Hablaré por los tantos años que he callado.
Hablaré con odio, con resentimiento, con desprecio. Aunque muchos dicen: “El amor es el camino”. Otros callan, pero su silencio está preñado de palabras. Asimilar la injusticia sin denunciarla es degradante, dañino. Si alguna conciencia social existe en Cuba es la del miedo.
De pequeño crecí viendo a mi abuela sentada en un taburete escuchando Radio Martí, ponía la mano encima del radio Veff para que la señal entrara. Por momentos el volumen subía y todos en casa asustados le decían: “Bajito…, nos van a meter presos”.
Mi abuela fue la primera disidente que conocí. Ningún pueblo o persona puede ser bueno cuando es educado sobre la base del temor, la recriminación, el castigo.
¡Hablaré hasta por los codos, por el culo, por la pinga! Esa palabra que no me gusta decir en público. Que solo digo cuando tengo sexo. Y ahora la escucho gritar en medio de las plazas, en las calles: “Pingaaaa, pingaaaa, pingaaaa…”
¡Este es un país de pinga!
11 de Julio. Las palabras liberadoras
El 11 de julio del 2021 el país y sus ciudadanos salieron a penetrar a la patria, a desmembrarla, a darlo todo, a quemar las ciudades si fuera necesario como lo hicieron los bayameses en tiempos de la colonia. Salieron los que no tienen nada que perder. Carne de cañón. Los desviados, los marginales, los negros, los artistas que no ocupan ningún cargo, los escritores que escriben más con el cuerpo y sus acciones que con las palabras. Todos se fueron a las calles, a gritar lo que lleva años atragantado en sus gargantas. Yo quise estar entre ellos, gritar con todas mis fuerzas.
Encontrar un baño público en las ciudades cubanas es algo difícil. Los hombres (sobre todo) bajan el zipper de sus portañuelas, sacan su miembro y arrimados a algún edificio orinan.
Las ciudades desprenden un vaho a orines y excrementos a las dos de la tarde, cuando el sol y el calor evaporan cualquier sustancia acuosa. A esa hora estaban en las calles grupos numerosos de cubanos protestando.
En ese espacio urbano gritaban: “Pinga, Díaz Canel singaooo”. Gritan las palabras liberadoras, gritan el nombre del miembro que a diario se exhibe en las ciudades por falta de baños públicos suficientes. En las calles estaban los cuerpos, la carne magullada, la sangre en el asfalto, el grito hasta que la voz se raje. En las calles estuvo el instinto, la parte animal que siempre voy a alimentar.
Hablaré de mis grandes decepciones, las que hace años decidieron mi salida del país. Las que quizás me lleven a olvidar ese territorio suspendido, que flota en la entrada del golfo de México.
Festival Poesía Sin Fin... El desalojo
Fui invitado en varias ocasiones al festival internacional “Poesía sin fin” que organizaban los colectivos OMNI-ZONA FRANCA. En esas reuniones respiré por primera vez junto a los míos.
El ambiente, totalmente libre, activistas políticos y de la sociedad civil, poetas, escritores, raperos, artistas de la plástica, DJ.
En la última edición sucedió lo que nunca nadie pensó que podría suceder.
Los organizadores recibieron varias llamadas por parte de la Seguridad del Estado:
—¡Suspendan el evento!
Los productores no tomaron en cuenta las llamadas y siguieron en su empeño.
En medio de uno de los recitales de poesía, la algarabía se escuchaba por los alrededores de la Casa de la Cultura de Alamar. Eran las brigadas de respuesta rápida, que, lanzando palos y piedras contra los muros, gritaban:
—¡Abajo la gusanera!, ¡El pueblo no los quiere! ¡Váyanse de la Casa de la Cultura!
Yo miraba por entre las tablillas de las persianas, no sabía muy bien qué sucedía. (De lo vivido escribí un poema). Salimos cuando el acto de repudio se había terminado. Cuando parecía que no corríamos peligro.
