenes de un superior a quien está sujeto. La nueva libertad prometida era, en cambio, libertad frente a la indigencia, supresión del apremio de las circunstancias, que, inevitablemente, nos limitan a todos el campo de elección, aunque a algunos mucho más que a otros. Antes de que el hombre pudiera ser verdaderamente libre había que destruir “el despotismo de la indigencia física”, había que abolir las “trabas del sistema económico”. 

"Camino de servidumbre" (1944) de Friedrich A. Hayek.
"Camino de servidumbre" (1944) de Friedrich A. Hayek.

En este sentido, la libertad no es más que otro nombre para el poder2 o la riqueza. Y, sin embargo, aunque las promesas de esta nueva libertad se combinaron a menudo con irresponsables promesas de un gran incremento de la riqueza material en una sociedad socialista, no era de una victoria tan absoluta sobre la mezquindad de la naturaleza de donde se esperaba la libertad económica. A lo que se reducía realmente la promesa era a la desaparición de las grandes disparidades existentes en la capacidad de elección de las diferentes personas. La aspiración a la nueva libertad era, pues, tan sólo otro nombre para la vieja aspiración a una distribución igualitaria de la riqueza. Pero el nuevo nombre dio a los socialistas otra palabra en común con los liberales, y aquéllos la explotaron a fondo. Y aunque la palabra fue usada en diferente sentido por los dos grupos, pocas gentes lo advirtieron, y todavía menos se preguntaron a sí mismas si las dos clases de libertad prometidas podían en realidad combinarse. 

"Lo que se nos prometió como el Camino de la Libertad sería de hecho la Vía de la Esclavitud".

No puede dudarse que la promesa de una mayor libertad se ha convertido en una de las armas más eficaces de la propaganda socialista, y que la creencia en que el socialismo traería la libertad es auténtica y sincera. Pero esto no haría más que agrandar la tragedia si se probase que lo que se nos prometió como el Camino de la Libertad sería de hecho la Vía de la Esclavitud. Indiscutiblemente, la promesa de una mayor libertad es responsable de haber atraído más y más liberales al camino socialista, de cegarlos para el conflicto de principios que existe entre el socialismo y el liberalismo, y de permitir que los socialistas usurpen a menudo el nombre propio del viejo partido de la libertad. El socialismo fue abrazado por la mayor parte de los intelectuales como el heredero presunto de la tradición liberal. No es, pues, de extrañar que para ellos resultase inconcebible la idea de un socialismo conducente a lo opuesto de la libertad. 

En los últimos años, sin embargo, los viejos temores acerca de las imprevistas consecuencias del socialismo se han declarado enérgicamente, una vez más, desde los lugares más insospechados. Observador tras observador, a pesar de las opuestas intenciones con que se acercaban a su tema, se han visto impresionados por la extraordinaria semejanza, en muchos aspectos, entre las condiciones del “fascismo” y el “comunismo. Mientras los “progresistas”, en Inglaterra y en los demás países, se forjaban todavía la ilusión de que comunismo y fascismo representaban los polos opuestos, eran más y más las personas que comenzaban a preguntarse si estas nuevas tiranías no proceden de las mismas tendencias. Incluso comunistas han tenido que vacilar un poco ante testimonios tales como el de Mr. Max Eastman, viejo amigo de Lenin, quien se vio obligado a admitir que, “en vez de ser mejor, el estalinismo es peor que el fascismo, más cruel, bárbaro, injusto, inmoral y antidemocrático, incapaz de redención por una esperanza o un escrúpulo”, y que es “mejor describirlo como superfascista”; y cuando vemos que el mismo autor reconoce que “el estalinismo es socialismo, en el sentido de ser el acompañamiento político inevitable, aunque imprevisto, de la nacionalización y la colectivización que ha adoptado como parte de su plan para erigir una sociedad sin clases”3, su conclusión alcanza claramente un mayor significado. 

"La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania".

