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Biblioteca Anticomunista | Hannah Arendt: "El totalitarismo en el poder"

"La lucha por la dominación total de la población total de la Tierra, la eliminación de toda realidad no totalitaria en competencia, es inherente a los mismos regímenes totalitarios".

Hannah Arendt (1905-1975), filósofa y teórica política alemana.
Hannah Arendt (1905-1975), filósofa y teórica política alemana.

Los orígenes del totalitarismo, publicado por primera vez en 1951, es el libro más conocido de la filósofa y teórica alemana nacionalizada estadounidense Hannah Arendt, quien según señala la ensayista y catedrática española Sultana Wahnón, "aportó la primera teoría completa y sistemática del totalitarismo como forma de gobierno que, encaminada a la dominación mundial y basada en el terror, podía ser adoptada por revolucionarios de uno u otro signo (de ‘derechas’ o de ‘izquierdas’, fascistas o comunistas). De ahí que la publicación de su libro sirviera no sólo para describir los terrores pasados del nazismo, sino también para alertar a la izquierda europea sobre los excesos y horrores que Stalin estaba cometiendo en ese mismo momento en nombre de los intereses del proletariado." 

Cuando un movimiento, internacional por su organización, omnicomprensivo por su alcance ideológico y global por su aspiración política, conquista el poder en un país, se coloca él mismo en una situación paradójica. Al movimiento socialista se le ahorró esta crisis, en primer lugar, porque la cuestión nacional —y esto significaba el problema estratégico implicado en la revolución— fue curiosamente desdeñada por Marx y Engels y, en segundo lugar, porque se enfrentó con problemas gubernamentales sólo después de que la primera guerra mundial hubiera privado a la II Internacional de su autoridad sobre los miembros nacionales, que en todas partes habían aceptado como un hecho inalterable la primacía de los sentimientos nacionales sobre la solidaridad internacional. En otras palabras, cuando llegó el momento en que los movimientos socialistas conquistaron el poder en sus respectivos países, ya se habían transformado en partidos nacionales. 

Tanto Hitler como Stalin, formularon promesas de estabilidad para ocultar su intención de crear un estado de inestabilidad permanente.

Esta transformación jamás se operó en los movimientos totalitarios, bolchevique y nazi. En la época en que se apoderaron del poder, el peligro para el movimiento descansaba, por un lado, en el hecho de que podía tornarse "osificado" al ocupar la maquinaria del Estado y congelado en forma de un gobierno absoluto1, y en que, por otro, su libertad de movimiento podía quedar limitada por las fronteras del territorio en el que había llegado al poder. Para un movimiento totalitario, ambos peligros son igualmente mortales: una evolución hacia el absolutismo pondría fin al impulso interno del movimiento y una evolución hacia el nacionalismo frustraría su expansión exterior, sin la cual no puede sobrevivir el movimiento. La forma de Gobierno que estos dos movimientos desarrollaron, o, más bien, que casi automáticamente se desarrolló partiendo de su doble reivindicación del dominio total y de la gobernación global, se halla mejor caracterizada por el slogan de Trotsky de la "revolución permanente", aunque la teoría de Trotsky no era más que una predicción socialista de una serie de revoluciones, desde la burguesa antifeudal a la proletaria antiburguesa, que se extenderían de un país a otro2. Sólo que el mismo término sugiere "permanencia", con todas sus implicaciones semianárquicas, y es, estrictamente hablando, una denominación equivocada; sin embargo, incluso Lenin se mostró más impresionado por el término que por su contenido teórico. En la Unión Soviética, en cualquier caso, las revoluciones, en forma de purgas generales, se convirtieron en una institución permanente del régimen de Stalin a partir de 19343. Aquí, como en otros casos, Stalin concentró sus ataques sobre el medio olvidado slogan de Trotsky precisamente porque había decidido utilizar esta técnica4. En la Alemania nazi, una tendencia similar hacia la revolución permanente resultaba claramente discernible, aunque los nazis no tuvieron tiempo de realizarla en el mismo grado. De forma suficientemente característica, su "revolución permanente" también comenzó con la liquidación de la facción del partido que se había atrevido a proclamar abiertamente la "próxima fase de la revolución"5; y precisamente porque "el Führer y su vieja guardia sabían que la verdadera lucha había empezado justamente"6. Aquí, en lugar del concepto bolchevique de revolución permanente, hallamos la noción de una "selección (racial) que nunca puede permanecer inmóvil" y que, por consiguiente, requiere una constante radicalización de las normas por las que se realiza la selección, es decir, el exterminio de los incapaces7. El hecho es que, tanto Hitler como Stalin, formularon promesas de estabilidad para ocultar su intención de crear un estado de inestabilidad permanente.  