Al amanecer el Festival siguió con sus actividades, parecía que no habría más interrupciones, que solo había sido una escaramuza para que el miedo se apoderara de nosotros.
Para sorpresa nuestra, se triplicaron los integrantes de las brigadas de respuesta rápida. Una multitud con más palos y piedras volvió a gritar por los alrededores de la Casa de Cultura. Había policías, militares, el viceministro de cultura Fernando Rojas estaba al frente del operativo. Esta vez sí sentí miedo, los gritos eran fuertes.
Yo era una escoria, un gusano, estaba dentro de los odiados. Hablaban con autoridad, decían:
—Representamos Cuba, lo mejor de nuestro país.
Desde ese instante, todo el tiempo que viví en Cuba sentí que alguien me perseguía, un agente encubierto de la Seguridad del Estado velaba todos mis pasos. Sentí que el país donde nací no me pertenecía más, no era digno de él. Desde ese instante empecé a amar con conciencia a los disidentes, a lo torcido, a lo retorcido, a lo que no está políticamente correcto.
Gritaban contantemente:
—¡Se tienen que ir! ¡Este es un espacio del Estado! ¡Ustedes son la Contrarrevolución!
El Vice Ministro de Cultura, el Director de la Casa de la Cultura, y los directivos del Festival conversaron aparte, se demoraron más de una hora en esas negociaciones.
Los invitados nos mirábamos a los ojos sin saber qué era lo que habíamos hecho, cuál era nuestro delito. Estábamos en la parte trasera de la Casa de la Cultura y veíamos que las brigadas de respuesta rápida estaban conformadas por jóvenes de nuestra edad que tenían la institución rodeada, mientras algunos policías daban golpes en las persianas de aluminio.
Seguían gritando:
—¡Gusanos! ¡Contrarrevolucionarios!
Me decían de joven que era “hijo de la Revolución”; pero nunca me identifiqué con dicho padre. Por un momento pensé que descubrieron la verdad que llevaba años tratando de esconder.
Luis Eligio, presidente del Festival, entró acompañado del viceministro Fernando Rojas. Entró con la mirada gacha, con lágrimas en los ojos, y dijo:
—Seguimos haciendo el Festival.
Fernando Rojas inmediatamente respondió:
—¡Aquí no! Este es un espacio para los revolucionarios del Estado. No hay cabida para los contrarrevolucionarios. ¡No hay espacio para gusanos!
En ese mismo instante y frente a las autoridades empezamos a recoger libros, obras de arte, muebles. Desalojábamos la sede del Festival de la Casa de la Cultura.
Fernando Rojas repitió la frase que hace poco Díaz Canel dijo:
—¡La orden está dada! ¡Tienen que irse!
Afuera los gritos seguían, y nosotros recogíamos las pertenencias de uno de los Proyectos culturales más grandes que he conocido.
Mientras llevaba las cosas a la camioneta, pensé en las tantas veces que me he mudado, los tantos lugares en los que he vivido, la vez que me fui de casa de mis padres sabiendo que solo regresaría de visita. Como si en mí habitara lo difícil, lo escabroso, lo que no cabe en casi ningún lugar, o ningún lugar quiere acogerme por mucho tiempo. Asumí esa mudanza, como si fuera parte del programa literario de la cita.
Me crucé con Fernando Rojas, nos quedamos mirando. Yo lo conocía de cuando era el presidente nacional de la AHS.
—Este no es tu lugar, recoge tus cosas, te hospedaremos en una de las casas de visita del Ministerio y te programo unas lecturas —me dijo.
Yo solo lo miré, no dije nada, como siempre hago cuando mi interlocutor no me interesa, cuando no vale la pena invertir tiempo, ni palabras. Seguí con el traslado de las cosas a la camioneta. La decisión que estaba tomando forma desde hacía años, afloró inclaudicable: Mi lugar está con los excluidos, con los rechazados, con los disidentes.
