La verdad os hará libres.
Hablaba yo mucho de niño en clase, porque la clase era intolerable y yo era un alumno modelo: me castigaban pues a hacer líneas. Después de la prisión pedagógica, tenía que escribir cien veces: No debo hablar en clase.
Pero desde luego yo seguía hablando y he seguido hablando todo el tiempo de forma escandalosa en la clase intolerable de régimen político que me ha tocado vivir, y he seguido haciendo líneas de castigo, y otras por obediencia a la verdad que está en mí y me obliga. Hacer líneas se me ha vuelto un oficio de liberación y de salvación.
Van aquí algunas, acumuladas por años:
Oxímoron: rosa crucial, agua quemada. ¡Serpiente emplumada!
Hay una rebeldía por desobediencia, y una rebeldía por obediencia; una obediencia por obediencia, y una obediencia por desobediencia.
Quizás soy un 33 por ciento católico, un 33 por ciento ortodoxo, un 33 por ciento panteísta y un 1 por ciento de no sé qué soy. Si me salvo, será por el uno por ciento, probablemente.
Dios como Amor: el Amor Inexorable de George McDonald es el Amor Indescifrable por Inmarcesible. El Amor Inconcebible. Pero es que así tiene que ser el Amor.
Deseamos locamente ese Amor.
Ya se sabe: la dificultad de la comprensión de Dios –de nuestra comprensión de Dios–, consiste en querer adaptarlo a nuestras conveniencias o a nuestra medida, incluso simplemente a nuestra realidad. Es curioso que resulte risible de solo decirlo o pensarlo, y que tanto creyente –la inmensa mayoría, supongo, y me incluyo–, le ruegue todos los días que adapte sus designios a nuestras exigencias ridículas y cobardes, que lo excluyen, lo ignoran. Más asombroso todavía es que Él acceda, gustoso. Significativo: solo el cristianismo presenta un Dios con esas características, capaz de ¨adaptarse¨ incluso a la figura, a la condición humanas. En ese sentido, el cristiano tiene pues un permiso muy especial para hacer esos ruegos limitados. Dios hizo el límite, o por lo menos lo permite. Se hizo límite (Hombre), que es lo más ilímite imaginable en Dios. (Y por eso es necesario, inevitable y creíble.) Pero el creyente necesita –sobre todo el cristiano, quizás no tanto el de las religiones orientales–, una mayor conciencia de la diferencia específica de Dios, su libertad sin límites en la naturaleza del Amor. Y eso, tanto para la vida espiritual individual, como para la de las comunidades y de las Iglesias.
Dios es Otra Cosa. Es nuestro pero es Él. No es Él de Él, sino que es Él y de Él siendo de todo lo que no es Él. Él, siendo lo que es, y porque es, no puede ser de Él. Su ser es darse. Siendo, hace ser. Siendo, se da.
Estamos siendo en Él.
El Sol de lo Posible. Este Sol calcina, pero no ciega: es la única luz que puede abrirnos los ojos. Solo después de achicharrarnos en el Sol de lo Posible podríamos ocuparnos de la embriagadora luz del imposible. ¿A un cristiano le preocupa el imposible? ¿Cuál? ¡Cristo ha resucitado!
Verdaderamente ha resucitado. Y la luz de nuestro diario imposible puede volverse una transfiguración.
Lo Posible es un Sol. Es posible derrocar al déspota, darle todo lo que tenemos a los pobres, amar con entrega completa a todos y a todo, a toda hora. Una cantidad de mujeres y hombres lo ha logrado a través de la historia. Al final, será una multitud como de ángeles. Y ni siquiera ese número de Posibles bastará al Nos de Amor.
Regulaciones posibles: la producción debe estar regulada por el mercado; el mercado debe estar regulado por el Estado; el Estado debe estar regulado por el pueblo; el pueblo debe estar regulado por la conducta ejemplar de los mejores ciudadanos; y los mejores ciudadanos deben estar regulados por el culto individual y libre con todo el ser a Dios como Amor.