El dirigente totalitario debe impedir a cualquier precio que la normalización alcance un punto en el que pueda desarrollarse un nuevo estilo de vida.

No podría haber habido mejor solución para las perplejidades inherentes a la coexistencia de un Gobierno y de un movimiento, de una reivindicación totalitaria y de un poder limitado en un territorio limitado, de una pertenencia ostensible a una comunidad de naciones en la que cada una respeta la soberanía de las demás y la aspiración a una dominación mundial, que la de esta fórmula privada de su contenido original. Porque el dirigente totalitario se ve enfrentado con una doble tarea que al principio parece contradictoria hasta el punto del absurdo: ha de establecer el mundo ficticio del movimiento como una realidad tangible y operante de la vida cotidiana y, por otra parte, tiene que impedir que ese nuevo mundo desarrolle una nueva estabilidad; porque una estabilización de sus leyes e instituciones liquidaría seguramente al mismo movimiento y con él la esperanza de una eventual conquista mundial. El dirigente totalitario debe impedir a cualquier precio que la normalización alcance un punto en el que pueda desarrollarse un nuevo estilo de vida, uno que pueda, después de algún tiempo, perder sus cualidades bastardas y ocupar su lugar entre los estilos de vida enteramente diferentes y profundamente distintos de las naciones de la Tierra. En el momento en el que las instituciones revolucionarias se convierten en un estilo nacional de vida (ese momento en el que Hitler afirma que el nazismo no es un artículo de exportación, o cuando Stalin asegura que el socialismo puede ser construido en un solo país, sería algo más que un intento de engañar al mundo no totalitario), el totalitarismo perdería su cualidad "total" y se tornaría sujeto a la ley de las naciones según la cual cada una posee un territorio específico, un pueblo y una tradición histórica —una pluralidad que ipso facto rechaza cualquier afirmación de que cualquier forma específica de Gobierno es absolutamente válida. 

El poder significa un enfrentamiento directo con la realidad, y el totalitarismo en el poder está constantemente preocupado de hacer frente a este reto.

Prácticamente hablando, la paradoja del totalitarismo en el poder es que la posesión de todos los instrumentos de poder gubernamental y de violencia en un país no es precisamente un bien puro para un movimiento totalitario. Su desprecio por los hechos, su estricta adhesión a las normas de un mundo ficticio, se tornan más difíciles de mantener y, sin embargo, siguen siendo tan esenciales como antes. El poder significa un enfrentamiento directo con la realidad, y el totalitarismo en el poder está constantemente preocupado de hacer frente a este reto. La propaganda y la organización ya no bastan para afirmar que lo imposible es posible, que lo increíble es cierto, que una insana consistencia domina al mundo. El principal apoyo psicológico de la ficción totalitaria —el resentimiento activo contra el status quo que las masas se niegan a aceptar como el único mundo posible— ya no está allí; cada migaja de información que se filtra a través del telón de acero, establecido contra la siempre amenazante inundación de la realidad del otro lado, del lado no totalitario, es un peligro más grande para la dominación totalitaria que lo que fue la contrapropaganda para los movimientos totalitarios. 

El totalitarismo en el poder utiliza la administración del Estado para su fin de conquista mundial a largo plazo.

