A sus 47 el médico Edrinson Naranjo vivió en Trinidad de Cuba, emigró a La Habana, se casó con Milagros Marrero, músico de profesión, les nació Danny Gabriel, fue despedido de su centro laboral tras 17 años de experiencia, ejerció el trabajo por cuenta propia seis veranos hasta el pasado, en julio, cuando tomó la más dura decisión de su vida: abandonar la isla.
“Por más de veinte años, en mi caso, y toda una vida en el caso de mi esposa e hijo, hemos sido discriminados por nuestra fe, por tratar de vivir acorde a la Palabra de Dios, bajo el asedio y represión de una dictadura donde impera la doctrina comunista, totalmente contraria a las enseñanzas de Cristo”, tecleó Naranjo, con 90 millas de por medio entre su laptop y la mía.
Pentecostal de Asambleas de Dios, la mayor denominación en Cuba, dice que en su continuo temor de perder un poder de 62 años, los marxistas cubanos se oponen y reprimen cualquier pensamiento o idea diferente a sus postulados. “Como en muchos países, aquí somos perseguidos por gobiernos que, sin dejar huellas que evidencien ante el mundo sus verdaderas intenciones, arremeten contra quienes contradigan sus estatutos, y la Iglesia no escapa de ello”.
Naranjo sabe la historia de los suyos, a pesar de que es parte del pasado que el castrismo pretende enterrar. Habla de segregados, reprimidos, encerrados en campos de concentración, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción.
“A los miembros de diferentes denominaciones, como la nuestra, se les ha impedido históricamente obtener estudios superiores en las universidades. Se les ha discriminado impidiendo que obtengan buenos trabajos declarándoles ‘no confiables’ por parte de la policía política y tratan de expulsarnos de nuestros centros de trabajo y del país”, afirmó.
“Los cristianos somos supervisados de cerca y vigilados por las diferentes organizaciones de masas al servicio del gobierno”, aseguró. “Se nos impide abrir nuevos templos y reunirnos más de doce personas para fines religiosos en nuestros hogares. El gobierno amenaza con cerrar los templos existentes, aun los que fueron abiertos antes de la imposición de la dictadura castrista en el año 1959”.
Para Naranjo, quienes ejercen liderazgo dentro de la estructura eclesial no escapan de esta persecución estatal, “bien instrumentada, dirigida a desmoralizarnos y desacreditarnos injustamente ante el pueblo. Algunos hasta han sufrido prisión en estos tiempos sin causa alguna, y otros, como en nuestro caso, después de varios años de persecución por causa de nuestro liderazgo religioso y ministerio de la enseñanza, fuimos forzados a huir de nuestro país”.
Naranjo temía, más que por él, por su hijo adolescente, tras continuas amenazas si se negaba a cooperar con la policía política. Su vida parece una sucesión de escalones hacia el fondo del abismo castrista, adargada con la luz tenue de una vela.
El hombre y su familia volaron primero a Rusia, entre los pocos países de Occidente que no exigen visa a los cubanos. Una semana después, salieron con destino a México, para atravesar la frontera con los Estados Unidos. “Hoy nos encontramos solicitando asilo político”.
El comienzo de un camino
A los quince años, Naranjo abrazó el cristianismo. Durante sus años de bachillerato en el preuniversitario de ciencias exactas Vladimir Ilich Lenin, en la Habana recuerda que fue llevado en varias ocasiones a Consejo Disciplinario por sus continuas negativas a participar en actividades políticas. Desfiles por el Primero de Mayo, protestas frente a la embajada estadounidense por la ocupación de Panamá y mítines por los fallecidos en la intervención castrista en Angola.
“En onceno grado nos reunieron prohibiéndonos reunirnos en las áreas públicas de la escuela para orar y alabar a Dios bajo pena de expulsión”, cuenta Naranjo sobre su adolescencia en esa escuela de élite cubana.
Él era cristiano en una sociedad que debía dejar esos rezagos. Era cristiano en una escuela pensada por Fidel Castro para forjar los científicos del progreso materialista. “Nos suspendían los pases a nuestras casa los fines de semana, nos quitaban las ropas de cama y nos obligaban a dormir en colchones sin sabanas, todo esto por ser cristianos y negarnos a renegar de nuestra fe”.
Y a las presiones por ser la pieza discordante del planificado rompecabezas socialista, se sumaron los rigores del Período Especial, la bancarrota nacional que dejó la caída de la URSS. “Nos redujeron las dosis de alimentos, probaron la supuesta opción cero teniéndonos un día entero sin agua y sin comida, sin suspender los turnos de clases y obligándonos a ir en la tarde a trabajar al campo”.
En el grado 12, llevaron a Naranjo ante un Consejo Disciplinario en la escuela para impedir que optara por la carrera de Medicina, pues era requisito indispensable ser miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), a la cual se negaba a adherirse. Aunque por sus excepcionales resultados académicos, rememoró, no les quedó otro camino que otorgarle la universidad en 1992.