Sustituir el mercado por el podlag o economía del regalo: trabajar para regalar espléndidamente al prójimo, y recibir los más opulentos regalos del prójimo. Si ya ha existido, y aún existe residualmente en pueblos primitivos este tipo de economía, es porque existirá. Existió, existe, se niega a desaparecer, tal vez siga existiendo en esos pueblos o en forma subrepticia de subversión del mercado por grupos de personas inteligentes, por lo tanto no es incompatible con la naturaleza humana. Y frente a la fría economía del intercambio mediante el dinero, que genera necesariamente una insatisfacción en el modo de producir y en el de consumir, la economía del regalo pudiera ser la fiesta que sustituya a la saciedad de la opulencia. Jamás podrá intentarse mediante la violencia ni sin el alegre consentimiento de los participantes. No ya la libertad, sino la alegría.
Hay una perfección imposible: la de la obra en Dios. Y una perfección posible: la del agotamiento en la búsqueda de la perfección. Hay una imperfección posible: la que, por grave que sea, no quiebra la unidad de la obra. Y una imperfección inadmisible: la que la rompe. ¿Esto es válido también en Ética?
El Amor Inexorable de Dios no consiste en que no podamos huir de su Amor –nuestra desgracia es que ciertamente podemos intentarlo y lo hacemos todos los días–, sino que estamos en el Amor de Dios por nuestra naturaleza misma. Somos en el Ser de Amor. El asunto es reconocernos. Edipo al revés, comedia peligrosa.
Me dijo el joven poeta Carlos Sotuyo: sería mejor que existiera Dios. Conviene que haya Dios. Luego hay Dios.
Si tiene que haber impuestos para las obras de la comunidad, que sea siempre el de un 50 por ciento: la mitad para el prójimo.
Si la Ética se enseñara como Arte, no solo sería más fácil, sino también más propio.
La Belleza del Acto.
La Belleza de los Actos para con Dios.
Relación de los Trascendentales: la soberbia es fea y es estúpida. La humildad es bella y es sabia. ¿Alguien puede refutar estas definiciones?
El arte es un camino áspero que no conduce de por sí a ningún sitio, pero hay que recorrerlo de rodillas.
Para casi todo hombre de hoy, Dios sigue siendo una posibilidad, incluso atractiva, pero una posibilidad que no tiene ganas de explorar.
Lo fácil. Lo rápido. Lo cómodo. Demonios.
Lo difícil, incluso lo imposible. La paciencia. La resistencia. Ángeles.
La vida se ha quedado sin categoría. No una gorguera, sino un pulóver.
No hay relación entre Economía y Ética. Dicen los egoístas y los abusadores.
La verdad es esta: nada hay sin relación. Nada sin Vínculo.
La Economía tiene su ética en el sentido de que la ineficiencia, la ineficacia y el despilfarro son inmorales. Atentan contra la propiedad del Padre. El socialismo real ha sido un intento de parricidio.
También la Ética es económica, en el sentido de que, a la larga y a la corta, la conducta moral es la única forma de felicidad auténtica y perdurable. La inmoralidad es desperdicio.
Los errores de la nobleza son preferibles a los aciertos del egoísmo, por no hablar de los de la maldad. Son también, a la larga, aciertos prácticos.
La suprema rebeldía es la lealtad a sí mismo.
Mi rostro original en Dios es un empuje todopoderoso.
¿Será que los santos ven su rostro original en Dios?
Por regalo divino, desde luego. Pero, ¿pudiéramos todos intentar ver nuestro rostro original en Dios?
El altruista es el verdadero individualista. El egoísta no es individualista, está encerrado en la limitación de su propia ausencia de individualidad real. El altruista está dotado de una individualidad completa, su ser brota de lo que necesariamente tiene que constituir el centro de la individualidad de un ser que es social por naturaleza: el vínculo con el otro, y especialmente con lo otro. Este vínculo con lo otro puede quedarse en el respeto, la admiración y la adoración del cosmos, o en una otredad más, la del Otro absoluto. El altruista es el hombre total, capaz de realizarse en el otro, en lo otro y en Dios.
El fanatismo es una fe en el fanatismo. Ninguna fe real autoriza el fanatismo. Puesto que la fe es incomprobable por definición. Pero la no aceptación del carácter incomprobable de una fe conduce a afirmarla fanáticamente, que equivale a destruirla y negarla.
Quien no duda nunca, no tiene fe, porque ha dado por comprobado lo que no se puede comprobar, lo que Dios ha dispuesto que no podamos comprobar.
La Sábana Santa es a mi juicio auténtica, aunque, y porque, no prueba la resurrección de Cristo, solo lo creíble que no creemos: su existencia y muerte en la Cruz.
Lo increíble, su Resurrección, quizás no haga falta creerlo. ¿Quién puede? A menos que… Yo diría que basta con aceptarla, como un dato.