La lucha por la dominación total de la población total de la Tierra, la eliminación de toda realidad no totalitaria en competencia, es inherente a los mismos regímenes totalitarios; si no persiguen como objetivo último una dominación global, lo más probable es que pierdan todo tipo de poder que hayan ya conquistado. Incluso un solo individuo no puede ser absoluta y fiablemente dominado más que bajo condiciones totalitarias globales. Por eso la ascensión al poder significa primariamente el establecimiento de una sede oficial y oficialmente reconocida (o de sucursales en el caso de los países satélites) para el movimiento y la adquisición de un tipo de laboratorio en el que realizar el experimento con, o, más bien, contra, la realidad, el experimento de organizar a un pueblo para unos objetivos últimos que desdeñan la individualidad tanto como la nacionalidad, bajo condiciones que son reconocidamente no perfectas, pero que resultan suficientes para importantes resultados parciales. El totalitarismo en el poder utiliza la administración del Estado para su fin de conquista mundial a largo plazo y para la dirección de las sucursales del movimiento; establece a la Policía Secreta como ejecutora y guardiana de su experimento doméstico de constante transformación de la realidad en ficción, y, finalmente, erige los campos de concentración como laboratorios especiales para realizar su experiencia de dominación total.  

(Traducción: Guillermo Solana)

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1 Los nazis comprendieron perfectamente que la conquista del poder podía conducir al establecimiento del absolutismo. "Pero el nacionalsocialismo no se ha colocado en vanguardia en la lucha contra el liberalismo para atascarse de nuevo en el absolutismo y comenzar otra vez el juego" (WERNER BEST, Die deutsche Polizei, página 20). La advertencia aquí expresada, como en otros incontables lugares, va dirigida contra la reivindicación absolutista del Estado. 

2 La teoría de Trotsky, formulada por vez primera en 1905, no difería, desde luego, de la estrategia revolucionaria de todos los leninistas, a cuyos ojos "la misma Rusia era simplemente el primer terreno, el primer baluarte, de la revolución internacional: sus intereses tenían que quedar subordinados a la estrategia supernacional del socialismo militante. Por el momento, sin embargo, las fronteras de Rusia y del socialismo victorioso eran las mismas" (ISAAC DEUTSCHER, Stalin. A Political Biography, Nueva York y Londres, 1949, p. 243). 

3 El año 1934 es significativo en razón del nuevo estatuto del partido, anunciado en el XVII Congreso del Partido, que establecía que, "para la sistemática limpieza del partido, tienen que (ser) realizadas purgas... periódicas" (Cita de A. AVTORIANOV, Social Differentiation and Contradictions in the Party, Bulletin of the Institute for the Study of the USRR, Munich, febrero, 1956). Las purgas del partido durante los primeros años de la Revolución Rusa no tuvieron nada en común con su ulterior perversión totalitaria en instrumento de inestabilidad permanente. Las primeras purgas fueron realizadas por comisiones locales de control ante un foro abierto al que tenían libre acceso los miembros y los que no eran miembros del partido. Fueron concebidas como un órgano de control democrático contra la corrupción burocrática en el partido y "habían de servir como sustitutivo de las auténticas elecciones" (DEUTSCHER, op. cit., pp. 233 y 234). Puede hallarse un excelente y breve informe sobre el desarrollo de las purgas en un reciente artículo de Avtorjanov que refuta también la leyenda según la cual fue la muerte de Kirov la que dio paso a la nueva política. La purga general había comenzado antes de la muerte de Kirov, que no fue más que "un pretexto conveniente para proporcionarle un impulso suplementario". A la vista de las numerosas circunstancias "inexplicables y misteriosas" que 
rodearon el asesinato de Kirov cabe sospechar que el "pretexto conveniente" fue cuidadosamente planeado y ejecutado 
por el mismo Stalin (véase «Speech on Stalin», de KRUSCHEV, The New York Times, 5 de junio de 1956). 

4 DEUTSCHER, op. cit., p. 282, describe el primer ataque a la "revolución permanente" de Trotsky y la contraformulación staliniana del "socialismo en un solo país" como accidente de manipulación política. En 1924, el "objetivo inmediato [de Stalin] era desacreditar a Trotsky... Buscando en el pasado de Trotsky, los triunviros tropezaron con la teoría de la ‘revolución permanente’, que había formulado en 1905... En el curso de esta polémica fue cuando Stalin llegó a su fórmula del ‘socialismo en un solo país’."