El caso de Mr. Eastman es quizá el más notable; pero, sin embargo, no es en modo alguno el primero o el único observador simpatizante del experimento ruso que llega a conclusiones semejantes. Unos años antes, Mr. W. H. Chamberlin, que durante doce años como corresponsal norteamericano en Rusia ha visto frustrados todos sus ideales, resume las conclusiones de sus estudios sobre aquel país y sobre Alemania e Italia afirmando que “el socialismo ha demostrado ser ciertamente, por lo menos en sus comienzos, el camino NO de la libertad, sino de la dictadura y las contradictaduras, de la guerra civil de la más feroz especie. El socialismo logrado y mantenido por medios democráticos parece definitivamente pertenecer al mundo de las utopías.”4 De modo análogo, un escritor inglés, Mr. E A. Voigt, tras muchos años de íntima observación de los acontecimientos en Europa como corresponsal extranjero, concluye que “el marxismo ha llevado al fascismo y al nacionalsocialismo, porque, en todo lo esencial, es fascismo y nacionalsocialismo.”5 Y el Dr. Walter Lippmann ha llegado al convencimiento de que 

la generación a que pertenecemos está aprendiendo por experiencia lo que sucede cuando los hombres retroceden de la libertad a una organización coercitiva de sus asuntos. Aunque se prometan a sí mismos una vida más abundante, en la práctica tienen que renunciar a ello; a medida que aumenta la dirección organizada, la variedad de los fines tiene que dar paso a la uniformidad. Es la némesis de la sociedad planificada y del principio autoritario en los negocios humanos. 6 

Muchas afirmaciones semejantes de personas en situación de juzgar podrían seleccionarse de las publicaciones de los últimos años, particularmente de aquellos hombres que, como ciudadanos de los países ahora totalitarios, han vivido la transformación y se han visto forzados por su experiencia a revisar muchas de sus creencias más queridas. Citaremos como un ejemplo más a un escritor alemán, que llega a la misma conclusión, quizá con más exactitud que los anteriormente citados. 

El completo colapso de la creencia en que son asequibles la libertad y la igualdad a través del marxismo [escribe Mr. Peter Drucker], ha forzado a Rusia a recorrer el mismo camino hacia una sociedad no económica, puramente negativa, totalitaria, de esclavitud y desigualdad, que Alemania ha seguido. No es que comunismo y fascismo sean lo mismo en esencia. El fascismo es el estadio que se alcanza después que el comunismo ha demostrado ser una ilusión, y ha demostrado no ser más que una ilusión, tanto en la Rusia estalinista como en la Alemania anterior a Hitler.7  

No menos significativa es la historia intelectual de muchos de los dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia8 o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin excluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis. Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad de las filas del movimiento. La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental. 

"Cuando Hitler llegó al poder, el liberalismo había muerto virtualmente en Alemania. Y fue el socialismo quien lo mató". 

Es verdad, naturalmente, que en Alemania antes de 1933, y en Italia antes de 1922, los comunistas y los nazis o fascistas chocaban más frecuentemente entre sí que con otros partidos. Competían los dos por el favor del mismo tipo de mentalidad y reservaban el uno para el otro el odio del herético. Pero su actuación demostró cuán estrechamente se emparentaban. Para ambos, el enemigo real, el hombre con quien nada tenían en común y a quien no había esperanza de convencer, era el liberal del viejo tipo. Mientras para el nazi el comunista, y para el comunista el nazi, y para ambos el socialista, eran reclutas en potencia, hechos de la buena madera aunque obedeciesen a falsos profetas, ambos sabían que no cabría compromiso entre ellos y quienes realmente creen en la libertad individual. 

Para que no puedan dudarlo las gentes engañadas por la propaganda oficial de ambos lados, permítaseme citar una opinión más, de una autoridad que no debe ser sospechosa. En un artículo bajo el significativo título de El redescubrimiento del liberalismo, el profesor Eduard Heimann, uno de los dirigentes del socialismo religioso germano, escribe: 

El hitlerismo se proclama a sí mismo como, a la vez, la verdadera democracia y el verdadero socialismo, y la terrible verdad es que hay un grano de certeza en estas pretensiones; un grano infinitesimal, ciertamente, pero suficiente de todos modos para dar base a tan fantásticas tergiversaciones. El hitlerismo llega hasta a reclamar el papel de protector de la Cristiandad, y la verdad terrible es que incluso este gran contrasentido puede hacer alguna impresión. Pero un hecho surge con perfecta claridad de toda esta niebla: Hitler jamás ha pretendido representar al verdadero liberalismo. El liberalismo tiene, pues, el mérito de ser la doctrina más odiada por Hitler.9 

Debe añadirse que si este odio tuvo pocas ocasiones de manifestarse en la práctica, la causa fue que cuando Hitler llegó al poder, el liberalismo había muerto virtualmente en Alemania. Y fue el socialismo quien lo mató. 