El caso Zurbano. Escarmiento y miedo
El grave problema de la revolución cubana ha sido el espacio. Cómo mantener un entorno cultural teórico sin voces disonantes, sin personas que chillen, sólo con voces disciplinadas, sumisas y obedientes.
Ha logrado conservar su ambiente gracias al miedo. Al menor desafine de algún individuo, la persona tarde o temprano paga el precio de su singularidad, paga el precio de haberse alejado del grupo.
Son muchos los ejemplos. El caso de Roberto Zurbano lo viví de cerca. Ya por esa época residía en La Habana. El intelectual cubano, director del Fondo Editorial de Casa De Las Américas, publicó un artículo en el prestigioso periódico The New York Times: “Para los negros, La Revolución no ha comenzado”. En cualquier otra parte del mundo sería la opinión de un intelectual, que ponía en tela de juicio uno de los “logros” que la Revolución había erradicado supuestamente, el racismo.
La publicación de ese artículo, fue suficiente para que el escritor fuera sustituido de su cargo. El intelectual tenía que tener su escarmiento: “El escritor no debía haber dicho lo que dijo”.
El debate se planteó entre colegas, en los pasillos. Para muchos fue una advertencia: “Si al director del Fondo Editorial de Casa de las Américas le pasó eso, ¿qué nos podría pasar a los demás?” Muchos escritores nos reuníamos después de los recitales de poesía, o las presentaciones de libros, para hablar sobre el asunto injusto e inaudito. Pasamos meses hablando sobre el tema. El suceso pasó sin mucha repercusión. Zurbano tuvo su escarmiento y a la revolución, ni siquiera desde dentro de Cuba, se le puede criticar.
El Decreto 349. "¿Quién es artista y quién no...?"
Pero un último suceso fue el más contundente, el más increíble, lo que nunca pensé que podría suceder. El cinismo llegó a niveles nunca esperados: El Ministerio de Cultura aprobó el Decreto 349, por medio del cual se fiscaliza, controla y administra la producción artística y literaria.
Una resolución que nombra quién es artista y quién no lo es abiertamente, que encausa la producción artística por los canales de lo que ha establecido estética e ideológicamente la Revolución y su partido único.
Este Decreto ministerial asfixia, ahoga y quema no solo la producción independiente del arte. Prácticamente obliga a los artistas y escritores a que sean militantes de la única doctrina ideológica que tiene cabida legal en Cuba.
Este último suceso pone al descubierto la dictadura que viene implementándose en Cuba desde hace años. Ningún directivo de las altas instituciones culturales se manifestó en contra, demostrando cómo todo el sistema de la cultura y el arte no está a favor la creación artística, sino que obedece a las doctrinas del Partido Comunista de Cuba. Este simple suceso fue decisivo para que tomara la decisión final: salir de Cuba.
Mi lugar: la intemperie
Mi vida ha estado marcada por las traiciones. No fui lo que mis padres creían que debía ser su primer hijo varón. No fui fiel a sus enseñanzas. Solo fingía escucharlos. ¡Engañé a todos!
Les engañé cuando llevé una novia a casa y ellos felices pensaron “nuestro hijo es un macho, un varón”. Les engañé cuando me fui de la universidad y ellos siguieron enviándome dinero para mis estudios, y yo lo gastaba en fiestas clandestinas de dudosa procedencia. Mis padres, nunca quisieron tener un hijo como yo.
Abandoné temprano la casa familiar y junto a ese abandono todo tipo de protección, sentimental, económica. Supe desde muy temprano que mi lugar es la intemperie, la orfandad. Creo abiertamente que la libertad no contrae compromisos.
Soy feliz al ser el loco, el maricón, el gusano, el contrarrevolucionario, el mal hijo, el mal cubano.
Soy oportuno en reconocerme en lo descosido, en lo roto.
¡Soy feliz al constatar que he sido un extranjero irregular en el propio país que me vio nacer!
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