5 La liquidación de la facción de Röhm en junio de 1934 fue precedida por un breve intervalo de estabilización. Al comienzo del año, Rudolf Diels, jefe de la Policía Política de Berlín, podía informar que ya no había más detenciones ilegales ("revolucionarias") por obra de las SA y que estaban siendo investigadas detenciones anteriores de este tipo (Nazi Conspiracy, U.S. Governement, Washington, 1946, V, página 205). En abril de 1934, Wilhelm Frick, ministro del Reich para el Interior, antiguo miembro del Partido Nazi, promulgó un decreto por el que se establecían restricciones a la "custodia protectora" (ibíd., III, p. 555) en consideración a la "estabilización de la situación nacional" (véase Das Archiv, abril de 1934, p. 31). Este decreto, sin embargo, jamás fue publicado (Nazi Conspiracy, VII, p. 1099; II, página 259). La Policía Política de Prusia había preparado en 1933 un informe sobre los excesos de las SA, destinado a Hitler y en el que sugería que fueran perseguidos los jefes de las SA allí mencionados. Hitler resolvió la situación matando a aquellos jefes de las SA sin un procedimiento legal y destituyendo a todos aquellos funcionarios de la Policía que se habían opuesto a las SA (véase la declaración jurada de RUDOLF DIELS, ibíd., V, p. 224). De esta forma se salvaguardó a sí mismo contra toda legalización y estabilización. Entre los numerosos juristas que sirvieron entusiásticamente la "idea nacional socialista" fueron muy pocos los que comprendieron lo que estaba realmente en juego. A este grupo pertenece fundamentalmente THEODOR MAUNZ, cuyo ensayo Gestalt und Recht der Polizei (Hamburgo, 1943) es citado con aprobación incluso por aquellos autores que, como Paul Werner, pertenecían al selecto Führerkorps de las SS. 

6 ROBERT LEY, Der Weg zur Ordensburg (sin fecha; alrededor de 1936). "Edición especial... para el Führerkorps del Partido... No para venta libre". 

7 HEINRICH HIMMLER, "Die Schutzstaff el", en Grundlagen, Aufbau und Wirtschaftsordnung des nationalsozialistischen Staates, Nr. 7b. Esta radicalización constante del principio de la selección racial puede ser hallada en todas las fases de la política nazi. Así, los primeros en ser exterminados fueron los judíos íntegros, seguidos por los de media casta y por los que sólo tenían una cuarta parte de ascendencia judía; o primero los locos, seguidos de los enfermos incurables y, eventualmente, por todas las familias en las que existiera algún "enfermo incurable". La "selección, que nunca puede permanecer inmóvil", no se detuvo ni siquiera ante las mismas SS. Un decreto del Führer, de fecha del 19 de mayo de 1943, ordenaba que todos los hombres ligados a extranjeros por lazos familiares, por matrimonio o por amistad fueran eliminados del Estado, del partido, de la Wehrmacht y de la economía; esta disposición afectó a 1.200 jefes de las SS (véanse los archivos de la Biblioteca Hoover, carpeta de Himmler, legajo 330).  

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Hannah Arendt

Hannah Arendt (1905-1975), filósofa y teórica política alemana.

Hannah Arendt (nacida Johanna Arendt; Linden-Limmer, Alemania, 14 de octubre de 1906 – Nueva York, EE. UU., 4 de diciembre de 1975) fue una filósofa, teórica política e historiadora alemana de origen judío, posteriormente nacionalizada estadounidense. Estudió filosofía en Marburgo, Friburgo y Heidelberg, donde obtuvo su doctorado en 1928 bajo la dirección de Karl Jaspers. Tras la llegada del nazismo al poder, se exilió primero en Francia y luego en Estados Unidos, donde desarrolló su pensamiento político y académico. Entre sus obras más relevantes se encuentran Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (1963, ed. revisada 1964/1968), Sobre la violencia (1969), La vida del espíritu (1978, póstuma), La promesa de la política (2005/2007), ¿Qué es la política? (1993) y Conferencias sobre la filosofía política de Kant (1989). En ellas abordó temas como el totalitarismo, la libertad, la responsabilidad moral, la acción y la pluralidad humanas. A lo largo de su vida defendió la acción y la participación política como fundamentos de la libertad, así como el “derecho a tener derechos” de los apátridas y refugiados. Su pensamiento continúa siendo una referencia central en la filosofía política contemporánea.

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