Concluimos aquí el comentario de la filmografía de Nicolás Guillén Landrián, documental por documental. Hemos ido hacia atrás, buscando el origen. Pero al agotar la lista de sus documentales terminados, tal como la tenemos hoy, vale la pena llegarnos hasta el último, el que no pudo terminar en los días finales de su vida, como si el imposible marcara su desempeño como artista, y que cierra con una confirmación rotunda de su sabiduría del arte y del mundo.
Coherencia del perseguido, moral indestructible del creador.
LOS DEL BAILE
Breve documental en el que Landrián se ocupa en forma exclusiva de una de las constantes de su obra: el pueblo cubano baila. ¿Lo sabíamos? Sí y no. El documental PM había sido censurado, con escándalo, unos años antes, por mostrar al pueblo divirtiéndose, como si estuvieran distantes de la épica revolucionaria. Porque lo estaban. Landrián filma a los del baile, sin prejuicios y con sabiduría. Los del baile son la gente del pueblo. Es característico de Landrián irrumpir en la pantalla sin permiso, sin cartel ni créditos, y aquí lo hace espectacularmente con los ritmos de Pello el Afrokán, ídolo popular en la época.
Música trepidante, épica del disfrute del cuerpo y de la vida. Y esos hombres y mujeres, blancos, negros, mulatos, saben divertirse, bailan de arriba abajo, sobre todo con los rostros. Están entregados al placer de bailar, de ser quienes son. Sin complejos. A la señora se le zafa el botón y lo ajusta sin parar de bailar. Los habituales planos semicerrados de Landrián tienen un buen momento en esta masa de gente exultante. Pero cuidado: nadie vaya a confundir a los del baile con un ejército de tontos, que creen que la vida es gozar.
De repente se corta el entusiasmo y vemos a la muchacha melancólica, que se mira en el espejo roto. El joven sentado, serio. Esperando. Los del baile tienen alma. Por eso es que van a bailar. Pueden bailar también lentamente, en pareja, como una profundidad. Y vuelve el arrebato de Pello el Afrokán, tipo misterioso con cuya soltura bailé yo también, de niño.
EN UN BARRIO VIEJO
Más bien debiera titularse en un barrio pobre. Pero se trata de un barrio habanero de 1963, que coexiste con los rascacielos y los túneles de la década anterior… Nuevo significa rico, viejo apunta a pobre. Y en efecto, en esta panorámica del barrio casi todas las personas, de cualquier edad, son muy pobres: aunque vestidas pulcramente, con la pobreza de la época. Desde este primer documental landriniano que se conserva, la estructura resulta fundamental: después de la visión de los techos y paredes averiados de una casa cualquiera, hay una joven melancólica en las alturas, cuya subjetiva capta a un grupo de milicianos, vestidos de civil, que marchan, o entrenan para marchar, por la calle.
Este ejercicio militar resulta indiferente al resto de los personajes: el barbero y su cliente, y unos jugadores de ajedrez. Y el ritmo de un, dos, tres, cuatro de la marcha se convierte en un ritmo de guaguancó. Siguen a los marchistas unos niños, que los imitan con gracia. Otros niños, vecinos que toman café en la esquina y conversan, el cine, la cafetería popular, las mujeres que van de compra o hacen cola, el carretonero o el vendedor de billetes de lotería, una multitud de personas del pueblo que aparecen ya fotografiadas con la simpatía exquisita que caracterizará a Landrián; pero aquí el ritmo vivo del montaje impide una degustación mayor. Privilegiados los cuentapropistas de entonces, que serán defenestrados por el gobierno cinco años después. No quedará ni uno. El mendigo pide y los bien vestidos le dan, amablemente.
El panorama concluye con una ceremonia festiva, en la fiesta de Santa Bárbara, que para los creyentes afros es Changó o Siete Rayos. En las paredes, fotos de los líderes revolucionarios y la enseña nacional. Una joven lleva una cruz dentro de un vaso de agua. Son las creencias reales, y la fiesta es de verdad, con danza fina y fervor intenso.
