He pensado en la teatralidad que es siempre un país. He pensado en Cuba, en el teatro, en los actores, el reparto, el escenario, el montaje de la historia. Desde afuera soy más espectador (eso creo). Veo las noticias, no puedo quedarme sin participar, aplaudo, doy like, comparto, comento, salgo a las calles con un cartel: “¡Abajo la dictadura!”.
Pero, ¿quién es el director de esta obra de teatro? ¿Quién dirige el reparto, la proyección de las luces? ¿Quién seleccionó la escenografía, el atrezo que acompaña esta larga temporada de más de 60 años?
Compañía de teatro El Ciervo Encantado…
He querido ver las noticias en el formato de un guion, un texto dramático, un drama tan real que es ficción, como el teatro que vi de la compañía El Ciervo Encantado: una actriz en medio de la escena se orina, al principio me pareció un truco, un engaño que simula el acto fisiológico. Para cerciorarme, estuve yendo a ver la obra todo un mes.
La actriz casi al final del monólogo abre sus piernas y orina en medio del espectáculo, el escenario es un círculo delimitado por sillas. El espacio es ambientado por una luz cenital. El acto natural, biológico, es real, no hay trucos.
Desde mi silla, sentado, sentí el líquido residual y apestoso salir de su vejiga, el chorro disperso caía, salpicaba el área, la sala a oscuras era invadida por el olor de la orina de aquella mujer —creo que lo del olor es un efecto sicológico, pues es muy poco probable que una solo persona orinando pudiera “perfumar” el espacio—.
“…había visto las lágrimas rodar por las mejillas de los actores, ya sea en el cine o en el teatro, pero nunca había visto orinar una persona en el escenario…”
Estas imágenes se me habían quedado por mucho tiempo en la cabeza. Un cuerpo puesto en función de la representación, una necesidad fisiológica empleada para el arte. Igual a cuando un preso entra en huelga de hambre para presionar para que un gobierno escuche sus demandas, igual a las marchas feministas cuando las mujeres se despojan de sus ajustadores, de sus blusas, y muestran las tetas.
Yo había visto las lágrimas rodar por las mejillas de los actores, ya sea en el cine o en el teatro, pero nunca había visto orinar una persona en el escenario. Había visto cómo se orina detrás de las columnas, contra una pared o un muro, en el tronco de un árbol; lo había hecho (lo hago). He pedido que me orinen en varias ocasiones, después que vi una película porno en que un actor italiano orina la boca de su amante. Este pedido lo hago cuando el cuerpo amado me despierta esa pasión transgresora que no siempre llega y que, por falta de su presencia, uno termina construyéndola, como sucede con casi todo.
Pero, ¿quién asiste?, ¿quién contiene los posibles desbordes de esta puesta en escena llamada Cuba? ¿El mandatario muerto, barbudo, vestido de camuflaje verde, que calza pesadas botas?
“No puedo quedarme quieto frente a las noticias de Cuba…”
Lo que me gusta del periodismo es el área desde donde opera: el periodismo trabaja con los hechos, con lo verídico, con la información; muy parecido al teatro. Porque aún cuando lo que sucede en el escenario es montaje, simulación: el actor, la persona, lo vive y, en muchas ocasiones, sin máscaras.
Todo esto es muy parecido a la pintura matérica, el sustrato que conforma la obra (la materia). La arena, telas viejas, residuos, aserrín, trozos de maderas, collage de productos inservibles, recuerdos que son aprovechados, pegados en el área de un cuadro. Ingeniería para poder construir, gesto, garabato, pensamiento que va cobrando forma en la medida en que se almacenan los residuos, la traza que va quedando, reciclaje de una sensibilidad.
Pero no puedo quedarme quieto frente a las noticias de Cuba. Como tampoco pude quedarme quieto frente a la actriz que orina en medio del escenario en una obra de teatro. Si alguna importancia tiene el lenguaje obsceno es la de colocarnos en un plano más vivencial, la de descolocarnos cuando ese lenguaje es utilizado en medio de un poema o en alguna obra de arte, que por lo general no lo utilizan. Y si ese lenguaje en vez de usar las palabras utiliza el cuerpo, su materialidad, nos duele, nos agrede, nos llega a molestar (el orine).
Esa molestia la llegó a sentir el público que asistió a las funciones de El Ciervo Encantado. Las personas salían de la pequeña sala de teatro con las cabezas gachas, sin hablar entre ellos, como si las palabras no tuvieran sentido. Las últimas funciones a las que asistí, fui con un amigo, los dos caminamos por toda la calle Línea hasta llegar a Malecón, sin dirigirnos la palabra, como si fuéramos dos desconocidos.
“…Después de asistir a esas funciones-despojos-limpieza el público sale más aliviado…”
Y es que eso sucede cuando se está en presencia de algunas verdades en público, cuando lo que vemos nos desnuda y desnuda una realidad que, por costumbre o por imposición, nos hemos acostumbrado a no mirar.
Eso sucede con muchos de mis conocidos que hacen silencio y ya no defienden al régimen en Cuba. Porque aunque no lo denuncien en sus redes sociales o no salgan a las calles a protestar, el silencio de ellos no es aceptación, es apatía. El silencio que antecede al grito, el alarido, vómito que en todos estos años nos hemos tragado, por miedo, o porque sabemos lo apestoso que pudiera ser si sucede.
Las salas de teatro, las galerías, la prensa independiente, se han convertido en los cubículos donde se puede ir a gritar, donde se puede expresar lo que se nos tiene prohibido. Ese arte se vuelve chamánico, liberador. Después de asistir a esas funciones-despojos-limpieza el público sale más aliviado.
“…Ella, el teatro, hizo lo que yo siempre he querido hacer: orinarles las cabezas a los políticos en Cuba, cagarme en su existencia”
Viví la experiencia cuando se estrenó la película Suite Habana, de Fernando Pérez. Las personas se desplazaban por la calle 23 en silencio, como si poner vocablo fuera ensuciar el recuerdo vigente. Los espectadores estábamos tragando, haciendo digestión lo que hace muy poco vimos. Se caminaba con dirección al mar, al malecón, aún cuando algunos no vivían hacia esa zona de la ciudad.
Se caminaba para que la brisa del mar diera en la cara, para refrescar. Pero yo sé que esas válvulas de descompresión no funcionan del todo. Ahora una gran mayoría quiere salir, gritar en medio de las calles. Cuando vi a esa mujer orinar en la obra de teatro, imaginé que debajo de ella estaban las cabezas de altos dirigentes del país. Ella, el teatro, hizo lo que yo siempre he querido hacer: orinarles las cabezas a los políticos en Cuba, cagarme en su existencia.
(Publicado originalmente en Alas Tensas).
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