Cuando alguien lo ama a uno de veras, uno no lo cree. Hay una dificultad para creer en lo bueno. En cuanto a lo malo, mejor no hablar.
El estado de verdadera fe sería una radical abstinencia de todo fanatismo. Aunque ya una radical abstinencia es un fanatismo. Mejor una aspiración contradictoria, vacilante, insostenible, a un mínimo de inocencia. O lo que es lo mismo, a un mínimo de decencia.
El misterioso, inexplicable e inútil deseo de perfección de los artistas, demuestra la existencia de la Perfección. Ninguna perfección sacia al artista. Desear una perfección imposible y para colmo inútil no puede ser explicado con ninguna teoría sicológica o sociológica. Pero sí desde el punto de vista metafísico. La Perfección existe y la llamamos Dios. Nadie en sus cabales puede desear imperativamente una cosa que no existe. En ese caso, el universo, además de existir por gusto, tendría además la extraña ambición de ser más de lo que es, sin ningún fundamento.
Pensar lo que se vive, ¡vivir lo que se piensa!
Aunque pensar lo que se vive pudiera ser una empresa mayor. O al menos lo que se ha vivido. Porque pensar lo que se está viviendo ahora es… inimaginable. Habría que conocer todo el pasado y todo el futuro de sí mismo, es decir, la historia del universo.
Hay pues que vivir lo que se piensa, pero con la moderación que da el carácter necesariamente fragmentario y dudoso de todo pensamiento humano.
No hay que temerle a la incoherencia, sino a la soberbia de la coherencia estúpida y al voluntario ocultamiento de la realidad.
Sistema coherente es sistema fallido. Todo sistema es roto por la Realidad. Y jamás llega a ser totalmente coherente.
Lo que buscamos, lo que necesitamos no es el sistema sino las conexiones, la Conexión.
Todos sabemos que la Conexión existe.
Nos gusta la Conexión, empezando por el sexo. Luego viene la fantasía de conectar todas las conexiones que conocemos en un sistema, para más conexión interesada. Pero siempre va a aparecer un emparejamiento cuántico, una conexión imprevista y desconcertante.
Escoger la unidad de la propia persona, es decir, renunciar al pecado. El pecado nos rompe.
¿Hay una unidad virtual, posible, de la propia persona que nos permite atrevernos a algún pecado desde el perdón previo de Dios?
La unidad de la propia persona no es sino la unión con Dios, mejor dicho, en Dios, desde Dios. A través de todas nuestras sucesivas máscaras, Dios nos tripula hacia nuestra unidad en su Unidad, en la desbordada unión con Él. Esas máscaras son necesarias para que apreciemos el don de la Unidad, el Nos de Él.
Tengo sueño. Pero, ¿puedo estar tan despierto, Dios mío, como para pensar todo lo que me has dicho, para vivir todo lo que me has soplado en los exámenes, fraudulento de Ti?
Nunca estaremos suficientemente despiertos a Tu Semejanza. Nos conviene morir, nos conviene resucitar en la vigilia absoluta de Tu Semejanza.
Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Ha sido invertido el universo. ¿No te parecía conveniente? ¡Es justo! ¡Es necesario! ¡Era inevitable! ¡Aleluya!
Mi cuerpo enfermo es ahora el cuerpo de Dios.
La Transfiguración fue un Spot.
El Spot de un Regalo.
La Resurrección es la definitiva Conexión. El Enchufe que ilumina.
La nación es comunión. No es la comunión de los santos, pero es más amplia que esa comunión, más generosa. Es la forma más amplia y por lo tanto más cristiana de comunión que podemos tener sobre la tierra: una comunión cultural. No se puede pretender que la nación sea igual a la comunión de los santos, pero tampoco se puede rechazar la comunión cultural de la nación en aras de la fe cristiana, porque esta fe es fe de comunión. El que se pone por encima de la comunión que es la nación, se cree dios. El cristiano tiene que vivir en esa contradicción agónica: la comunión universal de los santos y la fe encarnada de esa comunión en una nación concreta. La Nación de Dios solo puede existir con Dios mismo como Rey.
El amor a la patria es el amor de Dios que nos reúne.
El amor a la patria es el amor del Padre que nos une.
El amor a la patria es el amor que nos tripula hacia la futura Nación de Dios.
Nación de Dios: ¡nacer en Dios!