“Durante los primeros dos años en la Facultad de Ciencias Médicas ‘Julio Trigo’ de la Habana, insistían en que militara en las filas de la UJC”, relató. “Por mi persistente negativa, incluso, a participar de mítines políticos, fui citado a reunión con las autoridades académicas, y me notificaron que no era ‘idóneo’ para seguir estudiando. No era confiable. Se me dijo que el Estado cubano invertía dinero en jóvenes revolucionarios, y yo no lo era, por lo cual no podía continuar en esa Facultad”.
El Observatorio de Libertad Académica cubano, considera que la “incompatibilidad” ideológica ha servido como arma para expulsar a cubanos de la educación superior, toda centralizada en manos del régimen. Los casos de expulsiones o sanciones por motivos políticos son comunes dentro de la academia después de 1959.
Cuando Naranjo sale en 1994, es aceptado en la Facultad Clínico Quirúrgico “Diez de Octubre”, también en la capital, donde culmina estudios, aunque no exento de tropiezos, toda vez que mantenía su posición de no participar en actividades políticas pro-castristas. “¿Cómo lo hacías? Aplicándome pruebas sorpresivas, suspendiéndome injustamente en algunas de ellas, obligándome a hacerlas de nuevo, todo para que desistiera de seguir estudiando Medicina”.
El riesgo de la fe
1996 fue un año importante para Naranjo. Ese año se hizo miembro de la Iglesia Evangélica Pentecostal Príncipe de Paz, de Asambleas de Dios. A los ojos de hoy valora mucho esa organización pues “nunca se ha afiliado al gobierno, ni al oficialista Consejo de Iglesias de Cuba”.
“En poco tiempo asumo la presidencia del departamento de Jóvenes de la iglesia local y luego de la Asociación Cristiana de Estudiantes Pentecostales (ACEP), que tenía entre sus principios reunir a los estudiantes universitarios de La Habana y ayudarnos mutuamente a resistir y mantenernos firmes” ante la presión estatal y para animarse a vivir dentro de los principios de la fe.
“Determinaron que no podía permanecer en la universidad, pero otra vez por mis resultados académicos y el apoyo de mis compañeros de estudio no pudieron expulsarme de la carrera”.
El éxito dentro de la organización religiosa fue inversamente proporcional a su suerte en la Facultad. “En 1996 soy llevado a Consejo Disciplinario por negarme a rebatir la Ley Helms Burton en mítines públicos con finalidad política, como se exigía de todos los estudiantes universitarios. Determinaron que no podía permanecer en la universidad, pero otra vez por mis resultados académicos y el apoyo de mis compañeros de estudio no pudieron expulsarme de la carrera, pero sí impedirme continuar estudios en la especialidad de cirugía”.
Dos años después, al término de su carrera, Naranjo fue impedido de hacer una especialidad por vía directa. No era “integral”, es decir, no se doblegaba a la perenne exigencia de agradecer y secundar las decisiones del Estado. El incumplimiento de esta categoría en la evaluación de la “trayectoria” de los universitarios llevó a Naranjo a ser etiquetado como “desafecto a la Revolución”.
Al final le dijeron que debía agradecer que le hubieran dejado graduarse. Para cumplir sus años de servicio social obligatorio lo enviaron a trabajar como médico a Batabanó, poblado del extremo sur occidental, tan lejos del extremo norte occidental donde Naranjo vivía. “Lo hicieron con tal de aislarme de los jóvenes a los cuales lideraba”.
Ahí pasó meses “junto a galenos que castigaban por espacio de cinco años por solicitar salida del país”.
En el pueblo trabajó como ginecólogo, pediatra y médico familiar. “Al tiempo, se me abrieron oportunidades para hablar de Cristo a muchos de los pacientes”, recordó Naranjo. “En poco más de seis meses, ya había una congregación de fieles establecida, una iglesia, y esto molestó a las autoridades locales. Al punto que en junio del 99 exigieron mi expulsión, de nuevo, por no ser ‘confiable’ y por proselitismo religioso”.
Vocación por la libertad
El nuevo siglo encontró a Naranjo ya en La Habana. En el Policlínico Docente “Luis Pasteur” se le exigió estudiar la especialidad en Medicina Familiar tres años más. Pero las presiones no quedaron en el sur de la isla.
“Al año siguiente de entrar, 2001, sabiendo que por mi fe y convicciones profesionales defiendo la vida desde la concepción, me sometieron a Consejo Disciplinario”, relató Naranjo. “Pedían mi expulsión por negarme a participar en un aborto a una adolescente con siete meses de gestación”.
La objeción de conciencia ha sido descartada como derecho por el régimen. De hecho, la constitución de 2019 criminaliza a los objetores, y supedita sus negativas a la legalidad socialista. Este planteamiento se acerca a un chiste de mal gusto más que a la observancia del derecho porque es, precisamente, en contravención de la ley que se hacen excepciones para con los objetores.
Durante el proceso la pediatra Marta Maceo, la doctora Belkis Blanco y la vicedirectora del policlínico, Bárbara Yánez, pedían a la directora, María Victoria Canal, “separación definitiva del puesto de trabajo por pensamiento anticientífico y de orden religiosa”. Pero, refirió Naranjo, no encontraron un recurso legal para hacerlo.