Si para muchos que han observado de cerca el tránsito del socialismo al fascismo la conexión entre ambos sistemas se ha hecho cada vez más evidente, la mayoría del pueblo británico cree todavía que el socialismo y la libertad pueden combinarse. No puede dudarse que la mayoría de los socialistas creen aquí todavía profundamente en el ideal liberal de libertad, y retrocederían si llegaran a convencerse de que la realización de su programa significaría la destrucción la libertad. Tan escasamente se ha visto el problema, tan fácilmente conviven todavía los ideales más irreconciliables, que aún podemos oír discutidas en serio tales contradicciones en los términos como “socialismo individualista”. Si ésta es la mentalidad que nos arrastra hacia un nuevo mundo, nada puede ser más urgente que un serio examen del significado real de la evolución acontecido en otro lugar. Aunque nuestras conclusiones no harán más que confirmar los temores que otros han expresado ya, las razones por las que esta evolución no puede considerarse accidental no aparecerán sin un examen algo profundo de los principales aspectos de esta transformación de la vida social. En tanto la conexión no se haya revelado en todos sus aspectos, pocos serán los que crean que el socialismo democrático, la gran utopía de las últimas generaciones, no es sólo inasequible, sino que el empeño de alcanzarlo produce algo tan sumamente distinto que pocos de sus partidarios estarían dispuestos a aceptar las consecuencias.

(Traducción: José Vergara)

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1 “Discours prononé á l'assemblée constituante le 12 septembre 1848 sur la question du droit au travail.” (CEuvres completes d'Alexis de Tocqueville, volumen IX, 1866, pág. 546)

2 La característica confusión de la libertad con el poder, con la que nos enfrentaremos una y otra vez en esta discusión, es un tema demasiado importante para poder examinarlo aquí por entero. Tan vieja como el propio socialismo, está tan estrechamente aliada con él que hace casi setenta años un universitario francés, discutiendo sus orígenes saint-simonianos, se vio llevado a decir que esta teoría de la libertad “est á elle seule tout le socíalisme” (P.Janet: Saint-Simon et le Saint-Simonisme, 1878, pág. 26, nota). El defensor más explícito de esta confusión es, cosa significativa, el influyente filósofo del izquierdismo americano, John Dewey, para quien la “libertad es el poder efectivo para hacer cosas determinadas” de manera que “la demanda de libertad es la demanda de poder.” (Liberty and Social Control, The Social Frontier, noviembre 1935, pág. 41)

3 Max Eastman, Stalin'sRussia and the Crisis of Socialism, 1940, pág. 82. 

4 H. Chamberlin, A False Utopia, 1937, págs. 202-203

5 F. A. Voigt, Unto Ceasar, 1939, pág. 95

6 Atlantic Monthly. noviembre 1936, pág. 552

7 The End of Economic Man, 1939, pág.230

8 Una instructiva exposición de la historia intelectual de muchos dirigentes fascistas se encontrará en R. Michels (él mismo, un fascista ex marxista), Sozialismus una Faszismus, Munich, 1925, vol. II, págs.264-266y311-312. 

9 Social Research (Nueva York), vol. VIII, n.° 4, noviembre 1941. Conviene notar a este respecto que, cualesquiera que fuesen sus motivos, Hitler consideró conveniente declarar en uno de sus discursos públicos, en febrero de 1941 sin ir más lejos, que "fundamentalmente nacionalsocialismo y marxismo son la misma cosa". (Cf. The Bulletin of International News publicado por el Royal Institute of International Affairs, vol. XVIII, número 5, pág. 269)

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Friedrich A. Hayek

Friedrich A. Hayek (1899-1992), economista, jurista y filósofo austriaco.

Nacido como Friedrich August von Hayek (Viena, 1899 - Friburgo, 1992) fue un economista, jurista y filósofo austriaco, exponente destacado de la Escuela Austriaca de Economía y figura central del pensamiento liberal del siglo XX. Recibió el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1974 (compartido con Gunnar Myrdal) por sus trabajos sobre teoría monetaria y fluctuaciones económicas. También fue galardonado con un doctorado honoris causa por la Universidad Francisco Marroquín en 1977. Su extensa obra de unos 130 artículos y 25 libros incluye títulos fundamentales como Camino de servidumbre (1944), Precios y producción (1931), Beneficios, interés e inversión (1939), Teoría pura del capital (1941), El orden sensorial (1952), Los fundamentos de la libertad (1960), Derecho, legislación y libertad (1973-1979), y La fatal arrogancia (1988). Hayek defendió el liberalismo, criticó la economía planificada y el socialismo, desarrolló la teoría austriaca del ciclo económico, y abogó por el orden espontáneo de las instituciones sociales frente al racionalismo constructivista.

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