En este documental hallamos ya el contraste entre ideología y pueblo. Hay una parte del pueblo defendiendo una visión del mundo agónica, y otra, mayoritaria, que ni defiende ni ataca, sino que, simplemente, vive. Y está claro que Landrián simpatiza con esta mayoría de pobres pacíficos, creyentes, danzantes. No hay una sola palabra ni pronunciada ni escrita en este documental, que fluye con lo que será la acostumbrada delicadeza landriniana, nutrida de fotogramas hermosos, jamás rebuscados, a veces dignos de enmarcar como fotos: Livio Delgado será su fotógrafo mayor, pero con este o con otro artista el estilo fotográfico de Landrián se mantiene: la hermosura de la pobreza y una atención dulce al rostro y al movimiento de las personas. Nunca hay odio en Landrián, tampoco lucha. Ni superioridad sobre nadie. No es uno más en el barrio viejo, pero es un joven que ama.
UN FESTIVAL
El deporte y sus espectáculos ha sido un recurso de propaganda típico de los poderes totalitarios. Hitler celebró unos espléndidos Juegos Olímpicos en 1936, filmados genialmente por Leni Riefenstahl. El socialismo ha tenido pasión por demostrar su superioridad en lo que se supone que es una prueba del bienestar popular. Los checos llegaron a inventar una Espartaquiada, con enormes corpografías; y para 1965 estuvo anunciada en Cuba la Primera Olimpiada Nacional. Faltó el dinero, supongo. Gracias al documental de Landrián, evidentemente de encargo, recordamos ahora que se celebraron también los Primeros Juegos Estudiantiles Latinoamericanos.
No sé si hubo otros. Landrián, siempre creativo, elude los clichés del género: las competencias. Apenas algunos planos del atletismo, el fútbol, el béisbol y el baloncesto, sin referencia alguna a ganadores o premiaciones. Raúl Castro inaugura los juegos, solo oímos la frase por la que nos enteramos de cuáles juegos son; y al Comandante se le ve entre el público, mínimamente. A Landrián le interesa un festival, para nada unos juegos. Jóvenes que se encuentran, pueblo que baila. Ritmo, felicidad… jóvenes. Y bruscamente entra en cámara un joven triste, sentado solo en una mesa.
Es uno de los salvadoreños que ha participado en los Juegos y en el Seminario Científico Deportivo. Denuncia que sus compatriotas, y también los venezolanos, han sido reprimidos al regresar a sus países. Él ha logrado huir y se queda a estudiar medicina en Cuba. Este formidable anticlímax salva al documental de ser no más que un buen ejercicio de cine en estilo Landrián. El precio de un festival puede ser caro.
INSIDE DOWNTOWN
Este es el documental postrero de Guillén Landrián, en colaboración con Jorge Egusquiza. Sin filmar desde 1972, dedicado exclusivamente a la pintura, la presión del discípulo permitió que regresara al cine. Murió repentinamente, sin poder terminar esta obra, que hay que evaluar siempre teniendo en cuenta esas circunstancias. Mendigos y artistas protagonizan el filme. Desde el profeta que, desde su miseria, nos anuncia un futuro radiante con Jesús, hasta el poeta Esteban Luis Cárdenas, cuyos versos se escuchan en el cierre, la representación de una marginalidad cubana o norteamericana centra la atención del espectador.
En el indefinible —por los mismos entrevistados— Downtown de Miami, centro del poder financiero y comercial, área de rascacielos y tiendas que es el sitio de la ciudad donde se puede caminar —en el resto hay que moverse en vehículos—, Landrián vuelve a encontrar al Pobre. El negro o el rubio, cubano o norteamericano, la mujer o el homosexual, el escritor o el artista carentes de éxito tal vez porque les falta el talento, componen una nueva aunque esperable galería humana de gente sin importancia, que el carisma de Landrián, ahora además como entrevistador, revela con santa empatía. Estas personas son intensas, son personas. Usted cree que son nadie, pero son.
La persecución política, la imposibilidad de filmar, los años del duro exilio miamense no han logrado desfigurar el alma del artista, que ama y sabe lo que ama. Es más: sigue avanzando en ese amor del alma. El poeta, el escultor, el pintor, el videasta marginales son pobres: él mismo es pobre también. Y esta gente desechada vive en el Downtown, lugar indescifrable. Otra vez la realidad se torna metáfora en el arte de Landrián. Con todo, los ritmos suaves cubanos que puntean el filme, el puente que se tiende para pasar, el pájaro que el poeta negro ve en el mástil insistiendo en trinar, nos dejan una esperanza.
Landrián sigue trinando hoy.
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