Ya en 2002 Naranjo no estaría a la defensiva, sino que aprovecharía un llamado desde el Consejo de Estado de Cuba, “para conocer la opinión del personal médico ante la crisis económica imperante en el país”. Unió a sus colegas para exigir mejoras salariales, de condiciones laborales y para que volvieran a pagarse guardias médicas y horas extras. Históricamente, los pagos en el sector de la Salud Pública han sido bajísimos, a la vez que se prohíbe a médicos y técnicos se les prohíbe el ejercicio privado. Tras exponer sus peticiones hubo aplausos de sus compañeros, y otro Consejo Disciplinario por “actitud subversiva e insubordinada a los principios de la Revolución”. Parece que las autoridades querían sinceridad, pero no tanta, pedían oír las necesidades de los profesionales de la salud, pero no todas. El desenlace fue un acta de advertencia y una amonestación pública.
La saña en la persecución
Al año siguiente, “recién casado, y apenas terminando mi especialidad, me citan para alistarme en un destacamento que saldría de ‘misión internacionalista’ hacia Venezuela. Y no era opcional, sino obligatorio para todos los especialistas”, contó Naranjo. “Una vez más me niego, por razones personales y porque no las consideraba una misión humanitaria sino tráfico de médicos. Es eso: una modalidad de esclavitud contemporánea, mediante la cual el Estado se beneficia de nuestro trabajo pagándonos una miseria que no alcanza para la mantención de nuestras familias, a las cuales debíamos abandonar por tres o cuatro años”.
A raíz de esto, la directora le obligó a irse del policlínico donde laboraba “’por las buenas’, pues me había convertido en un problema político al ser el único especialista en todo el municipio que se negó a irse de misión y el Partido local quería un escarmiento. Y soy despedido por mi opinión política”.
Después de eso le impusieron multas a su esposa mediante uno de los galimatías de la legalidad socialista. “La multa la imponen porque ella me permitía vivir en su casa, teniendo yo otra dirección. Las cuantías se incrementaban abismalmente, desde 2000 pesos hasta 3500 (entre 40 y 140 dólares, al cambio oficial) cada mes, estando desempleado y mi esposa en un complicado embarazo”.
“Los inspectores, apenados, no tuvieron más remedio que confesarnos que no sabían lo que estaba pasando, pero que los mandaban de más arriba”, lamentó Naranjo. “Subsistimos por la misericordia de Dios y la ayuda de nuestros hermanos en la iglesia que pastoreábamos desde 2001”.
“Amenazaron que les apresarían y perderían la vivienda si continuábamos nuestros servicios públicos a Dios, porque estaban albergando en su casa a un disidente”.
Entonces atacaron también a la congregación. La policía política visitó a los dueños de la casa donde celebraban los cultos, la señora Mercedes González y su esposo, exigiendo permisos para las reuniones. “Amenazaron que les apresarían y perderían la vivienda si continuábamos nuestros servicios públicos a Dios, porque estaban albergando en su casa a un disidente, a pesar de que nunca milité en una organización opositora”.
En junio de 2003 Naranjo fue citado a las oficinas del Partido Comunista habanero, donde lo recibió la funcionaria Lázara Mercedes López Acea. “Me dice en la peor de las formas que estaban al tanto de mí, desde mi época de estudiante, que me había convertido en un desafecto, un mal agradecido que no aprecia los sacrificios del gobierno revolucionario para formarme como médico, y añadió que si no cesaba en mi labor eclesial, apresarían a los dueños del local, y se apropiarían de la casa”.
Para septiembre las autoridades cerraron el local. López Acea se convertiría en viceministra de la Industria Alimentaria y miembro del Comité Central del Partido Comunista. Mientras, cerca de 200 miembros de la congregación de Naranjo deberían “mudarse” a la Iglesia madre, Príncipe de Paz.
Debieron esperar a 2004 para inaugurar un nuevo templo. Pero fueron otra vez intervenidos durante un encuentro, por López Acea, y otra funcionaria encargada, directamente de la represión y control de líderes y grupos de fe, Caridad Diego. La segunda, está al frente de la tristemente célebre Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista de Cuba. Por su apoyo a la regulación y amedrentamiento de pastores, recientemente desde la sociedad civil se pidió la cancelación de su visa a Estados Unidos.
“En esa ocasión la López Acea, con una actitud desafiante, arremetió contra nuestro pastor en aquel entonces, el Reverendo Daniel Monduy Morales, haciéndole un sinnúmero de amenazas y tratando de desacreditarlo delante del cuerpo de líderes”, recordó Naranjo. En algún punto lo encontró con la mirada y le dijo que estaban cansadas de él, que parara o le iba a ir mal, que le conocían bien, que supiera que no había un paso que diera que les fuera oculto.
“Que pensara en mi familia, en mi esposa, en mi hijo recién nacido, que me esforzara en cooperar por el bien de ellos”, rememoró el hombre. “Esta fue la primera amenaza que recibió mi familia por un alto funcionario del Estado”.
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